lunes, 25 de mayo de 2015

SOBRE LAS “CONFESIONES” DE UN MARXISTA ERRÁTICO (2ª parte)



   Marx insistió constantemente en que el capital no es que sea injusto, en cuanto irracional; sino que es injusto, sobre todo, porque esclaviza a todos, trabajadores y capitalistas…, porque despilfarra los recursos naturales y humanos; porque produce masivamente infelicidad, falta de libertad y crisis… Al no haber sabido engendrar una crítica del capitalismo en términos de libertad y de racionalidad, como Marx consideraba esencial, la socialdemocracia y la izquierda permitieron a los neoliberales usurpar el cetro de la libertad y cosechar un triunfo en los torneos de las facultades y en las justas ideológicas.

   Cuando hoy, después de décadas de financiarización y globalización de la economía, los llamados liberales, con lágrimas de cocodrilo, se quejan de “déficits democráticos”, Marx, dice Varoufakis, se hubiera carcajeado larga y sonoramente a cuenta de quienes parecen sorprendidos o aun indignados con el déficit democrático. Y con toda la razón para reír hasta “mearse”, pues esa separación entre la esfera de la economía y la de la política, y el confinamiento arrebatador de ésta por aquélla (de la que hoy nos quejamos tanto), y de que toda la economía se entregaba de pies y manos al capital, Marx nunca se cansó de denunciarlo.
   Pero el honesto y sincero Varoufakis, aun considerándose marxista, quizá por ello, no le perdona al propio Marx el haber cometido dos errores; uno, por omisión, esto es, que no se hubiera preocupado lo suficiente de que sus potentes ideas, comprendidas mejor por sus discípulos, dada su mayor capacidad intelectual que el trabajador medio, aquéllos hubieran utilizado el potencial de las ideas de su maestro, para abusar, incluso, de otros camaradas, y construir su propia base de poder, ganando así posiciones de influencia que les facilitara el atraerse a estudiantes impresionables.
   Varoufakis seguro está pensando en lo que devino la Gloriosa Revolución, que, si bien obligó al capitalismo a conceder derechos sociales, laborales, económicos y académicos a las clases medias, también posibilitó al capitalismo la “revancha”, creando un clima de miedo, aprovechado por personajes como Stalin o Pol-Pot. Varoufakis achaca a Marx que en su dialéctica no considerara la posibilidad de que la creación de un Estado de trabajadores podría infectarse con el virus del totalitarismo, a medida que la hostilidad del resto del mundo hacia él crecía y crecía…
   El segundo error, por acción, según Varoufakis, fue aún peor, ya que fue el peor servicio que pudo prestar a su propio sistema teórico. Error que no es otro, para sintetizar, que suponer que la verdad acerca del capitalismo podía descubrirse en las matemáticas de sus modelos (los llamados “esquemas de reproducción”). Un pensador que supo extraer lo mejor de la dialéctica de Hegel, según la cual “las reglas de lo indeterminado son ellas mismas indeterminadas”; el economista que supo elevar la libertad humana a un concepto económico de primer nivel, y que colocó la indeterminación radical en su lugar correspondiente en la economía política, terminó manipulando modelos algebraicos simplistas en los que las unidades de trabajo eran, naturalmente, cuantificadas sin resto, esperando contra toda esperanza sacar de esas ecuaciones algunas ideas adicionales sobre el capitalismo.
   Un hombre del talento de Marx, que disponía de los instrumentos intelectuales para caer en la cuenta de que la dinámica capitalista surge de la parte no cuantificable del trabajo humano, no podía creer que esa variable podría definirse correctamente mediante un modelo matemático, por muy brillante que ésta fuese. Y ahí está el error de Marx, imperdonable para Varoufakis, porque, habiendo forjado aquellos medios, a sabiendas se dejó llevar, como los economistas vulgares, reprendidos por él mismo, y que hoy continúan dominando los departamentos de teoría económica, del codiciado poder que le confería la “prueba” matemática.
   Marx, según nuestro autor, tenía la capacidad de comprender que una teoría del valor comprehensiva no puede acomodarse dentro de un modelo matemático de una economía dinámica y en crecimiento. Lo que en términos económicos significa un reconocimiento de que el poder del mercado, y por tanto, el beneficio de los capitalistas, no pueden reducirse a su capacidad para extraer trabajo de los empleados; que algunos capitalistas pueden sacar más de un cierto conjunto de trabajadores o de una cierta comunidad de consumidores por razones externas a su propia teoría.
   Según Varoufakis, Marx, a pesar de darse cuenta de que su teoría de la “plusvalía” no era la única causa del beneficio del capital, sino que podría haber otros factores externos, v. gr., una subida de precios de las mercancías, ante la presión huelguística de los trabajadores para conseguir mejores salarios, no obstante, y contradiciendo su propia dialéctica de que no hay ley inmutable cuando interviene la libertad humana y el indeterminismo que comporta, cayó en el dogmatismo autoritario, confiado en la precisión de sus modelos matemáticos. Varoufakis cree que  esos errores y autoritarismo son responsables en gran medida de la actual impotencia de la izquierda, como fuerza del bien y como freno a los abusos de la razón y de la libertad, practicados actualmente por el grupo neoliberal.
   A continuación Varoufakis reflexiona sobre KEYNES y sus “descubrimientos” a raíz del crash de los años treinta del siglo pasado. Ese descubrimiento fue doble; el capitalismo, por un lado, era un sistema “inherentemente indeterminado”, que, por lo mismo, hace imposible la predicción de sus recesiones y, mucho menos, la superación de éstas por las fuerzas automáticas del mercado; pudiendo caer, por otro de forma “repentina”, “impredecible”, “sin ritmo” y “sin razón”, en unos de esos “terribles equilibrios estáticos” que supuso el desplome del sistema en 1030. Basta para ello que se produzca un factor psicológico, muy ajeno al matematismo económico, como, por ejemplo, el solo temor a que tal desplome se produzca. Es la noción aportada por ese gran economista británico, la de “espíritus animales”, que no es más que la expresión de la “indeterminación radical” ínsita en el ADN del capitalismo. De todas maneras, esta idea no era nueva, ya que fue introducida en los análisis de Marx sobre la naturaleza dialéctica del trabajo. Si bien, según Varoufakis, después Marx descuidó para establecer sus teoremas como pruebas matemáticas indiscutibles. Para nuestro autor griego, de todos los pasajes de la “Teoría General” de Keynes, esta idea del capricho autodestructivo del capitalismo es la que más necesitamos rescatar y utilizar para re-radicalizar el marxismo.
   A la visión “keynesiana” opone la “thatcheriana” que vivió Varoufakis  a su paso por la Universidad inglesa en 1978. Eran las vísperas del triunfo electoral de M. THATCHER. Las políticas económicas ultraliberal de la Primera ministra, le despertaron la esperanza de que ese SHOK sería decisivo para revigorizar las políticas progresistas del decadente laborismo. Pero no fue así. El pensamiento de Lenin de que “las cosas tienen que ir a peor antes de mejorar”, no se cumplió. La noción de que las “condiciones objetivas” originarían de alguna forma las “condiciones subjetivas”, de las que emergería una nueva revolución política era completamente falaz…; la clase obrera se dividía entre los que quedaban marginados, cortados de la sociedad, y los reclutados para la mentalidad neoliberal… Todo lo que surgió del thatcherismo fueron los chanchullos, la financiarización extrema, el triunfo de la galería comercial sobre el almacén de la esquina, el fetichismo de la vivienda y… Tony BLAIR. La llamada “tercera vía”. Hoy, ante el último triunfo electoral de Cámeron, los laboristas vuelven a dividirse, gran parte de ellos virando aún más al centro-derecha…
   Su experiencia inglesa es la que determina, respecto de la crisis europea, la posición de Varoufakis ante la misma, no valiéndole prendas de ser tachado de “menchevique” por los radicales, sin que ello cambie un ápice la opinión, inculcada en los medios, de “negociador radical”, por su atuendo externo. Él lo tiene claro: no está por decantarse por explotar la eurocrisis como una oportunidad de derrocar al capitalismo europeo, cuando ya el mismo capitalismo europeo está haciendo méritos para, a la vez que, desmantelar la Unión Europea, parece tener mucho empeño en destruirse a sí mismo.
   Aunque el cuerpo parece pedirle proponer un programa radical, su experiencia y su inteligencia le impiden cometer dos veces el mismo error. A la pregunta de a quién beneficiaría ese desastre, Varoufakis responde meridianamente claro: si eso significa que somos nosotros, los marxistas erráticos, quienes tenemos que tratar de salvar al capitalismo europeo de sí mismo, que así sea. No por amor o aprecio ninguno al capitalismo, a la eurozona, a Bruselas o al Banco Central Europeo, sino sólo porque queremos minimizar los innecesarios costes humanos de esta crisis; porque queremos defender el sinnúmero de proyectos de vidas presentes que se verán aplastados sin la menor contrapartida para las futuras generaciones de europeos. ¿Tengo razón al calificar a este académico de humanista, antes que economista? …
   Ante la incapacidad manifiesta de los dirigentes europeos, siquiera para comprender la naturaleza de la crisis que pretenden gestionar, y las consecuencias que, para sí mismos y para la propia civilización europea (yo diría que mundial) comporta su nefasta gestión, ¿QUÉ HACER? ¿Cómo deberán de actuar los “auténticos” marxistas?
   Desde luego, no hacer como esas élites que, de forma atávica, se han resuelto a saquear las magras reservas de los débiles y desposeídos, a fin de llenar los enormes agujeros negros abiertos por sus banqueros en bancarrota.  Después de haber creado una unión monetaria que, además de despojar la macroeconomía de los medios capaces de absorber un shock,  y que, llegado éste, sus efectos sean descomunales, su actitud es negacionista e irracional, a la espera de que un milagro de los dioses impida que millones de vidas humanas sean sacrificadas en el altar de la austeridad competitiva.
   Ante esta situación la izquierda europea, consciente de su responsabilidad, y teniendo en cuenta la experiencia de lo que sucedió durante décadas en la Unión Soviética, cuyas consecuencias todavía padecen sus ciudadanos, no debería consentir que se repita la misma nefasta historia en esta nueva Unión europea. A pesar de las grandes diferencias entre una y otra, sin embargo, los dos “aparatchikii”, el soviético y el europeo, comparten la misma determinación (uniformidad en seguir la “línea del partido”), propia de una secta cristiana, de reconocer los hechos sólo si son congruentes con los augurios  y sus textos sagrados.
   La izquierda debe admitir que ahora mismo no está preparada para cubrir el abismo que se abrirá con el colapso del capitalismo europeo con un sistema socialista que funcione, capaz de generar prosperidad compartida por las masas. ¿Cómo actuar, pues? Haciendo un análisis de la situación actual, que pueda resultar atractivo a los europeos bienintencionados no-marxistas, que se han “encandilado” por los cantos de sirena del neoliberalismo; y, luego, seguir avanzando en propuestas para estabilizar Europa, a fin de frenar la espiral que nos conduce al abismo, que no hace sino reforzar a los fanáticos.
   La actitud de Varoufakis es contundente, y la resaltaré en negritas: forjar alianzas estratégicas incluso con gentes inclinadas a la derecha con las que podemos compartir un interés muy simple: poner fin al círculo vicioso entre austeridad y crisis, entre Estados en bancarrota y bancos en bancarrota; un círculo vicioso que socava tanto al capitalismo como a cualquier programa progresista que pretenda reemplazarlo.
   Claro que el peligro de forjar alianzas con fuerzas “adineradas” y reaccionarias conlleva el peligro de ser cooptados, y de caer en la tentación ante los “agasajos” de los pudientes biempensantes, corriendo el riesgo de echar a perder nuestro radicalismo con el confortable resplandor de haber llegado a los pasillos del poder. Esto me recuerda mi época de activista, cuando a mis camaradas y compañeros de comités sindicales les daba siempre el mismo consejo: cuando el jefe os cite a negociar en su despacho o a la mesa del restaurante, ¡nunca vayáis solos! ¡Cuidado al pisar las alfombras de las antesalas!...
   Pero, Confesiones como las que comentamos son el “antídoto” programático contra los deslices ideológicos que amenazan con convertirnos en subalternos de la máquina. Y, una vez liberados de tentaciones personales, la cosa está en evitar el maximalismo revolucionario que, en el fondo, ayuda a los liberales a superar cualquier oposición en su necedad destructiva, sin perder de vista nunca la intrínseca fealdad del capitalismo al intentar salvarlo de sí mismo por razones estratégicas.
   Y no quiero terminar este trabajo sin invocar con Varoufakis las palabras de otro gran dramaturgo, Bertolt BRECHT, que a ese gran aficionado al teatro y al cine les trae a la imaginación, cada vez que los necios alguaciles de la TROIKA aparecen por Atenas, Dublín, Lisboa, Madrid… : LA FUERZA BRUTA ESTÁ PASADA DE MODA. ¿A QUÉ ENVIAR ASESINOS A SUELDO, SI BASTA CON LOS ALGUACILES?...


   Manuel Vega Marín. Madrid, 20 de Mayo, 2015 Blog: solicitoopinar.blogspot.com.es
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario