Marx insistió constantemente en que el capital no es que sea injusto, en
cuanto irracional; sino que es injusto, sobre todo, porque esclaviza a todos, trabajadores y capitalistas…, porque despilfarra los
recursos naturales y humanos; porque produce masivamente infelicidad, falta de
libertad y crisis… Al no haber sabido engendrar una crítica del capitalismo en
términos de libertad y de racionalidad, como Marx consideraba esencial, la
socialdemocracia y la izquierda permitieron a los neoliberales usurpar el cetro
de la libertad y cosechar un triunfo en los torneos de las facultades y en las
justas ideológicas.
Cuando hoy, después de décadas de financiarización
y globalización de la economía, los llamados liberales, con lágrimas de
cocodrilo, se quejan de “déficits democráticos”, Marx, dice Varoufakis, se
hubiera carcajeado larga y sonoramente a cuenta de quienes parecen sorprendidos
o aun indignados con el déficit democrático. Y con toda la razón para reír
hasta “mearse”, pues esa separación entre la esfera de la economía y la de la
política, y el confinamiento arrebatador de ésta por aquélla (de la que hoy nos
quejamos tanto), y de que toda la economía se entregaba de pies y manos al
capital, Marx nunca se cansó de denunciarlo.
Pero el honesto y sincero Varoufakis, aun considerándose marxista, quizá
por ello, no le perdona al propio Marx el haber cometido dos errores; uno, por
omisión, esto es, que no se hubiera preocupado lo suficiente de que sus
potentes ideas, comprendidas mejor por sus discípulos, dada su mayor capacidad
intelectual que el trabajador medio, aquéllos hubieran utilizado el potencial
de las ideas de su maestro, para abusar,
incluso, de otros camaradas, y construir su propia base de poder, ganando así
posiciones de influencia que les facilitara el atraerse a estudiantes
impresionables.
Varoufakis seguro está pensando en lo que devino la Gloriosa Revolución,
que, si bien obligó al capitalismo a conceder derechos sociales, laborales,
económicos y académicos a las clases medias, también posibilitó al capitalismo
la “revancha”, creando un clima de miedo, aprovechado por personajes como
Stalin o Pol-Pot. Varoufakis achaca a Marx que en su dialéctica no considerara la posibilidad de que la creación de un
Estado de trabajadores podría infectarse con el virus del totalitarismo, a
medida que la hostilidad del resto del mundo hacia él crecía y crecía…
El segundo error, por acción, según Varoufakis, fue aún peor, ya que fue
el peor servicio que pudo prestar a su propio sistema teórico. Error que no es
otro, para sintetizar, que suponer que la
verdad acerca del capitalismo podía descubrirse en las matemáticas de sus
modelos (los llamados “esquemas de reproducción”). Un pensador que supo
extraer lo mejor de la dialéctica de Hegel, según la cual “las reglas de lo
indeterminado son ellas mismas indeterminadas”; el economista que supo elevar
la libertad humana a un concepto económico de primer nivel, y que colocó la
indeterminación radical en su lugar correspondiente en la economía política, terminó manipulando modelos algebraicos
simplistas en los que las unidades de trabajo eran, naturalmente, cuantificadas
sin resto, esperando contra toda esperanza sacar de esas ecuaciones algunas
ideas adicionales sobre el capitalismo.
Un hombre del talento de Marx, que disponía de los instrumentos
intelectuales para caer en la cuenta de que la
dinámica capitalista surge de la parte no cuantificable del trabajo humano,
no podía creer que esa variable podría definirse correctamente mediante un
modelo matemático, por muy brillante que ésta fuese. Y ahí está el error de
Marx, imperdonable para Varoufakis, porque, habiendo forjado aquellos medios, a
sabiendas se dejó llevar, como los economistas vulgares, reprendidos por él
mismo, y que hoy continúan dominando los departamentos de teoría económica, del
codiciado poder que le confería la “prueba” matemática.
Marx, según nuestro autor, tenía la capacidad de comprender que una teoría del valor comprehensiva no
puede acomodarse dentro de un modelo matemático de una economía dinámica y en
crecimiento. Lo que en términos económicos significa un reconocimiento de que el poder del mercado, y por tanto, el
beneficio de los capitalistas, no pueden reducirse a su capacidad para extraer
trabajo de los empleados; que algunos capitalistas pueden sacar más de un
cierto conjunto de trabajadores o de una cierta comunidad de consumidores por
razones externas a su propia teoría.
Según Varoufakis, Marx, a pesar de darse cuenta de que su teoría de la
“plusvalía” no era la única causa del beneficio del capital, sino que podría
haber otros factores externos, v. gr., una subida de precios de las mercancías,
ante la presión huelguística de los trabajadores para conseguir mejores
salarios, no obstante, y contradiciendo su propia dialéctica de que no hay ley
inmutable cuando interviene la libertad humana y el indeterminismo que
comporta, cayó en el dogmatismo autoritario, confiado en la precisión de sus
modelos matemáticos. Varoufakis cree que esos errores y autoritarismo son responsables
en gran medida de la actual impotencia de la izquierda, como fuerza del bien y
como freno a los abusos de la razón y de la libertad, practicados actualmente
por el grupo neoliberal.
A continuación Varoufakis
reflexiona sobre KEYNES y sus “descubrimientos” a raíz del crash de los años
treinta del siglo pasado. Ese descubrimiento fue doble; el capitalismo, por un lado,
era un sistema “inherentemente indeterminado”, que, por lo mismo, hace
imposible la predicción de sus recesiones y, mucho menos, la superación de
éstas por las fuerzas automáticas del mercado; pudiendo caer, por otro de forma
“repentina”, “impredecible”, “sin ritmo” y “sin razón”, en unos de esos
“terribles equilibrios estáticos” que supuso el desplome del sistema en 1030.
Basta para ello que se produzca un factor psicológico, muy ajeno al matematismo
económico, como, por ejemplo, el solo temor a que tal desplome se produzca. Es
la noción aportada por ese gran economista británico, la de “espíritus
animales”, que no es más que la expresión de la “indeterminación radical”
ínsita en el ADN del capitalismo. De todas maneras, esta idea no era nueva, ya
que fue introducida en los análisis de Marx sobre la naturaleza dialéctica del
trabajo. Si bien, según Varoufakis, después Marx descuidó para establecer sus teoremas como pruebas matemáticas
indiscutibles. Para nuestro autor griego, de todos los pasajes de la “Teoría General” de Keynes, esta idea del capricho autodestructivo del
capitalismo es la que más necesitamos rescatar y utilizar para re-radicalizar
el marxismo.
A la visión “keynesiana” opone la “thatcheriana” que vivió Varoufakis a su paso por la Universidad inglesa en 1978.
Eran las vísperas del triunfo electoral de M. THATCHER. Las políticas
económicas ultraliberal de la Primera ministra, le despertaron la esperanza de
que ese SHOK sería decisivo para revigorizar las políticas progresistas del
decadente laborismo. Pero no fue así. El pensamiento de Lenin de que “las cosas
tienen que ir a peor antes de mejorar”, no se cumplió. La noción de que las “condiciones objetivas” originarían de alguna
forma las “condiciones subjetivas”, de las que emergería una nueva revolución
política era completamente falaz…; la clase obrera se dividía entre los que
quedaban marginados, cortados de la sociedad, y los reclutados para la
mentalidad neoliberal… Todo lo que surgió del thatcherismo fueron los
chanchullos, la financiarización extrema, el triunfo de la galería comercial
sobre el almacén de la esquina, el fetichismo de la vivienda y… Tony BLAIR.
La llamada “tercera vía”. Hoy, ante el último triunfo electoral de Cámeron, los
laboristas vuelven a dividirse, gran parte de ellos virando aún más al
centro-derecha…
Su experiencia inglesa es la que determina, respecto de la crisis
europea, la posición de Varoufakis ante la misma, no valiéndole prendas de ser
tachado de “menchevique” por los radicales, sin que ello cambie un ápice la
opinión, inculcada en los medios, de “negociador radical”, por su atuendo
externo. Él lo tiene claro: no está por decantarse por explotar la eurocrisis
como una oportunidad de derrocar al capitalismo europeo, cuando ya el mismo
capitalismo europeo está haciendo méritos para, a la vez que, desmantelar la
Unión Europea, parece tener mucho empeño en destruirse a sí mismo.
Aunque el cuerpo parece pedirle proponer un programa radical, su
experiencia y su inteligencia le impiden cometer dos veces el mismo error. A la pregunta de a quién beneficiaría ese
desastre, Varoufakis responde meridianamente claro: si eso significa que somos nosotros, los marxistas erráticos, quienes
tenemos que tratar de salvar al capitalismo europeo de sí mismo, que así sea.
No por amor o aprecio ninguno al capitalismo, a la eurozona, a Bruselas o al
Banco Central Europeo, sino sólo porque queremos minimizar los innecesarios costes humanos de esta
crisis; porque queremos defender el sinnúmero de proyectos de vidas presentes que
se verán aplastados sin la menor contrapartida para las futuras generaciones de
europeos. ¿Tengo razón al calificar a este académico de humanista, antes
que economista? …
Ante la incapacidad manifiesta de los dirigentes europeos, siquiera para
comprender la naturaleza de la crisis que pretenden gestionar, y las
consecuencias que, para sí mismos y para la propia civilización europea (yo
diría que mundial) comporta su nefasta gestión, ¿QUÉ HACER? ¿Cómo deberán de
actuar los “auténticos” marxistas?
Desde luego, no hacer como esas élites que, de forma atávica, se han resuelto a saquear las magras reservas de los
débiles y desposeídos, a fin de llenar los enormes agujeros negros abiertos por
sus banqueros en bancarrota. Después
de haber creado una unión monetaria que, además de despojar la macroeconomía de
los medios capaces de absorber un shock, y que, llegado éste, sus efectos sean descomunales, su actitud es
negacionista e irracional, a la espera de que un milagro de los dioses impida que millones de vidas humanas sean
sacrificadas en el altar de la austeridad competitiva.
Ante esta situación la izquierda europea, consciente de su responsabilidad,
y teniendo en cuenta la experiencia de lo que sucedió durante décadas en la
Unión Soviética, cuyas consecuencias todavía padecen sus ciudadanos, no debería
consentir que se repita la misma nefasta historia en esta nueva Unión europea.
A pesar de las grandes diferencias entre una y otra, sin embargo, los dos “aparatchikii”, el soviético y el
europeo, comparten la misma determinación (uniformidad en seguir la “línea
del partido”), propia de una secta
cristiana, de reconocer los hechos sólo si son congruentes con los augurios
y
sus textos sagrados.
La izquierda debe admitir que
ahora mismo no está preparada para cubrir el abismo que se abrirá con el
colapso del capitalismo europeo con un sistema socialista que funcione, capaz
de generar prosperidad compartida por las masas. ¿Cómo actuar, pues?
Haciendo un análisis de la situación actual, que pueda resultar atractivo a los
europeos bienintencionados no-marxistas, que se han “encandilado” por los
cantos de sirena del neoliberalismo; y, luego, seguir avanzando en propuestas para estabilizar Europa, a fin de
frenar la espiral que nos conduce al abismo, que no hace sino reforzar a los
fanáticos.
La actitud de Varoufakis es contundente, y la resaltaré en negritas: forjar
alianzas estratégicas incluso con gentes inclinadas a la derecha con las que
podemos compartir un interés muy simple: poner fin al círculo vicioso entre
austeridad y crisis, entre Estados en bancarrota y bancos en bancarrota; un
círculo vicioso que socava tanto al capitalismo como a cualquier programa
progresista que pretenda reemplazarlo.
Claro que el peligro de forjar alianzas con fuerzas “adineradas” y
reaccionarias conlleva el peligro de ser
cooptados, y de caer en la tentación ante los “agasajos” de los pudientes
biempensantes, corriendo el riesgo de
echar a perder nuestro radicalismo con el confortable resplandor de haber
llegado a los pasillos del poder. Esto me recuerda mi época de activista,
cuando a mis camaradas y compañeros de comités sindicales les daba siempre el
mismo consejo: cuando el jefe os cite a negociar en su despacho o a la mesa del
restaurante, ¡nunca vayáis solos! ¡Cuidado al pisar las alfombras de las
antesalas!...
Pero, Confesiones como las que comentamos son el “antídoto” programático
contra los deslices ideológicos que amenazan con convertirnos en subalternos de
la máquina. Y, una vez liberados de tentaciones personales, la cosa está en evitar el maximalismo
revolucionario que, en el fondo, ayuda a los liberales a superar cualquier
oposición en su necedad destructiva, sin perder de vista nunca la intrínseca
fealdad del capitalismo al intentar salvarlo de sí mismo por razones
estratégicas.
Y no quiero terminar este
trabajo sin invocar con Varoufakis las palabras de otro gran dramaturgo,
Bertolt BRECHT, que a ese gran aficionado al teatro y al cine les trae a la
imaginación, cada vez que los necios alguaciles de la TROIKA aparecen por
Atenas, Dublín, Lisboa, Madrid… : LA
FUERZA BRUTA ESTÁ PASADA DE MODA. ¿A QUÉ ENVIAR ASESINOS A SUELDO, SI BASTA CON
LOS ALGUACILES?...
Manuel Vega Marín. Madrid,
20 de Mayo, 2015 Blog: solicitoopinar.blogspot.com.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario