No es que dichas carencias no vinieran siendo denunciadas
insistentemente por científicos y técnicos, por analistas políticos
progresistas o, simplemente, por profesionales independientes de cada uno de
los sectores donde ejercen; es que, como diría Benavente, los españoles
vivíamos en la “ciudad alegre y confiada”.
Y la primera de todas esas carencias es el bajo concepto que algunos
españoles y sus representantes políticos tienen del “noble ejercicio de la Política”. Esta praxis, sin embargo, es
necesaria y esencial para que la variedad de valores e intereses legítimos de
cada uno de los ciudadanos, grupos o clases, a veces contrapuestos, no
dificulten la convivencia social, sino que, más bien, la promuevan. Estoy
seguro de que, en abstracto, todos convendrán en destacar la VIDA como un valor absoluto, en cuya
defensa no caben intereses contrapuestos. La defensa de la salud y de la vida
debe ser, pues, la máxima finalidad de la práctica política. Pero..., NO. El COVID-19 ha evidenciado
básicamente que, para algunos grupos políticos, identificados con la derecha
social y económica, se anteponen los intereses económicos y empresariales; y,
lo que es peor: los réditos electoralistas y la lucha por el poder. A juzgar
por el argumentarlo que estos grupos adujeron ayer en el debate para prorrogar
el estado de alarma, y la “escandalosa” presión que están ejerciendo sobre las
provocativas “algaradas” callejeras, a todas luces muestra que la única política
que les interesa es la del “ordeno y
mando”; que sólo aceptan la democracia y sus instituciones cuando están a
su servicio. Pero cuando las urnas les envían a la Oposición, exhiben sin rubor
su pericia en difundir bulos contra el Gobierno legítimo, consiguiendo de paso
fomentar el odio contra el disidente. Echando de menos, las “vacas gordas”
del cómodo bipartidismo, son incapaces
de aceptar el dato incontestable de la gama de colores que irradia el Congreso
de los Diputados, que refleja fielmente la multiplicidad de ideas y anhelos de
nuestra sociedad actual. Cuarenta años de un bipartidismo de amiguetes les ha
incapacitado para asumir las cesiones que supone dialogar y negociar en la
“geometría variable” del Parlamento. Esta actitud no es nueva en la derecha
española. Encerrada en sus dogmatismos seudorreligiosos, siempre ha ido a
remolque, cuando no contraponiéndose a todo tipo de avances, tanto en los
asuntos civiles, jurídicos, socio-económicos, etc., etc. Acostumbradas sus
sucesivas generaciones a vivir de la
herencia familiar y de la opulencia del beneficio de su modelo capitalista, su
egoísta ceguera les incapacita para constatar, incluso en una inesperada
pandemia, que amenaza con la extinción de la especie, algo tan obvio como que,
para seguir produciendo y consumir lo producido, lo inmediato y urgente es
mantener vivos a productores y consumidores... ¿Es tan difícil de entender que sin VIDA, están demás todos los
debates?