viernes, 1 de mayo de 2020

SI SALIMOS DE ESTA, ¿SE VOLVERÁN A REPETIR LOS MISMOS ERRORES?


   Sospecho que sí, y daré algunas razones. Creo que la gran mayoría de ciudadanos no son conscientes del aviso que la Naturaleza nos está dando con el COVID-19. Y no es el primer aviso en su larguísima historia. El último, que ahora recordamos, fue la llamada “gripe española”, de 1918, causante de la muerte de más de 50 millones de seres humanos. No siendo especialista, no he estudiado las causas que la originaron, aunque me atrevería a conjeturar que su origen no fue la ruptura de los eslabones que forman un determinado hábitat biológico. Los adelantos científicos, técnicos y médicos que envalentonan al hombre de hoy a enfrentarse a la Naturaleza, entonces no estaban tan avanzados que se lo permitieran. Sin embargo, el hecho ocurria, atribuyéndose a las hambrunas, a la falta de higiene o a causas mágicas o religiosas. Los microbios estaban latentes en sus respectivos hábitats, y sólo bastaba, como sucedió en el descubrimiento del Nuevo Mundo,  un medio externo, como su transporte, para que otros ecosistemas se contaminaran. La Ciencia actual, además de contar con un transporte más ligero, tiene medios y capacidad suficiente  para provocar la “ruptura” en el interior de un solo ecosistema, desde el que se infectan otros. De esa gran capacidad y de sus efectos nos hemos beneficiados muchos humanos. Pero también el hombre, abusando egoístamente de la misma, y, poniendo a su servicio el sistema socioeconómico capitalista, al que reconocemos sus muchos provechos a la humanidad, es el causante, sin embargo, de que por su propia dinámica haya devenido en un “salvajismo” creciente, que no sólo ha causado desigualdad e insolidaridad entre los ciudadanos, sino que, en, gran medida, es el causante de los desastres materiales que sufre el Planeta. No obstante la enorme capacidad científica y técnica para provocar la pandemia, ahora encuentra muchas dificultades para controlarla y combatirla. Estoy seguro de que se logrará salir de este “amargo trance”. De lo que no estoy tan seguro es de que no volvamos a caer en los mismos errores anteriores, una vez hayamos remendado con los parches de siempre.

   Cuando la crisis de 2008 muchos gurús del neoliberalismo y líderes mundiales se escandalizaron al principio; pero cuando vieron que con algunos “arreglillos” se solucionaba el problema e, incluso, saldrían beneficiados, se tranquilizaron, no importándoles lo que, aún hoy, les afecta a la mayoría de la población: la grieta que separaba a las clases medias y populares se abrió mucho más, de manera que los ricos se fueron haciendo más rico, a la vez que los que ya eran pobres aumentaron su pobreza, y otros, que no lo eran, se contaron entre los anteriores. Aunque muy profunda, no dejó de ser una más de las crisis económicas, que, cíclicamente, sufre el capitalismo, para las que el propio sistema tiene soluciones que no son más que pasajeras coartadas. El miedo mostrado al comienzo no fue más que aspaviento y mero postureo. Los intereses individualistas y el “cortoplacismo” en volver a los beneficios, evitaron reflexionar y poner en práctica proyectos para cambiar las estructuras obsoletas del sistema imperante, aunque ello conllevara menos prisas en ordenar prioridades a medio y largo plazo. COVID-19 ha puesto de manifiesto que la crisis no es sólo coyuntural, sino también estructural desde el punto de vista socieconómico, y sobre todo, primordialmente vital desde el punto de vista sanitario. Las  soluciones, pues, tendrán que estar en consonancia con un atinado diagnóstico, o no serán las adecuadas. Me temo que esta vez la solución keynesiana no va a ser suficiente, y un “plan Marshall” sólo aliviará algunos problemas puntuales.
   El confinamiento de estos días proporciona tiempo suficiente, para que muchos ciudadanos, expertos o no, reflexionen y publiquen sus variadas conclusiones. Todas muy respetables, por supuesto. Pero para no ser reiterativo con las que estoy de acuerdo, me fijaré en las que considero básicas, cada una de las cuales se pueden desmenuzar en infinidad de casos concretos.
   Todos sin excepción tendremos que poner la VIDA como valor central y absoluto, y, porque sabemos que, tarde o temprano, ésta se acaba, todos los hombres tienen igual derecho a disfrutarla y vivirla dignamente. El coronavirus ha puesto en evidencia que no distingue entre clases sociales: lo mismo ataca a “reyes que a tribunos”. Como el concepto vida puede resultar difuso y muy abstracto, me referiré al trabajo concreto que cada cual realiza cada día y que deberá ser retribuido suficientemente, sin distinción sectorial o de  categorías profesionales, para que todo trabajador pueda disfrutar dignamente con su familia cada minuto de su día a día. No estoy hablando de igualitarismo socio-económico-laboral. Pero es evidente que, más que un debate académico-marxista, el clima de supervivencia creado por el coronavirus, salvo a los muy egoístas y fanáticos, ha debido hacer ver que cualquier trabajo, desde la más alta instancia política, social o profesional, hasta la más baja; desde el máximo especialista hasta el trabajo menos cualificado, es necesario e imprescindible para todos. Quizá, debido a la opulencia de riquezas que a ciertas partes del Mundo ha proporcionado la civilización técnica e industrial, haya hecho olvidar que toda esa riqueza tiene su origen en la tierra y en el trabajo de todo tipo, que sobre ella ejerce el hombre. No estoy hablando de un burdo “igualitarismo comunista”, ni de implantar mañana la “utopía comunista”, a la que ni el propio Marx puso fecha. Pero sí de tener, al menos como horizonte, aquello de “a cada cual según sus necesidades”... Si se habla de que la pandemia va a dejar una situación socio-laboral peor que la de la Depresión del 29, o una penuria de posguerra, ¿qué harán los líderes políticos y los ricos y poderosos industriales? ¿Dejar morir de hambre y miseria a ese más de un 20 % de parados que se calcula? ¿Será suficiente y eficaz una política expansiva monetarista? ¿...?.
   Y hablando de tierra, ¿nos responsabilizaremos de una vez, tanto los líderes y poderes fácticos, como todos los ciudadanos, de reglamentar y practicar “políticas verdes” más en consonancia con las leyes de la Naturaleza? ¿Se va a seguir pasando por el “arco del triunfo” los obligados informes medioambientales para construir en cauces secos de ríos o impedir la deforestación masiva de bosques y zonas verdes para inflar burbujas inmobiliarias? ¿Se va a seguir robando terrenos al mar para engordas la pompa de viviendas turísticas, mientras muchos ciudadanos difícilmente pueden vivir bajo techo digno, según mandata el art. 47 de la Constitución? ¿Se va a seguir fomentando el comercio y trato con ciertas especies de animales salvajes, posibles transmisores de virus? Siga el lector imaginando ejemplos mil.... Lo que está claro es que tendremos que obedecer a los científicos cuando advierten del deterioro progresivo del medio ambiente, dando la suficiente tregua para que la Naturaleza se recupere...
   Y, por último, resaltaré lo que la pandemia está poniendo en su lugar: la primacía de lo público sobre lo privado en determinados sectores sociales y económicos. Si bien es absurdo “nacionalizar” el cepillo de dientes, más aberrante resulta dejar al albur de los intereses privados servicios esenciales como la sanidad, la educación, la vivienda, etc., etc. No se puede seguir confundiendo lo que constituye la soberanía del Estado con su función de arbitraje y subsidiaridad respecto de lo privado. Hay derechos y deberes de los que el Estado no puede renunciar sin desproteger a sus ciudadanos, salvo que éstos sean asumidos sin escapatorias por otros entes o sujetos políticos pluriestatales, como la Unión Europea, que el devenir histórico, político o económico, etc., aconseja crear  como muy conveniente en pro de un mayor bienestar de todos sus componentes. Y, desde luego, esta UE vuelve a evidenciar que no es más que un gran club de mercaderes, en el que la sociabilidad, no digo ya solidaridad, está brillando por su ausencia en estos trascendentales momentos. Los intereses económicos y financieros ciegan tanto a sus “capitostes”, que no quieren ver que o nos salvamos todos o no se salva nadie. El “sálvese quien pueda” ya no vale.
   Si en algo manifiesta el Estado su soberanía, además de su razón de ser, es en su autonomía para defender y proteger a su gente. Tiene la capacidad legítima y legal de crear dinero y transformar en moneda la riqueza nacional, con la que sufragar los gastos necesarios para que en situaciones como la que padecemos, los ciudadanos, familias y ciertas empresas no se queden en la “estacada”. El Estado, a través de la creación de impuestos proporcionales y progresivos, persiguiendo y castigando la evasión fiscal y los “paraísos” fiscales, conseguirá, además de una distribución equitativa de la riqueza, recaudar lo suficiente, para, sin verse obligado a endeudarse con los “buitres” financieros, mantener un estado del bienestar digno. Cuando un Estado tiene que endeudarse en los mercados financieros, hace dejación de su sobraría, y se convierte en rehén de sus acreedores financieros privados. Los Bancos Centrales nacionales, o en el caso de la UE, el BCE, en vez de ser un “mandado” del Banco Central Alemán a comprar en el mercado “secundario” bonos de deuda pública, fomentando el negocio de la banca privada, bien podría dirigir directamente la “manguera” de la liquidez hacia las familias, empresas o Gobiernos asociados. Por otra parte, los Estados miembros de la UE, especialmente los más ricos, que han aprovechado las vacas gordas para abarrotar sus despensas, deberán buscar fórmulas para “mutualizar” la Deuda Pública, evitando especular con ella, obviando, además, los préstamos “condicionados”, que contribuyen a incrementar los déficit públicos...
   Los líderes políticos y los “mandamases” socioeconómicos deberán convencerse de que de crisis naturales como la actual, no se sale con meros retoques, que sólo serían “pan para hoy, y hambre para mañana”. Como afirma el paleontólogo evolucionista Eudald Carbonell los dirigentes mundiales, para prever crisis futuras de la Naturaleza, deben asesorarse de los científicos, que, a pesar de sus errores, están más capacitados...  Aquí lo dejo....


   Manuel Vega Marín. Madrid, 1 de Mayo, 2020   www.solicitoopinar.blogspot.com.es  
  



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