Sospecho que sí, y daré algunas razones. Creo que la gran mayoría de
ciudadanos no son conscientes del aviso que la Naturaleza nos está dando con el
COVID-19. Y no es el primer aviso en su larguísima historia. El último, que
ahora recordamos, fue la llamada “gripe española”, de 1918, causante de la
muerte de más de 50 millones de seres humanos. No siendo especialista, no he
estudiado las causas que la originaron, aunque me atrevería a conjeturar que su
origen no fue la ruptura de los eslabones que forman un determinado hábitat
biológico. Los adelantos científicos, técnicos y médicos que envalentonan al
hombre de hoy a enfrentarse a la Naturaleza, entonces no estaban tan avanzados
que se lo permitieran. Sin embargo, el hecho ocurria, atribuyéndose a las
hambrunas, a la falta de higiene o a causas mágicas o religiosas. Los microbios
estaban latentes en sus respectivos hábitats, y sólo bastaba, como sucedió en
el descubrimiento del Nuevo Mundo, un
medio externo, como su transporte, para que otros ecosistemas se contaminaran.
La Ciencia actual, además de contar con un transporte más ligero, tiene medios
y capacidad suficiente para provocar la
“ruptura” en el interior de un solo ecosistema, desde el que se infectan otros.
De esa gran capacidad y de sus efectos nos hemos beneficiados muchos humanos.
Pero también el hombre, abusando egoístamente de la misma, y, poniendo a su
servicio el sistema socioeconómico capitalista, al que reconocemos sus muchos
provechos a la humanidad, es el causante, sin embargo, de que por su propia
dinámica haya devenido en un “salvajismo” creciente, que no sólo ha causado
desigualdad e insolidaridad entre los ciudadanos, sino que, en, gran medida, es
el causante de los desastres materiales que sufre el Planeta. No obstante la enorme
capacidad científica y técnica para provocar la pandemia, ahora encuentra
muchas dificultades para controlarla y combatirla. Estoy seguro de que se
logrará salir de este “amargo trance”. De lo que no estoy tan seguro es de que
no volvamos a caer en los mismos errores anteriores, una vez hayamos remendado
con los parches de siempre.
Cuando la crisis de 2008 muchos gurús del neoliberalismo y líderes
mundiales se escandalizaron al principio; pero cuando vieron que con algunos
“arreglillos” se solucionaba el problema e, incluso, saldrían beneficiados, se
tranquilizaron, no importándoles lo que, aún hoy, les afecta a la mayoría de la
población: la grieta que separaba a las clases medias y populares se abrió
mucho más, de manera que los ricos se fueron haciendo más rico, a la vez que
los que ya eran pobres aumentaron su pobreza, y otros, que no lo eran, se
contaron entre los anteriores. Aunque muy profunda, no dejó de ser una más de
las crisis económicas, que, cíclicamente, sufre el capitalismo, para las que el
propio sistema tiene soluciones que no son más que pasajeras coartadas. El
miedo mostrado al comienzo no fue más que aspaviento y mero postureo. Los
intereses individualistas y el “cortoplacismo” en volver a los beneficios,
evitaron reflexionar y poner en práctica proyectos para cambiar las estructuras
obsoletas del sistema imperante, aunque ello conllevara menos prisas en ordenar
prioridades a medio y largo plazo. COVID-19 ha puesto de manifiesto que la
crisis no es sólo coyuntural, sino también estructural desde el punto de vista
socieconómico, y sobre todo, primordialmente vital desde el punto de vista
sanitario. Las soluciones, pues, tendrán
que estar en consonancia con un atinado diagnóstico, o no serán las adecuadas.
Me temo que esta vez la solución keynesiana no va a ser suficiente, y un “plan
Marshall” sólo aliviará algunos problemas puntuales.
El confinamiento de estos días proporciona tiempo suficiente, para que muchos
ciudadanos, expertos o no, reflexionen y publiquen sus variadas conclusiones.
Todas muy respetables, por supuesto. Pero para no ser reiterativo con las que
estoy de acuerdo, me fijaré en las que considero básicas, cada una de las
cuales se pueden desmenuzar en infinidad de casos concretos.
Todos sin excepción tendremos que poner la VIDA como valor central y
absoluto, y, porque sabemos que, tarde o temprano, ésta se acaba, todos los
hombres tienen igual derecho a disfrutarla y vivirla dignamente. El coronavirus
ha puesto en evidencia que no distingue entre clases sociales: lo mismo ataca a
“reyes que a tribunos”. Como el concepto vida puede resultar difuso y muy
abstracto, me referiré al trabajo concreto que cada cual realiza cada día y que
deberá ser retribuido suficientemente, sin distinción sectorial o de categorías profesionales, para que todo
trabajador pueda disfrutar dignamente con su familia cada minuto de su día a
día. No estoy hablando de igualitarismo socio-económico-laboral. Pero es
evidente que, más que un debate académico-marxista, el clima de supervivencia
creado por el coronavirus, salvo a los muy egoístas y fanáticos, ha debido
hacer ver que cualquier trabajo, desde la más alta instancia política, social o
profesional, hasta la más baja; desde el máximo especialista hasta el trabajo
menos cualificado, es necesario e imprescindible para todos. Quizá, debido a la
opulencia de riquezas que a ciertas partes del Mundo ha proporcionado la
civilización técnica e industrial, haya hecho olvidar que toda esa riqueza
tiene su origen en la tierra y en el trabajo de todo tipo, que sobre ella
ejerce el hombre. No estoy hablando de un burdo “igualitarismo comunista”, ni
de implantar mañana la “utopía comunista”, a la que ni el propio Marx puso
fecha. Pero sí de tener, al menos como horizonte, aquello de “a cada cual según
sus necesidades”... Si se habla de que la pandemia va a dejar una situación socio-laboral
peor que la de la Depresión del 29, o una penuria de posguerra, ¿qué harán los
líderes políticos y los ricos y poderosos industriales? ¿Dejar morir de hambre
y miseria a ese más de un 20 % de parados que se calcula? ¿Será suficiente y
eficaz una política expansiva monetarista? ¿...?.
Y hablando de tierra, ¿nos responsabilizaremos de una vez, tanto los
líderes y poderes fácticos, como todos los ciudadanos, de reglamentar y
practicar “políticas verdes” más en consonancia con las leyes de la Naturaleza?
¿Se va a seguir pasando por el “arco del triunfo” los obligados informes
medioambientales para construir en cauces secos de ríos o impedir la
deforestación masiva de bosques y zonas verdes para inflar burbujas
inmobiliarias? ¿Se va a seguir robando terrenos al mar para engordas la pompa
de viviendas turísticas, mientras muchos ciudadanos difícilmente pueden vivir
bajo techo digno, según mandata el art. 47 de la Constitución? ¿Se va a seguir
fomentando el comercio y trato con ciertas especies de animales salvajes,
posibles transmisores de virus? Siga el lector imaginando ejemplos mil.... Lo
que está claro es que tendremos que obedecer a los científicos cuando advierten
del deterioro progresivo del medio ambiente, dando la suficiente tregua para
que la Naturaleza se recupere...
Y, por último, resaltaré lo que la pandemia está poniendo en su lugar:
la primacía de lo público sobre lo privado en determinados sectores sociales y
económicos. Si bien es absurdo “nacionalizar” el cepillo de dientes, más aberrante
resulta dejar al albur de los intereses privados servicios esenciales como la
sanidad, la educación, la vivienda, etc., etc. No se puede seguir confundiendo
lo que constituye la soberanía del Estado con su función de arbitraje y
subsidiaridad respecto de lo privado. Hay derechos y deberes de los que el
Estado no puede renunciar sin desproteger a sus ciudadanos, salvo que éstos
sean asumidos sin escapatorias por otros entes o sujetos políticos
pluriestatales, como la Unión Europea, que el devenir histórico, político o
económico, etc., aconseja crear como muy
conveniente en pro de un mayor bienestar de todos sus componentes. Y, desde
luego, esta UE vuelve a evidenciar que no es más que un gran club de
mercaderes, en el que la sociabilidad, no digo ya solidaridad, está brillando
por su ausencia en estos trascendentales momentos. Los intereses económicos y
financieros ciegan tanto a sus “capitostes”, que no quieren ver que o nos
salvamos todos o no se salva nadie. El “sálvese quien pueda” ya no vale.
Si en algo manifiesta el Estado su soberanía, además de su razón de ser,
es en su autonomía para defender y proteger a su gente. Tiene la capacidad
legítima y legal de crear dinero y transformar en moneda la riqueza nacional,
con la que sufragar los gastos necesarios para que en situaciones como la que
padecemos, los ciudadanos, familias y ciertas empresas no se queden en la
“estacada”. El Estado, a través de la creación de impuestos proporcionales y
progresivos, persiguiendo y castigando la evasión fiscal y los “paraísos”
fiscales, conseguirá, además de una distribución equitativa de la riqueza, recaudar
lo suficiente, para, sin verse obligado a endeudarse con los “buitres”
financieros, mantener un estado del bienestar digno. Cuando un Estado tiene que
endeudarse en los mercados financieros, hace dejación de su sobraría, y se
convierte en rehén de sus acreedores financieros privados. Los Bancos Centrales
nacionales, o en el caso de la UE, el BCE, en vez de ser un “mandado” del Banco
Central Alemán a comprar en el mercado “secundario” bonos de deuda pública,
fomentando el negocio de la banca privada, bien podría dirigir directamente la
“manguera” de la liquidez hacia las familias, empresas o Gobiernos asociados.
Por otra parte, los Estados miembros de la UE, especialmente los más ricos, que
han aprovechado las vacas gordas para abarrotar sus despensas, deberán buscar
fórmulas para “mutualizar” la Deuda Pública, evitando especular con ella,
obviando, además, los préstamos “condicionados”, que contribuyen a incrementar
los déficit públicos...
Los líderes políticos y los “mandamases” socioeconómicos deberán
convencerse de que de crisis naturales como la actual, no se sale con meros
retoques, que sólo serían “pan para hoy, y hambre para mañana”. Como afirma el
paleontólogo evolucionista Eudald Carbonell los dirigentes mundiales, para
prever crisis futuras de la Naturaleza, deben asesorarse de los científicos,
que, a pesar de sus errores, están más capacitados... Aquí lo dejo....
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