La rutina de vivir en
democracia, muchas veces, nos libera de pensar y profundizar en sus
fundamentos, lo que conlleva que el “menos malo” de los sistemas del que se ha
dotado nuestra convivencia en el espacio de lo público, “haga aguas”.
Uno de esos pilares fundamentales es la TOLERANCIA. Para escribir sobre
el tema, nunca mejor ocasión que la relectura de unos textos de Antonio MACHADO,
de su Juan de Mairena.
Si bien la democracia se
realiza principalmente en el ámbito de lo público, si el ciudadano no ha sido
entrenado previamente en su subjetividad mediante un contínuo ejercicio de
autoenjuiciamiento e introspección de su intimidad, muy difícilmente y de
manera voluntaria, podrá convivir con el resto de sus conciudadanos. Este
examen de uno mismo, que a menudo suele ser benigno y casi exculpatorio,
facilitará la comprensión de los demás. En definitiva, eso es la “tolerancia”:
comprensión y compasión de nuestros semejantes. De la dificultad que encuentra
nuestra “mirada” en hacer transparente nuestro “cambiante” Yo, surge la propia
comprensión y compasión, y, por ende, la de los demás. La infancia, la
educación, la propia historia y, en definitiva, las vicisitudes de nuestra vida,
han hecho de nuestro Yo una especie de “magma” muy elástico para ser
objetivable fácilmente en un análisis racional. Esto, creo, quiere expresar Don
Antonio al decir: Cuando un hombre algo
reflexivo se mira por dentro, comprende la absoluta imposibilidad de ser
juzgado con mediano acierto por quienes lo miran por fuera, y es la
imposibilidad en que él se encuentra de decir cosas de provecho cuando pretende
juzgar a su vecino.
Si los hombres fuésemos
anacoretas o pudiésemos vivir ensimismados filosóficamente, no habría problema.
Éste se plantea cuando, a pesar de nuestro individualismo y de las teorías que
lo propagan, nos vemos obligados a “ser sociales” (zoón politikón de
Aristóteles) o, como más modernamente dice Hannah ARENDT (1906-1975), es el
espacio público, el mundo y la pluralidad, comúnmente compartidos, el marco
ineludible de la condición humana. Y el medio que tenemos para relacionarnos,
sí o sí, en ese “encuadre” es el lenguaje, que en lo que tiene de simbólico, es
exclusivo de los seres racionales. Y a su uso también estamos “condenados”. Por
eso dice Machado: Y lo terrible es que
las palabras se han hecho para juzgarnos unos a otros. Pero, aun
disponiendo de ese vehículo universal, muchísimas veces ese instrumento puede
resultar ineficaz para la mutua comprensión. Por eso, en aras de la tolerancia,
dice el Maestro: Que cada cual hable de
sí mismo lo mejor que pueda, con esta advertencia a su prójimo: si por
casualidad entiende usted algo de lo que digo, puede usted asegurar que yo lo
entiendo de otro modo.
La tolerancia, por encima
de lo que muchas veces dictamina la razón abstracta, obedece a principios
éticos y psicológicos. La razón se mueve en el ámbito de lo objetivo, siendo en
ese terreno donde se las tiene que ver con “la verdad”, que trasciende de lo
meramente subjetivo, de las creencias, en busca de “un hecho” real y externo,
que dé “prueba” de la veracidad de las mismas y de nuestras ideas, a veces
fantasiosas. Pero aun así, la confrontación entre lo que sentimos o pensamos y el entramado de leyes lógicas y
físico-matemáticas físicas, en que se nos muestra el mundo real, pretende
invadir el ámbito privativo de la libertad, que con sus errores o
equivocaciones, lucha por imponerse. Por eso, en pro de la convivencia, y
siempre que no se causen daños mayores, debemos suspender provisionalmente lo
que las leyes lógicas y la ciencia imponen a la razón. En este sentido
interpreto a Machado cuando dice que nadie
debe asustarse de lo que piensa, aunque su pensar aparezca en pugna con las leyes
más elementales de la lógica. Porque todo ha de ser pensado por alguien, y
hasta el mayor desatino puede ser un punto de vista de lo real.
Y quiero resaltar aquí el
método pedagógico del profesor Machado, literariamente heredado de sus
predecesores, Abel Martín y Juan de Mairena. Éstos en sus clases de Retórica y
Sofística aprovechan la “flexibilidad” que les brindan ambas disciplinas, para
instar a sus alumnos a pensar por sí mismos y a extraer la Verdad allí donde
hubiera un mínimo indicio de la misma.
Aprender no consiste en memorizar una serie de verdades transmitidas de
generación en generación, con la finalidad de “aprobar” una asignatura. La
búsqueda de la Sabiduría se orienta hacia la constitución de la personalidad de
los alumnos y a su formación ética y tolerante con respecto a los demás. Es
imposible no ver en la pedagogía “machadiana” la difícil y paciente labor de
Sócrates en su tarea de extraer, preguntando y oyendo, el saber oculto en el
interior del educando…
Que nosotros hacemos (dice
Machado previendo ser tachado, como Sócrates, de corruptor de la juventud…) en esta cátedra de Retórica y de Sofística,
una especie de astracán filosófico, es algo que podemos decir en previsión de
fáciles burlas, y para socorrer, de paso, la indigencia mental de nuestros
enemigos… Machado no pretende usar la sofística en su peor acepción, esto
es, el arte de enmascarar el error o de
defender el absurdo… Nosotros queremos ser sofistas, en el mejor sentido de la
palabra, o, digámoslo más modestamente, en uno de los buenos sentidos de la
palabra: queremos ser LIBREPENSADORES… Nosotros pretendemos fortalecer y
agilitar nuestro pensar para aprender de él mismo cuáles son sus posibilidades,
cuáles sus limitaciones; hasta qué punto se produce de un modo libre, original,
con propia iniciativa, y hasta qué punto nos parece limitado por normas
rígidas, por hábitos mentales inmodificables, por imposibilidades de pensar de otro modo. ¡Ojo a esto, que es muy
grave!... (Perdón por la larga cita, pero es que no tiene desperdicio).
En las clases de Mairena, pues, nadie debe asombrarse de nada; ni siquiera
de que alguien diga que 2+2 no son 4. Lo único que tiene que hacer quién así
piense sinceramente es explicarse, razonarlo. Ni siquiera, dice el Maestro,
hemos de exigirle la prueba de su aserto. En el aula todo el mundo tiene
derecho a equivocarse; para ello se asiste a ella, para aprender de los propios
errores y de los de los demás, incluido los “simulados” errores del profesor.
¡Cómo recuerdo a aquellos profesores, respecto de los cuales todavía me
pregunto: ¿realmente eran tontos o lo simulaban…?!...
Y tocamos ahora otra de las causas de la intolerancia: la Religión, o
dicho más modernamente, el “fanatismo religioso”. De no respetar los dioses y
de querer introducir otros nuevos, fue una de las acusaciones por la que fue
condenado Sócrates a beber la “cicuta”…
Hemos visto antes que Mairena aconsejaba a sus alumnos volver a la
Sofística. Ya la tuvimos, pero nos falló la fe “protagórica” de poner al hombre
como medida universal, y nos apartamos de ella a medio desdén, puesta la mano
en la espada (Lope de Vega) o en el
crucifijo. Y ese ademán garboso nos ha perdido. Por ello aconsejaba Mairena
a sus discípulos a hablar siempre con las manos en los
bolsillos…
De su maestro Abel Martín supo nuestro autor que el gran pecado que
los pueblos no saben perdonar es introducir nuevos dioses. Oponerse a la rémora
rutinaria de la tradición o a los convencionalismos hipócritamente aceptados,
conlleva para los que osan apartarse del camino “trillado” el pecado, como
mínimo la exclusión o el exilio. Sócrates, aunque se le propuso el exilio, optó
por la muerte. Machado tuvo que optar por el exilio. A otros poetas libres,
como a F. García Lorca, no le dieron opción; ¡lo asesinaron!...
Y es que a estos nuevos dioses, los viejos les tienen “hincha”, porque
no hay novedad de más terribles consecuencias. Los hombres han comprendido siempre que sin un cambio de dioses todo continúa
aproximadamente como estaba, y que todo cambia, más o menos catastróficamente,
cuando cambian los dioses. Op. cit., pgs. 2024-25). Pero el problema es que
los dioses cambian sin que los humanos podamos evitarlo. Por eso los filósofos
“del jardín” (los epicúreos”), para
quienes la Sabiduría debe supeditarse a la ética y a una actitud pragmática en
la convivencia humana, sitúan a los dioses en unos como interespacios cósmicos,
en donde viven felices, sin tener que inmiscuirse en los asuntos humanos. Estos
filósofos antiguos, injustamente difamados, se comportan de cara a los propios
dioses, y de los que en ellos creen, de una manera mucho más elegante y
tolerante, que muchos modernos “demócratas”…
Así que se equivocaba el maestro Martín, jactándose de haber introducido
el suyo. A estos dioses debemos procurar verlos desnudos y sin máscara. No así
podemos decir de Dios, que hace morir a quien osa verle la cara… Y como esos
dioses nos acompañarán toda la vida, hay que conocerlos para andar con ellos,
aunque nos abandonen en los umbrales de la muerte, que ellos probablemente no
cruzan. Trabajemos todos para merecer
esa suave melancolía de los dioses, que tan bien expresaron los griegos en sus
estelas funerarias… (pg. 2025).
¡Ay!, si Sócrates y Don Antonio con sus maestros Martín y Mairena
levantaran la cabeza, y vieran la “escabechina” que los burócratas europeos
están haciendo con la nación Griega, cuna de la tolerancia y de la democracia…
Nota.- PROTÁGORA de Abdera (485-411 a.C.). En 444-443 a.C. , por encargo
de Pericles, redactó la constitución de la nueva colonia de Turios. Gran
sofista y experto en Retórica, conocido de Sócrates, y junto a Georgias fueron
reconocidos como filósofos por Aristóteles y Platón, a los que este último les
dedica sendos Diálogos. Los sofistas estaban mal vistos porque cobraban por sus
enseñanzas. De Protágoras es famoso su principio Homo ómnium rerum mensura est (el hombre es la medida de todas las
cosas).
JUAN DE MAIRENA. Sentencias, donaires, apuntes recuerdos de un profesor
apócrifo (1934-36). Obras Completas, vol. II de la Ed. Crítica de Oreste MACRI.
Esp. Calpe, 1988. Existe una separata editada por Clásicos Castalia, 1971.
Manuel Vega Marín. Madrid,16 de Julio de 2015. Blog:
solicitoopinar.blogspot.com.es
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