miércoles, 23 de diciembre de 2020

¿CAMBIAREMOS LA MANERA DE CONCEBIR LA VIDA, SUPERADA LA PANDEMIA?

   El tedio que me produce esta  “rutina pandémica” hace que cada día aumente mi desgana para escribir. A ello se une la actitud de indiferencia hacia las ideas y el saber científico que ciertos dirigentes políticos están fomentando en una población ya de por sí inculta y consumista. Sin embargo, leyendo por hacer más llevaderos estos irregulares días invernales, me he encontrado con el interesante artículo de Javier Valenzuela, Felices y rebeldes años 20, que la revista tintaLibre publica en su número de Diciembre. El autor describe el comportamiento renovador de la  Cultura en todas sus manifestaciones, a la salida de las grandes catástrofes que fueron las dos Guerras Mundiales. Ante la actual crisis que está suponiendo el Coronavirus, a J. Valenzuela –en ello concuerdo con él-, le gustaría que la cultura también sacara lecciones de la catástrofe que pudieran situarla al frente de los cambios que la humanidad precisa. Me gustaría que fuera menos consumista y más respetuosa con la Tierra, que se situara a la vanguardia de la lucha contra el cambio climático. Me gustaría que pensara menos en el mercado y más en la gente, que valorara menos el envase y más el contenido, que promoviera más la diversidad y menos la uniformización, que fuera más divertida, provocadora y subversiva.

   No debiéramos, en primer lugar, desaprovechar las esperanzadoras perspectivas que nos abre el primer Gobierno de coalición progresista desde la República, apoyado, además, por las fuerzas políticas que lucharon contra la dictadura franquista. Es importante no bajar la guardia ante el peligroso incremento del fascismo.

   Urge, pues, desmentir el falso relato montado por el franquismo sobre la historia de España y, mantenido después “obligadamente” por una equidistancia irreal en el transcurso de una “modélica” Transición. De una vez por todas, los españoles deberán tener claro que no fueron “dos bandos” los responsables de la Guerra Civil; sino el sempiterno bando caciquil  quien se sublevó contra un Gobierno republicano legítimo y democráticamente elegido por los ciudadanos. Aprovechando la nueva ley de educación, la LONLOE, es la escuela pública la que está obligada a restablecer, de manera objetiva y basada en hechos empíricos, la auténtica historia española, al menos, de los últimos noventa años. No fue ninguna tontería que el general golpista dejara en manos de la Iglesia Católica, que tanto le apoyó, la ingente tarea de la educación juvenil y de conformar la  moralidad de los mayores. Los colegios religiosos y el púlpito fueron los ejes sobre los que giró la  “formación del espíritu nacional”. Capítulo aparte merecería lo que, para las actividades culturales, supusieron la Falange y la Sección Femenina.

   No es por la libertad de elección de escuela por lo que protestan los organizadores de las variopintas marchas automovilísticas. Nunca les interesó; sino por mantener sus privilegios, financiados con el dinero de todos. Pero no nos engañemos; detrás de toda esa parafernalia populista está el gran lobby católico en pro del negocio que les supone la “enseñanza concertada”. Es una pena que, después de ochenta años de democracia imperfecta, fusilado su fundador, la comitiva popular de La Barraca haya sido sustituida por la estrambótica comparsa automovilística. No es que sea fácil; pero mientras que el Gobierno, lo tengo escrito,  no nos libere  de las ataduras del Concordato y de los Acuerdos preconstitucionales, el Vaticano y la Conferencia Episcopal Española seguirán creyéndose acreedores del Gobierno español por lo que ellos consideran un bien indeleble e impagable... 

   A propósito de la enseñanza, hemos hablado antes de acercarnos lo más posible al auténtico relato de nuestra historia, Pues bien, formando parte de ese relato, sobresale el tema de la Monarquía como forma de Estado, que ha ocupado nuestra historia constitucional de los dos últimos siglos. Participo de la opinión del constitucionalista Pérez Royo expuesta breve, pero ilustrada, en su artículo Demasiadas restauraciones, en elDiario.es de 20-XII-20. Desde  la cesión de la Corona por Carlos IV y su hijo Fernando VII, salvando el corto paréntesis de la dinastía de Saboya, nuestra dinastía Borbónica ha subsistido a base de “pronunciamientos” y “restauraciones”. Fue abolida por la República de 1931, “suspendida” durante la dictadura franquista, y, finalmente restaurada por el general Franco en la persona de Juan Carlos I, heredero legítimo de la dinastía histórica, según el art. 57 de la Constitución vigente. Esa restauración franquista y su perduración actual evidencia la hegemonía con que los herederos del franquismo negociaron con los herederos de los del “bando vencido” en la Guerra inCivil el paso a la Democracia. Fue una pieza importante del contenido del “paquete” que tan bien atado dejó el dictador. Hasta el propio Presidente A. Suárez tuvo que “tragar” con tal imposición, metiéndola de tapadillo en el art. 1.3 CE. Ante el temor a perderlo, el propio Suárez reconoció posteriormente el no sometimiento de la cuestión monárquica al refrendo del pueblo soberano. Pero lo peor es que “la sin salida” de la Monarquía se ha convertido en un bloqueo, que, sine die, impide reformar y actualizar nuestra Constitución, lo que supone un retroceso para la Democracia. A falta de otras dinastías reales a que acudir, más temprano que tarde, sólo un referéndum sobre la borbónica, garantizará no sólo su continuidad, sino también la continuidad de nuestro sistema democrático. Como dice Pérez Royo en el artículo citado, sin reforma de la Constitución no hay sistema político que pueda estabilizarse como sistema democrático.

   Otro importantísimo problema pendiente de solucionar es el de la pluralidad y diversidad de las nacionalidades y regiones y su integración en la indisoluble unidad de la Nación española, establecido en el artículo 2 CE. El coronavirus ha puesto bien evidente las carencias e inconvenientes de nuestro sistema de las Autonomías del Título VIII, la desgana en su estructuración y reparto de competencias, así como el conformismo de la fórmula café para todos. Lógicamente, no soy partidario de la desintegración, mucho menos, precipitada, de España. Pero aún lo soy menos del bochornoso espectáculo ofrecido por el ultranacionalismo españolista con su falta de diálogo y puesto a su servicio el sistema judicial  en el procès catalá. Tal se hubiera podido evitar, a falta de una fórmula federal o confederal previa, con un fácil referéndum consensuado.

   Igualmente, y de una vez por todas, debemos abandonar la inercia del bipartidismo reinante durante la Transición. No sé qué ocurrirá en un futuro, pero hoy  por hoy, tenemos un Parlamento muy atomizado en infinidad de grupos políticos, todos ellos igual de legítimos, a pesar del vicio mayoritario de nuestra ley electoral. Los partidos mayoritarios deberán aparcar definitivamente sus prejuicios contra otros partidos periféricos, que no son los clásicos grupos nacionalistas (PNV, CiU) a los que han recurrido alternativamente para formar mayorías. No caben medias tintas: o aceptamos el precioso mosaico que de la piel de toro armamos los que vivimos sobre ella, o hacemos de ella un cuartel, por encima de cuyas tapias resplandezcan los hermosos testículos del toro de Osborne...

   La verdad que, cuando puse título a este trabajo, mi intención era hacer unas reflexiones que tuvieran que ver con nuestra vida individual y personal, pues querámoslo o no, el COVID-19 nos obligará a efectuar importantes cambios. De ello se habrá dado perfecta cuenta el lector... Pero te lías a escribir, y la propia escritura te lleva por sus propios vericuetos, a veces, indeseados. Pero, en fin, quod scriptum, scriptum est...

   De todas maneras, aunque muchos ciudadanos no sean conscientes de ello, lo escrito arriba, y mucho más, conforma el marco en el que se desenvuelve nuestra vida cuotidiana. Así que cualquiera que sea el modelo de vida individual o familiar que hayamos elegido, éste siempre se verá afectado en un sentido u en otro. Sólo los indiferentes o los idiotas (en su etimología griega) se creerán lo contrario.

   Y en este tramo del artículo, supondría alargarlo demasiado subirse al púlpito de la moral o de la ética para dar consejos a ciudadanos adultos y libres, con desiguales circunstancias vitales de todo orden. Como serán esas circunstancias, transformadas en obstáculos, las que les obliguen a hacer lo contrario de lo apetecible, sólo me limitaré a rogar a los conciudadanos a vivir con más respeto a la Naturaleza y responsabilidad y solidaridad entre todos, en el convencimiento de que, aunque seamos individuos, formamos parte de una especie...

   Y aquí lo dejo...

 

 

   Manuel Vega Marín. Madrid, 23, Dicbre. 2020    www.solicitoopinar.blogspot.com.es

     

 

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