sábado, 11 de abril de 2020

,¿PACTOS?...., ¿QUÉ PACTOS?


   Hace unos días se levantó una especie de polvareda sobre repetir los Pactos de la Moncloa de 25 de Octubre de 1977. El miedo producido por la pandemia es libre, y cada uno pude ver ilusiones fantásticas que la realidad desmiente.  Pero, a juzgar por lo pronto que aquellas se han desvanecido, hace sospechar que sólo fuera una tormenta sahariana con la que el sistema quisiera ocultar la verdadera reforma que habrá de llevarse a cabo. No obstante, el Presidente Sánchez sigue (martes 7-4-20) invitando a todas las fuerzas políticas, “dispuestas a arrimar el hombro”, a una reunión con Presidentes autonómicos, Patronales y Sindicatos, y a repetir los Pactos del 77. He de suponer que lo que intenta con ello no es repetirlos miméticamente, sino dejar con el “culo al aire” a aquellos grupos políticos que excusen su asistencia. Pensando en positivo, quizá lo que se intente, al denominarlos “Pactos de la Moncloa”, es volver a un pasado idealizado, creyendo, como dice el adagio,  que cualquier hecho pasado fue mejor. También es verdad, que a lo que el Presidente Sánchez ha invitado hoy (9-4-20) a todas las fuerzas políticas que quieran “arrimar el hombro”, a los que presiden las CC.AA y a Patronal y Sindicatos, es a un pacto de reconstrucción económico y social, apoyado por Pablo Iglesias. También del contexto de su discurso se deduce que, para su efectividad tiene que ser a nivel europeo, por no decir mundial, ya que el conflicto que lo provoca, y que exige una solución, es de la misma amplitud. No está de más sacar a la luz aquellos pactos del 77, si al menos sirve para hacer un estudio histórico, objetivo y desmitificador  de lo que, realmente, supusieron aquellos acuerdos considerados prólogo de la Constitución de 1978. Semejante estudio cabría hacer de la “modélica” Transición.

   No es nuestra intención emprender tal investigación. Pero sí anotar algunos aciertos y carencias de aquellos “compromisos” preconstituyentes de los principales grupos políticos con representación parlamentaria. Sus más interesados promotores fueron Adolfo Suárez, apoyado por la UCD, ganador de las elecciones del 15 de Junio de ese mismo año 77 y Santiago Carrillo, que intentaba dar más relevancia al PCE. El profesor Enrique Fuentes Quintana, Ministro de Economía y Hacienda, fue el delegado del Presidente Suárez para tantear y aplacar la beligerancia de las fuerzas sindicales y patronales. Al final, de la necesidad se hizo virtud, pues, salvo algunos partidos o sindicatos, aquellos acuerdos salieron adelante.
   En realidad, lo que conocemos como Pactos de la Moncloa fueron dos acuerdos: 1) Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía, y 2) Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica u política. Evidentemente, se conoce y se habla más del primer acuerdo que del segundo. Pero tanto en uno, como en otro, además de tomar algunas medidas concretas urgentes sobresalen epígrafes de materias a ir desarrollando. Muchas se quedaron en el tintero de las buenas intenciones. Quiero destacar una gran carencia que, a día de hoy, sigue apolillando nuestra democracia, sin “soltar amarras” con el “atado y bien atado”. Me estoy refiero a la ausencia de un apartado, de los nueve que lo componen, precisamente, dedicado al programa de actuación jurídica. Nuestro sistema judicial es el que menos ha sufrido reformas de adaptación a la Democracia. Ningún juez de los tribunales de la dictadura fue removido de su “poltrona”. El propio Tribunal de Orden Público, muestra de la persecución política del franquismo, fue transformado en Audiencia Nacional, pasando como el rayo de luz atraviesa el cristal: sin romperlo ni mancharlo. Si no recuerdo mal, la misma ley por la que se abole uno, se crea el otro. El sistema de acceso a la judicatura sigue siendo tan anacrónico como entonces. No  es de extrañar que la derecha actual, siempre en contra de medidas socioeconómicas que favorezcan a la clase obrera, como las que está poniendo en práctica el Gobierno de coalición, no quieran tampoco debatir y reformar la “bicoca” que tienen en el actual Consejo Superior del Poder Judicial (CSPJ).  
   Quienes justifican otros Pactos de la Moncloa quizá lo hagan pensando que fueron la antesala de la Democracia y de la Constitución de 1978. Olvidan las elecciones generales de Junio de 1977 que muestran el compromiso por las libertades de todos los partidos políticos, así como el compromiso de llevar a cabo determinadas reformas fiscales y monetarias. Diez días antes fue aprobada la Ley de Amnistía, y días después se restaura la Generalitat con el regreso de Tarradellas. Asimismo olvidan que fueron sólo los grupos políticos, no todos, los que debatieron tales pactos, sin que los agentes sociales, patronales y sindicatos fuesen invitados. Sobre todo, se olvidan de lo más importante: que la lucha contra el franquismo y pro la democracia se fue ganando en la calle desde mucho tiempo antes.
   De los dos capítulos que conforman los pactos, se hizo hincapié, ¡cómo no!, en el económico y laboral, con gran perjuicio para la clase trabajadora, que vio recortados muchos de sus derechos conquistados y devaluados sus salarios. A partir de entonces esas pérdidas no han hecho más que incrementarse en las décadas sucesivas, primero por la conversión de los partidos socialdemócratas en socialliberales, luego por las políticas “thatcherianas y reagadianas”, la “Tercera vía” de Tony Blair, etc. etc....... La concesión del premio Nobel de economía en 1976 a Milton Friedman fue la señal del comienzo de la “revolución neoconservadora”, si bien con el golpe de Pinochet en 1973 los “Chicago bois” ya venían haciendo “de las suyas”...
   Es cierto que se pudo controlar la inflación que, por entonces rondaba el 26,5% y se mejoró la balanza de pagos en números rojos. Para conseguirlo se pactó una desaceleración monetaria con una devaluación de la peseta, y, sobre todo, una contención salarial; lo que produjo una caída de los salarios reales y un aumento de la tasa del desempleo. Realmente, como sucede siempre, las crisis capitalistas las sigue pagando la clase media y trabajadora. Aún estamos sufriendo la anchura de la grieta social de la crisis de 2008.
   No obstante la carencia, constatada arriba, de una reforma  del aparato judicial, para ser justos, deberemos apuntar algunos logros en el terreno de los derechos civiles y políticos: se reforzó la libertad de expresión, especialmente, la de prensa; se amplió el derecho de reunión y manifestación, consolidándose el de asociacionismo político. En el terreno de los derechos de la mujer, se despenalizó el adulterio y se legalizaron los anticonceptivos, con lo que ello conlleva de libertad sexual y laboral para las mujeres....
   Pero, a pesar de las buenas intenciones y del esfuerzo de los negociadores y de los avances conseguidos, los “mitificados” Pactos no pasaron de ser una puesta al día y una conditio sine qua non para que los países de nuestro entorno comenzaran a tenernos  en cuenta. Luego la Constitución supuso un afianzamiento de lo conseguido. Ello, sin embargo, no dejó de ser un pacto “local”, que nada tiene que ver con un cambio de régimen, ni mucho menos, con el cambio del sistema económico-productivo a nivel europeo y mundial, que con su “quejío” la Naturaleza nos está advirtiendo poner en práctica ante que sea tarde. Tenemos la suerte, a diferencia de otras pandemias o crisis mundiales anteriores, de contar con el conocimiento, los medios científicos y técnicos, no sólo para sobrellevarlo con el menor daño, sino para poder evitarlo en el futuro. Tenemos que tener muy presente que no es el coronavirus el causante de la actual crisis sanitaria-económica-social del sistema, sino que es el SALVAJISMO CON QUE ACTÚA EL SISTEMA la causa de su crisis.
   En estos días muchos son los autores autorizados profesionalmente, que están destacando las diferencias de contexto histórico y la multitud de medidas a ejecutar en el actual contexto. Ello me ahorra que, con su iteración, hiciera interminable este artículo. Así que me limitaré a compartir algunas reflexiones. Cuando me refiero al “sistema”, estoy aludiendo, lógicamente, al liberal-capitalista, que, desde hace casi tres siglos, se nos ha impuesto cual maná dogmatico venido del cielo, sin opción de ser susceptible de comparación con otras opciones. Por supuesto, no entraré en la clásica discusión capitalismo-socialismo-comunismo. Me conformaré con aludir a soluciones más prácticas y urgentes en estos momentos, sea cual sea su proveniencia, si bien no admitiré que una vez más un S.O.S., a costa de la clase trabajadora, venga a remediar los estropicios causados por la ideología económica dominante.
   Una primera medida urgente y práctica que los poderes dominantes tendrán que extraer de esta pandemia, es que sus desastrosos efectos pudieran compararse con los causados con una guerra nuclear. Deben convencerse que el ataque del coronavirus es una IIIª Guerra Mundial, esta vez, bacteriológica. Por tanto, las grandes sumas de dineros empleadas en la investigación y producción de sofisticados armamentos para una “guerra de las galaxias”, que nadie podría historiar, deberán dedicarlas al estudio e investigación, no tanto para defenderse de los ataques víricos y bacteriológicos tramados en laboratorios enemigos, como para prevenir y abastecernos de los elementos defensivos de otros inesperadas protestas de la Naturaleza. Lo ideal sería que toda la riqueza dirigida a la investigación técnico-científica, lo fuera con la sola intención de combatir la desigualdad y mejorar las condiciones de vida de todos los seres humanos.
   Igualmente, los Gobiernos democráticos deberán estar prevenidos para perseguir una forma más barata y moderna de hacer la guerra, que es el mal uso de la judicatura y del Derecho que algunos grupos políticos están poniendo en boga: la LawFare y la Fake News. Dos significantes ingleses que ocultan la carga destructiva de sus significados en castellano. De ahí mi exigencia de una reforma a fondo del sistema judicial.
   Otra lección que nos da esta crisis es recordarnos algo fundamental y básico, que el egoísmo y la avaricia del liberalismo individualista nos ha hecho olvidar: el zoón politikón que somos los hombres. Que sólo ayudándonos mutuamente podremos extraer con nuestro trabajo toda la riqueza que la Naturaleza nos ofrece. Sin negar otras formas de producir riqueza que las nuevas tecnologías aportan, hasta los grandes padres del liberalismo económico no dejaron de reconocer que la riqueza, básicamente, proviene de la tierra y del trabajo. Basta con leer los titulares de sus obras fundamentales. En aras del interés y del mercantilismo capitalistas se ha perdido de vista la dignidad del trabajo. Peor aún, se ha considerado que unos trabajos son más dignos que otros. Poniéndose de manifiesto en la amplitud de la tabla salarial y la enorme diferencia de salarios. Esta crisis sanitaria ha puesto de manifiesto que, para salvar vidas, son igual de necesarios los esfuerzos de los grandes científicos y personal sanitario, que, a riesgo de su salud, realizan los dependientes de comercios, repartidores, señoras de la limpieza, etc.
   Otra reflexión a que nos obliga el “bichito” es a priorizar el principio de soberanía del Estado en su más amplia extensión. Embriagados por los logros conseguidos por la libre iniciativa privada y confiados en la abundancia de artículos, mucho de ellos inútiles, ofrecida por la “milagrosa mano invisible que controla la eficiencia del Mercado”, los ultraliberales han pretendido hipócritamente ocultar su dependencia de aquél, convirtiéndolo en una institución meramente subsidiaria para sus beneficios e intereses. Su cultura, cegada por la avaricia, les lleva a no ver la aportación creativa del Liberalismo Ilustrado respecto de la existencia del Estado. Es el Estado quien no sólo simboliza lo público, sino que también protege y defiende a todos los ciudadanos. Es la institución que con su soberanía tiene la capacidad originaria y legal de crear la liquidez necesaria en situaciones como la presente, sin necesidad de entramparse con las entidades financieras privadas, o de trucar su soberanía convirtiéndose en prestatario de acreedores privados.
   Y topar con la deuda es como topar con la Iglesia, querido lector. Otro invento del que no es autor el neocapitalismo. La deuda es tan antigua como el mercado  y el trueque. Una forma de agradecer el favor de un amigo es diciéndole estoy en deuda contigo. Es una prestación contractual gratis saldable con la devolución de otro favor. Pero en ello vieron los avispados capitalistas una fuente casi inagotable no sólo de riqueza, sino también de poder. Sólo tuvieron que poner precio al favor que, pagado a futuro, valdrá más. En ese diferencial o interés radica el beneficio del prestamista. Y es esa conversión de una relación precontractual e informal en una obligación formal y concretada en dinero el origen de la riqueza y el poder del sistema capitalista. Cualquiera que esté devolviendo un préstamo a un banco, comprobará el poder de éste manifestada en la inexorabilidad de su exigencia de cobro. A mayor deuda del prestatario, mayor poder del acreedor. Así se comprenderá que una deuda insostenible, como la que tienen muchos países, convierte a su acreedor en omnipotente. Entra dentro de una lógica “maligna” que nadie que se sienta poderoso quiera “mutualizar” una deuda, de la que no se cree responsable. ¿No es esto lo que está ocurriendo con la actitud cicatera mostrada por la Unión Europea, especialmente los países más ricos? Aquí lo dejo. Sigan ustedes... Sólo insistir en que los cambios que a la salida de esta crisis habría que efectuar, no tienen nada que ver con aquellos Pactos de la Moncloa. Y me gustaría no estar de acuerdo con el profe Pérez Royo, cuando afirma (eldiari.es, 3-4-20) que estos pactos no están proyectados, como sus antecesores, para garantizar la gobernabilidad, sino para hacer fracasar la primera experiencia de un Gobierno de coalición progresista.

   Manuel Vega Marín. Madrid, 11, Abril, 2020  www.solicitoopinar.blogspot.com.es
  
   P.D. Aconsejo la lectura del libro Economía sin corbata de Y. Varoufakis. Ed. Destino.
            Asímismo, leer el artículo de Ángela Maestro, Pactos de la Moncloa: la gran estafa otra vez, no, en público.es de 10-4-20.


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