Hace unos días se levantó
una especie de polvareda sobre repetir
los Pactos de la Moncloa de 25 de Octubre de 1977. El miedo producido por la
pandemia es libre, y cada uno pude ver ilusiones fantásticas que la realidad
desmiente. Pero, a juzgar por lo pronto
que aquellas se han desvanecido, hace sospechar que sólo fuera una tormenta
sahariana con la que el sistema quisiera ocultar la verdadera reforma que habrá
de llevarse a cabo. No obstante, el Presidente Sánchez sigue (martes 7-4-20)
invitando a todas las fuerzas políticas, “dispuestas a arrimar el hombro”, a
una reunión con Presidentes autonómicos, Patronales y Sindicatos, y a repetir
los Pactos del 77. He de suponer que lo que intenta con ello no es repetirlos
miméticamente, sino dejar con el “culo al aire” a aquellos grupos políticos que
excusen su asistencia. Pensando en positivo, quizá lo que se intente, al denominarlos
“Pactos de la Moncloa”, es volver a un pasado idealizado, creyendo, como dice
el adagio, que cualquier hecho pasado fue mejor. También es verdad, que a lo que
el Presidente Sánchez ha invitado hoy (9-4-20) a todas las fuerzas políticas
que quieran “arrimar el hombro”, a los que presiden las CC.AA y a Patronal y
Sindicatos, es a un pacto de reconstrucción económico y social, apoyado por Pablo
Iglesias. También del contexto de su discurso se deduce que, para su
efectividad tiene que ser a nivel europeo, por no decir mundial, ya que el
conflicto que lo provoca, y que exige una solución, es de la misma amplitud. No
está de más sacar a la luz aquellos pactos del 77, si al menos sirve para hacer
un estudio histórico, objetivo y desmitificador
de lo que, realmente, supusieron aquellos acuerdos considerados prólogo
de la Constitución de 1978. Semejante estudio cabría hacer de la “modélica”
Transición.
No es nuestra intención emprender tal investigación. Pero sí anotar
algunos aciertos y carencias de aquellos “compromisos” preconstituyentes de los
principales grupos políticos con representación parlamentaria. Sus más
interesados promotores fueron Adolfo Suárez, apoyado por la UCD, ganador de las
elecciones del 15 de Junio de ese mismo año 77 y Santiago Carrillo, que
intentaba dar más relevancia al PCE. El profesor Enrique Fuentes Quintana,
Ministro de Economía y Hacienda, fue el delegado del Presidente Suárez para
tantear y aplacar la beligerancia de las fuerzas sindicales y patronales. Al
final, de la necesidad se hizo virtud, pues, salvo algunos partidos o
sindicatos, aquellos acuerdos salieron adelante.
En realidad, lo que conocemos como Pactos de la Moncloa fueron dos
acuerdos: 1) Acuerdo sobre el programa
de saneamiento y reforma de la economía, y 2) Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica u política.
Evidentemente, se conoce y se habla más del primer acuerdo que del segundo.
Pero tanto en uno, como en otro, además de tomar algunas medidas concretas
urgentes sobresalen epígrafes de materias a ir desarrollando. Muchas se
quedaron en el tintero de las buenas intenciones. Quiero destacar una gran
carencia que, a día de hoy, sigue apolillando nuestra democracia, sin “soltar
amarras” con el “atado y bien atado”. Me estoy refiero a la ausencia de un
apartado, de los nueve que lo componen, precisamente, dedicado al programa de actuación jurídica. Nuestro
sistema judicial es el que menos ha sufrido reformas de adaptación a la
Democracia. Ningún juez de los tribunales de la dictadura fue removido de su “poltrona”.
El propio Tribunal de Orden Público, muestra de la persecución política del
franquismo, fue transformado en Audiencia Nacional, pasando como el rayo de luz
atraviesa el cristal: sin romperlo ni mancharlo. Si no recuerdo mal, la misma
ley por la que se abole uno, se crea el otro. El sistema de acceso a la
judicatura sigue siendo tan anacrónico como entonces. No es de extrañar que la derecha actual, siempre
en contra de medidas socioeconómicas que favorezcan a la clase obrera, como las
que está poniendo en práctica el Gobierno de coalición, no quieran tampoco
debatir y reformar la “bicoca” que tienen en el actual Consejo Superior del
Poder Judicial (CSPJ).
Quienes justifican otros Pactos de la Moncloa quizá lo hagan pensando
que fueron la antesala de la Democracia y de la Constitución de 1978. Olvidan las
elecciones generales de Junio de 1977 que muestran el compromiso por las
libertades de todos los partidos políticos, así como el compromiso de llevar a
cabo determinadas reformas fiscales y monetarias. Diez días antes fue aprobada
la Ley de Amnistía, y días después se restaura la Generalitat con el regreso de
Tarradellas. Asimismo olvidan que fueron sólo los grupos políticos, no todos,
los que debatieron tales pactos, sin que los agentes sociales, patronales y
sindicatos fuesen invitados. Sobre todo, se olvidan de lo más importante: que la lucha contra el franquismo y pro la
democracia se fue ganando en la calle desde mucho tiempo antes.
De los dos capítulos que
conforman los pactos, se hizo
hincapié, ¡cómo no!, en el económico y laboral, con gran perjuicio para la
clase trabajadora, que vio recortados muchos de sus derechos conquistados y
devaluados sus salarios. A partir de entonces esas pérdidas no han hecho más
que incrementarse en las décadas sucesivas, primero por la conversión de los
partidos socialdemócratas en socialliberales, luego por las políticas
“thatcherianas y reagadianas”, la “Tercera vía” de Tony Blair, etc. etc.......
La concesión del premio Nobel de economía en 1976 a Milton Friedman fue la
señal del comienzo de la “revolución neoconservadora”, si bien con el golpe de
Pinochet en 1973 los “Chicago bois” ya venían haciendo “de las suyas”...
Es cierto que se pudo controlar la inflación que, por entonces rondaba
el 26,5% y se mejoró la balanza de pagos en números rojos. Para conseguirlo se
pactó una desaceleración monetaria con una devaluación de la peseta, y, sobre
todo, una contención salarial; lo que produjo una caída de los salarios reales
y un aumento de la tasa del desempleo. Realmente, como sucede siempre, las
crisis capitalistas las sigue pagando la clase media y trabajadora. Aún estamos
sufriendo la anchura de la grieta social de la crisis de 2008.
No obstante la carencia, constatada arriba, de una reforma del aparato judicial, para ser justos,
deberemos apuntar algunos logros en el terreno de los derechos civiles y
políticos: se reforzó la libertad de expresión, especialmente, la de prensa; se
amplió el derecho de reunión y manifestación, consolidándose el de asociacionismo
político. En el terreno de los derechos de la mujer, se despenalizó el
adulterio y se legalizaron los anticonceptivos, con lo que ello conlleva de
libertad sexual y laboral para las mujeres....
Pero, a pesar de las buenas intenciones y del esfuerzo de los
negociadores y de los avances conseguidos, los “mitificados” Pactos no pasaron
de ser una puesta al día y una conditio
sine qua non para que los países de nuestro entorno comenzaran a
tenernos en cuenta. Luego la
Constitución supuso un afianzamiento de lo conseguido. Ello, sin embargo, no
dejó de ser un pacto “local”, que nada tiene que ver con un cambio de régimen,
ni mucho menos, con el cambio del sistema económico-productivo a nivel europeo
y mundial, que con su “quejío” la Naturaleza nos está advirtiendo poner en
práctica ante que sea tarde. Tenemos la suerte, a diferencia de otras pandemias
o crisis mundiales anteriores, de contar con el conocimiento, los medios
científicos y técnicos, no sólo para sobrellevarlo con el menor daño, sino para
poder evitarlo en el futuro. Tenemos que tener muy presente que no es el coronavirus el causante de la
actual crisis sanitaria-económica-social del sistema, sino que es el SALVAJISMO
CON QUE ACTÚA EL SISTEMA la causa de su crisis.
En estos días muchos son los autores autorizados profesionalmente, que
están destacando las diferencias de contexto histórico y la multitud de medidas
a ejecutar en el actual contexto. Ello me ahorra que, con su iteración, hiciera
interminable este artículo. Así que me limitaré a compartir algunas
reflexiones. Cuando me refiero al “sistema”, estoy aludiendo, lógicamente, al
liberal-capitalista, que, desde hace casi tres siglos, se nos ha impuesto cual
maná dogmatico venido del cielo, sin opción de ser susceptible de comparación
con otras opciones. Por supuesto, no entraré en la clásica discusión
capitalismo-socialismo-comunismo. Me conformaré con aludir a soluciones más
prácticas y urgentes en estos momentos, sea cual sea su proveniencia, si bien
no admitiré que una vez más un S.O.S., a costa de la clase trabajadora, venga a
remediar los estropicios causados por la ideología económica dominante.
Una primera medida urgente y práctica que los poderes dominantes tendrán
que extraer de esta pandemia, es que sus desastrosos efectos pudieran
compararse con los causados con una guerra nuclear. Deben convencerse que el
ataque del coronavirus es una IIIª Guerra Mundial, esta vez, bacteriológica.
Por tanto, las grandes sumas de dineros empleadas en la investigación y
producción de sofisticados armamentos para una “guerra de las galaxias”, que
nadie podría historiar, deberán dedicarlas al estudio e investigación, no tanto
para defenderse de los ataques víricos y bacteriológicos tramados en
laboratorios enemigos, como para prevenir
y abastecernos de los elementos defensivos de otros inesperadas protestas
de la Naturaleza. Lo ideal sería que toda la riqueza dirigida a la
investigación técnico-científica, lo fuera con la sola intención de combatir la
desigualdad y mejorar las condiciones de vida de todos los seres humanos.
Igualmente, los Gobiernos democráticos deberán estar prevenidos para
perseguir una forma más barata y moderna de hacer la guerra, que es el mal uso
de la judicatura y del Derecho que algunos grupos políticos están poniendo en
boga: la LawFare y la Fake News. Dos significantes ingleses
que ocultan la carga destructiva de sus significados en castellano. De ahí mi
exigencia de una reforma a fondo del sistema judicial.
Otra lección que nos da esta crisis es recordarnos algo fundamental y
básico, que el egoísmo y la avaricia del liberalismo individualista nos ha
hecho olvidar: el zoón politikón que
somos los hombres. Que sólo ayudándonos mutuamente podremos extraer con nuestro
trabajo toda la riqueza que la Naturaleza nos ofrece. Sin negar otras formas de
producir riqueza que las nuevas tecnologías aportan, hasta los grandes padres
del liberalismo económico no dejaron de reconocer que la riqueza, básicamente,
proviene de la tierra y del trabajo. Basta con leer los titulares de sus obras
fundamentales. En aras del interés y del mercantilismo capitalistas se ha
perdido de vista la dignidad del
trabajo. Peor aún, se ha considerado que unos
trabajos son más dignos que otros. Poniéndose de manifiesto en la amplitud
de la tabla salarial y la enorme diferencia de salarios. Esta crisis sanitaria
ha puesto de manifiesto que, para salvar vidas, son igual de necesarios los
esfuerzos de los grandes científicos y personal sanitario, que, a riesgo de su
salud, realizan los dependientes de comercios, repartidores, señoras de la
limpieza, etc.
Otra reflexión a que nos obliga el “bichito” es a priorizar el principio
de soberanía del Estado en su más
amplia extensión. Embriagados por los logros conseguidos por la libre
iniciativa privada y confiados en la abundancia de artículos, mucho de ellos
inútiles, ofrecida por la “milagrosa mano invisible que controla la eficiencia
del Mercado”, los ultraliberales han pretendido hipócritamente ocultar su
dependencia de aquél, convirtiéndolo en una institución meramente subsidiaria
para sus beneficios e intereses. Su cultura, cegada por la avaricia, les lleva
a no ver la aportación creativa del Liberalismo Ilustrado respecto de la
existencia del Estado. Es el Estado quien no sólo simboliza lo público, sino que también protege y
defiende a todos los ciudadanos. Es la institución que con su soberanía tiene
la capacidad originaria y legal de crear la liquidez necesaria en situaciones
como la presente, sin necesidad de entramparse con las entidades financieras
privadas, o de trucar su soberanía convirtiéndose en prestatario de acreedores
privados.
Y topar con la deuda es como
topar con la Iglesia, querido lector. Otro invento del que no es autor el
neocapitalismo. La deuda es tan antigua como el mercado y el trueque. Una forma de agradecer el favor
de un amigo es diciéndole estoy en deuda
contigo. Es una prestación contractual gratis saldable con la devolución de
otro favor. Pero en ello vieron los avispados capitalistas una fuente casi
inagotable no sólo de riqueza, sino también de poder. Sólo tuvieron que poner
precio al favor que, pagado a futuro, valdrá más. En ese diferencial o interés
radica el beneficio del prestamista. Y es esa conversión de una relación
precontractual e informal en una obligación formal y concretada en dinero el
origen de la riqueza y el poder del sistema capitalista. Cualquiera que esté
devolviendo un préstamo a un banco, comprobará el poder de éste manifestada en
la inexorabilidad de su exigencia de cobro. A mayor deuda del prestatario,
mayor poder del acreedor. Así se comprenderá que una deuda insostenible, como
la que tienen muchos países, convierte a su acreedor en omnipotente. Entra
dentro de una lógica “maligna” que nadie que se sienta poderoso quiera “mutualizar” una deuda, de la que no se cree responsable. ¿No es esto lo que
está ocurriendo con la actitud cicatera mostrada por la Unión Europea,
especialmente los países más ricos? Aquí lo dejo. Sigan ustedes... Sólo
insistir en que los cambios que a la salida de esta crisis habría que efectuar,
no tienen nada que ver con aquellos Pactos de la Moncloa. Y me gustaría no
estar de acuerdo con el profe Pérez Royo, cuando afirma (eldiari.es, 3-4-20)
que estos pactos no están proyectados, como sus antecesores, para garantizar la
gobernabilidad, sino para hacer fracasar la primera experiencia de un Gobierno
de coalición progresista.
P.D. Aconsejo la lectura del libro Economía
sin corbata de Y. Varoufakis. Ed. Destino.
Asímismo, leer el artículo de
Ángela Maestro, Pactos de la Moncloa: la
gran estafa otra vez, no, en público.es de 10-4-20.
No hay comentarios:
Publicar un comentario