Desde que nacieron las sociedades
de mercado, hemos destruido dos tercios de todos los bosques del planeta, hemos
propiciado la lluvia ácida que ha envenenado los lagos, hemos drenado
completamente los ríos, hemos aumentado la acidez de los océanos, hemos
erosionado la tierra, hemos hecho desaparecer animales y plantas, hasta tal
punto que el equilibrio de nuestra biosfera, que es nuestro único refugio, se
ha visto alterado.
Este escalofriante párrafo lo escribió Yanis VAROUFAKIS en 2013 en su
primera edición en griego. Fue traducido y editado en 2015 por Planeta
(Destino) con el título ECONOMÍA SIN
CORBATA.
A través de un ameno texto, el economista, profesor y humanista heleno
se propone, en conversación con su hija adolescente,
explicar a todos los jóvenes de su edad los “enigmáticos vericuetos” de la
Economía. Dice Varoufakis que, si no
puedes explicar las grandes cuestiones económicas de forma que los jóvenes las
puedan entender, es que ni tú mismo las entiendes. Y, la verdad es que lo
logra. Por eso, desde que el librito cayó en mis manos, su lectura me duró lo
que un güisqui. También desde entonces se lo aconsejo a los padres y amigos y
exijo su uso como libro de texto y de consulta en E.S.O.
Tanto me impactó su sabiduría (sophia)
y su personalidad humanista, que leo todo lo que de él me llega; he “colgado”
en mi blog varios artículos sobre
algunas de sus ideas, y hasta me atreví, no sé si con acierto, a
escribir un libro, La Unión Europea según
Y. Varoufakis (Amazón), después de observar su actitud como Ministro de
Syriza y negociador en la UE.
Desde luego, no es que haya sido solamente el economista griego quien
nos advirtiera de los trastornos que nos ocasiona la pandemia actual; ya otros
afamados biólogos y científicos desde sus respectivas especialidades, alertaron
de lo que se nos avecinaba si seguíamos desoyendo los quejidos de la
Naturaleza. El estudio de lo ocurrido en las gripes de los últimos años (A de
2009, el MERS de 2012) ha evidenciado que la eliminación de determinados
hábitats favorece la zoonosis, esto es, el salto de un agente patógeno entre
especies. La des trucción de un ecosistema rompe el equilibrio que actúa de
muro de contención en el tráfico de los agentes infecciosos. Por último,
transcribiré lo que respecto del COVID-19 dice la asociación de Ecologistas en
Acción: Un ecosistema sano supone una
barrera natural de control de patógenos, y su destrucción nos expone a peligros
inciertos.
Pero mi simpatía por Varoufakis y por la
sencillez con que explica tesis económicas ya antiguas, me han provocado que
asocie las nefastas vicisitudes que estamos padeciendo estos días con lo
expuesto en el capítulo siete, ¿Virus
idiota?, de su obra citada.
Quizá nuestra civilización judeocristiana, sintetizada en la narración bíblica
de la creación, y aquello de seréis como
dioses, ha hecho creer al hombre que su razón le faculta a ser el único
mamífero con licencia para “saltarse” sin límite las normas de sus entornos
naturales en su lucha por la supervivencia. Todo lo contrario de cómo actúan
otros seres vivos. Esa soberbia de la razón y la avaricia de la voluntad,
siguiendo con un el lenguaje simbólico, le hizo despreciar los bienes que la
Naturaleza le ofrecía gratuitamente, para añadirles un plus, que, al
intercambiarlos con sus semejantes, le proporcionase un beneficio agregado. En
términos económicos modernos, es lo que llamaríamos dar o sustituir el “valor
de uso” de los bienes –valor experiencial lo llama Varoufakis- por el “valor de
cambio”. Es la Teoría del valor que tan estupendamente desarrolló C. Marx en El Capital. Es el afán del capitalismo
de convertirlo todo en “mercancía”. Es entonces cuando aparece la “sociedad de mercado”. Es
este tipo de sociedad, con la victoria
absoluta de los valores de cambio la que, según Varoufakis, ha puesto al planeta Tierra en la senda de
un colapso ecológico... La sociedad de mercado nos ha convertido en idiotas (en individuos que se
desentienden de lo público, según los griegos antiguos), en estúpidos virus que matan el planeta en el que viven.
Es la prevalencia del interés privado sobre el beneficio colectivo, la
privatización de la tierra y de otros grandes medios de producción y la
mercalización de todo, así como de otros valores impuestos por el
neoliberalismo económico, quienes están encaminando a nuestro Planeta Azul a la
catástrofe.
Así pues, que si queremos parar ese enloquecido rumbo, y dejar de “hacer
el idiota”, tendremos que, entre todos, encontrar una manera más inteligente de
decidir, al menos en los que nos afecta a todos, de manera más colectiva y
dejar de mirar sólo por los intereses egoístas y particulares.
Y no es que no se puedan compaginar los sanos intereses particulares con
los de todos. Eso sí, tendremos que cambiar nuestra jerarquía de valores
individuales y colectivos. Lo cual será muy difícil, por no decir imposible, si
algunos sectores sociales persisten en contar solamente con la acción del
Estado cuando sus egoístas intereses están en peligro. De hecho, es una gran
contradicción que, en estos precisos momentos, en que todos nos jugamos la
salud o la vida, gran parte de grupos políticos e instituciones patronales,
están anteponiendo sus intereses políticos y económicos. Se les llena la boca
con la palabra democracia, cuando, en realidad, están aprovechando esos
momentos delicadísimos, para tumbar a un Gobierno recién salido de las urnas,
que, aún con errores, está dando la cara y aportando soluciones, que ellos
mismos han sido incapaces de prevenir cuando gobernaban, y que, estoy seguro,
que volverán a repetir las mismas conductas cuando vuelvan a gobernar. No entro
a juzgar el desastre que ocurre en algunas CC.AA. en las que gobiernan.
Estoy con la conclusión de
Varoufakis, de que la mejor solución es la Democracia, en la que el Estado
intervenga arbitrando normas estrictas, controladas por todos y transparentes,
cuyo complimiento, civilizadamente, todos los ciudadanos nos comprometamos a
cumplir.
Y termino con palabras de Varoufakis a su pupila: El hecho de que nuestras democracias sean imperfectas o corruptas, a
veces hasta un nivel repulsivo, y que permitan que se cometan crímenes a costa
de las personas débiles y de nuestro frágil entorno, no refuta el hecho de que
la democracia siga siendo nuestra única oportunidad para que no nos convirtamos
en estúpidos sobre el planeta Tierra.
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