martes, 8 de octubre de 2019

LA DEMOCRACIA, SI NO SE DESARROLLA, SE “ENQUISTA”


   La democracia es un proceso que, si no se desarrolla, como ocurre en todo proceso, no sólo se estanca, sino que se enquista. Para que un sistema político pueda considerarse “democrático” no es suficiente que goce de una Constitución y de Leyes, sino que se precisa que ese corpus legale goce de vida y sea útil para solucionar tanto los grandes problemas de Estado, como los cotidianos que padecen los ciudadanos. Curiosa y contradictoriamente, el conjunto de leyes fundamentales y principios ideológicos que sostenían la “democracia orgánica” franquista, fueron declarados principios “inmutables” del Movimiento Nacional.

   El magistrado emérito del Supremo, Martín Pallín, afirma que la democracia no consiste en una, más o menos bella y armónica estructura literaria de los equilibrios y contrapesos, entre los tres poderes del Estado. Su esencia radica fundamentalmente en el respeto a los derechos y libertades de los ciudadanos, que constituyen el núcleo duro de la Constitución, integrados también ahora por los derechos económicos, sociales y culturales (“La democracia española una bella fachada”, eldiario.es de 5-10-19:). Sus sabias consideraciones me han recordado dos artículos “colgados” en mi blog, solicitoopinar.blogspot.com.es, en Mayo de 2018 y Marzo de 2019, ¿Tengo que aceptar que España es un país democrático? y Una Constitución y unas leyes no garantizan, per se, la Democracia, respectivamente, cuyos contenidos y hechos referidos guardan un cierto paralelismo.
   Efectivamente, la Constitución y el resto de leyes son normas, cuyos mandatos obligan a ser cumplidos por todos los ciudadanos, y no ser meros elementos decorativos de nuestra convivencia democrática. Como son tantos los incumplimientos y tantas las normas no cumplidas por los máximos obligados a ello, el lector comprenderá que sólo me refiera a algunos con mayor o menor relevancia en función de los afectados. Un gran problema de fondo que los cuarenta años de democracia no ha sabido despejar es el trato dado a la República, a su Constitución y a los cambios que sus leyes progresistas insuflaron a la sociedad, a pesar del poco tiempo que estuvieron vigentes. La larga sombra de la guerra civil y la dictadura franquista sigue oscureciéndolos, sin que la “ejemplar” Transición haya evitado que hoy se blanqueen, por el contrario, el fascismo contenido en muchos de los eslóganes y propuestas de Vox. Corolario de lo anterior es que una decisión tomada por un Parlamento democrático el 13-9-2018, de exhumar  la momia del dictador de Cuelgamuros, aún no haya podido ejecutarse debido a los obstáculos de todo tipo que la familia y diferentes “personajillos” de los diferentes estamentos, jurídicos, políticos, económicos o religiosos, vienen poniendo. Igual “parsimonia” se emplea para cumplir con la ley de Memoria Histórica, aprobada en la legislatura de Zapatero, y que Rajoy se ufanaba en no cumplirla, no dotándola económicamente.
   Hace pocos días, el uno de octubre, se ha cumplido el segundo aniversario de lo que el profesor Pérez Royo considera un ejercicio excepcional del derecho de manifestación con el formato de referéndum (“Segundo aniversario”, eldiario.es 1-X-17). Pues bien, después de la aplicación del art.155 CE a la Generalitat catalana y de varias elecciones, autonómicas, municipales, europeas y las generales de 28-A, además de la convocada repetición para el 10 de noviembre próximo, éstas sólo han servido de “río revuelto”, en el que han pescado votos los partidos anticatalanistas o “españolistas”. Pero que, sin embargo, el problema político de fondo y de integración territorial, no sólo se ha complicado jurídicamente por dejación de responsabilidad y falta valentía de determinados políticos, sino que también va a cumplirse dos años de prisión provisional o de exilio de líderes políticos que encabezaron el procès, a los que la sentencia del Supremo, a punto de dictarse, seguramente se los prolongará. Desde la famosa sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán se viene dando una continua interferencia entre los tres poderes clásicos de un estado democrático. Injerencias que se incrementan desde las decisiones de la Fiscalía General, pasando por la estrambótica instrucción del magistrado Llarena, el criticado discurso del Rey de 3 de octubre, hasta desembocar en el farragoso juicio en el Tribunal Supremo, cuya esperada sentencia, aún concediéndole coherencia jurídica, no solucionará, ni mucho menos conciliará la tensión que existe entre el Derecho y la Política iniciada el uno de octubre de 2017. Siendo un problema político, la solución al mismo tendrá que venir de la mano de la Política. Y no parece que con sólo repetir elecciones el conflicto quedará resuelto desde una perspectiva política. Tanto los  soberanistas, como el Gobierno central del Psoe y otras fuerzas de izquierda, saben que la solución al problema es el diálogo hasta alcanzar un acuerdo para un referéndum vinculante, en el que los afectados puedan decidir libremente. Pero mientras el conflicto catalán siga siendo una fuente de votos para los partidos españolistas, incluida una parte del Psoe,  y el miedo a ser tachado por éstos de venderse al independentismo, con sólo nombrar la palabra relator, es suficiente para frustrar cualquier intento de diálogo entre ministros y concellers.
   No podemos esperar, como parece ser que hace Pedro Sánchez, un nuevo bipartidismo que de estabilidad al Gobierno. Eso sería una vuelta a un pasado añorado por ciertos “poderes fácticos” recalcitrantes. Es casi imposible que, sin cambiar el sistema electoral vigente, y dada la variedad de partidos contendientes, alguno pueda conseguir una mayoría parlamentaria suficiente que garantice la estabilidad necesaria a todo poder, sin alcanzar pactos de gobierno o programático con otras fuerzas afines. La historia de la aritmética parlamentaria nos enseña que, salvo en las mayorías absolutas, por debajo de los 156 escaños es casi impensable una investidura con gobierno estable. Con 123 escaños del PP en 2015 o del Psoe en 2019 sólo se produjo la falsa y corta investidura de Rajoy en 2016 con 137 escaños. Sí nos fiamos de los cálculos hechos por Pérez Royo, y pensando en una opción de izquierdas (si al Psoe se le puede considerar así), el Psoe tendría que obtener mínimo 160, a condición de que las derechas no obtuvieran más. Pero no sería razonable pensar que, tal como están las cosas el partido de Sánchez pudiera alcanzar tal número de diputados, sin, prácticamente, engullirse a Podemos y a otros grupos de izquierda.  
   Pero mientras que el Psoe siga aceptando y administrando las políticas económicas neoliberales impuestas por las élites españolas y europeas, difícilmente en España habrá un gobierno de coalición de izquierdas con Unidas Podemos. Y por más que los problemas aludidos anteriormente sean importantes y de urgente solución, sólo servirán de cortina de humo que oculte otros problemas que afectan más directa y cotidianamente a los ciudadanos de clase media y trabajadora. Nos referimos, como dicen en UP,  a los problemas del comer. A la crisis socioeconómica que seguimos padeciendo, fruto de esas políticas ultraliberales, tenemos que sumar las falsas e ineficaces soluciones: reformas laborales, austericidio y medidas fiscales regresivas, que no son más que pretextos que, a la vez que fomentan las desigualdades entre las clases sociales, causan enriquecimiento en las élites del poder. Todas esas medidas ultraliberales, que se quieren hacer pasar por económico-técnicas, son decisiones políticas, aplicadas por los sucesivos gobiernos del Psoe y PP, causantes de la considerable reducción de las conquistas de derechos obtenidos antes de la Gran Recesión. Como señala el profesor Vicenç Navarro, el objetivo principal de tales políticas neoliberales era precisamente la reducción del poder del mundo del trabajo en beneficio del mundo del capital y de las rentas superiores (“Por qué es esencial que las izquierdas desanimadas voten”, público.es de 7-X-19).
   La otra crisis, aunque no nueva, que el emérito Navarro menciona en el artículo mencionado, es la crisis climática. El consumismo salvaje impuesto por el capitalismo ultraliberal y los poderes dominantes de los mercados, junto con los monopolios y oligopolios de las energías básicas, no sólo miran por sus beneficios antes que de la salud del Planeta, sino que, además, los primeros damnificados, como siempre, serán las capas populares. Si los gobiernos de los Estados no hacen frente a ese tipo de decisiones empresariales, estando sus miembros más interesados en jubilarse en los consejos de administración de las grandes empresas energéticas, vía “puertas giratorias”, como ocurre en España, más pronto que tarde, los problemas acumulados no tendrán solución. Es claro, pues, la necesidad un giro de 180º en las políticas económicas y medioambientales. Las derechas no harán tan radical cambio en las políticas actuales, identificados como están sus intereses con los del mundo financiero. Ni siquiera serán suficientes, salvo que el Psoe recupere su vocación socialdemócrata transformadora, gobiernos de coalición de izquierdas aglutinados sólo por químicas o afectos afines. El aglutinador no puede ser otro que un compromiso de firmes principios, con los que llevar a cabo cambios sustanciales en nuestro sistema socioliberal.
   El electorado, especialmente el que vota izquierda, debiera hacer oídos sordos a los cantos de sirenas, que desde los medios de comunicación, y con el pretexto del cansancio electoral, no hacen más que emitir y fomentar interesadamente la abstención. Pero nunca mejor circunstancia que la actual para que las clases populares se conciencien del valor de su voto para cambiar este país, y recordar de sus mayores que sólo superando obstáculos, tendrán valor duradero y estable las transformaciones de las políticas socieconómicas, culturales y medioambientales...
   Así que ¡CIUDADANOS Y COMPAÑEROS, TODOS A VOTAR  el 10 de Noviembre! ¡SÍ SE PUEDE!


   Manuel Vega Marín. Madrid, 8, Octubre, 2019   www.solicitoopinar.blogspot.com.es


  
  

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