jueves, 17 de noviembre de 2016

EL TERREMOTO POLÍTICO DE LA ELECCIÓN DE TRUMP



   Prácticamente, sobre este tema está casi todo dicho. Los medios de comunicación españoles, para no hablar, como siempre, de los problemas que acucian a los ciudadanos de esta piel de toro, han resaltado hasta lo inverosímil las extravagancias mitinescas de este aspirante a la Casa Blanca. La interinidad del gobierno de Rajoy, con sus portavoces y medios aliados, ha facilitado que este país se haya convertido en el show del Gran Hermano. Sin embargo, todo ese despliegue de actores y de medios, que han apostado por la derrota de Trump, jamás reconocerán que, aparte de otros, han sido ellos los primeros derrotados.

   El principal derrotado, lógicamente, ha sido el otro contendiente, Hillary Clinton, que representaba al establishment burocrático que administra el mundo de las finanzas y Wall Street. Pero esa derrota sólo es aparente, pues el ganador pertenece, y no va a dejar de formar parte, a ese establishment elitista. Así que su “colega” Warren Buffet podrá seguir manteniendo con la misma sorna su famosa frese, efectivamente hay una guerra de clases y los de a mía están ganando por goleada. Y la victoria de esa clase ha sido un intento más de acabar con la otra clase, la “clase obrera”. Desde que Marx elevó a categoría sociopolítica este hecho empírico, atribuyendo a aquélla el liderazgo en la transformación socialista de la sociedad y el Estado, no han cejado los intentos que, desde diferentes frentes, incluidos los modernos socialdemócratas y socialiberales –tanto monta-, han tratado de alzarse con la victoria final. Cierto es que en esa larga lucha no han faltado los vaivenes de los que han salido perjudicados los más débiles. Ello quizá se deba a que las organizaciones sindicales y los partidos socialdemócratas, que nacieron para organizar y alentar la lucha de la clase trabajadora, engolosinados también por el reparto de los beneficios financieros, han querido participar del festín, aunque sólo fuera por recoger la migajas caídas del gran mantel.
   Pero no nos confundamos; que gran número de obreros hayan cambiado el “mono” por la corbata, y que ese cambio haya supuesto una mejor retribución (Estado de bienestar) y una ampliación del cupo (modernas clases medias), no elimina el hecho objetivo sobre el que se fundamenta aquélla “categoría”: la explotación de la fuerza de trabajo por el “patrón clásico” o por el “patrón capital”. Cosa muy distinta es que las mejoras cuantitativas y económicas hayan hecho olvidar a muchos trabajadores la conciencia de su pertenencia a esa clase, o  que otros muchos ni siquiera la hayan alcanzado. Pero este fenómeno no es nuevo; ya lo decía Carlos Marx: que lo importante  no es formar parte de esa clase, sino tener conciencia de su pertenencia a ella. Hasta en el sistema capitalista actual los accionistas de las grandes corporaciones empresariales han perdido la conciencia de su propiedad sobre éstas; sólo son conscientes de su cartera de acciones depositadas en entidades bancarias, cuya rentabilidad depende de ejecutivos profesionales, más interesados por sus enormes honorarios y comisiones. Estos también venden su fuerza de trabajo, aunque a más elevado precio…
   Estoy, pues, muy de acuerdo con el profesor Vicenc Navarro, cuando en su estupendo análisis de lo ocurrido en EE.UU https://goo.gl/KX1YWA defiende y reivindica la clase social como categoría sociopolítica, y  achaca a su renuncia la derrota de Hillary Clinton y de su partido en las elecciones del 8 de Noviembre. De esa renuncia, pienso, también habría que responsabilizar a la socialdemocracia por su continuada decadencia y la desconfianza que los trabajadores depositan en ella. Para tal resultado electoral no mereció la pena todo el esfuerzo que el establishment y las élites financiero-mediáticas concentraron para que Bernie SANDERS abandonara en primarias en favor de Hillary. Sanders, como dice Navarro, sin complejos siempre defendió loa intereses de la clase trabajadora… y a la juventud del país. Como también me traen a la memoria otros datos del profesor, buen conocedor y partícipe de campañas anteriores, el Partido Demócrata se olvidó del movimiento Arco Iris, capitaneado en 1988 por el reverendo negro Jesse JACKSON, discípulo de Martin L. KING, que tenía claro que lo que forma la conciencia obrera no es su color de piel, origen o sexo, sino su estatus de obrero. Y así lo manifestó en la ciudad industrial de Baltimore, ante la pregunta de cómo conseguiría el voto del obrero blanco, respondió tajantemente: haciéndole ver que tiene más en común con el obrero negro, por ser los dos obreros, que con su empresario por ser blanco.
   Con ese programa el reverendo Jackson consiguió en la Convención de Atlanta casi la mitad de los delegados. De manera que el entonces Gobernador del Estado de Arkansas, esposo de Hillary, cuando se presentó a las presidenciales de 1992, asumiera el programa de Jackson, especialmente el Programa Nacional de Salud. Pero a la hora de decidir quién debería gestionarlo, la Sra. Clinton, líder a tal efecto en la comisión de trabajo, optó por la potente empresa privada que copa el 19 % del PIB. Política mantenida con el “Obamacare”. ¡De aquellos polvos, estos lodos!
   Quizá pueda parecer que la defensa de la categoría de clase se contrapone a la estrategia de “transversalidad” adoptada en nuestro país por PODEMOS,  Pero esa contradicción es sólo aparente, porque, entiendo que la idea de transversalidad se sitúa a otro nivel más amplio, que, además de incluir la toponimia “izquierda-derecha”, comprehende a los movimientos “obreristas” en los que se ha movido la izquierda clásica, otros movimientos no existentes anteriormente, y que tienen mucho más que ver con las necesidades sociales, laborales, económicas, etc., que afectan e inquietan a más amplias capas sociales, muy perjudicadas por las políticas ultraliberales imperantes. La división y segregación que dichas políticas vienen causando con la acumulación de riqueza en pocas manos y su desigual e injusta distribución de los beneficios generados por todos los ciudadanos, dan razón de la victoria de Donald Trump, otorgada con el voto de ciudadanos, que antes de tener en cuenta las calenturientas soflamas de un demagogo enclasado en el sistema, o de mirarse el color de su piel, sexo u origen étnico, han votado mirando sus frigoríficos vacíos, sus inseguros puestos de trabajo y el incierto porvenir de sus hijos, más que preguntándose por los futuros y lejanos beneficios, impalpables para ellos, de la “globalización”, de tratados internacionales o del cambio climático. En definitiva, ante el desamparo y la pérdida de derechos con que los administradores del actual sistema les han venido castigando, han buscado refugio en las promesas renacionalizadoras y aparentemente neokeynesianas de este ilusionista del sueño americano…
   Resulta vergonzante, por otra parte, que tantos titulares, de tantos análisis y de tantas tertulias, se haya examinado escasamente una comparativa con lo que ocurre en España. Todos los medios han resaltado la extrañeza del triunfo de Trump en un país modelo de un sistema democrático maduro. Se extrañan estos “parlanchines” de que en ese país, donde sólo votan los que previamente se inscriben en el censo, que, en el mejor de los casos, no supera el 52% de los que pueden hacerlo, a Trump le hayan votado casi 60 millones de estadounidenses. Sin embargo, no se escandalizan de que con algo más de 8 millones de votantes, una proporción inferior respecto de uno y otro censo electoral, gobierne nuevamente el PP de Rajoy, con una mochila repleta de recortes ineficientes, nepotismo, de corrupción estructural y de promesas incumplidas, etc. ¿Son suficientes esos datos numéricos para deducir que todos los votantes de Trump son blancos, latinos, mujeres o fascistas? ¿Facultan para pensar que los que han votado a Rajoy son militantes del PP o están de acuerdo con su pesada mochila? Más bien habrá que pensar en otras razones más complejas, que son las hacen que, cuando los ciudadanos se plantean su voto, no lo hagan robóticamente. Por tanto, un poquito de más seriedad a la hora de analizar los resultados electorales…
   Me ahorraré entrar en un análisis crítico y pormenorizado de las burradas y contradicciones manifiestas en los discursos mitinescos que han llevado al televisivo showman a la presidencia del país más poderoso del mundo. No hay por qué extrañarse, si tenemos en cuenta que ya tuvo un modelo al que imitar. Me refiero al actor del Western Donald Reagan. Habrá que esperar y hacer caso del dicho por sus hechos los conoceréis… Me dispensa de ese trabajo la magnífica síntesis que Joaquín Estefanía hace en su columna en El País de hoy, 13-XI-16. https://goo.gl/Me7eav  
   Salvando las distancias, y evitando comparar miméticamente lo ocurrido en EE.UU con lo que ocurre en España, existen elementos comunes como para que las cadenas de TV y los titulares de cierta prensa –excepción hecha de algunos articulistas-, se hayan limitado, ¡cómo no!, a asemejar el fenómeno Trump con PODEMOS. Ello indica el nivel intelectual de muchos editorialistas, y lo irrisorio que resultaría, si no fuera por lo preocupante, que tal tipo de análisis lo hayan hecho políticos como A. Rivera o Susana Díaz, etc… Yo no tengo suficientes elementos para poder dictaminar que Trump sea un “populista” o un fascista, pero sí indicios extraídos de sus propios mítines, para afirmar que es un “de-ma-go-go”, ajustándome a la etimología griega, y que nuestra RAE traduce acertadamente como práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. En esto estoy muy de acuerdo con el formidable artículo, Españoleando a Trump,  de Jesús Maraña, sobre todo en los puntos 1 y 7, https://goo.gl/JRtHJe. Igualmente, para no hacer muy largo este trabajo, remito a los interesados a los artículos de V. Navarro (anteriormente citado), al titulado por C. Fernández Liria No es Madrid, es Europa https://goo.gl/QUVGzX o al de Tiempos difíciles para la izquierda, de Carlos Elordi https://goo.gl/Bb4aUE. Para otra ocasión dejo escribir mi propio análisis. Con lo dicho, el lector puede adivinar por donde “irán los tiros”.
   Y termino con las palabras que termina J. Maraña: No se puede españolizar el fenómeno Trump sin asumir que ha dejado en ridículo al ecosistema mediático supuestamente más poderoso… Durante décadas, la prepotencia desde los medios de comunicación de masas se atenía a aquella definición de Chesterton: “El periodismo consiste esencialmente en contar que ‘lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”. Hace ya demasiado tiempo que el periodismo debería intentar, al menos, no ser el último en enterarse de que lord Jones ya no existe.

   Manuel Vega Marín. Madrid, 15-XI-2016  www.solicitoopinar.blogspot.com.es                                                                                                                                                               

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