Prácticamente, sobre este tema está casi todo dicho. Los medios de
comunicación españoles, para no hablar, como siempre, de los problemas que
acucian a los ciudadanos de esta piel de toro, han resaltado hasta lo inverosímil
las extravagancias mitinescas de este aspirante a la Casa Blanca. La
interinidad del gobierno de Rajoy, con sus portavoces y medios aliados, ha
facilitado que este país se haya convertido en el show del Gran Hermano. Sin embargo, todo ese despliegue de actores
y de medios, que han apostado por la derrota de Trump, jamás reconocerán que,
aparte de otros, han sido ellos los primeros derrotados.
El principal derrotado, lógicamente, ha sido el otro contendiente,
Hillary Clinton, que representaba al establishment
burocrático que administra el mundo de las finanzas y Wall Street. Pero esa
derrota sólo es aparente, pues el ganador pertenece, y no va a dejar de formar
parte, a ese establishment elitista.
Así que su “colega” Warren Buffet podrá seguir manteniendo con la misma sorna
su famosa frese, efectivamente hay una
guerra de clases y los de a mía están ganando por goleada. Y la victoria de
esa clase ha sido un intento más de acabar con la otra clase, la “clase
obrera”. Desde que Marx elevó a categoría sociopolítica este hecho empírico, atribuyendo
a aquélla el liderazgo en la transformación socialista de la sociedad y el
Estado, no han cejado los intentos que, desde diferentes frentes, incluidos los
modernos socialdemócratas y socialiberales –tanto monta-, han tratado de
alzarse con la victoria final. Cierto es que en esa larga lucha no han faltado
los vaivenes de los que han salido perjudicados los más débiles. Ello quizá se
deba a que las organizaciones sindicales y los partidos socialdemócratas, que
nacieron para organizar y alentar la lucha de la clase trabajadora,
engolosinados también por el reparto de los beneficios financieros, han querido
participar del festín, aunque sólo fuera por recoger la migajas caídas del gran
mantel.
Pero no nos confundamos; que gran número de obreros hayan cambiado el
“mono” por la corbata, y que ese cambio haya supuesto una mejor retribución
(Estado de bienestar) y una ampliación del cupo (modernas clases medias), no
elimina el hecho objetivo sobre el que se fundamenta aquélla “categoría”: la
explotación de la fuerza de trabajo por el “patrón clásico” o por el “patrón
capital”. Cosa muy distinta es que las mejoras cuantitativas y económicas hayan
hecho olvidar a muchos trabajadores la conciencia de su pertenencia a esa
clase, o que otros muchos ni siquiera la
hayan alcanzado. Pero este fenómeno no es nuevo; ya lo decía Carlos Marx: que
lo importante no es formar parte de esa
clase, sino tener conciencia de su pertenencia a ella. Hasta en el sistema
capitalista actual los accionistas de las grandes corporaciones empresariales
han perdido la conciencia de su propiedad sobre éstas; sólo son conscientes de
su cartera de acciones depositadas en entidades bancarias, cuya rentabilidad
depende de ejecutivos profesionales, más interesados por sus enormes honorarios
y comisiones. Estos también venden su fuerza de trabajo, aunque a más elevado
precio…
Estoy, pues, muy de acuerdo con el profesor Vicenc Navarro, cuando en su
estupendo análisis de lo ocurrido en EE.UU https://goo.gl/KX1YWA
defiende y reivindica la clase social
como categoría sociopolítica, y
achaca a su renuncia la derrota de Hillary Clinton y de su partido en
las elecciones del 8 de Noviembre. De esa renuncia, pienso, también habría que
responsabilizar a la socialdemocracia por su continuada decadencia y la
desconfianza que los trabajadores depositan en ella. Para tal resultado
electoral no mereció la pena todo el esfuerzo que el establishment y las élites financiero-mediáticas concentraron para
que Bernie SANDERS abandonara en primarias en favor de Hillary. Sanders, como
dice Navarro, sin complejos siempre
defendió loa intereses de la clase trabajadora… y a la juventud del país.
Como también me traen a la memoria otros datos del profesor, buen conocedor y
partícipe de campañas anteriores, el Partido Demócrata se olvidó del movimiento
Arco Iris, capitaneado en 1988 por el reverendo negro Jesse JACKSON, discípulo
de Martin L. KING, que tenía claro que lo que forma la conciencia obrera no es
su color de piel, origen o sexo, sino su estatus de obrero. Y así lo manifestó
en la ciudad industrial de Baltimore, ante la pregunta de cómo conseguiría el
voto del obrero blanco, respondió tajantemente: haciéndole ver que tiene más en común con el obrero negro, por ser los
dos obreros, que con su empresario por ser blanco.
Con ese programa el reverendo Jackson consiguió en la Convención de
Atlanta casi la mitad de los delegados. De manera que el entonces Gobernador
del Estado de Arkansas, esposo de Hillary, cuando se presentó a las
presidenciales de 1992, asumiera el programa de Jackson, especialmente el
Programa Nacional de Salud. Pero a la hora de decidir quién debería
gestionarlo, la Sra. Clinton, líder a tal efecto en la comisión de trabajo,
optó por la potente empresa privada que copa el 19 % del PIB. Política
mantenida con el “Obamacare”. ¡De aquellos polvos, estos lodos!
Quizá pueda parecer que la defensa de la categoría de clase se contrapone
a la estrategia de “transversalidad” adoptada en nuestro país por PODEMOS, Pero esa contradicción es sólo aparente,
porque, entiendo que la idea de transversalidad se sitúa a otro nivel más
amplio, que, además de incluir la toponimia “izquierda-derecha”, comprehende a
los movimientos “obreristas” en los que se ha movido la izquierda clásica,
otros movimientos no existentes anteriormente, y que tienen mucho más que ver
con las necesidades sociales, laborales, económicas, etc., que afectan e inquietan
a más amplias capas sociales, muy perjudicadas por las políticas ultraliberales
imperantes. La división y segregación que dichas políticas vienen causando con
la acumulación de riqueza en pocas manos y su desigual e injusta distribución
de los beneficios generados por todos los ciudadanos, dan razón de la victoria
de Donald Trump, otorgada con el voto de ciudadanos, que antes de tener en
cuenta las calenturientas soflamas de un demagogo enclasado en el sistema, o de
mirarse el color de su piel, sexo u origen étnico, han votado mirando sus
frigoríficos vacíos, sus inseguros puestos de trabajo y el incierto porvenir de
sus hijos, más que preguntándose por los futuros y lejanos beneficios,
impalpables para ellos, de la “globalización”, de tratados internacionales o
del cambio climático. En definitiva, ante el desamparo y la pérdida de derechos
con que los administradores del actual sistema les han venido castigando, han
buscado refugio en las promesas renacionalizadoras y aparentemente
neokeynesianas de este ilusionista del sueño americano…
Resulta vergonzante, por otra parte, que tantos titulares, de tantos
análisis y de tantas tertulias, se haya examinado escasamente una comparativa
con lo que ocurre en España. Todos los medios han resaltado la extrañeza del
triunfo de Trump en un país modelo de un sistema democrático maduro. Se
extrañan estos “parlanchines” de que en ese país, donde sólo votan los que
previamente se inscriben en el censo, que, en el mejor de los casos, no supera
el 52% de los que pueden hacerlo, a Trump le hayan votado casi 60 millones de
estadounidenses. Sin embargo, no se escandalizan de que con algo más de 8
millones de votantes, una proporción inferior respecto de uno y otro censo
electoral, gobierne nuevamente el PP de Rajoy, con una mochila repleta de
recortes ineficientes, nepotismo, de corrupción estructural y de promesas
incumplidas, etc. ¿Son suficientes esos datos numéricos para deducir que todos
los votantes de Trump son blancos, latinos, mujeres o fascistas? ¿Facultan para
pensar que los que han votado a Rajoy son militantes del PP o están de acuerdo
con su pesada mochila? Más bien habrá que pensar en otras razones más
complejas, que son las hacen que, cuando los ciudadanos se plantean su voto, no
lo hagan robóticamente. Por tanto, un poquito de más seriedad a la hora de
analizar los resultados electorales…
Me ahorraré entrar en un análisis crítico y pormenorizado de las
burradas y contradicciones manifiestas en los discursos mitinescos que han
llevado al televisivo showman a la
presidencia del país más poderoso del mundo. No hay por qué extrañarse, si
tenemos en cuenta que ya tuvo un modelo al que imitar. Me refiero al actor del Western Donald Reagan. Habrá que esperar
y hacer caso del dicho por sus hechos los
conoceréis… Me dispensa de ese trabajo la magnífica síntesis que Joaquín
Estefanía hace en su columna en El País
de hoy, 13-XI-16. https://goo.gl/Me7eav
Salvando las distancias, y evitando comparar miméticamente lo ocurrido
en EE.UU con lo que ocurre en España, existen elementos comunes como para que
las cadenas de TV y los titulares de cierta prensa –excepción hecha de algunos
articulistas-, se hayan limitado, ¡cómo no!, a asemejar el fenómeno Trump con
PODEMOS. Ello indica el nivel intelectual de muchos editorialistas, y lo
irrisorio que resultaría, si no fuera por lo preocupante, que tal tipo de
análisis lo hayan hecho políticos como A. Rivera o Susana Díaz, etc… Yo no
tengo suficientes elementos para poder dictaminar que Trump sea un “populista”
o un fascista, pero sí indicios extraídos de sus propios mítines, para afirmar
que es un “de-ma-go-go”, ajustándome a la etimología griega, y que nuestra RAE
traduce acertadamente como práctica
política consistente en ganarse con halagos el favor popular. En esto estoy
muy de acuerdo con el formidable artículo, Españoleando
a Trump, de Jesús Maraña, sobre todo
en los puntos 1 y 7, https://goo.gl/JRtHJe.
Igualmente, para no hacer muy largo este trabajo, remito a los interesados a
los artículos de V. Navarro (anteriormente citado), al titulado por C.
Fernández Liria No es Madrid, es Europa
https://goo.gl/QUVGzX o al de Tiempos difíciles para la izquierda, de
Carlos Elordi https://goo.gl/Bb4aUE. Para
otra ocasión dejo escribir mi propio análisis. Con lo dicho, el lector puede
adivinar por donde “irán los tiros”.
Y termino con las palabras que termina J. Maraña: No se puede españolizar el
fenómeno Trump sin asumir que ha dejado en ridículo al ecosistema mediático
supuestamente más poderoso… Durante décadas, la prepotencia desde los medios de
comunicación de masas se atenía a aquella definición de Chesterton: “El
periodismo consiste esencialmente en contar que ‘lord Jones ha muerto’ a gente
que no sabía que lord Jones estaba vivo”. Hace ya demasiado tiempo que el
periodismo debería intentar, al menos, no ser el último en enterarse de que
lord Jones ya no existe.
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