jueves, 2 de junio de 2016

¿HAN DESAPARECIDO LAS CLASES SOCIALES?



   Si nos referimos a ellas como grupos más o menos compactos y con límites claramente definidos, es posible tener la sensación de que tales clases hayan dejado de existir. En cada momento histórico el fenómeno social se manifestaba de diferentes maneras: libres-esclavos, señores-siervos o los famosos estamentos del Medioevo. Pero el factor que más contribuyó a esa división o estratificación de la sociedad fue el económico.

   Con la “revolución industrial” del s. XIX, el factor “capital” es determinante para la configuración de esas dos grandes clases: la de los que poseían los medios de producción y la de los que sólo eran dueños de su fuerza de trabajo. Con la primera también se identificaban los artesanos y comerciantes. Éstos constituían una “clase media”, que, en caso de confrontación de intereses (la clásica lucha de clases), optaban por ponerse de parte de los “capitalistas”. Se dice que esa clase media es el grueso de la sociedad, y, por lo mismo, en la sociedad democrática moderna, constituye el “caladero” de votos en el que quieren pescar los partidos políticos en las contiendas electorales. Además, no sé por qué, a ese segmento del conjunto social se le atribuye el “centro político”, caracterizado por la “moderación” (¿?). Así se nos sigue queriendo hacer ver, a mi entender, de manera hipócrita, o, cuando menos, poco científica. A nivel del lenguaje, es el terreno de “lo correctamente político”.
   En la actual sociedad occidental, en la que el Capitalismo se ha transformado en “financiero y global”, éste ha puesto de manifiesto lo que, por sus connotaciones “marxistas” y “comunistas”, se ha pretendido ocultar por los propios capitalistas e, incluso, por las “socialdemocracias”, epígonos seguidistas de aquéllos. Pero tenía razón Marx cuando decía que el factor formal y decisivo para la pertenencia a una u otra clase era un tema de “conciencia”. La gran masa social de trabajadores, aun perteneciendo material y objetivamente a los que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo, les basta con tener un coche o un piso hipotecado, para que su conciencia esté “desclasada”. Y, ¿qué decir de los pequeños propietarios, que como “falsos autónomos”, se ven igualmente obligados, no ya a vender su fuerza de trabajo, sino poner a disposición de las grandes empresas su maletín de herramientas y la furgoneta en la que lo transportan, librándolas, además, de sus obligaciones laborales y fiscales?
   Esta nueva manifestación del capitalismo ha dividido a los ciudadanos en dos segmentos muy desproporcionados: el del 1% (propietarios y gestores de las grandes compañías multinacionales y grandes oligopolios financieros), y el del 99% de la población restante. Así lo manifiestan muchos economistas, e incluso, algún premio Nobel, como Joseph E. Stiglitz, en su famoso libro El precio de la desigualdad, lo usa como subtítulo. Se crea la apariencia de que es ese 99% el que representa a esa gran mayoría social, que hoy tendría que luchar contra la minoría del 1%. Parece también que el empobrecimiento de la otrora clase media, les ha hecho tomar conciencia de pertenecer a lo que representó “el proletariado”. Sin embargo, si escudriñamos en sus ideas y comportamientos, nos damos cuenta de que, al menos un 20 o 30%, sigue ayudando a la existencia del 1%; que, si bien es cierto que materialmente ese porcentaje se ha empobrecido económica y materialmente por causa de esta “falsa crisis”, no podemos olvidar que muchos ciudadanos de este grupo, o bien pertenecieron al 1%, o bien tienen en sus expectativas formar parte de él. Estoy de acuerdo con el profesor V. Navarro (Algunas izquierdas están equivocadas. El mito del 99% versus 1%. Público.es 26-5-16), cuando afirma que hay al menos un 20% de la población que está sirviendo al 1% en su función controladora y reproductora de las relaciones de poder, y cuyos intereses están ligados al famoso 1%”… Los componentes (profesionales con educación superior) de este grupo proceden en su gran mayoría de las clases medias de renta alta, que comparten una serie de valores que pueden definirse como liberales (en Europa), o como socialdemócratas (USA).
   Creo, no obstante, que tanto unos, como otros se identifican en lo económico con las teorías “neoliberales”, representadas en España por las derechas de siempre, Ciudadanos y gran parte de “los acomodados” del Psoe. Son las típicas familias que, no es que defiendan los servicios privados, sufragados con su dinero, sino que pretenden también acudir a dichos servicios: educación, sanidad, etc., subvencionados por el erario público (escuelas concertadas, cheques educativos, etc., etc.).
   Por otra parte, los partidos clásicos de la izquierda –a ellos, creo que alude el profesor Navarro-, aunque desestimo que se refiera al Psoe actual, y los llamados sindicatos de clase, han pretendido seguir ostentando la representatividad exclusiva de un proletariado que ya no es el bloque “granítico”, si alguna vez fue tal. La riqueza material –esto no se puede negar- que el capitalismo ha aportado al conjunto de la sociedad occidental ha hecho olvidar la mayor perversidad de tal sistema, que es el de una injusta y desproporcionada distribución de ese cúmulo de riqueza. No podemos obviar que gran parte de la riqueza de las “metrópolis” provine de la expoliación de las “colonias”, abandonadas a su suerte, cuando no controladas todavía por aquéllas, con el mantenimiento en éstas de dictadores cómplices. La desaparición del clásico colonialismo ha sido sustituida, con la “globalización”, por un nuevo colonialismo, cuya metrópolis es el capital financiero, experto en la utilización de la movilidad que le prestan los avances tecnológicos, y la facilidad que la “deslocalización empresarial” le otorga para la “explotación” de mano de obra barata en las nuevas colonias. Pero no nos desviemos, y volvamos a España. El crecimiento material, “burbujas” incluidas, supuso para muchos de nuestros compatriotas una fácil movilidad para cruzar los difuminados linderos de los diferentes estamentos sociales. Nuevas generaciones, que no vivieron las penurias de la larga dictadura, crecidas y educadas en un “Estado de bienestar” que consideraron el mejor de los mundos posibles, facilitó un cierto “adormecimiento” de la conciencia de su origen y pertenencia a una clase. Ese “sueño” tuvo su reflejo especular en los partidos de izquierda y en los sindicatos mayoritarios “de clase”, que se “institucionalizaron” en exceso, aprovechando la “vida muelle” de la larga era bipartidista. Mientras tanto, la “clase” de los que la niegan, no se durmieron, y aprovecharon ese prolongado letargo para hacer “su revolución”, difícil de negar. No está de más repetir aquí la famosa frase de uno de los hombres más ricos del mundo, Warren Buffet, la lucha de clase sigue existiendo, pero la mía va ganando (The New York Times, 15-8-11). Y su clase va ganando a costa de la mayoría de la población, cuya renta la consigue del trabajo en vez del capital. Pero el sueño sólo restablece del cansancio subjetivo, y las “ensoñaciones” colectivas, como la hipnosis, más que solucionar los problemas latentes, sólo los aplazan.
   Fue así como se fue gestando un nuevo descontento social, que, esta vez, afectaba a grupos de la sociedad, cuyos afectados intereses eran más plurales y transversales que los atribuidos a la antigua clase “proletaria”. Profesionales con formación universitaria e incluso gerentes y directores de medianas y grandes empresas, aunque muchos no conscientes, han sufrido un proceso de proletarización, al tener que vender su fuerza de trabajo a anónimos consejos de administración, viendo cómo sus propias iniciativas son sometidas a las órdenes de multitud de “terminales” de un lejano ordenador, que hace las veces de “gran hermano”. Es en esta franja económico-laboral donde habría que ubicar ese 20 o 30% de “desclasados”, señalado por el profesor Navarro, con el que estoy totalmente de acuerdo. Como las antiguas clases medias, es ese 20-30%, polarizado en torno al 1%, que, para poder seguir educando a sus hijos en colegios de élite, curándose en la sanidad privada o pudiendo ahorrar para su jubilación, no ven otra alternativa que seguir apoyando y trabajando para ese reducidísimo grupo de ciudadanos, del que depende la conservación de su estatus.
   Las fuerzas del cambio, auténticamente progresistas, deben tener muy presente en sus proyectos de transformación de la sociedad que ese repetido 20-30% representa el mayor obstáculo y la más pesada rémora, para que tal transformación se produzca. Pues, como dice el profesor, el gran conflicto no se da entre el 99% y el 1%, sino entre los intereses contrapuestos entre ese porcentaje, más identificado con los del 1%, que con el 80-70% de la población restante. Estos partidos que, de verdad, luchan por un cambio auténticamente progresista tienen un precedente en el mirar. Me estoy refiriendo al cambio de estrategia que adoptaron los partidos “eurocomunistas”, y, concretada en nuestro país, con la adopción por el PCE de la “Política de Reconciliación Nacional”, y confirmada en su IX Congreso de 1956.  
   La eclosión del descontento de los “indignados” del 15-M poco parecido tuvo con los actos de protestas (huelgas, etc.,) de las luchas sectoriales clásicas. Por eso “pilló” en la estratosfera a los sindicatos y a los partidos obreros clásicos… Fue un movimiento mucho más transversal, cuyos actores, pertenecientes a los grupos más variopintos, dejaron en suspenso sus intereses de clases e ideologías, para reclamar bienes y derechos que afectan a la mayoría social como tal. Mayores y jóvenes, obreros o profesionales liberales, con trabajo y sin trabajo, mujeres y hombres, de derechas y de izquierdas, ateos y creyentes, profesionales de los más variados sectores, et., etc. En ese sentido, no fue una revuelta contra una determinada clase empresarial o una dictadura política, sino una Revolución “radical” contra todo un Sistema que pretende subvertir en provecho de una élite económica, no elegida democráticamente, todo un conjunto de valores fundamentales para la convivencia democrática…
   Por ello, termino, más que combatir con eslóganes de otro tiempo y argumentos irracionales y estúpidos a PODEMOS, sus Confluencias y otros Movimientos que así lo entendieron, la sociedad debería estar agradecida a todos esos grupos de “desinteresados y comprometidos”, que supieron encarrilar hacia las Instituciones todas esas sinergias derrochadas en calles y plazas… ¡Ojo!, que no quiero decir con ello que convirtamos a PODEMOS en un Movimiento Nacional de Partido Único. Sólo, que no es poco, pretendo que la pluralidad de los ciudadanos, a través de sus representantes, en un debate leal y transparente, delate y expulse de las Instituciones y de los Partidos a todos aquéllos, que, resistiéndose a perder sus privilegios, y, todo hay que decirlo, en connivencia con algún “elemento” de la burocracia partidista, siguen pretendiendo en mantener el actual sistema de corrupción, del que tanta “mamandurrias” obtienen…
   Manuel Vega Marín. Madrid, 1 de Junio, 2016. www.solicitoopinar.blogspot.com.es    

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