Si nos referimos a ellas
como grupos más o menos compactos y con límites claramente definidos, es
posible tener la sensación de que tales clases hayan dejado de existir. En cada
momento histórico el fenómeno social se manifestaba de diferentes maneras:
libres-esclavos, señores-siervos o los famosos estamentos del Medioevo. Pero el
factor que más contribuyó a esa división o estratificación de la sociedad fue
el económico.
Con la “revolución industrial” del s. XIX, el factor “capital” es
determinante para la configuración de esas dos grandes clases: la de los que
poseían los medios de producción y la de los que sólo eran dueños de su fuerza
de trabajo. Con la primera también se identificaban los artesanos y
comerciantes. Éstos constituían una “clase media”, que, en caso de
confrontación de intereses (la clásica lucha de clases), optaban por ponerse de
parte de los “capitalistas”. Se dice que esa clase media es el grueso de la
sociedad, y, por lo mismo, en la sociedad democrática moderna, constituye el
“caladero” de votos en el que quieren pescar los partidos políticos en las
contiendas electorales. Además, no sé por qué, a ese segmento del conjunto social
se le atribuye el “centro político”, caracterizado por la “moderación” (¿?).
Así se nos sigue queriendo hacer ver, a mi entender, de manera hipócrita, o,
cuando menos, poco científica. A nivel del lenguaje, es el terreno de “lo
correctamente político”.
En la actual sociedad occidental, en la que el Capitalismo se ha
transformado en “financiero y global”, éste ha puesto de manifiesto lo que, por
sus connotaciones “marxistas” y “comunistas”, se ha pretendido ocultar por los
propios capitalistas e, incluso, por las “socialdemocracias”, epígonos
seguidistas de aquéllos. Pero tenía razón Marx cuando decía que el factor
formal y decisivo para la pertenencia a una u otra clase era un tema de
“conciencia”. La gran masa social de trabajadores, aun perteneciendo material y
objetivamente a los que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo, les
basta con tener un coche o un piso hipotecado, para que su conciencia esté
“desclasada”. Y, ¿qué decir de los pequeños propietarios, que como “falsos
autónomos”, se ven igualmente obligados, no ya a vender su fuerza de trabajo,
sino poner a disposición de las grandes empresas su maletín de herramientas y
la furgoneta en la que lo transportan, librándolas, además, de sus obligaciones
laborales y fiscales?
Esta nueva manifestación del capitalismo ha dividido a los ciudadanos en
dos segmentos muy desproporcionados: el del 1% (propietarios y gestores de las
grandes compañías multinacionales y grandes oligopolios financieros), y el del
99% de la población restante. Así lo manifiestan muchos economistas, e incluso,
algún premio Nobel, como Joseph E. Stiglitz, en su famoso libro El precio de la desigualdad, lo usa como
subtítulo. Se crea la apariencia de que es ese 99% el que representa a esa gran
mayoría social, que hoy tendría que luchar contra la minoría del 1%. Parece
también que el empobrecimiento de la otrora clase media, les ha hecho tomar
conciencia de pertenecer a lo que representó “el proletariado”. Sin embargo, si
escudriñamos en sus ideas y comportamientos, nos damos cuenta de que, al menos
un 20 o 30%, sigue ayudando a la existencia del 1%; que, si bien es cierto que
materialmente ese porcentaje se ha empobrecido económica y materialmente por
causa de esta “falsa crisis”, no podemos olvidar que muchos ciudadanos de este
grupo, o bien pertenecieron al 1%, o bien tienen en sus expectativas formar
parte de él. Estoy de acuerdo con el profesor V. Navarro (Algunas izquierdas están equivocadas. El mito del 99% versus 1%.
Público.es 26-5-16), cuando afirma que hay
al menos un 20% de la población que está sirviendo al 1% en su función
controladora y reproductora de las relaciones de poder, y cuyos intereses están
ligados al famoso 1%”… Los componentes (profesionales con educación
superior) de este grupo proceden en su gran mayoría de las clases medias de
renta alta, que comparten una serie de valores que pueden definirse como
liberales (en Europa), o como socialdemócratas (USA).
Creo, no obstante, que tanto unos, como otros se identifican en lo
económico con las teorías “neoliberales”, representadas en España por las
derechas de siempre, Ciudadanos y gran parte de “los acomodados” del Psoe. Son
las típicas familias que, no es que defiendan los servicios privados,
sufragados con su dinero, sino que pretenden también acudir a dichos servicios:
educación, sanidad, etc., subvencionados por el erario público (escuelas
concertadas, cheques educativos, etc., etc.).
Por otra parte, los partidos clásicos de la izquierda –a ellos, creo que
alude el profesor Navarro-, aunque desestimo que se refiera al Psoe actual, y
los llamados sindicatos de clase, han pretendido seguir ostentando la
representatividad exclusiva de un proletariado que ya no es el bloque
“granítico”, si alguna vez fue tal. La riqueza material –esto no se puede negar-
que el capitalismo ha aportado al conjunto de la sociedad occidental ha hecho
olvidar la mayor perversidad de tal sistema, que es el de una injusta y desproporcionada
distribución de ese cúmulo de riqueza. No podemos obviar que gran parte de la
riqueza de las “metrópolis” provine de la expoliación de las “colonias”,
abandonadas a su suerte, cuando no controladas todavía por aquéllas, con el
mantenimiento en éstas de dictadores cómplices. La desaparición del clásico
colonialismo ha sido sustituida, con la “globalización”, por un nuevo
colonialismo, cuya metrópolis es el capital financiero, experto en la
utilización de la movilidad que le prestan los avances tecnológicos, y la
facilidad que la “deslocalización empresarial” le otorga para la “explotación”
de mano de obra barata en las nuevas colonias. Pero no nos desviemos, y
volvamos a España. El crecimiento material, “burbujas” incluidas, supuso para
muchos de nuestros compatriotas una fácil movilidad para cruzar los difuminados
linderos de los diferentes estamentos sociales. Nuevas generaciones, que no
vivieron las penurias de la larga dictadura, crecidas y educadas en un “Estado
de bienestar” que consideraron el mejor de los mundos posibles, facilitó un
cierto “adormecimiento” de la conciencia de su origen y pertenencia a una
clase. Ese “sueño” tuvo su reflejo especular en los partidos de izquierda y en
los sindicatos mayoritarios “de clase”, que se “institucionalizaron” en exceso,
aprovechando la “vida muelle” de la larga era bipartidista. Mientras tanto, la
“clase” de los que la niegan, no se durmieron, y aprovecharon ese prolongado
letargo para hacer “su revolución”, difícil de negar. No está de más repetir
aquí la famosa frase de uno de los hombres más ricos del mundo, Warren Buffet, la lucha de clase sigue existiendo, pero la
mía va ganando (The New York Times, 15-8-11). Y su clase va ganando a costa
de la mayoría de la población, cuya renta la consigue del trabajo en vez del
capital. Pero el sueño sólo restablece del cansancio subjetivo, y las “ensoñaciones”
colectivas, como la hipnosis, más que solucionar los problemas latentes, sólo
los aplazan.
Fue así como se fue gestando un nuevo descontento social, que, esta vez,
afectaba a grupos de la sociedad, cuyos afectados intereses eran más plurales y
transversales que los atribuidos a la antigua clase “proletaria”. Profesionales
con formación universitaria e incluso gerentes y directores de medianas y
grandes empresas, aunque muchos no conscientes, han sufrido un proceso de
proletarización, al tener que vender su fuerza de trabajo a anónimos consejos
de administración, viendo cómo sus propias iniciativas son sometidas a las
órdenes de multitud de “terminales” de un lejano ordenador, que hace las veces
de “gran hermano”. Es en esta franja económico-laboral donde habría que ubicar
ese 20 o 30% de “desclasados”, señalado por el profesor Navarro, con el que
estoy totalmente de acuerdo. Como las antiguas clases medias, es ese 20-30%,
polarizado en torno al 1%, que, para poder seguir educando a sus hijos en colegios
de élite, curándose en la sanidad privada o pudiendo ahorrar para su
jubilación, no ven otra alternativa que seguir apoyando y trabajando para ese
reducidísimo grupo de ciudadanos, del que depende la conservación de su
estatus.
Las fuerzas del cambio, auténticamente progresistas, deben tener muy
presente en sus proyectos de transformación de la sociedad que ese repetido
20-30% representa el mayor obstáculo y la más pesada rémora, para que tal
transformación se produzca. Pues, como dice el profesor, el gran conflicto no
se da entre el 99% y el 1%, sino entre los intereses contrapuestos entre ese
porcentaje, más identificado con los del 1%, que con el 80-70% de la población
restante. Estos partidos que, de verdad, luchan por un cambio auténticamente progresista
tienen un precedente en el mirar. Me estoy refiriendo al cambio de estrategia
que adoptaron los partidos “eurocomunistas”, y, concretada en nuestro país, con
la adopción por el PCE de la “Política de Reconciliación Nacional”, y
confirmada en su IX Congreso de 1956.
La eclosión del descontento de los “indignados” del 15-M poco parecido
tuvo con los actos de protestas (huelgas, etc.,) de las luchas sectoriales
clásicas. Por eso “pilló” en la estratosfera a los sindicatos y a los partidos
obreros clásicos… Fue un movimiento mucho más transversal, cuyos actores,
pertenecientes a los grupos más variopintos, dejaron en suspenso sus intereses
de clases e ideologías, para reclamar bienes y derechos que afectan a la
mayoría social como tal. Mayores y jóvenes, obreros o profesionales liberales,
con trabajo y sin trabajo, mujeres y hombres, de derechas y de izquierdas,
ateos y creyentes, profesionales de los más variados sectores, et., etc. En ese
sentido, no fue una revuelta contra una determinada clase empresarial o una
dictadura política, sino una Revolución “radical” contra todo un Sistema que
pretende subvertir en provecho de una élite económica, no elegida
democráticamente, todo un conjunto de valores fundamentales para la convivencia
democrática…
Por
ello, termino, más que combatir con eslóganes de otro tiempo y argumentos
irracionales y estúpidos a PODEMOS, sus Confluencias y otros Movimientos que
así lo entendieron, la sociedad debería estar agradecida a todos esos grupos de
“desinteresados y comprometidos”, que supieron encarrilar hacia las
Instituciones todas esas sinergias derrochadas en calles y plazas… ¡Ojo!, que
no quiero decir con ello que convirtamos a PODEMOS en un Movimiento Nacional de
Partido Único. Sólo, que no es poco, pretendo que la pluralidad de los
ciudadanos, a través de sus representantes, en un debate leal y transparente,
delate y expulse de las Instituciones y de los Partidos a todos aquéllos, que,
resistiéndose a perder sus privilegios, y, todo hay que decirlo, en connivencia
con algún “elemento” de la burocracia partidista, siguen pretendiendo en
mantener el actual sistema de corrupción, del que tanta “mamandurrias”
obtienen…
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