Si algo puso de
manifiesto Freud y su Psicoanálisis es que la irracionalidad es inherente al
ser humano. Y, como tal hecho “antropológico”, está al margen de “lo bueno” y
“lo malo”; de “lo falso” y “lo verdadero”. Es cierto que la educación y la
culturización contrarrestan los posibles efectos negativos de tal hecho en
determinadas circunstancias o momentos concretos, pero no es menos cierto que
nunca se conseguirá, mientras el hombre sea hombre, erradicar la fuente de la
irracionalidad. Es la eterna lucha entre los impulsos provenientes del “ello” y
las represiones del “superyó”. Esa lucha se mantendrá, aunque sea en un
circular ten-con-ten de cesiones mutuas: el instinto sexual no podrá
practicarlo el “ello” en la calle, pero, de alguna manera, el “superyó” tendrá
que compensarlo, bien con una salida enfermiza como es la “neurosis”
individual, o mediante todo un “ritual colectivo”, aceptado por una sociedad
fácilmente escandalizable. Por esto, aunque, hayamos comenzado citando a Freud,
no es nuestra intención tratar de esa irracionalidad, objeto de la
psicopatología. Sólo como un hecho que se da en personas “ordinarias”, sin que,
las tengamos que tender en el “diván” del psicoanalista. Esta irracionalidad la
vemos “encarnada” en el hombre religioso. Y lo primero que constatamos es que
tal sujeto, analfabeto o culto, está inmerso en un conjunto de creencias, que
hacen referencia a un mundo extraordinario denominado “sobrenatural”, que,
incluso, dan “sentido” a su vida. A tal conjunto de creencias es a lo que,
provisionalmente, podemos llamar Religión. Es su “extraordinariedad” la que nos
incapacita para juzgar dicha vivencia con los criterios de “falseamiento”,
propios de los métodos que la razón y la ciencia utilizan para estudiar “la
realidad” de la naturaleza, incluyendo en ésta la misma subjetividad.
Tratados, como la teología o la historia de las religiones se han escrito
muchos desde que tal “fenómeno” tuvo lugar en un tiempo, anterior al “tiempo
histórico”. La misma Filosofía se ha hecho eco de tan misterioso
acontecimiento, del que ninguna cultura está exenta. Por lo cual, no voy a ser
yo, con esta reflexión, quién revele el misterio. Nuestro propósito es mucho
más humilde. Como un ciudadano más, mi tarea consistirá en hacerme en hacerme
la pregunta de por qué, a pesar de
“razones ilustradas” y de la Ciencia, la Religión sigue existiendo. Las
ciencias y una gran mayoría de científicos, hoy no necesitan a Dios para
explicar hechos tan importantes como el origen del Universo, de la materia o de
la vida. Sin embargo, muchos de ellos no son capaces de explicarse determinados
fenómenos, llamémoslo psicológicos, ético-morales o de conciencia, que les
motiva a dar sentido a sus vidas. Ni siquiera la Filosofía o las diferentes
disciplinas, que tienen por objeto su estudio, dan razón exhaustiva del porqué de los mismos. Uno de esos
fenómenos es el que da título a este trabajo. Es normal que las creencias
religiosas sean consideradas erróneas por las ciencias, por cuanto aquellas
contradicen la representación de la realidad que proporciona el saber
científico. Pero, ¿por qué ese error? ¿Qué error hizo surgir la primera
creencia religiosa? No nos proponemos exponer aquí las diferentes teorías
–evolucionistas, funcionalistas, simbólica, etc.-, que intentan una conclusión,
que, al menos, no adolezcan de inverosimilidad. Como todas las religiones basan
“sus verdades” en tradiciones, escritas o verbales, todos los intentos de
aproximación miran hacia el pasado. En este sentido, podemos decir que todas
son “evolucionistas”.
Sigmund Freud (1856-1939) fue un gran teórico de la irracionalidad
humana y artífice de una teoría eminentemente simbólica sobre el comportamiento
humano, aunque no deje por ello de pertenecer a la corriente evolucionista, muy
propia de su época. Esta es la causa de que me entretenga más en tan destacado
autor. Pero existe otra causa más importante: que su objetivo, como
médico-investigador, y fundador del Psicoanálisis, es primeramente terapéutico,
y este objetivo es el que determina su práctica, sus teorías y su disciplina. Y
si bien es cierto que el Psicoanálisis, como método, tiene como finalidad la
curación de determinadas “enfermedades mentales”, cierto tipo de neurosis
individuales, no lo es menos que, desde sus descubrimientos, se puede formar
una Teoría válida de ser aplicada a otros comportamientos humanos individuales
o colectivos, que no tienen por qué ser considerados anormales desde un punto
de vista sanitario. Para no tener que ir citando sucesivamente sus escritos,
adelantaré las obras principales que plantean el tema: Tótem y tabú (1912-13); El
futuro de una ilusión (1927); El
malestar en la cultura (1930) y Moisés
y la religión monoteísta (1937-39).
Es cierto, pues, que la irracionalidad (neurosis) que estudia Freud con
sus teorías es patológica, y la vivencia religiosa no necesariamente es
patológica, aunque sí irracional; pero muchas veces, por alguno o por muchos,
aquella creencia, sin dejar de ser irracional, es vivida o practicada con los
mismos “síntomas” que la neurosis. De ahí que se diga que la religión sea un
psicoanálisis colectivo. El origen de esas enfermedades lo sitúa Freud en el
“inconsciente”, cuyo descubrimiento es el gran aporte a las ciencias
psicológicas. Este ámbito recóndito de la estructura psíquica del ser humano,
si bien tiene su formación en un pasado, acompaña al hombre toda su vida, por
lo que ese pasado en un “pasado presente”. Dicho más repelentemente, es un
tiempo “sincrónico”.
Esta región del inconsciente es la más extensa de la mente humana, y en
ella ejerce su dominio lo que, con otro término, Freud denominó “ello”. De
formación cuasi biológica, es el “lugar” en el que residen los instintos,
“pulsiones” del individuo, generados por el sistema nervioso. Su principal
función es garantizar la supervivencia tanto del individuo, como de la especie.
Para este cometido el “ello” dispone de dos instintos básicos: el del hambre y
el de la “libido” o instinto sexual. En ambos coincidimos con los animales, con
la gran diferencia de éstos, que la
libido o instinto sexual en el hombre es o puede ser regulado socialmente. Y
aquí cabría hacer todo un desarrollo del famoso “complejo de Edipo”; pero nos
conformaremos con remitir al lector al relato literario o a cualquiera
introducción al Psicoanálisis.
Las instancias opuestas al “ello” son el “yo” y el “superyó”. Entre
aquélla y esta se entabla un permanente conflicto por el empeño del primero en
descargar “a ciegas” el excedente libidinoso, y al que se oponen los otros dos
cual guardianes de la “moderación” y el “orden”, que las costumbres o la
moralidad cultural establecen. Si en esa confrontación el “arbitro”, el “yo”,
no dirige bien, tendremos la “cancha” abonada para que surja el llamado
“síndrome o síntoma neurótico”, que no es más que un “sustituto simbólico” del
objeto del deseo reprimido o prohibido. De esa lucha ancestral en la
ontogénesis individual, y dado que esas vivencias tienen lugar en el ámbito de
lo biológico, de acuerdo con la teoría “lamarckiana” vigente, Freud se cree
autorizado a extrapolar a la especie (filogénesis). Aquellas vivencias del
pasado se transmiten, pues, biológicamente a la descendencia. Cuando Freud
alude al “tabú del incesto”, como una demanda cultural, no hace otra cosa que
poner en un tiempo histórico lo ya incorporado a la herencia biológica. De ahí
que Freud considerara que “su invento”, además de curar, tuviera una utilidad
importante en los estudios antropológicos. El Psicoanálisis, pues, podría ser
utilizado para explicar fenómenos e instituciones culturales que trascienden de
la experiencia particular del individuo. El tabú del incesto que Freud ubicó en
una etapa de la evolución psíquica del individuo, debía de tener también una
réplica en la historia de la Humanidad. Si en el complejo edipiano el “superyó”
representa la figura paterna introyectada en la mente del individuo, puede que la idea de Dios sea el resultado
del mismo proceso, pero invertido.
Pero, ¿cómo, pues, se originó históricamente la idea de Dios? En un
pasado muy lejano. Así lo había estimado Durkheim un año antes en su obra Las formas elementales de la vida religiosa.
Un año después, en Tótem y Tabú, que
es una investigación sobre el origen de la idea de Dios y de la Religión, Freud
manifiesta que la religión más primitiva es el totemismo. Pero, igual que otros autores lo habían hecho, Freud consideró
que, antes que la religión apareciese, hubo un tiempo mágico que él definió
como la omnipotencia del pensamiento. El
pensamiento mágico se caracteriza por creer que su producto, subsumido en ritos
y “liturgias”, puede actuar directamente sobre la realidad e, incluso,
modificarla. Para la fantasía no hay límites. Recuerde el lector cualquier
sección de hechicería. Es como la conciencia del niño narcisista, que cree que
nadie existe aparte de sí mismo. De ahí la denominación de omnipotente. Esa conciencia todopoderosa desaparece al tiempo, que
la presencia de otro ser omnipotente tiene lugar, es decir, Dios. ¿Y cuál es el
origen de esta idea? Freud, aparte de su propia fuente de información, obtenida
de las “zoofobias infantiles”, tuvo muy en cuenta los estudios que sobre el
totemismo había realizado Robertson Smith, y del comportamiento que Darwin, en
su obra El origen del hombre, había
observado en los primates actuales. No nos proponemos hacer aquí una exposición
de tales autores, o de desmenuzar el contenido de Tótem y Tabú. Nos bastará con decir que esa idea de Dios nace del
miedo a la venganza del “padre castrador”, de una parte, y de otra, del
sentimiento de culpabilidad del parricidio cometido con él y después de ser
comido en el “banquete totémico”. Para expiar ese parricidio, los hermanos se
prohíben a sí mismos el acceso sexual a las hembras del propio grupo, razón por
la que habían cometido tan horrendo crimen. Estamos, pues, ante al nacimiento
del “incesto”, que fue la primera norma y la primera ley de la historia de la
Humanidad, que es, a su vez, la primera norma que el niño aprende en su
particular proceso evolutivo psíquico-individual.
A partir de ese “tabú”, según muchos etnólogos y antropólogos, comienza
la evolución cultural de la humanidad, ya que aquellos “protohermanos”
cohomicidas, no volverán a ser como el resto de animales, pues la prohibición
del incesto será, precisamente, la norma que les marcará la diferencia. Esta
norma, establecida en un momento determinado se irá transmitiendo a las futuras
generaciones “cuasi” biológicamente. Es la visión filogenética que hemos
referido anteriormente. El incesto, pues, constituye al hombre, de momento y
provisionalmente, como un ser moral. De esto he escrito en otro lugar. Es la
teoría freudiana, a la que, sin duda, se le puede hacer diferentes objeciones,
incluso, desde la propia antropología o desde otro punto de vista estrictamente
científico-empírico. Pero no podemos olvidar que, siendo Freud un amante de la
ciencia y de la razón, y, pensando que la ciencia y la razón podrían, si no
curar del todo, si, al menos equilibrar la irracionalidad del mundo. Freud, con
su técnica psicoanalítica, no pretende probar hechos objetivos que hubieran
ocurridos realmente, sino ver cómo estos sentimiento y vivencias subjetivos
habían dejado huellas en el paciente, con independencia de su correlación con
hechos objetivos o históricos. En la vida del hombre subsisten verdades, que,
sin ser verificadas científicamente –tal es el mundo de las creencias-, ejercen
mayor influjo en su comportamiento particular, que otras más contrastadas
empíricamente. No es que Freud niegue la existencia de hechos objetivos; lo que
niega es que la objetividad pese más que la “significatividad” de la
experiencia subjetiva. Ni siquiera el neurótico, antes de pasar por la
consulta, es consciente de que las molestias que padece, obedecen a sucesos
acaecidos, o no, en su realidad histórica. Por eso, también se ha dicho que el
Psicoanálisis es un proceso de “racionalización”.
Antes hemos dicho que la idea de Dios se corresponde con la del
“superyó” en la historia del individuo. Ahora podemos arriesgar la hipótesis de
que el desarrollo de “el yo” tiene su correspondencia con el desarrollo de la
ciencia. Podemos, como Freud, tener la esperanza de que ni el individuo “sano”,
ni la sociedad en su conjunto necesiten la religión para constituir sus normas
morales. Sólo les bastaría el conocimiento racional que el avance
científico-técnico proporciona. Pero, y aquí se plantea el problema que me ha
llevado a estas reflexiones: ¿la propia
Ciencia está hoy en condiciones de confirmar “apodícticamente” la realización
de tal esperanza? ¿No estará ella misma en la esfera de la creencia? En el
ámbito individual, no hay duda de que muchos pensadores y científicos han superado
ese estadio. También es cierto que, para una parte, cada vez mayor, de
ciudadanos, inclusive religiosos, ya no les resultan convincentes las razones y
tradiciones que las diferentes religiones han dado y siguen dando de muchos
fenómenos “naturales”. Y, hasta de una manera genérica podríamos decir que no
necesitamos de Dios para explicar el Universo. Pero no tengo tan claro que
suceda lo mismo a nivel del conjunto de la sociedad y de su gran variedad
cultural. De hecho, desde que tuvieron lugar las primeras explicaciones
“mitológicas” de la Naturaleza, en la que se incluye el propio hombre como un
elemento más, y desde el momento en que éste, a través del distanciamiento, que
para comprender a aquélla y a sí mismo, le iba proporcionando el pensamiento
lógico y su manifestación lingüística, no han faltado en la Historia intentos
porque la sociedad abandonase la gran dependencia a la que se veía sometida por
mor de tales explicaciones arcaicas. Omitiremos los esfuerzos llevados a cabo
en el campo de la Filosofía, para resaltar otros esfuerzos similares realizados
en tiempos más cercanos. Nos referimos al Siglo de las Luces, que aunque no
podemos obviar los frutos que proporcionó al avance de la Razón y de la
Ciencia, tampoco debemos olvidar cierta “frustración” en la búsqueda
“cosmopolita” de una “Religión natural”, que pudiera cumplir con la función
encomendada a la “Religión sobrenatural” imperante. Fruto de aquella
Ilustración, en el campo de lo social y económico, fueron los movimientos
socialistas y comunistas por la liberación de las estructuras de poder, que,
bajo el eslogan “la religión es el opio del pueblo”, ésta ocultaba. Ni en dioses, reyes ni tribunos/está el
supremo salvador… Con estos hermosos versos de “La Internacional”
ilusionaban a los parias de la tierra
los dirigentes de tales movimientos. Y hoy nos cuesta creer que en la nación,
donde tuvo lugar la Gran Revolución, hayan vuelto con más fuerza, si cabe, los “iconos”
ortodoxos. Es hora de preguntarse si no fueron y son los “reyes y tribunos” las
instituciones más interesadas en que los “dioses”, que son los suyos, sigan teniendo en la sociedad laica tanta
influencia. Hasta el Papa Francisco, no sé hasta cuándo, jefe supremo y cabeza
visible de uno de esos dioses, se muestra proclive a la convivencia de la
libertad religiosa y de expresión en una sociedad laica y democrática.
(Declaraciones a un corresponsal del diario católico francés La Croix). Luego
volveré sobre estas consideraciones… Volvamos a Freud.
No está totalmente probada la transmisión biológica de hechos no
propiamente biológicos, ni, igualmente, está justificado el paso de la
“ontogénesis” a la “filogénesis”, deducidos por Freud. No obstante, al médico
vienés hemos de reconocerle varias cosas; una, que un comportamiento humano “normal”
es el que pretende abrirse paso desde la irracionalidad del inconsciente, en
busca de la realidad escondida y “sustituida” tras el simbolismo de los
“síntomas neuróticos”. En este sentido, el Psicoanálisis ayudará en ese proceso
de “racionalización”, que no es más que una búsqueda incesante de dar
significado y sentido a las vivencias humanas. Otra, que, si no está claro el
paso de lo individual a lo colectivo, y la consiguiente explicación de éste por
aquél, sí que la experiencia de su consulta le hizo vislumbrar, a través de la
simbología de los sueños, del concepto “superyó”, la figura paterna o la misma
conciencia moral, la posibilidad de una especie de “inconsciente colectivo” muy
influyente en la formación y estratificación de los contenidos del inconsciente
individual.
El filósofo y psicoanalista francés Jacques LACAN en dos conferencias
dadas a los católicos, en la universidad de Saint Louis (Brucelas, 1960), y
publicadas por ed. Paidós (2006) en un librito, con el sugerente título El Triunfo de la religión, dice algo
respecto de la importancia del lenguaje en el método psicoanalista; algo que ya
hemos indicado antes respecto del pensamiento: el subconsciente es
equiparablemente nuevo, como la facultad de hablar en el hombre, y es esa
facultad la que permite expresarlo. El
parlêtre -dice textualmente- es una
manera de expresar el inconsciente (pag.87). Y sigue diciendo, pereciendo
contradecir a su maestro, algo tan importante como que la base del hombre no
está en lo biológico, sino en el lenguaje, haciendo referencia al dicho bíblico
de “al principio era el Verbo”. Antes era la nada, y, con el Verbo Dios creó el
mundo, “lo real”, el ENTE, algo trascendente, que, con la capacidad de nombrar,
hablar, es decir; gracias al verbo, la palabra, se puede dar el psicoanálisis,
que, en gran medida, ayudará al hombre a comprender e interpretar, junto con la
razón y la ciencia, ese “real” trascendente, sin tener que escapar de él y caer
en una esquizofrenia individual y/o colectiva, lo que supondría el triunfo de
la Religión. Y es precisamente cuando se encarna el Verbo, la cosa empieza a
andar mal: el hombre pierde la felicidad, y ya no es feliz, como le exige la
pulsión del subconsciente. Ya no se parece al perrito que alegremente mueve la
cola, ni al mono que, satisfecho, se masturba. Se tendrá que enfrentar a una
realidad que le trasciende, con una moral y una ley, y unos usos impuestos por
la Cultura… En cualquier caso, sigue afirmando Lacán, debemos poder
acostumbrarnos a “lo real”, aunque eso suponga tener que vivir con el
“síntoma”, con la neurosis. Porque, en absoluto, está demostrado que el
verdadero medio, es decir, la ciencia, para penetrar en “eso real”, lo pueda
conseguir. El síntoma no es aún lo
verdaderamente real. Es la manifestación de lo real en nuestro nivel de seres
vivos. Como seres vivos estamos carcomidos, mordidos por el síntoma. Estamos
enfermos, eso es todo. El ser hablante es un animal enfermo. En ese
sentido, cree el pensador francés, es como la religión puede triunfar. A costa
de perder el sentido de este mundo, creando otros nuevos. Mundos refugios para
satisfacer el deseo de felicidad que se origina en el subconsciente, que lo
real y la cultura social continuamente lo dificultan. Si la razón, el
consciente, el YO, no pone orden en la confrontación, se abre la vía a las
llamadas neurosis individuales o colectivas, constituyentes estas últimas de
los grandes sistemas religiosos… La religión tiene recursos suficientes para
dar sentido y aminorar o suprimir la angustia que los descubrimientos científicos,
lo real y la Cultura provocan en el hombre. El lector me disculpará de tan
larga parrafada, pero creo que tiene elementos suficientes para un interesante
debate…
Vayamos aterrizando. Si algo nos ha enseñado el Psicoanálisis, la
Antropología y una puesta al día del Marxismo, es que la realidad, tanto la
subjetiva como la objetiva, es la que es
con sus límites. También la Historia nos ha ido dando cuenta, a veces con “un
pasito palante y dos patrás”, de que la razón se ha ido abriendo camino. Pero sus
límites nos tienen que hacer caer de la “omnipotencia” que se atribuía el
pensamiento mágico. Los que nos consideramos ateos, antes de salir a luchar
contra lo que consideramos una “lacra del pasado”, deberíamos de partir de un
buen diagnóstico del “fenómeno”, y con una abundante logística para combatir al
“adversario”. Por tanto, lo primero que tenemos que constatar es que la
religión, al menos en sentido amplio, forma parte de las condiciones materiales
de lo colectivo. En lo individual, cada uno se las “apañará” como pueda.
Pero, además, los que nos consideramos de izquierda no podemos renunciar
al laicismo entre uno de nuestros objetivos. Pero no por ello debemos dejar de
reconocer las enormes dificultades políticas que nos pondrán en el camino. Es
lo que, por desgracia, como dice Fdez. Liria (En defensa del populismo), los comunistas y anarquistas no
profundizaron demasiado en tales obstáculos. Las más de las veces, saludaron el triunfo de la razón contra la
superstición religiosa sin advertir que, de soslayo, lo que ellos llamaban
razón se había convertido ya en una nueva mitología (pg. 151). El mismo
autor, citando a Benjamín Constant (+1830), padre del liberalismo francés y
reivindicador de todas las libertades formales después de la Revolución francesa,
explica que el laicismo no consiste en
que gobierne el ateísmo, sino en que el Gobierno garantice dos cosas: que
cualquier ciudadano va a poder practicar la religión que quiera, y que ninguna
comunidad, ni religiosa ni civil, va a gobernar el país. (ibd).
Estoy con el profesor Fernández Liria cuando afirma que es un error contraponer, sin más, religión y
razón, como si ambas cosas caminaran por sendas incompatibles. Como otras
instituciones, la religión “instituida”, ha sufrido a lo largo de la historia
espesísimos nubarrones. Pero, aun así, la razón con su autonomía (Kant) no
siempre ha sucumbido a la heteronomía de las pasiones y las patologías de los
sentimientos. Es más, cuando el pueblo practica la religión porque así se lo
enseñaron sus mayores, es porque cree que éstos tenían razón. Algo que vieron
los pensadores ilustrados, cuando basaron en ese supuesto su proyecto de
encontrar una “religión natural”, según hemos señalado antes. La confianza
puesta por los ilustrados en la Civilización, se basaba en que, a pesar de los
nubarrones aparecidos en su dilatado horizonte, siempre pensaron que la razón
tiene la oportunidad, a veces precaria, de hacer frente a aquellos que siempre
quieren llevar razón con sus creencias y tradiciones. Pero, ¡ojo!, no corramos
el riesgo de, intentando erradicar los cimientos religiosos del pueblo,
“tiremos el feto con el agua sucia” por el sumidero del “nihilismo”. Como dice
Liria, la descomposición del universo
religioso no ha hecho al pueblo más racional, sino que, por el contrario, ha
destruido lo que era una vía antropológicamente normal para escuchar la voz de
la razón. Hay sin duda mucha más razón concentrada en una religión bien
asentada que en un mundo de pretendidos ateos, atiborrados de supersticiones,
que ya ni siquiera pretenden tener razón. Cuando uno se considera Piscis o
Sagitario (der´Beti o del Madrid), no
pretende tener mucha razón con ello. Y la razón tampoco puede hacer gran cosa
en esa situación.
No podemos perder de vista que la razón se ha ido “encarnando” a través
de la institución del lenguaje en una compleja estructura, en la que el
inconsciente, como hemos visto, ocupa la mayor parte. Si en el arduo equilibrio
entre el “ello” y el “superyó”, en otras palabras, entre “natura” y “cultura”,
inclinamos la balanza hacia el segundo de los términos, el primero tomará
revancha, haciendo valer su presencia con todo tipo de conductas o ritos, que,
en el mejor de los casos, se convertirán en síntomas neuróticos, cuyo paciente
ya no pretenderá tener razón. Eso en el ámbito de lo individual. En el de lo
colectivo, nos encontraremos con un pueblo que ha dado la espalda a la Cultura,
y comienza a dejarse llevar por requerimientos puramente psíquicos, la mayoría
de las veces más inflexibles y fanáticos que los que proporciona la pertenencia
a una religión o a cualquier otra institución humana bien “entendida”. Ejemplos
suficientes tenemos en Oriente Medio…
El Cristianismo en sus comienzos sectarios cometió muchas tropelías
contra otras culturas religiosas en su fanatismo expansivo. No digamos su
derivación católica en la oscura época de la Inquisición. Sin embargo, no sería
justo equiparar, aunque el sujeto sea el mismo, con lo que representó la
llamada “teología de la liberación”. Desde diferentes poderes económicos y
sociales, y hasta desde sus correligionarios, representados por la jerarquía
ultramontana, fiel a la ortodoxia del Vaticano, esta nueva forma de vivir el
mensaje cristiano fue objeto de durísimos ataques. Cabe destacar su creación
del concepto de “pecado estructural”. Dicha visión de una misma religión
desterraba el concepto del mal y de pecado como un asunto exclusivamente
personal. Esta nueva teoría y práctica religiosas pusieron de manifiesto que
las estructuras o determinados sistemas socioeconómicos son más dañinos que las
personas; lo que supuso la liberación de muchos pueblos latinoamericanos,
oprimidos por sus vecinos del norte. Y sus efectos liberadores en el corto
tiempo que le dejaron existir aún perduran. Sus dirigentes y militantes fueron,
incluso, perseguidos, tachados de comunistas y otras lindezas por el estilo.
EE.UU. puso en marcha la maquinaria de la CIA, y, en connivencia con el propio
Vaticano, no escatimaron dólares para promocionar otras sectas cristianas,
ansiosas de ocupar el vacío que el catolicismo ultra había dejado en esos
países.
Los fundadores de esta nueva teología se habían educado en los mismos
seminarios que gran parte de sus compañeros en la misma fe y en los mismos
dogmas; sin embargo, su contacto con los nativos les hizo ver que aquellas
estructuras, aprovechando precisamente su idiosincrasia y su inclinación por su
ancestral mitología icónica, se utilizó para tenerlos “embaucados” en la
opresión. Esta segunda circunstancia forma parte de la propia estructura del
ser humano, que no es posible obviar. Ya decían los clásicos que “el
fantásmata” es consustancial con el pensamiento. Y, quizá, si bien la razón
ilustrada puede crear instituciones jurídicas para una convivencia democrática,
carece de la energía necesaria para movilizar a los pueblos. Éste no se
moviliza con razonamientos, sino con mitos. La religión puede que sea
irracional, pero, ya lo decía S. Pablo, la Fe mueve montañas. Este dilema lo plantearon, dice Liria en
su libro, en 1795 los jóvenes Hegel,
Schelling y Hölderlin en ese famoso escrito conjunto que se reconoce bajo el
título “Programa”. Mientras la razón no sea mitológica –decían- ningún interés tendrá para el pueblo.
Mientras la mitología no sea racional el filósofo tendrá que avergonzarse de
ella. Necesitamos –concluían- una
“mitología de la razón” o una “razón mitológica”. Los pioneros de la “buena
nueva”, aprovecharon, en cambio, la gran receptividad politeísta de aquellos
pueblos, que, junto con la iconografía aportada por el catolicismo, crearon un sincretismo religioso de muy
sazonados frutos.
La lucha de los primeros cristianos fue toda una rebelión por la
emancipación de la opresión romana. Ante la imposibilidad de conseguirla, junto
con otros anhelos, en esta vida, se inventó otra, cuya existencia ya estaba
recogida en la tradición gnosticoplatónica, con la que tuvo contacto el
fundador del cristianismo, S. Pablo. Los
cristianos de “segunda generación” despreciaban esta vida en pro de
conseguir la otra; pero mientras esta llega, se las han ingeniado, creando un
sistema ético-religioso, para vivir lo mejor posible en este mundo.
Como habrá observado el lector, salvo en los párrafos finales, no he
hecho alusión a ninguna forma concreta de religión. Pretendo con esa omisión
que, en un posible debate sobre el hecho religioso, los ateos o laicos
debatientes no se queden, como muchas veces ocurre, en el “follaje” externo
que, a través del tiempo, se ha ido adhiriendo, sobre todo, a la más importante
religión de nuestro entorno cultural, cual es la Iglesia Católica.
Modestamente, considero un error que, en cualquier acto: conferencias, cine,
etc., los contertulios terminen hablando más de curas y obispos que del meollo
de la cuestión.
Y como empece con una referencia
al Psicoanálisis, no quiero terminar sin una cita de Lacán por su sugerente
provocación para el debate: no solo
triunfara (la religión) sobre el
psicoanálisis, también lo hará sobre un montón de cosas. Ni siquiera se puede
imaginar lo poderosa que es la religión. Pero este triunfo, de ningún modo (será) por medio de la confesión. El psicoanálisis
no triunfara sobre la religión, justamente, porque la religión es inagotable el
psicoanálisis no triunfara, sobrevivirá o no. (ibd. pág. 78)
Manuel Vega Marín. Madrid, 19, Mayo, 2016.
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