martes, 24 de mayo de 2016

LA RELIGIÓN, EL HECHO RELIGIOSO



      Si algo puso de manifiesto Freud y su Psicoanálisis es que la irracionalidad es inherente al ser humano. Y, como tal hecho “antropológico”, está al margen de “lo bueno” y “lo malo”; de “lo falso” y “lo verdadero”. Es cierto que la educación y la culturización contrarrestan los posibles efectos negativos de tal hecho en determinadas circunstancias o momentos concretos, pero no es menos cierto que nunca se conseguirá, mientras el hombre sea hombre, erradicar la fuente de la irracionalidad. Es la eterna lucha entre los impulsos provenientes del “ello” y las represiones del “superyó”. Esa lucha se mantendrá, aunque sea en un circular ten-con-ten de cesiones mutuas: el instinto sexual no podrá practicarlo el “ello” en la calle, pero, de alguna manera, el “superyó” tendrá que compensarlo, bien con una salida enfermiza como es la “neurosis” individual, o mediante todo un “ritual colectivo”, aceptado por una sociedad fácilmente escandalizable. Por esto, aunque, hayamos comenzado citando a Freud, no es nuestra intención tratar de esa irracionalidad, objeto de la psicopatología. Sólo como un hecho que se da en personas “ordinarias”, sin que, las tengamos que tender en el “diván” del psicoanalista. Esta irracionalidad la vemos “encarnada” en el hombre religioso. Y lo primero que constatamos es que tal sujeto, analfabeto o culto, está inmerso en un conjunto de creencias, que hacen referencia a un mundo extraordinario denominado “sobrenatural”, que, incluso, dan “sentido” a su vida. A tal conjunto de creencias es a lo que, provisionalmente, podemos llamar Religión. Es su “extraordinariedad” la que nos incapacita para juzgar dicha vivencia con los criterios de “falseamiento”, propios de los métodos que la razón y la ciencia utilizan para estudiar “la realidad” de la naturaleza, incluyendo en ésta la misma subjetividad.

   Tratados, como la teología o la historia de las religiones se han escrito muchos desde que tal “fenómeno” tuvo lugar en un tiempo, anterior al “tiempo histórico”. La misma Filosofía se ha hecho eco de tan misterioso acontecimiento, del que ninguna cultura está exenta. Por lo cual, no voy a ser yo, con esta reflexión, quién revele el misterio. Nuestro propósito es mucho más humilde. Como un ciudadano más, mi tarea consistirá en hacerme en hacerme la pregunta de por qué, a pesar de “razones ilustradas” y de la Ciencia, la Religión sigue existiendo. Las ciencias y una gran mayoría de científicos, hoy no necesitan a Dios para explicar hechos tan importantes como el origen del Universo, de la materia o de la vida. Sin embargo, muchos de ellos no son capaces de explicarse determinados fenómenos, llamémoslo psicológicos, ético-morales o de conciencia, que les motiva a dar sentido a sus vidas. Ni siquiera la Filosofía o las diferentes disciplinas, que tienen por objeto su estudio, dan razón exhaustiva del porqué de los mismos. Uno de esos fenómenos es el que da título a este trabajo. Es normal que las creencias religiosas sean consideradas erróneas por las ciencias, por cuanto aquellas contradicen la representación de la realidad que proporciona el saber científico. Pero, ¿por qué ese error? ¿Qué error hizo surgir la primera creencia religiosa? No nos proponemos exponer aquí las diferentes teorías –evolucionistas, funcionalistas, simbólica, etc.-, que intentan una conclusión, que, al menos, no adolezcan de inverosimilidad. Como todas las religiones basan “sus verdades” en tradiciones, escritas o verbales, todos los intentos de aproximación miran hacia el pasado. En este sentido, podemos decir que todas son “evolucionistas”.


   Sigmund Freud (1856-1939) fue un gran teórico de la irracionalidad humana y artífice de una teoría eminentemente simbólica sobre el comportamiento humano, aunque no deje por ello de pertenecer a la corriente evolucionista, muy propia de su época. Esta es la causa de que me entretenga más en tan destacado autor. Pero existe otra causa más importante: que su objetivo, como médico-investigador, y fundador del Psicoanálisis, es primeramente terapéutico, y este objetivo es el que determina su práctica, sus teorías y su disciplina. Y si bien es cierto que el Psicoanálisis, como método, tiene como finalidad la curación de determinadas “enfermedades mentales”, cierto tipo de neurosis individuales, no lo es menos que, desde sus descubrimientos, se puede formar una Teoría válida de ser aplicada a otros comportamientos humanos individuales o colectivos, que no tienen por qué ser considerados anormales desde un punto de vista sanitario. Para no tener que ir citando sucesivamente sus escritos, adelantaré las obras principales que plantean el tema: Tótem y tabú (1912-13); El futuro de una ilusión (1927); El malestar en la cultura (1930) y Moisés y la religión monoteísta (1937-39).
   Es cierto, pues, que la irracionalidad (neurosis) que estudia Freud con sus teorías es patológica, y la vivencia religiosa no necesariamente es patológica, aunque sí irracional; pero muchas veces, por alguno o por muchos, aquella creencia, sin dejar de ser irracional, es vivida o practicada con los mismos “síntomas” que la neurosis. De ahí que se diga que la religión sea un psicoanálisis colectivo. El origen de esas enfermedades lo sitúa Freud en el “inconsciente”, cuyo descubrimiento es el gran aporte a las ciencias psicológicas. Este ámbito recóndito de la estructura psíquica del ser humano, si bien tiene su formación en un pasado, acompaña al hombre toda su vida, por lo que ese pasado en un “pasado presente”. Dicho más repelentemente, es un tiempo “sincrónico”.
   Esta región del inconsciente es la más extensa de la mente humana, y en ella ejerce su dominio lo que, con otro término, Freud denominó “ello”. De formación cuasi biológica, es el “lugar” en el que residen los instintos, “pulsiones” del individuo, generados por el sistema nervioso. Su principal función es garantizar la supervivencia tanto del individuo, como de la especie. Para este cometido el “ello” dispone de dos instintos básicos: el del hambre y el de la “libido” o instinto sexual. En ambos coincidimos con los animales, con la gran diferencia de éstos, que  la libido o instinto sexual en el hombre es o puede ser regulado socialmente. Y aquí cabría hacer todo un desarrollo del famoso “complejo de Edipo”; pero nos conformaremos con remitir al lector al relato literario o a cualquiera introducción al Psicoanálisis.
   Las instancias opuestas al “ello” son el “yo” y el “superyó”. Entre aquélla y esta se entabla un permanente conflicto por el empeño del primero en descargar “a ciegas” el excedente libidinoso, y al que se oponen los otros dos cual guardianes de la “moderación” y el “orden”, que las costumbres o la moralidad cultural establecen. Si en esa confrontación el “arbitro”, el “yo”, no dirige bien, tendremos la “cancha” abonada para que surja el llamado “síndrome o síntoma neurótico”, que no es más que un “sustituto simbólico” del objeto del deseo reprimido o prohibido. De esa lucha ancestral en la ontogénesis individual, y dado que esas vivencias tienen lugar en el ámbito de lo biológico, de acuerdo con la teoría “lamarckiana” vigente, Freud se cree autorizado a extrapolar a la especie (filogénesis). Aquellas vivencias del pasado se transmiten, pues, biológicamente a la descendencia. Cuando Freud alude al “tabú del incesto”, como una demanda cultural, no hace otra cosa que poner en un tiempo histórico lo ya incorporado a la herencia biológica. De ahí que Freud considerara que “su invento”, además de curar, tuviera una utilidad importante en los estudios antropológicos. El Psicoanálisis, pues, podría ser utilizado para explicar fenómenos e instituciones culturales que trascienden de la experiencia particular del individuo. El tabú del incesto que Freud ubicó en una etapa de la evolución psíquica del individuo, debía de tener también una réplica en la historia de la Humanidad. Si en el complejo edipiano el “superyó” representa la figura paterna introyectada en la mente del individuo,  puede que la idea de Dios sea el resultado del mismo proceso, pero invertido.
   Pero, ¿cómo, pues, se originó históricamente la idea de Dios? En un pasado muy lejano. Así lo había estimado Durkheim un año antes en su obra Las formas elementales de la vida religiosa. Un año después, en Tótem y Tabú, que es una investigación sobre el origen de la idea de Dios y de la Religión, Freud manifiesta que la religión más primitiva es el totemismo. Pero, igual que otros autores lo habían hecho, Freud consideró que, antes que la religión apareciese, hubo un tiempo mágico que él definió como la omnipotencia del pensamiento. El pensamiento mágico se caracteriza por creer que su producto, subsumido en ritos y “liturgias”, puede actuar directamente sobre la realidad e, incluso, modificarla. Para la fantasía no hay límites. Recuerde el lector cualquier sección de hechicería. Es como la conciencia del niño narcisista, que cree que nadie existe aparte de sí mismo. De ahí la denominación de omnipotente. Esa conciencia todopoderosa desaparece al tiempo, que la presencia de otro ser omnipotente tiene lugar, es decir, Dios. ¿Y cuál es el origen de esta idea? Freud, aparte de su propia fuente de información, obtenida de las “zoofobias infantiles”, tuvo muy en cuenta los estudios que sobre el totemismo había realizado Robertson Smith, y del comportamiento que Darwin, en su obra El origen del hombre, había observado en los primates actuales. No nos proponemos hacer aquí una exposición de tales autores, o de desmenuzar el contenido de Tótem y Tabú. Nos bastará con decir que esa idea de Dios nace del miedo a la venganza del “padre castrador”, de una parte, y de otra, del sentimiento de culpabilidad del parricidio cometido con él y después de ser comido en el “banquete totémico”. Para expiar ese parricidio, los hermanos se prohíben a sí mismos el acceso sexual a las hembras del propio grupo, razón por la que habían cometido tan horrendo crimen. Estamos, pues, ante al nacimiento del “incesto”, que fue la primera norma y la primera ley de la historia de la Humanidad, que es, a su vez, la primera norma que el niño aprende en su particular proceso evolutivo psíquico-individual.
   A partir de ese “tabú”, según muchos etnólogos y antropólogos, comienza la evolución cultural de la humanidad, ya que aquellos “protohermanos” cohomicidas, no volverán a ser como el resto de animales, pues la prohibición del incesto será, precisamente, la norma que les marcará la diferencia. Esta norma, establecida en un momento determinado se irá transmitiendo a las futuras generaciones “cuasi” biológicamente. Es la visión filogenética que hemos referido anteriormente. El incesto, pues, constituye al hombre, de momento y provisionalmente, como un ser moral. De esto he escrito en otro lugar. Es la teoría freudiana, a la que, sin duda, se le puede hacer diferentes objeciones, incluso, desde la propia antropología o desde otro punto de vista estrictamente científico-empírico. Pero no podemos olvidar que, siendo Freud un amante de la ciencia y de la razón, y, pensando que la ciencia y la razón podrían, si no curar del todo, si, al menos equilibrar la irracionalidad del mundo. Freud, con su técnica psicoanalítica, no pretende probar hechos objetivos que hubieran ocurridos realmente, sino ver cómo estos sentimiento y vivencias subjetivos habían dejado huellas en el paciente, con independencia de su correlación con hechos objetivos o históricos. En la vida del hombre subsisten verdades, que, sin ser verificadas científicamente –tal es el mundo de las creencias-, ejercen mayor influjo en su comportamiento particular, que otras más contrastadas empíricamente. No es que Freud niegue la existencia de hechos objetivos; lo que niega es que la objetividad pese más que la “significatividad” de la experiencia subjetiva. Ni siquiera el neurótico, antes de pasar por la consulta, es consciente de que las molestias que padece, obedecen a sucesos acaecidos, o no, en su realidad histórica. Por eso, también se ha dicho que el Psicoanálisis es un proceso de “racionalización”.
   Antes hemos dicho que la idea de Dios se corresponde con la del “superyó” en la historia del individuo. Ahora podemos arriesgar la hipótesis de que el desarrollo de “el yo” tiene su correspondencia con el desarrollo de la ciencia. Podemos, como Freud, tener la esperanza de que ni el individuo “sano”, ni la sociedad en su conjunto necesiten la religión para constituir sus normas morales. Sólo les bastaría el conocimiento racional que el avance científico-técnico proporciona. Pero, y aquí se plantea el problema que me ha llevado a estas reflexiones: ¿la propia Ciencia está hoy en condiciones de confirmar “apodícticamente” la realización de tal esperanza? ¿No estará ella misma en la esfera de la creencia? En el ámbito individual, no hay duda de que muchos pensadores y científicos han superado ese estadio. También es cierto que, para una parte, cada vez mayor, de ciudadanos, inclusive religiosos, ya no les resultan convincentes las razones y tradiciones que las diferentes religiones han dado y siguen dando de muchos fenómenos “naturales”. Y, hasta de una manera genérica podríamos decir que no necesitamos de Dios para explicar el Universo. Pero no tengo tan claro que suceda lo mismo a nivel del conjunto de la sociedad y de su gran variedad cultural. De hecho, desde que tuvieron lugar las primeras explicaciones “mitológicas” de la Naturaleza, en la que se incluye el propio hombre como un elemento más, y desde el momento en que éste, a través del distanciamiento, que para comprender a aquélla y a sí mismo, le iba proporcionando el pensamiento lógico y su manifestación lingüística, no han faltado en la Historia intentos porque la sociedad abandonase la gran dependencia a la que se veía sometida por mor de tales explicaciones arcaicas. Omitiremos los esfuerzos llevados a cabo en el campo de la Filosofía, para resaltar otros esfuerzos similares realizados en tiempos más cercanos. Nos referimos al Siglo de las Luces, que aunque no podemos obviar los frutos que proporcionó al avance de la Razón y de la Ciencia, tampoco debemos olvidar cierta “frustración” en la búsqueda “cosmopolita” de una “Religión natural”, que pudiera cumplir con la función encomendada a la “Religión sobrenatural” imperante. Fruto de aquella Ilustración, en el campo de lo social y económico, fueron los movimientos socialistas y comunistas por la liberación de las estructuras de poder, que, bajo el eslogan “la religión es el opio del pueblo”, ésta ocultaba. Ni en dioses, reyes ni tribunos/está el supremo salvador… Con estos hermosos versos de “La Internacional” ilusionaban a los parias de la tierra los dirigentes de tales movimientos. Y hoy nos cuesta creer que en la nación, donde tuvo lugar la Gran Revolución, hayan vuelto  con más fuerza, si cabe, los “iconos” ortodoxos. Es hora de preguntarse si no fueron y son los “reyes y tribunos” las instituciones más interesadas en que los “dioses”, que son los suyos,  sigan teniendo en la sociedad laica tanta influencia. Hasta el Papa Francisco, no sé hasta cuándo, jefe supremo y cabeza visible de uno de esos dioses, se muestra proclive a la convivencia de la libertad religiosa y de expresión en una sociedad laica y democrática. (Declaraciones a un corresponsal del diario católico francés La Croix). Luego volveré sobre estas consideraciones… Volvamos a Freud.
   No está totalmente probada la transmisión biológica de hechos no propiamente biológicos, ni, igualmente, está justificado el paso de la “ontogénesis” a la “filogénesis”, deducidos por Freud. No obstante, al médico vienés hemos de reconocerle varias cosas; una, que un comportamiento humano “normal” es el que pretende abrirse paso desde la irracionalidad del inconsciente, en busca de la realidad escondida y “sustituida” tras el simbolismo de los “síntomas neuróticos”. En este sentido, el Psicoanálisis ayudará en ese proceso de “racionalización”, que no es más que una búsqueda incesante de dar significado y sentido a las vivencias humanas. Otra, que, si no está claro el paso de lo individual a lo colectivo, y la consiguiente explicación de éste por aquél, sí que la experiencia de su consulta le hizo vislumbrar, a través de la simbología de los sueños, del concepto “superyó”, la figura paterna o la misma conciencia moral, la posibilidad de una especie de “inconsciente colectivo” muy influyente en la formación y estratificación de los contenidos del inconsciente individual.
   El filósofo y psicoanalista francés Jacques LACAN en dos conferencias dadas a los católicos, en la universidad de Saint Louis (Brucelas, 1960), y publicadas por ed. Paidós (2006) en un librito, con el sugerente título El Triunfo de la religión, dice algo respecto de la importancia del lenguaje en el método psicoanalista; algo que ya hemos indicado antes respecto del pensamiento: el subconsciente es equiparablemente nuevo, como la facultad de hablar en el hombre, y es esa facultad la que permite expresarlo. El parlêtre -dice textualmente- es una manera de expresar el inconsciente (pag.87). Y sigue diciendo, pereciendo contradecir a su maestro, algo tan importante como que la base del hombre no está en lo biológico, sino en el lenguaje, haciendo referencia al dicho bíblico de “al principio era el Verbo”. Antes era la nada, y, con el Verbo Dios creó el mundo, “lo real”, el ENTE, algo trascendente, que, con la capacidad de nombrar, hablar, es decir; gracias al verbo, la palabra, se puede dar el psicoanálisis, que, en gran medida, ayudará al hombre a comprender e interpretar, junto con la razón y la ciencia, ese “real” trascendente, sin tener que escapar de él y caer en una esquizofrenia individual y/o colectiva, lo que supondría el triunfo de la Religión. Y es precisamente cuando se encarna el Verbo, la cosa empieza a andar mal: el hombre pierde la felicidad, y ya no es feliz, como le exige la pulsión del subconsciente. Ya no se parece al perrito que alegremente mueve la cola, ni al mono que, satisfecho, se masturba. Se tendrá que enfrentar a una realidad que le trasciende, con una moral y una ley, y unos usos impuestos por la Cultura… En cualquier caso, sigue afirmando Lacán, debemos poder acostumbrarnos a “lo real”, aunque eso suponga tener que vivir con el “síntoma”, con la neurosis. Porque, en absoluto, está demostrado que el verdadero medio, es decir, la ciencia, para penetrar en “eso real”, lo pueda conseguir. El síntoma no es aún lo verdaderamente real. Es la manifestación de lo real en nuestro nivel de seres vivos. Como seres vivos estamos carcomidos, mordidos por el síntoma. Estamos enfermos, eso es todo. El ser hablante es un animal enfermo. En ese sentido, cree el pensador francés, es como la religión puede triunfar. A costa de perder el sentido de este mundo, creando otros nuevos. Mundos refugios para satisfacer el deseo de felicidad que se origina en el subconsciente, que lo real y la cultura social continuamente lo dificultan. Si la razón, el consciente, el YO, no pone orden en la confrontación, se abre la vía a las llamadas neurosis individuales o colectivas, constituyentes estas últimas de los grandes sistemas religiosos… La religión tiene recursos suficientes para dar sentido y aminorar o suprimir la angustia que los descubrimientos científicos, lo real y la Cultura provocan en el hombre. El lector me disculpará de tan larga parrafada, pero creo que tiene elementos suficientes para un interesante debate…
   Vayamos aterrizando. Si algo nos ha enseñado el Psicoanálisis, la Antropología y una puesta al día del Marxismo, es que la realidad, tanto la subjetiva  como la objetiva, es la que es con sus límites. También la Historia nos ha ido dando cuenta, a veces con “un pasito palante y dos patrás”, de que la razón se ha ido abriendo camino. Pero sus límites nos tienen que hacer caer de la “omnipotencia” que se atribuía el pensamiento mágico. Los que nos consideramos ateos, antes de salir a luchar contra lo que consideramos una “lacra del pasado”, deberíamos de partir de un buen diagnóstico del “fenómeno”, y con una abundante logística para combatir al “adversario”. Por tanto, lo primero que tenemos que constatar es que la religión, al menos en sentido amplio, forma parte de las condiciones materiales de lo colectivo. En lo individual, cada uno se las “apañará” como pueda.
   Pero, además, los que nos consideramos de izquierda no podemos renunciar al laicismo entre uno de nuestros objetivos. Pero no por ello debemos dejar de reconocer las enormes dificultades políticas que nos pondrán en el camino. Es lo que, por desgracia, como dice Fdez. Liria (En defensa del populismo), los comunistas y anarquistas no profundizaron demasiado en tales obstáculos. Las más de las veces, saludaron el triunfo de la razón contra la superstición religiosa sin advertir que, de soslayo, lo que ellos llamaban razón se había convertido ya en una nueva mitología (pg. 151). El mismo autor, citando a Benjamín Constant (+1830), padre del liberalismo francés y reivindicador de todas las libertades formales después de la Revolución francesa, explica que el laicismo no consiste en que gobierne el ateísmo, sino en que el Gobierno garantice dos cosas: que cualquier ciudadano va a poder practicar la religión que quiera, y que ninguna comunidad, ni religiosa ni civil, va a gobernar el país. (ibd).
   Estoy con el profesor Fernández Liria cuando afirma que es un error contraponer, sin más, religión y razón, como si ambas cosas caminaran por sendas incompatibles. Como otras instituciones, la religión “instituida”, ha sufrido a lo largo de la historia espesísimos nubarrones. Pero, aun así, la razón con su autonomía (Kant) no siempre ha sucumbido a la heteronomía de las pasiones y las patologías de los sentimientos. Es más, cuando el pueblo practica la religión porque así se lo enseñaron sus mayores, es porque cree que éstos tenían razón. Algo que vieron los pensadores ilustrados, cuando basaron en ese supuesto su proyecto de encontrar una “religión natural”, según hemos señalado antes. La confianza puesta por los ilustrados en la Civilización, se basaba en que, a pesar de los nubarrones aparecidos en su dilatado horizonte, siempre pensaron que la razón tiene la oportunidad, a veces precaria, de hacer frente a aquellos que siempre quieren llevar razón con sus creencias y tradiciones. Pero, ¡ojo!, no corramos el riesgo de, intentando erradicar los cimientos religiosos del pueblo, “tiremos el feto con el agua sucia” por el sumidero del “nihilismo”. Como dice Liria, la descomposición del universo religioso no ha hecho al pueblo más racional, sino que, por el contrario, ha destruido lo que era una vía antropológicamente normal para escuchar la voz de la razón. Hay sin duda mucha más razón concentrada en una religión bien asentada que en un mundo de pretendidos ateos, atiborrados de supersticiones, que ya ni siquiera pretenden tener razón. Cuando uno se considera Piscis o Sagitario (der´Beti o del Madrid), no pretende tener mucha razón con ello. Y la razón tampoco puede hacer gran cosa en esa situación.


   No podemos perder de vista que la razón se ha ido “encarnando” a través de la institución del lenguaje en una compleja estructura, en la que el inconsciente, como hemos visto, ocupa la mayor parte. Si en el arduo equilibrio entre el “ello” y el “superyó”, en otras palabras, entre “natura” y “cultura”, inclinamos la balanza hacia el segundo de los términos, el primero tomará revancha, haciendo valer su presencia con todo tipo de conductas o ritos, que, en el mejor de los casos, se convertirán en síntomas neuróticos, cuyo paciente ya no pretenderá tener razón. Eso en el ámbito de lo individual. En el de lo colectivo, nos encontraremos con un pueblo que ha dado la espalda a la Cultura, y comienza a dejarse llevar por requerimientos puramente psíquicos, la mayoría de las veces más inflexibles y fanáticos que los que proporciona la pertenencia a una religión o a cualquier otra institución humana bien “entendida”. Ejemplos suficientes tenemos en Oriente Medio…
   El Cristianismo en sus comienzos sectarios cometió muchas tropelías contra otras culturas religiosas en su fanatismo expansivo. No digamos su derivación católica en la oscura época de la Inquisición. Sin embargo, no sería justo equiparar, aunque el sujeto sea el mismo, con lo que representó la llamada “teología de la liberación”. Desde diferentes poderes económicos y sociales, y hasta desde sus correligionarios, representados por la jerarquía ultramontana, fiel a la ortodoxia del Vaticano, esta nueva forma de vivir el mensaje cristiano fue objeto de durísimos ataques. Cabe destacar su creación del concepto de “pecado estructural”. Dicha visión de una misma religión desterraba el concepto del mal y de pecado como un asunto exclusivamente personal. Esta nueva teoría y práctica religiosas pusieron de manifiesto que las estructuras o determinados sistemas socioeconómicos son más dañinos que las personas; lo que supuso la liberación de muchos pueblos latinoamericanos, oprimidos por sus vecinos del norte. Y sus efectos liberadores en el corto tiempo que le dejaron existir aún perduran. Sus dirigentes y militantes fueron, incluso, perseguidos, tachados de comunistas y otras lindezas por el estilo. EE.UU. puso en marcha la maquinaria de la CIA, y, en connivencia con el propio Vaticano, no escatimaron dólares para promocionar otras sectas cristianas, ansiosas de ocupar el vacío que el catolicismo ultra había dejado en esos países.
   Los fundadores de esta nueva teología se habían educado en los mismos seminarios que gran parte de sus compañeros en la misma fe y en los mismos dogmas; sin embargo, su contacto con los nativos les hizo ver que aquellas estructuras, aprovechando precisamente su idiosincrasia y su inclinación por su ancestral mitología icónica, se utilizó para tenerlos “embaucados” en la opresión. Esta segunda circunstancia forma parte de la propia estructura del ser humano, que no es posible obviar. Ya decían los clásicos que “el fantásmata” es consustancial con el pensamiento. Y, quizá, si bien la razón ilustrada puede crear instituciones jurídicas para una convivencia democrática, carece de la energía necesaria para movilizar a los pueblos. Éste no se moviliza con razonamientos, sino con mitos. La religión puede que sea irracional, pero, ya lo decía S. Pablo, la Fe mueve montañas. Este dilema lo plantearon, dice Liria en su libro, en 1795 los jóvenes Hegel, Schelling y Hölderlin en ese famoso escrito conjunto que se reconoce bajo el título “Programa”. Mientras la razón no sea mitológica –decían- ningún interés tendrá para el pueblo. Mientras la mitología no sea racional el filósofo tendrá que avergonzarse de ella. Necesitamos –concluían- una “mitología de la razón” o una “razón mitológica”. Los pioneros de la “buena nueva”, aprovecharon, en cambio, la gran receptividad politeísta de aquellos pueblos, que, junto con la iconografía aportada por el catolicismo,  crearon un sincretismo religioso de muy sazonados frutos.
   La lucha de los primeros cristianos fue toda una rebelión por la emancipación de la opresión romana. Ante la imposibilidad de conseguirla, junto con otros anhelos, en esta vida, se inventó otra, cuya existencia ya estaba recogida en la tradición gnosticoplatónica, con la que tuvo contacto el fundador del cristianismo, S. Pablo. Los  cristianos de “segunda generación” despreciaban esta vida en pro de conseguir la otra; pero mientras esta llega, se las han ingeniado, creando un sistema ético-religioso, para vivir lo mejor posible en este mundo.
   Como habrá observado el lector, salvo en los párrafos finales, no he hecho alusión a ninguna forma concreta de religión. Pretendo con esa omisión que, en un posible debate sobre el hecho religioso, los ateos o laicos debatientes no se queden, como muchas veces ocurre, en el “follaje” externo que, a través del tiempo, se ha ido adhiriendo, sobre todo, a la más importante religión de nuestro entorno cultural, cual es la Iglesia Católica. Modestamente, considero un error que, en cualquier acto: conferencias, cine, etc., los contertulios terminen hablando más de curas y obispos que del meollo de la cuestión.
   Y como empece con  una referencia al Psicoanálisis, no quiero terminar sin una cita de Lacán por su sugerente provocación para el debate: no solo triunfara (la religión) sobre el psicoanálisis, también lo hará sobre un montón de cosas. Ni siquiera se puede imaginar lo poderosa que es la religión. Pero este triunfo, de ningún modo (será) por medio de la confesión. El psicoanálisis no triunfara sobre la religión, justamente, porque la religión es inagotable el psicoanálisis no triunfara, sobrevivirá o no. (ibd. pág. 78)



   Manuel Vega Marín. Madrid, 19, Mayo, 2016.


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