Para empezar, debemos afirmar que ese “rol” no tiene que ser el mismo
para épocas o países con problemáticas diferentes. La regulación que, por
ejemplo, fue oportuna para la política económica de la época del NEW DEAL, en
los EE.UU de la Gran Depresión, no necesariamente, ni mucho menos,
mecánicamente, puede ser aplicada a la que sufrimos desde hace más de un
lustro. Por una parte, la “globalización” y las nuevas tecnologías posibilitan
monopolios mundiales no dados en tiempos pasados. Por lo que, para evitar que
riqueza y poder se acumulen en pocas manos, será precisa una regulación ajustada y pertinente.
Por otra, ese enorme crecimiento de las empresas ha propiciado en la
mayoría de ellas una ruptura entre la propiedad y el control de las mismas. Lo
que comporta también unas nuevas reglas para la “gobernanza corporativa”. Para
muchos sectores de innovación, investigación básica o, simplemente, el enorme
crecimiento de la producción, etc., los ahorros familiares han devenidos
escasos, para que muchas antiguas empresas puedan seguir compitiendo en los
mercados transnacionales. Pero es que, aparte de la finalidad del “beneficio”,
priman otros objetivos que hacen imprescindible la intervención del Estado.
Basten como ejemplos las inversiones necesarias para investigar y producir los
llamados “medicamentos de los pobres”. O la mera distribución de “patentes”. En
cualquiera de los ejemplos se impone distinguir claramente entre el “beneficio
privado” y el “social” en la creación de nuevos productos.
En resumen, dice Stiglitz, en la
economía innovadora del S. XXI, el gobierno puede tener que asumir un papel más
importante para sufragar la investigación básica sobre la cual descansa todo el
edificio; para marcar la dirección de la investigación, por ejemplo, a través
de subvenciones y premios que incentiven la investigación que más responda a
las necesidades nacionales (yo añadiría también la transnacionales).
La experiencia de la crisis que aun padecemos debería ser más que
suficiente, para saber que este sistema capitalista sigue teniendo los mismos
ciclos que en siglos precedentes, en donde también se producían “burbujas” con
efectos similares que en el presente. Por tanto, una vez más decimos con
Stiglitz, que hay también que abandonar los prejuicios ideológicos que las
sustentaron; pues, los mercados son
imperfectos; pero el gobierno también. Para algunos, (los ultraliberales) la conclusión inevitable es renunciar al
gobierno (aquello de cuanto menos Estado, mejor);… (que) los mercados pueden ser ineficientes, pero
los gobiernos son más ineficientes todavía… Para el Nobel esta
argumentación es capciosa y plantea falsas alternativas, ya que no se trata de
elegir entre opciones, sino de disponer
de alguna forma de acción colectiva. Cuando, aprovechando la dictadura de
Pinochet en Chile, los “chicago-bois” eligieron la total desregularización de
la banca, como en los EE.UU de Reagan-Bush, el desastre posterior fue
monumental, pues aproximadamente un 30%
de los créditos no pudieron ser reembolsados, y al país (Chile) le llevó un cuarto de siglo saldar las
deudas por el experimento fallido
(pg.356).
¿Qué debe, pues, hacer el gobierno? Dos cosas fundamentales: dictar las
normas (leyes) y nombrar a los árbitros que vigilen su cumplimiento. Pero, para
que esas leyes y esos árbitros obtengan la confianza de los ciudadanos, éstos
deben ser parte activa en su creación. Y eso se hace en un régimen
auténticamente democrático, con una continua vigilancia de sus representantes.
No basta con ser llamados a las urnas cada cierto tiempo. Es así como la sociedad debe tener confianza en que las
reglas se establezcan con equidad y los árbitros actúen con justicia
(pg.357).
Los sistemas democráticos actuales todavía adolecen de los viejos
clichés del liberalismo decimonónico y los defectos del sistema económico que
le apoyaba. Ello se demuestra fehacientemente en las campañas electorales, en
las que los partidos clásicos triunfan gracias al apoyo económico que reciben
de los grupos financieros y de los influyentes lobbies. Por ello, y primordial, es regular las leyes de
financiación de los mismos, y hacer más equitativas y proporcionales las leyes
electorales. Es por lo que se impone un cambio radical, por más que se resistan
los partidos mayoritarios, hasta ahora beneficiados.
En definitiva, y es lo que la crisis nos ha enseñado, tanto para
solucionar la actual, como para prevenir o evitar las futuras, los gobiernos y
los partidos deberán abandonar su visión de la misma como un problema
exclusivamente económico, y dar más protagonismo a la Política. En el fondo,
hace falta lo que Sarkozy, “acojonado” por el pánico inicial de la crisis,
propugnaba, aunque sólo de “boquillas”: ¡hay
que renovar el capitalismo!. El reto
actual, como no solo Stiglitz, sino otros muchos colegas suyos, es
crear un Nuevo Capitalismo. Hemos
visto los fallos del viejo. Pero crear ese Nuevo Capitalismo requerirá
confianza, incluida l confianza entre Wall Street y el resto de la sociedad
(traducido, entre las grandes instituciones financieras y los ciudadanos). Nuestros mercados nos han fallados, pero no
podemos funcionar sin ellos. Nuestro gobierno nos ha fallado, pero no podemos
prescindir de él (pg.359).
Aunque por coherencia intelectual he citado el párrafo precedente, ello
no significa que me identifique totalmente con él. Mantengo la sospecha dudosa
de que tal proceso se pueda llevar a cabo sin un cambio radical, por no decir
“revolucionario”. Dudo mucho que los actuales “poderes fácticos-económicos” no
volvieran a sus “fechorías”. Pero este es otro tema que daría para largo…
Mientras tanto, como diría Varoufakis, esas fuerzas que deben protagonizar ese
cambio no maduren lo suficiente, en la actualidad, si queremos salir de este
ambiente de amargura e indignación, no queda otra alternativa, al menos para
recuperar urgentemente la prosperidad perdida, en esto me adhiero a Stiglitz, necesitamos una nueva serie de contratos
sociales basados en la confianza entre todos los elementos de nuestra sociedad,
entre ciudadanos y gobiernos, y entre esta generación y las generaciones
futuras. Pero esto no me disipa mis dudas: esos nuevos contratos sociales,
¿no tendrían que ser “revolucionarios”. ¡Llámense como se quieran!...
Y terminaré con los razonamientos y propuestas de Luis Garicano (El
País, 23-8-15), que, he de confesarlo, me dieron el impulso para escribir estos
artículos. Pero me limitaré a transcribir, suscinta, pero literalmente,
aquellos:
Primero, es necesaria una
organización auténticamente capaz de velar por la competencia efectiva en los mercados
y de evitar el abuso de las posiciones dominantes. Además es necesaria una
“regulación inteligente” de ciertas actividades económicas, clave en las que la
competencia en el mercado es problemática debido a las elevadas barreras de
entrada existentes o la falta se simetría informativa.
Segundo, es necesaria la creación de unidades
especializadas que controlen no sólo la legalidad del uso de fondos públicos,
sino también su eficacia y sensatez económica, para evitar que algunos
empresarios con buenas conexiones políticas exploten a los contribuyentes con
proyectos y programas de gasto ineficaces y ruinosos.
Tercero, hace falta un mecanismo político que
obligue a esas Autoridades Administrativas Independientes a rendir cuentas de
su actuación, pública y regularmente, tanto ante la opinión pública, como,
sobre todo, en las Cortes.
En resumen, acabar con ese capitalismo viejo, que Garicano llama de
“amiguetes” requiere un cambio radical de
valores y actitudes en nuestras clases dirigentes y en nuestra opinión pública
que haga que las instituciones, encargadas de velar por el cumplimiento de la
ley, funcionen. Esto conlleva, el
propio Garicano lo pormenoriza en ejemplo en líneas anteriores, los cuales
podemos resumir en el “nepotismo” de ocupar con “enchufados todas las
instituciones básicas de poder: Justicia, Televisiones, Puertas giratorias,
etc., etc….
Que el lector juzgue y compare las opiniones de Garicano, economista
liberal, con lo que hemos venido desarrollando, apoyados en otros eminentes
economistas no tan liberales, y saque las conclusiones pertinentes. Por mi
parte, me limitaré a sacar la mías; pero sólo reseñaré una muy pragmática: el
sr. Garicano nos es cercano. Es más, posiblemente, como inspirador del programa
económico de un partido político nuevo, tengamos que sufrir o disfrutar de
algunas de sus propuestas. Ruego, por tanto, a Luis Garicano, como liberal,
reúna en un aula a toda esa “panda” de economistas que pululan por los platós
de la Televisión, autoproclamándose, ufanos, de “liberales”, con la no
disimulada intención de hacer propaganda gratis de sus “librillos”, esperando
que algún empresario influyente les ofrezca un puesto de asesor, por supuesto,
bien remunerado…
¡Que el profesor Garicano les organice un “master” en POLÍTICA
ECONÓMICA!...
Manuel Vega Marín. Madrid, 27 de Agosto, 2015. Blog:
solicitoopinar.blogspot.com.es
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