viernes, 28 de agosto de 2015

EL PAPEL DEL ESTADO EN LA ECONOMÍA PRIVADA (continuación del escrito anterior…)


  Para empezar, debemos afirmar que ese “rol” no tiene que ser el mismo para épocas o países con problemáticas diferentes. La regulación que, por ejemplo, fue oportuna para la política económica de la época del NEW DEAL, en los EE.UU de la Gran Depresión, no necesariamente, ni mucho menos, mecánicamente, puede ser aplicada a la que sufrimos desde hace más de un lustro. Por una parte, la “globalización” y las nuevas tecnologías posibilitan monopolios mundiales no dados en tiempos pasados. Por lo que, para evitar que riqueza y poder se acumulen en pocas manos, será precisa una regulación  ajustada y pertinente.

   Por otra, ese enorme crecimiento de las empresas ha propiciado en la mayoría de ellas una ruptura entre la propiedad y el control de las mismas. Lo que comporta también unas nuevas reglas para la “gobernanza corporativa”. Para muchos sectores de innovación, investigación básica o, simplemente, el enorme crecimiento de la producción, etc., los ahorros familiares han devenidos escasos, para que muchas antiguas empresas puedan seguir compitiendo en los mercados transnacionales. Pero es que, aparte de la finalidad del “beneficio”, priman otros objetivos que hacen imprescindible la intervención del Estado. Basten como ejemplos las inversiones necesarias para investigar y producir los llamados “medicamentos de los pobres”. O la mera distribución de “patentes”. En cualquiera de los ejemplos se impone distinguir claramente entre el “beneficio privado” y el “social” en la creación de nuevos productos.
   En resumen, dice Stiglitz, en la economía innovadora del S. XXI, el gobierno puede tener que asumir un papel más importante para sufragar la investigación básica sobre la cual descansa todo el edificio; para marcar la dirección de la investigación, por ejemplo, a través de subvenciones y premios que incentiven la investigación que más responda a las necesidades nacionales (yo añadiría también la transnacionales).
   La experiencia de la crisis que aun padecemos debería ser más que suficiente, para saber que este sistema capitalista sigue teniendo los mismos ciclos que en siglos precedentes, en donde también se producían “burbujas” con efectos similares que en el presente. Por tanto, una vez más decimos con Stiglitz, que hay también que abandonar los prejuicios ideológicos que las sustentaron; pues, los mercados son imperfectos; pero el gobierno también. Para algunos, (los ultraliberales) la conclusión inevitable es renunciar al gobierno (aquello de cuanto menos Estado, mejor);… (que) los mercados pueden ser ineficientes, pero los gobiernos son más ineficientes todavía… Para el Nobel esta argumentación es capciosa y plantea falsas alternativas, ya que no se trata de elegir entre opciones, sino de disponer de alguna forma de acción colectiva. Cuando, aprovechando la dictadura de Pinochet en Chile, los “chicago-bois” eligieron la total desregularización de la banca, como en los EE.UU de Reagan-Bush, el desastre posterior fue monumental, pues aproximadamente un 30% de los créditos no pudieron ser reembolsados, y al país (Chile) le llevó un cuarto de siglo saldar las deudas por el experimento fallido (pg.356).
   ¿Qué debe, pues, hacer el gobierno? Dos cosas fundamentales: dictar las normas (leyes) y nombrar a los árbitros que vigilen su cumplimiento. Pero, para que esas leyes y esos árbitros obtengan la confianza de los ciudadanos, éstos deben ser parte activa en su creación. Y eso se hace en un régimen auténticamente democrático, con una continua vigilancia de sus representantes. No basta con ser llamados a las urnas cada cierto tiempo. Es así como la sociedad debe tener confianza en que las reglas se establezcan con equidad y los árbitros actúen con justicia (pg.357).
   Los sistemas democráticos actuales todavía adolecen de los viejos clichés del liberalismo decimonónico y los defectos del sistema económico que le apoyaba. Ello se demuestra fehacientemente en las campañas electorales, en las que los partidos clásicos triunfan gracias al apoyo económico que reciben de los grupos financieros y de los influyentes lobbies. Por ello, y primordial, es regular las leyes de financiación de los mismos, y hacer más equitativas y proporcionales las leyes electorales. Es por lo que se impone un cambio radical, por más que se resistan los partidos mayoritarios, hasta ahora beneficiados.
   En definitiva, y es lo que la crisis nos ha enseñado, tanto para solucionar la actual, como para prevenir o evitar las futuras, los gobiernos y los partidos deberán abandonar su visión de la misma como un problema exclusivamente económico, y dar más protagonismo a la Política. En el fondo, hace falta lo que Sarkozy, “acojonado” por el pánico inicial de la crisis, propugnaba, aunque sólo de “boquillas”: ¡hay que renovar el capitalismo!.  El reto actual, como no solo Stiglitz, sino otros muchos colegas suyos, es crear un Nuevo Capitalismo. Hemos visto los fallos del viejo. Pero crear ese Nuevo Capitalismo requerirá confianza, incluida l confianza entre Wall Street y el resto de la sociedad (traducido, entre las grandes instituciones financieras y los ciudadanos). Nuestros mercados nos han fallados, pero no podemos funcionar sin ellos. Nuestro gobierno nos ha fallado, pero no podemos prescindir de él (pg.359).
   Aunque por coherencia intelectual he citado el párrafo precedente, ello no significa que me identifique totalmente con él. Mantengo la sospecha dudosa de que tal proceso se pueda llevar a cabo sin un cambio radical, por no decir “revolucionario”. Dudo mucho que los actuales “poderes fácticos-económicos” no volvieran a sus “fechorías”. Pero este es otro tema que daría para largo… Mientras tanto, como diría Varoufakis, esas fuerzas que deben protagonizar ese cambio no maduren lo suficiente, en la actualidad, si queremos salir de este ambiente de amargura e indignación, no queda otra alternativa, al menos para recuperar urgentemente la prosperidad perdida, en esto me adhiero a Stiglitz, necesitamos una nueva serie de contratos sociales basados en la confianza entre todos los elementos de nuestra sociedad, entre ciudadanos y gobiernos, y entre esta generación y las generaciones futuras. Pero esto no me disipa mis dudas: esos nuevos contratos sociales, ¿no tendrían que ser “revolucionarios”. ¡Llámense como se quieran!...
   Y terminaré con los razonamientos y propuestas de Luis Garicano (El País, 23-8-15), que, he de confesarlo, me dieron el impulso para escribir estos artículos. Pero me limitaré a transcribir, suscinta, pero literalmente, aquellos:
   Primero, es necesaria una organización auténticamente capaz de velar por la competencia efectiva en los mercados y de evitar el abuso de las posiciones dominantes. Además es necesaria una “regulación inteligente” de ciertas actividades económicas, clave en las que la competencia en el mercado es problemática debido a las elevadas barreras de entrada existentes o la falta se simetría informativa.
   Segundo, es necesaria la creación de unidades especializadas que controlen no sólo la legalidad del uso de fondos públicos, sino también su eficacia y sensatez económica, para evitar que algunos empresarios con buenas conexiones políticas exploten a los contribuyentes con proyectos y programas de gasto ineficaces y ruinosos.
   Tercero, hace falta un mecanismo político que obligue a esas Autoridades Administrativas Independientes a rendir cuentas de su actuación, pública y regularmente, tanto ante la opinión pública, como, sobre todo, en las Cortes.
   En resumen, acabar con ese capitalismo viejo, que Garicano llama de “amiguetes” requiere un cambio radical de valores y actitudes en nuestras clases dirigentes y en nuestra opinión pública que haga que las instituciones, encargadas de velar por el cumplimiento de la ley, funcionen.  Esto conlleva, el propio Garicano lo pormenoriza en ejemplo en líneas anteriores, los cuales podemos resumir en el “nepotismo” de ocupar con “enchufados todas las instituciones básicas de poder: Justicia, Televisiones, Puertas giratorias, etc., etc….
   Que el lector juzgue y compare las opiniones de Garicano, economista liberal, con lo que hemos venido desarrollando, apoyados en otros eminentes economistas no tan liberales, y saque las conclusiones pertinentes. Por mi parte, me limitaré a sacar la mías; pero sólo reseñaré una muy pragmática: el sr. Garicano nos es cercano. Es más, posiblemente, como inspirador del programa económico de un partido político nuevo, tengamos que sufrir o disfrutar de algunas de sus propuestas. Ruego, por tanto, a Luis Garicano, como liberal, reúna en un aula a toda esa “panda” de economistas que pululan por los platós de la Televisión, autoproclamándose, ufanos, de “liberales”, con la no disimulada intención de hacer propaganda gratis de sus “librillos”, esperando que algún empresario influyente les ofrezca un puesto de asesor, por supuesto, bien remunerado…
   ¡Que el profesor Garicano les organice un “master” en POLÍTICA ECONÓMICA!...


   Manuel Vega Marín. Madrid, 27 de Agosto, 2015. Blog: solicitoopinar.blogspot.com.es

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