Del concepto “crisis”,
cuya etimología procede del griego y del latín, la RAE nos ofrece no menos de
siete acepciones, y en todas ellas alude a un momento de cambio, mutación,
situación dificultosa y complicada, etc. Ello hace que nos tomemos la palabra
con una cierta aversión. Sin embargo es como una ley que se impone en todo
proceso, desde lo físico-biológico, social-histórico, económico-político y
hasta psíquico-espiritual. De su aceptación y, sobre todo, del “manejo”
inteligente que hagamos de ella dependerá el éxito de cada uno de esos
procesos. Por haberla vivido todos los humanos, traeré el ejemplo de nuestra
adolescencia, la llamada “crisis de la pubertad”. Todos hemos experimentado los
problemas e incomodidades que, mientras la padecemos, nos produce. Pero lo
cierto es que, si no se produjera ese “cambio”, nos hubiéramos estancado en la
infancia. Precisamente, muchos de los problemas a los que se tiene que
enfrentar la psiquiatría obedecen a no haber aceptado esa crisis, pero, sobre
todo, no haberla “manejado” y superado con éxito.
Pues bien, la crisis económica que padecemos guarda una cierta semejanza,
en cuanto tiene de cambio, con la que atravesamos en la pubertad. Ésta la aceptamos
como algo natural, ya que de ella depende nuestro desarrollo, tanto
físico-biológico, como psíquico-espiritual, en contra de la cual nada o poco
podemos hacer, salvo buscarnos buenos amigos y asesores que nos ayuden a
superarla exitosamente. Sin embargo, esa “naturalidad” que subyace a ambas
crisis en cuanto “proceso” evolutivo, no lo es tanto cuando la economía se
constituye en una “disciplina” sistematizadora y estructuradora de todos los
factores actuantes en el proceso económico. El proceso económico se inicia en el momento que el
hombre, solo, con otros o contra otros hombres, se enfrentó a la Naturaleza,
para extraer de élla los elementos necesarios para la supervivencia, tanto
individual, como colectiva. Tan antigua es, mirada así, la economía. Sin
embargo su constitución como disciplina, que no ciencia, sistematizada y
estructurada, no va más allá del s. XVIII, cuando sus primeros teorizadores,
como A.SMITH y D.RICARDO, se enfrentaron a los problemas originados por la
revolución industrial. Hasta entonces ciertos factores, como el Mercado, aunque
de manera muy “rudimentaria”, ya existían. El gran error que cometen los
economistas ultraliberales es confundir ambos momentos, el del proceso con el
de sistematización, identificándolos en uno solo. Y nos quieren, no sólo hacer
ver, sino imponer como algo “natural”, devenido el segundo del primero, siendo
el sistema actual capitalista la meta final a la que se dirigía todos los
procesos anteriores. Y, en este sentido, prolongan la semejanza entre la crisis
de la pubertad, que siempre se dará, con la crisis económica del sistema que
nos envuelve. Por tanto, los períodos críticos por los que atraviesa el sistema
económico vigente y “único pensable” son algo esencial al mismo, pudiendo hacer
poco para evitarlos; a lo más, intentar preverlos y aminorar sus efectos.
Podremos estirar los intervalos de tiempo en que se producen estos “ciclos
críticos”, pero producirse, se producirán. Convendrá conmigo el lector si no es
esta una visión mecanicista de la economía, por más liberales que se consideren
sus defensores.
Como consecuencia de esa visión mecanicista y unilateral de la economía,
no es de extrañar la acérrima defensa de determinados principios, que mantienen
como dogmas de fe, detrás de los cuales bulle una “ideología” interesada.
Algunos de esos principios vamos a exponer brevemente con su consiguiente
crítica.
Uno de esos principios tenidos como dogma es el de la libertad de mercado, en el que los más
“ultras” tienen una fe ciega. El mercado es como una mano milagrosa que,
automáticamente, arreglará todos los problemas o desajustes que sufra la
economía. Naturalmente, no todos los pertenecientes a esta “iglesia” comulgaban
con el mismo fervor. El propio A. SMITH, fundador de esta tendencia “clásica”,
u otro “pontífice” de la “escuela austríaca”, Friedrich HAYER (1899-1992),
premio Nobel en 1974, en sus momentos menos radicales, dejaron algún espacio en
favor de la intervención del Estado; éste incluso llegó a criticar a sus
correligionarios la aceptación, sin discutir, del principio base del
capitalismo liberal cual es el leisser-faire.
Será el profesor de Chicago, Milton FREIDMAN (1912-2006), también Nobel en 1976
y líder de los “chicago-bois”, quien extremase esta visión económica. Las tesis
de Freidman de que el mercado es la única fuente de riqueza; que los beneficios
de las empresas serían los generadores del crecimiento económico y de que el
Estado, bajando los impuestos, dejaría más dinero y beneficio para invertir, se
impusieron. Las doctrinas de Hayer y Freidman fueron llevadas a la práctica por
personajes tan influyentes como Nixon, R.Reagan, M.Thatcher, G.W.Bush. Esa
imposición contó con la fuerza en la dictadura de Pinochet en Chile y en otros
países latinoamericanos y europeos, en los que se expandieron los bois, aprovechando la fortaleza de los
respectivos gobiernos, para poner en práctica sus “peligrosos” experimentos.
Ese mercado, dejado al albur de la regla aurea de la oferta y la
demanda, se autorregularía solo, llegando por sí mismo a equilibrarse en el
medio y largo plazo, con tal de dejar máxima libertad a los agentes que en él
actúan. Algo así como en física se comportan los vasos comunicantes. Estos
economistas, convencidos de que la Economía es una ciencia empírica, olvidaron,
no obstante, que por eso mismo, es la práctica y el experimento, el método
error/ensayo, quienes certifican la verdad de la Teoría. Los experimentos en
los laboratorios de física y química están muy bien controlados y a lo más que
perjudican son a los ratones… Pero experimentar las teorías económicas, que no
tienen nada de científicas, con los seres humanos y los ciudadanos de un país,
es otro cantar muy peligroso, como estamos viendo…
Estos señores no tienen en cuenta qué sucede, siguiendo el ejemplo de
los vasos comunicantes, en el tiempo en que un vaso contiene más líquido que el
otro. Olvidan también que el mercado es un lugar de “trueque”, en donde en el
intercambio de las mercancías puede estar “mediatizado” por muchos otros
factores, como por ejemplo la información/desinformación, la necesidad de los
oferentes de mercancías, la manipulación de los precios, etc., etc., sin
olvidar factores de tipo psicológico. En
definitiva, olvidan que el mercado es como un “pastel”, que, por mucho que se
haga crecer, el “listillo” que se lleva un
trozo más grande, siempre lo hará a costa del que se queda con uno más
pequeño. Es como en matemáticas, la razón entre el perímetro y el diámetro de
una circunferencia, que siempre será la misma constante, por más grande que la
hagamos: “pi”=3,l4…
En el fondo late un problema de desigualdad, al que los movimientos
socialistas y socialdemócratas de los países avanzados habían comenzado a
solucionar con el llamado “estado de bienestar”, para conseguir el cual es imprescindible la
intervención del Estado. Me pregunto qué interés tenía el sr. Freidman y sus
secuaces en cargarse, hasta hacerla desaparecer, esta gran conquista social.
Encontraron un pretexto en la inflación,
que según su teoría cuantitativa monetaria, es la “madre del cordero” de muchos
de los males del sistema. Aun viendo la aportación beneficiosa para la salida
de la Gran Depresión sufrida por EE.UU y otros países, de las teorías
keynesianas, puestas en práctica por el presidente Franklin Roosevelt, los
liberales prefirieron fijarse más en los defectos de aquéllas que en los
aciertos. Si el lector quiere seguir profundizando en esta discusión,
reactualizada por la crisis presente, le aconsejo la lectura del libro del periodista y escritor inglés,
Nicholás WAPSHOTT, “Keynes vs Hayek”
(Ed. Deusto, 2013).
La tesis de la eficiencia del mercado y su autorregulación es engañosa,
pues esconde el interés de muchos financieros y especuladores, cuyos beneficios
se verían mermados, si ese mercado fuera heterorregulado o regulado por el
Estado. Las restricciones de esa regulación externa necesariamente restarían parte de sus
beneficios. Así pues, detrás de la idea hipócrita de la autorregulación se
esconde la contraria: la “desregulación”, por la que tanto presionan a los
gobiernos las grandes corporaciones bancarias y financieras. Pero, en
definitiva, esa tesis ha sido demostrada falsa por la experiencia y la historia
de la economía. Por no alargar este trabajo, sólo un ejemplo: la formación de burbujas. Y, entre otras, una que nos
afecta y de la que ha derivado la actual crisis: la del ladrillo. Si el mercado fuera tan racional y eficiente,
automáticamente hubiera previsto el efecto tsunami provocado por la burbuja inmobiliaria.
Ciertamente, prever tal ciclón no es sencillo. Pero algunos economistas, a los
que se les hizo caso omiso, e inversores, sí la vieron venir, aprovechando
estos últimos la inmejorable ocasión para “llenarse los bolsillos” con miles de
millones de dólares. Citaré a John PAULSON, el gurú de los hedge funds.
La propia Reserva Federal estadounidense, cuyo presidente Alan GREENSPAN
afirmaba que no se puede estar seguro de la existencia de una burbuja hasta que
no estalla, fue víctima de esa fe seudocientífica, olvidando que hasta la
ciencia física actúa siempre dentro de un contexto probabilístico y de
incertidumbre. Los ultraliberales, que tanta importancia le dan a los datos
macroeconómicos, confiaron en la recuperación ocurrida en anteriores crisis,
pero despreciando, como ocurre en la actual crisis, a los que perdieron empleo,
derechos, viviendas, ahorros o una jubilación digna… Como dice J. Stiglitz, esta vez los costes reales y presupuestarios
de la Gran Recesión serán de billones. Greenspan y la Reserva Federal
simplemente se equivocaron. La Reserva Federal se creó, en parte, para evitar
accidentes como este. No se creó para ayudar a la reconstrucción. Olvidó cuál
era originariamente su misión.
Correlativo con el principio de autonomía eficiente del mercado es el
principio de la minimización del
Estado. El ultraliberalismo económico considera que la intervención estatal en
la gran maquinaria que es el mercado, es la madre de todos los males; por
tanto, hay que “gibarizar” tan antigua institución. La Gran Depresión de los años treinta probó
la falsedad de tal dogma, y la presente crisis vuelve a probarlo. La Gran Depresión, dice Stiglitz, demostró que la economía de mercado no se
autorregulaba, al menos en un espacio de tiempo razonable. Y, como dijo
Keynes, esperar un plazo largo es una
guía engañosa para los asuntos del presente. En el largo plazo todos estaremos
muertos. Otros “Nobeles” y especialistas en historia económica, como
Charles KINDLEBERGER, ha mostrado que la intervención gubernamental ha
producido una economía más estable, contribuyendo así a un mayor crecimiento y
a una mayor igualdad. Y, si nos referimos a la Recesión que comenzó en 2007,
basta sumar los miles de millones de dólares que la Reserva Federal y el Tesoro
de EE.UU. tuvieron que inyectar en Wall Street, para salvar de la quiebra al
sistema, quiebra provocada por las grandes (demasiado grandes para quebrar)
entidades financieras privadas. En España todos sabemos, aunque el actual
gobierno pretenda disfrazarlo, los cientos de miles de millones de euros que
nos ha costado a todos los ciudadanos reflotar la maltrecha economía de Bancos
y Cajas. ¡Y no digamos la enorme desigualdad social que ha generado! Basta con
leer la prensa de estos días. En nuestro país el número de los más ricos ha
aumentado un 44%, mientras el nivel de las clases medias y bajas no deja de
descender…
Pero, a pesar de lo que estamos viviendo, la “globalización”, con la
ayuda que las nuevas tecnologías sigue optando por repetir errores del pasado.
Los “casinos económicos” que imponen las reglas, prefieren dirigir esos enormes
chorros de dinero a enriquecer aún más a sus “amiguetes”, en vez de inyectarlo a
la que siempre fue, incluyendo a la iniciativa privada, la economía real y
productiva. Y así, a pesar de la experiencia, los grandes trusts financieros-especulativos, en la década de los ochenta,
volvieron a imponer las tesis del ultraliberalismo económico. No sólo en los
sectores más conservadores, también en facultades universitarias consideradas
“progres”, e, incluso, partidos y gobiernos tenidos por socialistas o
socialdemócratas, sucumbieron a los “encantos” de este sistema.
Se pretende dejar a los Estados y sus Gobiernos el papel de una
institución benéfica o de una ONG de “último recurso”. Debemos plantearnos qué
sería de tantos millones de ciudadanos que, aun teniendo trabajo, tienen que
acudir a ese tipo de instituciones para poder “llegar a fin de mes”. ¿Es que el
Estado tiene que renunciar a unos de sus fines más importantes, cual es la
distribución equitativa y justa de las riquezas producidas por todos los
ciudadanos? En absoluto debemos aceptar la interpretación hipócrita del
Evangelio, de que a los pobres siempre
los tendréis, o aquel otro pasaje, porque
a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tienen
se le quitará (Mat., 13, 12).
Para que mi paciente lector siga ampliando sobre el papel del Estado en
la economía, le remito a mis artículos anteriores
(solicitoopinar.blogspot.com.es).
Y, antes de sacar las conclusiones que den sentido al título de este
artículo, no puedo por menos (ya
escribiré sobre ello) que hacer una
firme protesta: ¡ES UNA VERGÜENZA Y UNA INFAMIA CONTRA LA HUMANIDAD LO QUE
ESTÁ OCURRIENDO EN LAS FRONTERAS DE LOS PAISES DE LA UNIÓN EUROPEA CON LAS
FAMILIAS QUE HUYEN DE LA MISERIA Y DE LAS GUERRAS, PROVOCADAS POR OCCIDENTE EN
SUS PAISES! ¡NO QUIERO PERTENECER A UNA CIVILIZACIÓN “CRISTIANÍSIMA”, A CUYOS
DIRIGENTES SE LES REMUEVE LA CONCIENCIA VIENDO LA IMAGEN DEL PEQUEÑO AYLAN MUERTO EN LA PLAYA, PERO QUE A
LOS DOS MINUTOS ESOS LLANTOS SE TRANSFORMAN EN “LÁGRIMAS DE COCODRILOS”.
Piensen si lo que está ocurriendo no es una consecuencia del sistema
capitalista que venimos criticando…
La crisis que padecemos nos ha enseñado muchas cosas; una fundamental:
que no debemos confiar ingenuamente en los “profesionales” de la economía algo
tan importante para nuestras vidas como son las decisiones políticas, previas a
los rumbos y directrices del sistema económico. Con el bagaje de conceptos
básicos: déficit público, prima de riesgo, deuda pública y privada, bonos basuras,
hipotecas engañosas con sus derivados, tipos de interés, inflación/deflación,
etc., etc…, los ciudadanos, con sólo pensar un poco y a poco que estemos
interesados en nuestro presente y en el futuro de los nuestros, tendremos
suficiente para participar más activamente en la vida pública, no
conformándonos con votar cada cierto tiempo.
Nos debe quedar claro que la Economía no es una ciencia, ni, mucho
menos, un dogma intemporal; que los mercados no se autorregulan
automáticamente, ni son eficientes ni racionales; que los asuntos económicos no
son algo privado, cuyo manejo se debe dejar en manos privadas; que el Estado y
los gobiernos tienen un importante papel que cumplir, para evitar que algunos
se aprovechen de la “dejación” y desinformación de los más; que los impuestos
que recauda sean bien administrados y asignados a los sectores que más
beneficien al bien común; evitar,
como dice Stiglitz, la explotación de las
irracionalidades individuales, y apoyar a los ciudadanos a tomar mejores
decisiones (pg.425).
La crisis también nos ha enseñado que el modelo económico imperante ha
afectado a la estructura misma de nuestra sociedad. Por eso, todos los errores
cometidos nos deben hacer reflexionar y recapacitar, para encontrar el camino
mejor en la construcción de una sociedad más justa, en la que todos,
solidariamente, nos podamos sentir más felices en este mundo, sin esperar otro
“venidero”…
Y, por último, dos apuntes más: recuperar la confianza entre los seres
humanos y en el valor del esfuerzo conjunto para hacer este mundo mejor.
Confianza perdida, incluso, entre banqueros, debido a la codicia y corrupción
causadas por el sistema político-económico que venimos criticando. Asignar bien
los recursos escasos que el actual sistema financiero ha venido dilapidando,
sin valorar los bienes más preciados que la Naturaleza nos ofrece. Pero, sobre
todo, asignar capital al recurso más escaso, cual es el talento humano. De varias décadas atrás, las Facultades de
Económicas se abarrotaban de estudiantes, cuyo objetivo era ganar dinero,
emulando a los colegas que trabajaban en las grandes multinacionales. A este
respecto es emocionante, a la vez que muestra el talante y el talento
humanitario de Stiglitz, que estudiando economía hasta alcanzar el Nobel,
siguió el consejo de sus padres. Es un consejo que casi todos hemos oído de
nuestros mayores: el dinero no es
importante. Nunca te dará la felicidad. Usa el cerebro que Dios te ha dado para
ser útil a los demás. Eso es lo que te dará satisfacción.
Y con esta última cita, quiero rendir tributo a Joseph E. STIGLITZ y a
muchos otros colegas de su mismo talante y talento, cuya lectura me han servido
de guía y ayuda en la elaboración de este y otros artículos sobre economía.
Aconsejo, pues, la lectura de su libro Caída libre.El libre mercado y el hundimiento de la economía mundial. (Ed.
Debolsillo. Barna. 2015).
Manuel Vega Marín. Madrid, 15, Sptbre. 2015.
Solicitoopinar.blogspot.com.es
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