Se dice que los medios de comunicación son instrumentos imprescindibles
para el buen funcionamiento de todo sistema democrático. A tal opinión nada que
objetar, salvo añadir determinados matices, que, en forma de crítica, son el
tema de este trabajo.
En primer lugar, tendré que decir que hay periódicos, programas de
televisión y radio, y, sobre todo, periodistas que se creen “médiums”.
Esto es; se consideran como personajes únicos, dotados de facultades innatas,
para “comunicar” con el mismísimo “espíritu” de la Democracia, para
interpretarlo y difundirlo, después, cual “oráculos”, al resto de los
mortales. Como si el paso por la Facultad les constituyera en clarividentes “pitonisos”,
cuando, muchas veces, no son más que “voceros” de lobbies, por cuya labor les pagan para difundir e inculcar en los
ciudadanos recónditos intereses que nada tienen que ver con el mantenimiento y
fomento de un sano “estado de opinión”. Antes bien, con verborrea fácil y hábil
manipulación de los hechos y noticias, contribuyen a todo lo contrario. Tales
medios y su coro de seudoperiodistas, creyéndose investidos de una falsa
independencia profesional, actúan cual sumos exégetas, que, no sólo no se
conforman con interpretar la voluntad y la opinión de los ciudadanos, sino que
pretenden ser sus creadores. Por ello, con manifiesta ignorancia socio-política
y con escaso compromiso militante, se atreven a “perorar” sobre lo divino y
humano respecto de la Democracia y de sus instrumentos vehiculares, que son los
partidos políticos. Y así, osan atribuir moralidad y legalidad, o sus
contrarios, a las conductas de aquéllos formalmente elegidos o propuestos para ello,
en los que el pueblo, único poder soberano en democracia, delega su
representación. Con lo anterior no estoy afirmando que no tengan el derecho y
el deber, como cualquier ciudadano, de pedir cuenta de su comportamiento y,
sobre todo, de cómo administran los bienes públicos. En este sentido, están
obligados, dado los medios que poseen, a investigar cualquier tipo de
desviación o corruptelas de esos actores políticos, siempre desde la legalidad
y, sobre todo, desde la honestidad más rigurosa, para informar sanamente a la
opinión pública, y no para vender “ejemplares” o captar radiotelevidentes sin
ningún tipo de escrúpulos.
Por concretar lo escrito arriba, y por reunir a todos los demás, me
referiré al “medio” más representativo e influyente, cual es la TELEVISIÓN.
Están de moda los debates y tertulias por todos los “platós” en días y horas de
máxima audiencia. Lo cual es bueno, porque acerca la información a los que no
la obtienen por otros medios como la lectura y el estudio. Pero ese medio puede
devenir en un arma de doble filo si no se hace bajo determinadas reglas y
requisitos. Tanto los ciudadanos, los tertulianos y, sobre todo, los políticos
deben tener presente que en modo alguno tales debates deben sustituir al
Parlamento. A este respecto debo reseñar aquí la dejación que de su función
hace la más alta institución democrática. Esa dejación es la que provoca en los
ciudadanos el sentimiento de lejanía de sus representantes, de la que tanto se
quejan con la boca pequeña los propios parlamentarios y políticos.
Antes de seguir, tengo que reconocer que el Medio Televisivo sus propios
fines, a la vez que sus medios y técnicas para conseguirlos. Que, además de la
de informar, es obvio que la televisión tiene la misión de distraer y divertir;
pero para conseguirlo, no debe convertir el debate en sí en un “divertimento”
del peor gusto. ¡En el tema, al tema; y a los entre actos, entremeses!...
Todos los tertulianos, periodistas, políticos y público (este gran
olvidado, salvo para aplaudir sumisamente), por supuesto, que tienen todo el
derecho a confrontar sus ideas, sus intereses o sus ideologías políticas. Pero,
eso sí, siempre con el máximo respeto al oponente; sobre todo, sin olvidar que
están siendo observados por cientos de miles o millones de ciudadanos, que
merecen el mismo respeto, si no más. Y ese respeto mutuo se traduce
fundamentalmente en la máxima honestidad y rigor intelectual. No se puede
consentir en el debate el uso de datos falsos, noticias o hechos pocos
contrastados; mucho menos utilizar bulos y mentiras, con tal de hacer daño o
descalificar al contendiente. Se descalifica a sí mismo el tertuliano que,
siendo consciente de tales anomalías, no sale en defensa del que es aguijoneado
maliciosamente, bien sea éste sea de su propia “cuerda” o de la “fila” de
enfrente. Esta actitud es bajuna, porque denota que no interesa LA VERDAD, sino
la mía, para conseguir votos o vender prensa. Es deplorable a este respecto la
actitud, por ejemplo, del candidato a la Alcaldía de Madrid por el PSOE,
Antonio M. Carmona, ante los “bajonazos” o la insolencia del periodista Eduardo
Inda, contra los de PODEMOS o contra la candidata de IU (hasta ayer), Tania
Sánchez, a la Comunidad madrileña. Sabemos que son sus contendientes políticos…
Pero, sr. Carmona, ante todo, LA VERDAD. Recuerde al gran Machado… Y recuerde
mi consejo: los votos que vienen manchados, a la corta o a la larga, manchan,
¡y mucho!...
Es infantil, a la vez que deshonesta, la actitud y sempiterna presencia
del director de La RAZÓN, sr. Marhuenda, amigo de todos los “brillantes por
oposición”, corruptos o no, cuando, ocultando su ideología ultraconservadora (a
la que tiene derecho), siempre defiende al Partido Popular, esgrimiendo
sibilinos y rebuscados argumentos. ¿Dónde está su independencia de periodista?
Este “doctor” y profesor de Derecho, lo mismo que el sr. Inda, siempre recurre
a la “presunción de inocencia”, antes de condena firme, frente a indicios más
que contrastados, cuando se trata de “los suyos”; pero que “dicta sentencias
condenatorias” frente a bulos o simples indicios, cuando se trata de “los
otros”. Sería, por otra parte, para troncharse de la risa, si no fuera tan
hiriente cuando estigmatiza, con gestos despreciativos y de “amantis religiosa”
a la “izquierda” o a los “progres” sin distinción, sin tener en cuenta el
sacrificio que muchos de los que le están viendo tuvieron que hacer, para que
él “tranquilitamente” redactara sus tesis, hasta que la democracia, tan
“asentada”, según él, le colocara en el estatus que ostenta. Sr. Malhuenda,
perdóneme; no he visto jamás una mente más infantil y retrógrada que la suya.
Atenta también contra la honestidad profesional de los periodistas, de
los citados y de muchos otros que proliferan por las tertulias, cuando se
invisten del “sacrosanto” derecho de preguntar, que no dudo que lo tengan. Pero
tal derecho deja de ser tan sacrosanto, cuando la intención es desprestigiar al
interrogado. Principalmente cuando la pregunta lleva una soterrada carga
explosiva, lo cual suele suceder cuando se inquiere por el origen de los
dineros u honorarios. En estos casos, cuando se trata de “uno de los nuestros”,
o no se pregunta por sus ingentes
honorarios y prebendas, o se intenta justificar por veinte mil vericuetos.
Pero, si el interrogado es de “los otros”, esos mismos vericuetos se utilizan
para difamar, aunque sean mínimas las cantidades, sin importar mucho si el
origen de las mismas es lícito o legal. Pero que no se le ocurra a nadie
preguntarles cuánto ganan ellos, o quién o quiénes les pagan… Entonces se
agarran al “sacrosanto derecho”, confundiendo una simple pregunta con el
legítimo derecho de “no revelar las fuentes de su información”. ¡Cosas muy
distintas!... Y cuándo preguntan sin esperar respuesta, o siguen repreguntando
artificiosamente, para que el espectador no pueda oír la respuesta, ¿no indica
tal conducta, además de una falta de educación, una deshonestidad tendenciosa?...
Es también una enorme falta de respeto a los televidentes la
improvisación y la falta de documentación de los contertulios. Es indecente que
ante datos y hechos, leyes o propuestas, todos perfectamente documentados, los
debatientes se ensalcen en un “que si sí, que si no”; que “dice esto o lo otro”,
con lo fácil que es que alguien saque el documento pertinente, y simplemente lo
lea. ¡Debe resultar difícil, o entra dentro del “guión”, para que el
“espectáculo” resulte!...
Igualmente de irrespetuoso para los televidentes es la ineptitud de un
“moderador” que no se hace respetar por los tertulianos; que no es ecuánime en
el reparto y el orden de los tiempos de intervención; que no haga respetar los
turnos de palabras; que permita insultos, mentiras y “puñaladas traperas”… Pero en fin,
ya es mucho concretar. Prefiero terminar con las palabras de un honesto periodista:
“Tras
casi cuatro décadas en esto, mantengo que el periodismo es el oficio más bonito
del mundo. Me gusta perseguir historias y contarlas, ser testigo, documentarme,
tratar de entender los porqués y luego... esmerarme en explicarlo lo mejor
posible. En eso estoy y quiero estar. Con el mismo entusiasmo del primer día”.(Juan
Tortosa).
Manuel Vega Marín. Madrid, 5 de Febrero de 2015
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