jueves, 22 de enero de 2015

SOBRE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN



          

   Los atentados de los últimos días en París, sobre todo el del día siete contra la revista Charie Hebdo, con resultados indeseables, han puesto de manifiesto, una vez más, la hipocresía de una cultura que se cree el centro del Universo. Sobra que insistamos en la condena de tan execrables hechos. Casi a diario se producen en el mundo hechos tanto o más abominables, que los ocurridos en la capital del país vecino, sin que tengan el mismo efecto mediático en todos los países de nuestro entorno.
Hay derechos, si cabe decirlo así, mucho más fundamentales que el de la libertad de expresión: a parte del más básico a la propia vida, existen otros como el derecho a un trabajo y una vivienda dignos, sanidad, educación, etc., que llenan y dan sentido al primero. Todos, sin ir más lejos, están recogidos en nuestra Constitución. Sin embargo, su vulneración a diario no produce el mismo efecto en los medios. ¡He ahí la hipocresía! ¿Es, o no, hipócrita admitir en la “magna” manifestación en París a jefes de Estados y de Gobiernos, que, como el de Israel, masacran gratuitamente a pueblos vecinos e, incluso, a los propios conciudadanos, como lo hacen muchos países árabes-musulmanes? Ante esos grandes atropellos de derechos fundamentales, todos los países del mundo, occidentales o no, miran para otro lado, cuando algunos de ellos no dejan de ser cómplices de tales tragedias. Tenemos que recordar que algunos de esos grupos, hoy llamados “terroristas-yihadistas”, no existían antes del “caprichoso” bombardeo de Irak, o son herederos de otros, fomentados y alimentados armamentísticamente por EE.UU. y por la propia Francia, para combatir el predominio soviético en el Medio Oriente, aún después de la “guerra fría”. ¡Qué pronto se nos olvida o se nos hace olvidar la historia reciente!...
   Particularmente considero la libertad de expresión, ciertamente, como un derecho fundamental, pero “formal”, en el sentido de que carece de contenidos materiales. Estos contenidos se los proporciona otros derechos más “sustanciales”, como los que he citado arriba. Con ellos se llena de contenido el de libre expresión, que no es más que poder manifestar y criticar públicamente y sin miedo a reprimendas violentas, provenientes de estamentos privados o de instituciones públicas, si aquéllos otros son protegidos, fomentados y llevados a la práctica, o no, por los poderes públicos democráticamente constituidos. Tales derechos se constituyen en “subjetivos” en tanto en cuanto son “derechos de” ciudadanos individuales o colectivos. Y, porque son “derechos de” uno, varios o muchos sujetos, pueden entrar en colisión entre sí. De ahí que tenga que haber normas o leyes que los delimiten. La línea básica delimitadora es el derecho del “otro”. Serán las leyes posteriores las que concretarán en cada momento y circunstancia el lugar donde colocar el “mojón” delimitador. Por supuesto, estamos hablando de normas y leyes establecidas y asumidas con el mayor escrúpulo y rigor democráticos. Con respecto al tema que estamos tratando, la ley más importante es la Ley Penal, el Código Penal y sus leyes auxiliares. También damos por supuesto que ese “complejo legal” deberá ser auténticamente democrático, laico y depurado de todo dogmatismo o contaminación de postulados o valores religiosos.
   Y lo triste de todos esos actos abominables es que “pagan el pato” los mismos de siempre: el pueblo llano. Bien siendo víctimas directas, los muertos y heridos; bien sufriendo sus consecuencias: recorte de otras libertades ciudadanas, incluida la libertad de expresión por la que hoy, hipócritamente, protestamos; cierre de fronteras para refugiados o inmigrantes que buscan trabajo en los países ricos. Incluso dentro de estos Estados, formalmente democráticos, algunas instituciones, so pretexto de la seguridad, aprovecharán para recortar aún más derechos individuales o colectivos. Sin ir más lejos, en España tenemos a la vista la llamada “ley mordaza”. Y, ¡cómo no!, los beneficiados también serán, como siempre, los mismos: los “señores del mundo”. Los que fabrican armas o controlan su tráfico legal o ilegal; los que controlan y administran las materias primas, tanto energéticas como alimenticias. Pero ante estas conductas, que, muchas veces, son la causa profunda de los hechos que hoy condenamos, “los medios” callan o son callados, sin aludir ni echar de menos la “kakareada” libertad de expresión. Los mismos “señores” se encargan de cuándo, quién y, sobre todo cómo esos mismos medios tienen que tratar determinados temas, según sean sus intereses. ¡Y sus capitales circulan on line, sin fronteras materiales!.
   Por otra parte, y a estas alturas de la Historia, los ciudadanos del mundo tenemos que saber y recordar que las grandes guerras, masacres o actos terroristas han tenido lugar en nombre de las religiones, principalmente de las monoteístas, siempre subsumidas o subsumentes en anacrónicos  y desfasados “derechos de conquista”, por los que claramente se traspasan esos límites materiales, para imponer fanáticamente valores o creencias espirituales, tenidos por superiores por cada uno de los contendientes, e impuestos por la fuerza de los vencedores. Tampoco debemos olvidar que, bajo el manto de esos supuestos valores espirituales, se tapan otros mucho más materiales. En aras de llevar la democracia occidental, se bombardea y destruye un Estado-nación como Irak, claramente para controlar el petróleo, la riqueza o, simplemente, establecer influencia política en la zona… Todo ello provoca, igualmente que otros menos violentos, como la  “inmatriculación”, la supresión de la palabra “mezquita” o la instalación en sus espacios de imágenes e íconos cristianos, en nuestra ciudad de Córdoba, provoca, repito, reacciones que pueden resultar imprevisibles.
   No debemos ignorar, por otra parte lógico, el sentimiento “corporativista” que este atentado contra un medio de comunicación produce en el resto de “medios”. Estos sentimientos pueden ser aprovechados manipuladoramente, para hacer negocio (aumento de tirada, aumento de teleoyentes), por políticos, para aumentar si índice de aceptación decadente (caso Hollande), etc. O algo más espurio, como la interpretación interesada de las palabras-respuesta de Jorge M. Bergoglio. La respuesta a los periodistas de este señor ante el horrible atentado es contundente: condena total. A continuación juega con la posibilidad de cómo reaccionaría alguien ante una ofensa contra su madre. Pero el contexto es hipotético, no aseverativo, con lenguaje y gestos coloquiales. Bien; a partir de esa interesada interpretación, se han lanzado en tromba portavoces y medios de la Religión, de la que es Jefe Supremo, para criticarle su actitud en favor de los débiles y su visión progresista de la Iglesia Católica. Naturalmente, prescindiendo de otros medios laicos o no “contaminados”, nos estamos refiriendo a medios católicos ultraconservadores. Y así, sólo por citar un ejemplo, es cómico oír y ver en televisión al sr. Marhuenda, director de la “hojita parroquial”, diario La Razón, calificar a su Papa de “populista” y “peronista” (Progr. “Sexta Noche”, sábado 17 de Enero). Dudo si admitiría una portada de un periódico, por supuesto, no el suyo, que hiciera una caricatura de Jesucristo. No quiero decir que atentara violentamente contra la sede de tal periódico; pero sí me lo imagino organizando un via crucis a su alrededor…
   Es hipócrita, por demás, extrañarse que un Papa, por muy progresista que sea, sigue siendo, no obstante el Gran Jefe de una religión, cuya esencia doctrinal y su preponderancia ideológica están basadas en el dogma inconmovible, en el canon y en el “anatema” para los que piensan diferente. Sus verdades, que sus fieles, como los de Mahoma, creen superiores a otras verdades “mundanas” por ser “reveladas”, son per se incontrastables con las que derivan de otras estructuras mentales. No esperemos, por tanto, que a pesar del sempiterno ecumenismo y del proclamado diálogo entre religiones, la condena ante intentos de imponer a otros esas verdades, no pasará de un mero repudio verbal a la forma violenta con que se quieran imponer. Pero esto es sólo un signo de los tiempos. No hay que olvidar otros tiempos, en los que el propio Cristianismo, siendo hegemónico terrenalmente, imponía al resto de los pueblos, con la “cruz y la espada”, sus verdades y su fe, porque el origen de éstas era de otro mundo. Tenemos que aceptar que el Islamismo está en otro momento de la Historia.
   Además, para una correcta interpretación de la actitud del “bueno” de Francisco, el miedo a que su “reino temporal” y el Estado que lo sustenta, sea objetivo de un ataque de su otro contendiente, en el afán por conquistar las conciencias de las gentes. No nos engañemos, la conquista y manipulación de esas conciencias conlleva la influencia y la posesión de otros dominios mucho más “a ras de suelo” que la auténtica fe y, sobre todo, la Justicia. Por cierto, y con esto termino estas reflexiones, esta Justicia, en cuya definición sustancial podríamos coincidir todos los pueblos, procurando que cada vez sea más universal, y algo se estaba consiguiendo con esfuerzo, sospecho que hay signos de que nadamos a contracorriente de lo que la “globalización” podría facilitar. Pero aquí nos encontramos otra vez con los intereses de los “señores del mundo” y de su sistema capitalista inhumano y destructor. Et ita porro…


   Madrid, Enero de 2015.  Manuel Vega Marín









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