Una cosa, entre otras, debe quedar clara después de las vicisitudes
históricas por las que ha tenido que pasar, y pasa, desde que la Iglesia pretende solucionar con
medidas disciplinarias y jurídicas “algo” tan natural, desde el punto de vista
del desarrollo psicobiológico e intelectual del “animal humano”, como es el
instinto sexual. Mucha pólvora para una guerra de tirachinas. Porque debajo del
intento fallido e hipócrita de imponer el celibato, se esconden muchas
discusiones doctrinales que, a su vez, disimulan soterradas guerras por el
poder. Todos esos combates no pudieron, ni pueden, acabar, antes al contrario,
con el nepotismo, la homosexualidad e, incluso, el incesto y la pederastia en
la gran familia eclesiástica. Desde las bases hasta las cúpulas de obispos y papas.
Toda la historia de la Iglesia está plagada de hechos que, por su
extravagancia, parecen más bien inventos morbosos urdidos por el “enemigo”. El
relato de los mismos daría material para montones de libros. Pero me voy a
conformar con aconsejar al lector las obras de Pepe Rodríguez, reseñadas al
principio, y la bien documentada, Historia sexual del Cristianismo,
del doctor en Derecho, Filosofía, Teología e Historia, Karlheinz DESCHNER, fallecido recientemente.
Si me voy a detener un momento en comentar un factor importante en todo
comportamiento humano: el económico. Por un lado, la acumulación de riqueza y
patrimonio que supone el trabajo de un ejército de mano de obra barata, al que
el celibato obliga a no poder legar en favor de una prole no existente o no
reconocida. Para no extenderme, transcribiré el texto con el que el autor
alemán antes citado encabeza el capítulo XV de su libro: Roma quería gobernar; para ello necesitaba instrumentos ciegos,
esclavos sin voluntad, y a éstos los encontró en un clero célibe que no estaba
ligado por ningún lazo familiar a la patria y al soberano, cuyo principal –y
único- deber consistía en la obediencia incondicional a Roma. (Un religioso
católico anónimo del s. XIX).
Siguiendo las huellas del emperador Justiniano, el papa Pelagio I (s.VI)
consagró obispo de Siracusa a un padre de familia, advirtiéndole previamente
que, si tenía hijos, estos no podrían heredar ningún bien eclesiástico. En el
tercer sínodo de Lyón (a. 583) amenazaba sólo con la suspensión si nacía un
hijo. Y así, conforme avanzaba la cristianización fue más frecuente desheredar
a la descendencia de los curas.
Por otra parte, esta medida disciplinaria trajo como consecuencia una
“cuasi” institución que suena a broma: la
instauración del concubinato y del canon prostitucional. La propaganda en
favor del celibato traía, ¡cómo no!, un chorro de ingresos económicos. Los
curas, dado que el celibato no les permitía vivir en matrimonio y, además, en
caso de tener hijos, no les podían testar, se agenciaron la “picaresca” fórmula
de convivir con auténticas concubinas u otro tipo de uniones, incluso
incestuosas. A este respecto abundaban las “amas de llave”, sobrinas/sobrinos,
etc. A la Iglesia y a los Metropolitanos, a los que no les interesaba
prescindir de los sacerdotes, pero sí de su familia, y dado que tampoco se
podía considerar la transmisión hereditaria de las prebendas, se montaron otra
fórmula de obtener pingües ingresos: multas y lo que se llamó el canon prostitucional. Son muy
escandalosos los decretos y sus variadas combinaciones, que al respecto se
promulgaron bajo los Papados de León IX, Nicolás II o Alejandro II. Por citar
un ejemplo cercano, destacaré el sínodo de Valladolid, de 1322, convocado por
Juan XXII, que dejó una herencia de casi cuarenta y cinco millones de marcos
alemanes al cambio actual. Ante este “chollo” no es de extrañar que muchos
prelados permitieran el concubinato, dada la fuente de ingresos que las multas comportaban. Tanto es así que los concilios prohibieron a
los obispos conceder “dispensas” a los concubinos, a la vista del suculento
pastel que el canon prostitucional proporcionaba. Pero no se detiene ahí ese
“negocio”. En muchos lugares los obispos y sus funcionarios, no sólo consienten
el concubinato o hacen la vista gorda, sino que la imposición de ese canon
también se aplica a aquellos curas que permanecen castos, alegando razones,
déficit recaudatorio se diría hoy, para el mantenimiento de la Diócesis. (¡Maricón
el último!). Vuelvo a aconsejar la lectura del libro de DESCHNER.
Y después de ese “espeso” y mastodóntico Concilio, nada nuevo bajo el
sol. Poco duraron las esperanzadas perspectivas del concilio Vaticano II, y del
aggiornamento
prometido por el “bueno” e “iluso” JUAN
XXIII. Pero antes de comentar algo
sobre ello, hagamos una breve recopilación de lo expresado hasta aquí sobre el
Celibato.
Lo primero que tenemos que manifestar es que el Celibato no puede ser
considerado como un “don” o “carisma”. Para ello nos apoyamos en diferentes
textos del Nuevo Testamento. En el referido texto de Mat. 19,12, más bien que
el celibato, lo que debe interpretarse como “carisma” es el matrimonio. En la
mente del judío Jesús no cabe la idea de permanecer célibe. Y, cuando Jesús se
refiere a los “eunucos”, no lo hace dando primacía al celibato, sino al
matrimonio y a las dificultades que conlleva su disolución o divorcio. Por ello
es coherente la reflexión de los discípulos de que no tiene cuenta casarse, dada la dificultad.
En las cartas de S. Pablo a Rnos.12,6-7, 1ª Corit. 12,8-10 y Efs.
4,7-11, el apóstol hace relación de los diferentes carismas: el de sabiduría y ciencia; el de fe, el de
poder de curar, de hacer milagros, de profetizar, de diversidad de lenguas y
capacidad de interpretarlas, el de ministerio y enseñanza, etc., etc. Y
todos se dan para la adecuada
organización de los santos en las funciones del ministerio… (vs.12). Es
decir, se dan para beneficio de los demás. En absoluto se menciona el celibato,
que, de ser un carisma, debería ser dado a todos los creyentes, y no sólo a una
plebe (clero) de “privilegiados”. No así el matrimonio, que sí fue dado para
contribuir al beneficio mutuo de la comunidad. Estoy, por tanto, de acuerdo con
el exégeta católico Julio LOIS, cuando afirma con rotundidad: “en el Nuevo Testamento no existe ningún
vínculo directo y esencial entre el sacerdocio y el celibato” (Ctdo. Por P.
Rodríguez en “Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica”, pag. 385).
Es más, ni siquiera el sacerdocio que la Iglesia viene considerando
desde los ss. II-III, representa el nuevo
sacerdocio, y definitivo, según el orden de Melquicedec, instaurado en
Cristo, muy diferente de aquél, de Aarón, levítico y dedicado al culto y al
templo. El nuevo sacerdocio de Cristo es instituido,
no en virtud del precepto de una ley carnal, sino de un poder indestructible (Hebr.
7.16). Este tipo de sacerdocio nuevo no
necesita, como los pontífices (levíticos), ofrecer cada día víctimas…, pues esto lo hizo una sola vez,
ofreciéndose a sí mismo (Hebr. 7,27). Y de este sacerdocio participan todos
los creyentes. Así lo ratifica S. Pedro en su 1ª carta, 2, 5-9. Por tanto, como
dice P. Rodríguez, basándose en J. Lois, “el
concepto hiereus/sacerdote no se aplicó limitándolo a determinados ministros
sacros de un culto, sino que se le hizo aparecer de modo claro como una
potestad propia de todos los bautizados, eso es, de cada uno de los miembros de
la ekklesia o comunidad de creyentes
en Cristo” (op. cit. ,pág. 257). Así entendió este nuevo sacerdocio el
Concilio Vaticano II. Pero la fuerza de la rutinaria tradición y “reacción”,
así como la organización de la Iglesia, semejante al Estado laico, hizo que la
sana doctrina quedara en papel mojado. Pero dejemos aquí este tema, y volvamos
al objeto de este estudio.
Pablo VI, en su encíclica “Humanae
vitae” nada nuevo añade a la moral sexual tradicional. Sólo un lenguaje más
moderado y “diplomático”. Y, no siendo doctrina “ex-cátedra, y fundamentándose
en la doctrina tradicional, da lugar, aunque con división de opiniones, a que
se tenga por infalible. En las cartas pastorales de Adviento de 4-12-77 y
fiesta de Sgda. Familia del mismo año, firmadas por todos los jerarcas polacos,
éstos dan la visión más retrógrada. Se explica la mentalidad al respecto de
Juan Pablo II. Este papa fue un obseso de la sexualidad, de la concupiscencia,
a las que comparó con la drogadicción en palabras de 29-5-1982.
Médicos, psicólogos y psicoanalistas saben muy bien las tragedias que
esa moral ha supuesto para muchos fieles. Me permitiré transcribir la carta del
teólogo, psicólogo y psicoanalista, Alfred KIRCHMAYR: “(…) tengo que decirle, señor Papa, (Wojtyla) que se precisó un ímprobo trabajo de años para enseñar a muchos de mis
pacientes con neurosis eclesiogénicas a vivir la vida de una manera más libre, más sana, con menos inhibiciones y angustias
neuróticas. Debe entender que tales experiencias me indignan (…). La
instrumentación política y psicológica de Dios para la represión, la
intimidación y la explotación de muchísimos seres humanos clama verdaderamente
al Cielo” (Ctda por K. Deschner, op,
cit., pág. 434).
El Vaticano II reconoce, ciertamente, los avances de las ciencias
biogenicológica y psicosociológica, pero sólo para conducirse la persona más
metódicamente; esto es, según piensa la Iglesia. Olvidando, sin embargo, la
comprobación científico-experimental (más antigua) de que el ascetismo sexual
provoca tensiones internas y una enervante lucha de la persona consigo misma.
Pero este prometedor concilio Vaticano II parece no considerar a los sacerdotes
personas. Como dijimos, nada nuevo, pues. Insta a abrazar el celibato y apreciarlo como una gracia (maldita gracia
para el cura…). Reafirma su no exigencia por
la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia
primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales (…). Reconoce que el celibato tiene mucha conformidad con el
sacerdocio (…). Comprueba y confirma
que fue impuesto en la Iglesia latina a
todos los promovidos al orden sagrado, y lo más curioso: aun reconociendo cuando más imposible les parece a no pocas
personas la perfecta continencia en el mundo actual, con tanta mayor humildad y
perseverancia…, insta a que no dejen
de seguir las normas, sobre todo las ascéticas, que aprueba la experiencia de
la Iglesia (¡Y QUÉ EXPERIENCIA!...), no
menos necesarias en el mundo actual. (Decreto
sobre el Ministerio y vida de los
Presbíteros, Cap. III, ep. II, 16, págs. 438-441. B.A.C. 1965).
Pero
el Papa, no obstante, afirma que “a la
luz de los análisis que hemos encargado (¿a quién?), la abstinencia entendida integralmente, es la única vía para liberar a
las personas de dichas tensiones”. La sexualidad, tal como se practica en
un mundo moderno y libre, sigue siendo, para Wojtyla, algo bestial. En 28-4-82
decía que la mentalidad moderna se había acostumbrado a “pensar ante todo en el instinto sexual y a hablar de él de modo que
aquello que, en el mundo de los seres vivos es propio de los animales, se
transmite a la realidad humana “. (Cnfer. Deschner, págs. 434-35).
En cuanto al matrimonio, J. Pablo II sigue manteniendo la misma doctrina
tradicional, e, incluso, obviando o negando los “supuestos” avances del
Vaticano II. Predica, por una parte que el amor de los esposos y padres está “esencialmente ligado a la castidad, que se
expresa en el autodominio y la abstinencia, en especial, en la abstinencia
periódica…” Por otra, el matrimonio es “el
único ámbito adecuado para la reproducción y la educación de los hijos,
orientado a la vida”. Y, de acuerdo con la Humanae vitae, “el
amor matrimonial está esencialmente orientado a la fecundidad”.
Sigo estando con K. Deschner en que mientras
en Roma sigan reuniéndose ancianos célibes, pretendiendo decidir
autoritariamente el sentido y la forma del matrimonio, de la sexualidad, de la
familia y de la pareja sin que los afectados tengan también derecho a opinar o
a decidir, todas las palabras acerca de la participación, responsabilidad de
los creyentes y libertad de los hijos de Dios, seguirán careciendo de
credibilidad. (Pg.437).
En cuanto al Celibato, sigue teniendo vigencia el canon 3 de Nicea, que
prohíbe a obispos, sacerdotes y diáconos convivir con otra mujer que no sea
madre, hermana , tía u otras mujeres libre de sospecha… La Iglesia,
condicionada por Constantino, comienza a organizarse como poder sociopolítico,
al igual que otros Estados terrenales. Hasta Trento no se prohibió
definitivamente los edictos disciplinarios de Letrán, que permitían ordenar a
varones casados.
El papa Wojtyla, si bien ha descartado públicamente la posibilidad de
ordenar a casados a petición de obispos del tercer mundo, dada la carestía de
clero, se sabe que privada y secretamente, según denunció el cardenal
Fortaleza, de Brasil, en el Sínodo de Roma de 1990, aportando datos concretos,
sobre la ordenación de casados, autorizada por el propio Wojtyla.
En cuanto a la postura tanto de J.
Pablo II como de su antecesor Pablo
VI, sobre la homosexualidad, si bien
moderan su parecer, siguen considerándola como “tendencia desordenada”; y
respecto de su práctica, siguen reprobándola. Quizá esa moderación obedece a
que son conscientes de lo aceptado que esta el clero por ese “vicio”. A juzgar
por su “ocultamiento” hasta el presente, es dentro de la Institución donde
mejor protegidos están los homosexuales. El propio polaco, sancto subito, bien sabia tapar toda esa práctica perversa, como la
pederastia y similares, dando poder, amistad y cobertura a determinados
movimientos como los Legionarios de Cristo ( de Marcial Marce ) y otros, a
cambio de la financiación de sus viajes magnificentes eventos y baños de
juventudes, ávidas de oírle en sus triunfantes y vacuos discursos.
En cuanto al celibato, Wojtyla, a
sabiendas de que en el mundo hay más de 85.000 sacerdotes separados de su
oficio y casados una quinta parte de todo el clero católico; a pesar escasez de
curas y de la alta media de su edad, sigue defendiendo la superioridad de la
castidad y del celibato como virtud superior al matrimonio.
Quizá, amparado en la dificultad que
supone para esa parte del clero ganarse la vida y alimentar a sus hijos, la
Iglesia Católica, hipócritamente, prefiere disimular los matrimonios secretos
de los curas y hacerse cargo del alimento de la prole de éstos, antes que
prescindir de ellos. El Papa sabe que la angustia existencial que le supone al
cura “abandonar”, es una atadura más fuerte que la misma fe.
Y para no alargar más este trabajo,
lo finalizamos con las siguientes CONCLUSIONES:
I. El
Celibato, en principio, parece que es contrario al normal desarrollo de la
naturaleza humana, contraviniendo, por tanto, el plan divino de la Creación,
narrado en primer libro de la biblia.
II.
La
propia Iglesia, en base en los textos bíblicos citados arriba, considera que el
celibato no es un mandato divino ni apostólico. Sólo es considerado como un
“don” o “carisma” concedido a unos elegidos. El problema es saber quiénes son
estos “privilegiados”, que puedan sobrellevarlo sin especiales problemas
psicobiológico, y sin causar distorsiones a la Comunidad.
III.
La
Iglesia debiera recuperar el espíritu del “aggiornamento” del Papa JUAN XXIII y
del Concilio Vaticano II, y desprenderse de todas las “rémoras” y “escorias”
que su tremendo conservadurismo la ha llevado a una desconfianza en el ser
humano, representada en el papel de contrapeso y freno a los avances y
científico-culturales históricos. Es el peligro que tiene practicar una
religión en abstracto, fundamentada en mitos y prejuicios fantasiosos.
IV.
Puesto
que el celibato no es un dogma, sino solo una norma disciplinaria de la
iglesia, eo ipso, debe modificarla, y
dejar, al menos, que la práctica de ese carisma sea voluntaria y libremente
aceptada por aquellos que se consideran favorecidos por tal “don divino”.
V.
Sólo
atajando las causas con valentía y con autentico compromiso con lo que se cree,
es como se cura la enfermedad y sus consecuentes problemas. Y no sólo con
medidas disciplinarias, que crean más problemas que resuelven. ¡Al historial del constante incumplimiento, desde las bases hasta las
cúpulas, me remito! ¡DURO DE PELAR LO
TIENE EL BUENO DE FRANCISCO!
Nota: La traducción usada en los
textos bíblicos reproduce la de la Biblia
de Jerusalén, en su edición de 1998 de la Editorial Desclée de Brouwer
Manuel Vega Marín, Madrid, Diciembre
de 2014
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