Este mundo en proceso de crecimiento, conmocionado por la amenaza de la
Revolución francesa, fue asaltado,
con la colaboración de los gobiernos,
por los estamentos dominantes de terratenientes y grandes comerciantes, con la
voluntad de adueñarse de los beneficios y, al mismo tiempo, impedir que se
constituyese una fuerza política alternativa que les disputase la hegemonía.
(“Capitalismo y Democracia” Josep Fontana. Ed. Crítica)
Sintetizando mucho, la Historia,
al menos desde los últimos 250 años, ha sido una lucha, no ya por conseguir las
materias cuyo “valor de uso” era suficiente para satisfacer nuestras
necesidades más primarias, sino que, desde el momento en que aquéllas ya no
fueron suficiente, hubo que inventar
otras, e insuflarles a las dos un “valor de cambio” que las convierte en
“mercancías”. A partir de entonces, la anterior “lucha natural” por la
supervivencia se convierte en una lucha por el poder, convertido éste en la
herramienta más “idónea”, no ya para la consecución del abastecimiento
producido por el trabajo propio y el conseguido, en su trueque, con el excedente
de los demás, sino para vencer la resistencia que éstos pudieran oponer a que
le enajenen los propios excedentes en un comercio injusto y desequilibrado o,
simplemente, se los expropien por la fuerza. El descubrimiento por el
capitalismo de ese “valor de cambio” convierte a todo elemento de consumo en
una fuente de riqueza, que, con la ayuda de nuevas tecnologías, puede
multiplicar al infinito. Todo, pues, para el capitalista se convierte en
mercancía. Hasta la fuerza de trabajo que la produce se vuelve una mercancía
más, de la que el capitalista quiere apropiarse a sabiendas de que en su
explotación está la fuente de riqueza.
.
En esa lucha por conseguir una hegemonía indisputable, los estamentos
dominantes, es decir; los “poderes fácticos”, con la colaboración “hipócrita”
de los Estados y sus gobiernos, utilizaron todos los instrumentos puestos a su
alcance para atacar a otras fuerzas que pretendían, siquiera, repartir los
beneficios proporcionados por la hegemonía conquistada. Desde esta perspectiva
podemos considerar la historia y el avance de la humanidad como una evolución
darwiniana, en la que sobrevive la especie mejor dotada para adaptarse al
medio, y dentro de la especie, el grupo que disponga de los más efectivos
instrumentos de dominio. Eso son los ejércitos: el mejor invento de la
inteligencia humana con el que unos pueblos se imponen a otros, o, dentro de un
mismo pueblo, unas élites se imponen al resto de conciudadanos. Desde esta
perspectiva, a través de la historia de las guerras podríamos hacer un retrato
de la historia humana. Sobre todo, a partir de las guerras “modernas”, que son
las que, con mejor maquinaria bélica cumplen su cometido. No es el momento ni
el lugar de hacer siquiera un sucinto recorrido por los diferentes escenarios
en los que han tenido lugar las muchas confrontaciones. Bástenos decir que
desde las guerras “coloniales”, “mundiales” o “locales”, los motivos promotores
han sido económicos, y los ejecutores casi siempre han sido empresas
monopolistas u oligopolios, que, actuando en diferentes Estados “soberanos”, o
dentro de un mismo Estado, han pretendido imponer sus intereses.
Ni siquiera las guerras que hemos denominado locales, esto es, las
producidas en el territorio de una Nación, denominadas como guerras “civiles”,
dejan de tener ramificaciones de intereses económicos, políticos o, en general,
estratégicos, que se controlan desde otras Naciones. La mayoría de las veces,
aunque los casus belli son variados,
la confrontación comienza con un golpe
del ejército. A esta institución es a la que el Estado encomienda tener el
“monopolio de la fuerza”; y cuando ésta, bien motu proprio, bien instigada por
poderosos intereses, no del todo ajenos, intentan remover el “orden
establecido”, se produce lo que todos conocemos como Golpe de Estado. Limitándonos a España, muy pocos ciudadanos que fueran testigos del de Julio de 1936
quedan vivos; pero sí muchos más recuerdan el que se quedó sólo en el intento:
el del Febrero de 1981.
Actualmente, como la fabricación de armamentos, cada vez más
sofisticados, es un negocio boyante, sus beneficiarios no dejarán de
promocionar guerras en países menos desarrollados o “tercermundistas”, aunque
sea con la sola finalidad de agotar el “stock
armamentístico” “convencional” y sustituirlo por otros equipos más modernos.
Distinta es la función que cumple el mantenimiento de los arsenales atómicos.
Los diferentes países que lo poseen, aparte de recordar a sus países de
influencia quién es el que manda, entre ellos se disuaden de usarlo, dado la
aniquilación planetaria o cósmica que ello supondría. No daría opción a que el
último que saliera, apagara la luz.
Los EE.UU de América son avezados y prolijos en promover y mantener en
los Estados del Sur todo tipo de guerras o golpes de estado. El último ejemplo
lo encontramos en el intento de derrocar el régimen bolivariano implantado por
Hugo Chávez en Venezuela. Trump, valiéndose de un títere corrupto como Juan Guaido,
ha pretendido inútilmente derrocar a Nicolás Maduro, Presidente electo, para
hacerse con las mayores reservas de petróleo del mundo. Pero por más aliados
internacionales que USA se ha buscado y de todas las artimañas empleadas, hasta el
presente todo se ha quedado en el intento, gracias a la fortaleza y lealtad del
ejército venezolano. Lo que no quiere decir que las fuerzas golpistas hayan
renunciado a su cometido. Lo que ocurre
es que está menos peor visto por la opinión pública conseguir lo mismo por
medios, aparentemente, menos violentos. Existe un anglicismo, law fare,
combinación de los vocablos law (ley)
y warfare (guerra), que explica que
un golpe de estado o una guerra pueden llevarse a cabo por otros medios menos
violentos. La aniquilación del enemigo o la anulación del disidente puede
conseguirse bien por una aplicación distorsionada de la ley, bien utilizando
prevaricadoramente el sistema judicial. Es una forma de judicializar la política.
Países latinoamericanos, como Ecuador, Argentina o Colombia son buen ejemplo de
ello. Pero el caso más llamativo es lo sucedido en el Brasil de Bolsonaro. No
debe ser muy difícil reunir bajo un mismo relato diferentes hechos ocurridos en
un extenso período de tiempo, y convertirlo en una causa penal atribuible al
“enemigo” que se quiere eliminar.
Lógicamente, para dar la apariencia de que se actúa dentro de un “Estado
de Derecho”, la “elaborada” causa penal será enjuiciada por tribunales de
justicia, en cuya “vista” los expertos, con un lenguaje leguleyo y haciendo
alardes de independencia y de no estar contaminados por intereses políticos,
reafirmarán el veredicto previamente acordado. Precisamente en estos días se
está dando a conocer por los galardonados periodistas Glenn Greenwald y Victor
Pougy la trama golpista de Brasil, formada por jueces y fiscales, que,
comandados por el exjuez Sergio Moro, retribuido con el Ministerio de Justicia
por Bolsonaro, consiguieron alterar la realidad política del Brasil, encarcelando al expresidente Lula
da Silva después de juzgarlo y condenarlo falsamente de corrupción. (¿No me
recuerda algo de esto a lo sucedido en el procès?...)
El fiscal Zaragoza, teniendo muy difícil probar la violencia anexa al tipificado delito de rebelión, y, aunque el
“golpe de Estado” no figura como delito en nuestro Código Penal, acude de
manera torticera al concepto, que el gran jurista y filósofo austríaco Hans
Kelsen. Será que el fiscal querrá sacudir la sensibilidad de la audiencia con
la fonética de la palabra G-O-O-L-P-E….
Evidentemente, para que el veredicto de los tribunales, aparte de la
aprobación jurídica, tenga también la aceptación popular, es necesaria la
puesta en marcha del “aparato mediático informativo”. El llamado también
“cuarto poder”. La misión no es difícil dado que los mismos “poderes fácticos”
que manipulan los otros poderes del Estado, dominan también los consejos de
administración de los grandes oligopolios de la comunicación; con lo que los
informativos de las grandes cadenas de TV y Radio o las portadas de los
periódicos abrirán con las noticias que quieran destacar. A la rápida difusión
de las mentiras, fake news, se
prestan la rapidez y la gran extensión de las “redes sociales”. El famoso dicho
goebbeliano de que una mentira repetida…., hoy se “queda en pañales”.
Tampoco podemos minusvalorar la gran contribución que presta a la trama
golpista las llamadas cloacas del Estado.
Es una vasta red de espionaje formada principalmente por ciertos fiscales, funcionarios
de los aparatos de seguridad en connivencia con ciertos mal llamados
periodistas, cuya principal contribución es dar difusión y veracidad a las
noticias que aquéllos les proponen. Bajo el epígrafe falso de “periodismo de
investigación” se nos cuelan hasta la intimidad de nuestras alcobas las más
burdas noticias. El tema es grave, pues no es fácil acceder sin mandato
judicial debidamente justificado a los teléfonos o a otro tipo de soporte de
información personal. Sin embargo, en estos días estamos viendo y oyendo cómo
el “gran espía” Villarejo tenía “pinchado los teléfonos” de periodistas de
varios medios importantes. Pero, salvo cierto interés corporativo, la mayoría
de los ciudadanos, por desgracia, se está acomodando y aceptando como normales
estas “polillas” de la Democracia.
Otro día escribiremos sobre el triste espectáculo de las “negociaciones
democráticas”…
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