sábado, 8 de septiembre de 2018

LOS MEDIOS INFORMATIVOS, PROPAGANDISTAS DE BULOS


    Terminaba mi anterior artículo, Las zanahorias con las que Lesmes gobierna el CGPJ, criticando el nefasto papel que el “amarillismo partidista” de los medios de información tradicionales están representando especialmente en el “embrollo” catalán. Es una pena –decía- que con la capacidad de influir en la ciudadanía y los instrumentos de largo alcance de que disponen las empresas de la información, no contribuyan, al menos, a evitar el enfrentamiento y deterioro que este pugilato está causando entre los españoles. Y, como tal artículo se alargaba, me comprometí a exponer algunas ideas sobre el asunto, que bien merece el trabajo que ahora tiene el lector ante su vista.

    La misión del propagador es una labor digna, consistente en dar a conocer de la manera más amplia e imparcial posible algo (idea, conocimiento, descubrimiento, etc.) producido en un lugar distinto. Así la RAE, en su segunda acepción, define propagar como Hacer que algo se extienda a sitios distintos de aquel en que se produjo. El lector deducirá que no es a este significado al que me refiero, sino al que le sobreviene  cuando los medios informativos ejercen su actividad interesadamente controlada, presentando los hechos o ideas de forma un tanto sesgada, incontrastada y mentirosa, con el insano propósito de influir en la audiencia, consiguiendo de ésta un cambio irracional de actitud o de opinión respecto de un asunto determinado. Incluso la tecnología “virtual” se está perfeccionando tanto en los medios audiovisuales, que hay noticias o hechos cuya existencia real ya no es necesaria para que sus usuarios los tomen por verdaderos. Estamos llegando a un punto –dice Rosa Mª Artal, “Lo peor del bulo está por llegar”, eldiario.es de 31-8-18- en el que la irrealidad se está adueñando de nosotros. La simulación, para ser más precisos. Pero no es nuestra intención reparar en la gran cantidad de mecanismos que a las empresas de comunicación prestan las técnicas modernas. Nos limitaremos a resaltar algunos, dirigidos a obtener una respuesta más emocional que racional y civilizada.
      Tradicionalmente España ha sido un país en que se lee poco; muchos ciudadanos apenas se conforman con leer las “esquelas mortuorias” del ABC o los titulares de noticias deportivas. Y esa pereza intelectual para no ir más allá de las “entradillas” de las noticias de un amplio sector de población”, se convierte en un terreno abonado que aprovecharán algunos políticos para sembrar sus tergiversados mensajes. Naturalmente, ni la siembra sería tan prometedora,  ni la cosecha tan abundante sin la colaboración de las empresas de comunicación o la servil actitud de conocidos periodistas como Marhuenda, Inda o Jiménez Losantos, por citar a  algunos. La realidad es poliédrica, y, cuando ésta se analiza sin prejuicios manipuladores, más rico es el debate político y democrático, que, con la ayuda de los medios, debe convertirse en un instrumento idóneo para solucionar los problemas de los ciudadanos. También los hechos son tozudos; y por más que políticos y periodistas intenten camuflarlos con declaraciones basadas en datos objetivamente falsos o con bastardos argumentos, sólo conseguirán réditos en el corto plazo a cambio de desprestigiar el Periodismo y la Política, creando confusión y dañando la convivencia. Estoy, pues, de acuerdo con la Sra. Artal, cuando en su artículo mencionado, aparte de considerar a algunos de los periodistas como propagadores de bulos, a Pablo Casado, nuevo líder del PP y a Albert Rivera de C´s, como fabricadores de aquéllos a costa de la manipulación de la realidad. El peligro estriba en que el “embrollo bulesco” ha saltado del escenario a la vida cotidiana, en donde las víctimas de bulos crecen por días. Remito al lector a los hechos narrados por la periodista de eldiario.es
       Vivimos tiempos en que empresas con los objetivos más nobles, éstos son relegados a un segundo plano en favor del gran objetivo capitalista-financiero: el máximo beneficio, la máxima rentabilidad. Siempre la prensa ha sido necesaria para la creación y fomento de opiniones en la democracia. Pero en nuestras democracias modernas, las empresas de comunicación se han convertido, además, en un poder (4º poder) que, en determinadas circunstancias, es superior a los tres poderes clásicos fundamentales en las democracias llamadas liberales. Tanto en los modernos medios audiovisuales, como en los tradicionales de papel, los criterios de los consejos de administración y de los tenedores de acciones u otros activos financieros se imponen o supeditan a los de los profesionales de los distintos departamentos; desde el director general, pasando por los jefes de redacciones, hasta el último periodista, todos amenazados de perder sus empleos o sus precarias becas.
   Es cierto que la informática y el mundo digital, con lo que ha supuesto de economizar costes, ha facilitado que otros actores más pequeños, en régimen de cooperativa o de asociados lectores (p.ej., eldiario.es, infolibre, etc.) puedan competir con grupos como PRISA, Mediaset o Atresmedia; pero esa competencia siempre será muy limitada. Además de porque los oligopolios citados cuentan también con los medios digitales,  por dos causas, que, a bote pronto, se me vine a la cabeza: el hándicap que para una gran parte de la población supone la edad o el haberse educado en medios rurales hasta hace poco ignorantes de la informática para  acceder a aquéllos, o la enorme capacidad económica e influencia educacional, que,  desde el mundo editorial y de otros instrumentos pedagógicos y audiotelevisivos, respectivamente, disponen aquéllos truts.
    Los propios directores o periodistas destacados de medios digitales más pequeños se ven obligados a acudir, supongo que con determinadas limitaciones, a las manipuladas tertulias televisivas, para poder dar señales de su existencia. Al menos, esa es la justificación que les he oído decir, dado mi interés como lector asociado a infolibre y eldiario.es, a los profesionales de los mismos que, cada sábado, tienen que soportar las estupideces del director de La Razón, Paco Marhuenda o las insolencias de Eduardo Inda. Yo, en cambio, creo que La Sexta Noche hubiera desaparecido de la programación sabatina, si sólo contara con el mediocre moderador, controlado por el  “pinganillo”, y los dos “voceros” mencionados, u otros colegas que se sientan a ese lado de la bancada.
   Es muy frecuente, sobre todo en TV, que es el medio más influyente, denunciar o criticar un hecho, la opinión de un adversario, o, simplemente la actuación de éste, utilizando palabras o conceptos, que, de entrada, desvían y distorsionan el asunto a debatir, preparando así el ánimo del televidente para admitir todos los infundios posteriores. Hasta la Sala 61 del Tribunal Supremo, p. ej., se refiere a C. Puigdemont como huido de la justicia,  para  inadmitir de plano  el recurso del expresident con el que pretende recusar a los magistrados que han de juzgarle. A cualquier alumno de 1º de Derecho se le suspendería, si tal cosa contestara en un examen. El sr. Puigdemont tendrá o no razón. El tribunal tendrá que razonarlo en términos jurídicos (no políticos); pero lo injusto es que, con el calificativo “huido de la Justicia”, se pretenda minusvalorar su derecho fundamental a defenderse utilizando todos los medios que la Ley pone a su disposición. El vocablo “independentista” es utilizado por algunos con la misma connotación demoníaca que los franquistas y fascistas empleaban para denominar a comunistas y socialistas. Incluso, muchos militantes y dirigentes del PP y C´s, ufanos de ser constitucionalistas, piden la ilegalización de los partidos que, entre otras cosas, defienden el derecho de autodeterminación pacíficamente. ¿Habrá que recordarles a estos “demócratas” que así empezó Hitler?.
   Por supuesto que la mayoría de las veces no es inocente la elección de los temas a debatir. Ello  entraría dentro de la libertad de elección, siempre que esa selección no se hiciera con la sola intención de ocultar otros, o buscando exclusiva y habitualmente una idea o un enemigo a abatir. Más importante que la selección temática en sí es la censura del tema elegido y la parcialidad en su tratamiento por los contertulios, casi siempre los mismos e inexpertos en su mayoría. Como si en España no hubiese otros periodistas, pensadores, profesores o simples ciudadanos que enriquecerían el debate. Si los debatientes fuesen especialistas “vocacionales” en los asuntos tratados, la TV, además de distraer, sería una escuela democrática, económica y eficiente, de educar e informar a ciudadanos que no disponen de otros medios. Pero la estrategia consiste en mantener a los teleoyentes en la ignorancia o la mediocridad, además de ser tratados como si fueran tontos o menores de edad. La parcialidad resulta más escandalosa cuanta más trascendencia tiene el asunto o el hecho debatido. En este sentido destaca la cuestión catalana. Rarísima vez se han podido ver o escuchar en medios de cobertura nacional las razones u opiniones de la “otra” parte. Y cuando se retransmiten “en directo” hechos o declaraciones, aquellas razones u opiniones son enmudecidas por el conductor de turno, intercalando imágenes o palabras que nada tienen que ver con el tema de que se está tratando. Es una forma de lo más sibilina de anular al contrario. Se ha dicho que lo que no sale en la tele no existe. Si, como hemos dicho, la realidad tiene muchas facetas, es lógico que los analistas resalten aquélla que más les interesa; pero cerrarse torticera y fanáticamente a contemplar las facetas resaltadas por otros es empobrecerse a sí mismos e impedir que el público se enriquezca. Y algo peor: desviarse del camino que conduciría a un diagnóstico certero con el que solucionar los problemas reales que afectan a los ciudadanos.
   Es, por otra parte, bochornoso contemplar cómo los medios informativos, llamados a ejercer una gran función en la democracia, se “arruguen” ante políticos que celebran ruedas de prensa tras un plasma y sin admitir preguntas. Ningún periodista abandona la sala, y sí, en cambio, se arremolinan para transmitir el gesto provocador e hipócrita de Albert Rivera y Arrimada retirando lazos amarillos, símbolo de protesta por los presos políticos, de los espacios públicos. El “poder” que la prensa y medios de comunicación deben jugar en la democracia queda, pues, rebajado por el sometimiento de aquél al interesado capricho de ciertos dirigentes o partidos políticos.
   Por último, me parece harto deshonesto utilizar los avances de las ciencias psicológicas para conseguir en el subconsciente del ciudadano receptor la sensación de autoculpabilidad de auténticas aberraciones, de las que, en absoluto, es culpable. Et ita porro…
   Manuel Vega Marín. Madrid, 8, Septbre, 2018  www.solicitoopinar.blogspot.com.es






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