martes, 2 de enero de 2018

SOBRE EL TRADICIONAL MENSAJE DEL REY EN LA NOCHEBUENA DE 2017


   El artº 56,1 de la Constitución dice que el Rey, como Jefe del Estado, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. Y, aunque no pertenece a ningún partido político, y no está implicado en tareas legislativas, ejecutivas o judiciales, no por eso debe carecer de criterios propios. Pues difícilmente se pueden ejercer tales tareas sin tener conocimiento de lo que tiene que arbitrar y moderar. Cosa distinta es que dicho conocimiento le lleve a tomar partido públicamente por los asuntos que las instituciones deben regular. Por supuesto, no estamos negando que el Rey, como cualquier ciudadano, goce del derecho a tener su propia opinión sobre la multitud de problemas a los que la Administración debe hacer frente. Pero, como mediador y árbitro que representa a todos los ciudadanos españoles, y por la influencia que en la “práctica política” tales opiniones suelen tener con  su solo enunciado,  no deberían salir del ámbito de la privacidad. El Rey reina, pero no gobierna, se suele decir. Pero tal aforismo no pasa de ser un simple desiderátum. Pues la Monarquía y el Rey no son entes etéreos y abstractos, sino que tienen una historia, pertenecen a una clase social, y, por muy limitados y “constitucionalizados” que estén, tienen sus propios intereses. Intereses que, de alguna manera, vienen salvaguardados, porque, como dice el apdo. 3 del artº citado, la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Y dicha inviolabilidad radica en el artº 64,1 que expresa que los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes, y que de los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden (apdo.2).

   Pero, ¿es posible que el Presidente o los Ministros refrenden actos ajenos si éstos no coinciden con sus intereses? Parece que no. Y así lo demuestran los dos últimos discursos del Rey. El del 3 de octubre fue una burda “filípica” contra los catalanes y sus instituciones que preanunciaban la aplicación del 155, ya practicada de facto por el Gobierno. Bastó escuchar tal “perorata” para ver que detrás de la misma, como muchos analistas constataron, estaban las manos y las intenciones de Rajoy. Claramente el Rey “tomó partido”.
   El segundo mensaje real que titula este trabajo, aunque casi todos los analistas coinciden en su menor tonalidad, ya que el contexto navideño así lo requería, no fue menos “rajoyniano”. Esto lo pone de manifiesto la coincidencia existente entre la alocución de Felipe VI y las frases y adjetivos, que, sin venir a cuento, el Presidente pronunció con motivo de la firma ampulosa, pero “tramposa”, de la subida del salario mínimo interprofesional. Pero el problema no reside tanto en el uso del castellano, cuanto en la vacuidad y mendacidad del mismo. Es preocupante que el Jefe del Estado se crea, como nos quiere convencer el Gobierno, que vivimos en el País de las maravillas. Que el Rey diga que a lo largo de los últimos 40 años hemos conseguido hacer realidad un país nuevo y moderno, un país entre los más avanzados del mundo, puede que sea verdad si lo comparamos con la dictadura franquista, aunque no de la misma manera para los que se comprometieron y lucharon contra ella, que para los que se aprovecharon y se siguen aprovechado de ella. Ahí están las reformas laborales, la desigualdad social y la Ley de Memoria histórica, aprobada en 2007, pero que ya Rajoy, desde la oposición, ya prometió derogarla cuando llegara al Gobierno. Efectivamente, desde 2012 en que ya redujo en un 60% su presupuesto, hasta la actualidad, cuyo presupuesto es cero. Si no de  iure, de facto, la ley está muerta. De similar manera viene cumpliendo este Gobierno con la Ley de Dependencia. Son sólo  algunos ejemplos de cómo Rajoy cumple la Ley, de la que no cesa de decir que está para cumplirla.
   Que hemos llevado a cabo la transformación más profunda de nuestra historia en muchos ámbitos de nuestra vida: en educación y en cultura, en sanidad y en servicios sociales, no deja de ser una gran mentira, si tenemos en cuenta los recortes efectuados en dichos ámbitos desde que gobierna el PP so pretexto de una “estafa” llamada crisis. Que esa transformación haya afectado a infraestructuras y comunicaciones, sólo es una verdad a medias si tenemos en cuenta el gran negocio de los inversores extranjeros y la ineficaz planificación, en torno a la cual han pululado especuladores y corruptos “sistemáticos”. En cuanto a seguridad ciudadana, basta ver la ineficaz gestión que los últimos ministros de interior vienen ejerciendo sobre el maltrato machista (casi 50 mujeres asesinadas en este año), el aumento de accidentes y muertos en carreteras, el trato a los inmigrantes o el uso y abuso que se hace de los Cuerpos Policiales, etc., etc…
   Pero lo más preocupante es que el Rey se crea el repetitivo discurso que su Gobierno viene proclamando hipócritamente a raíz del problema catalán: que España es hoy una democracia madura, donde cualquier ciudadano puede pensar, defender y contrastar, libre y democráticamente, sus opiniones y sus ideas; pero no imponer las ideas propias frente a los derechos de los demás. Pues ¡sólo faltaría que este sistema democrático pudiera penetrar inquisitorialmente en la conciencia de los ciudadanos! Intentarlo, lo intenta. Igual que Franco lo intentó con su “democracia orgánica”, con su “tribunal de orden público” y sus propagandistas afines, consiguiendo sólo el “silencio de los cementerios”, que el fundador del PP (AP entonces), Manuel Fraga, confundiera con el famoso eslogan de “25 años de paz”. Las cárceles estaban llenas de “presos políticos”, que no eran más que ciudadanos que luchaban por llevar a la práctica, pacíficamente, sus ideas y sus dictados de conciencia. A veces, era suficiente la sola sospecha o delación de tales ideas, para castigar preventivamente a los que las pensaban e intentaban confrontarlas con el sistema vigente (insisto, pacíficamente). Hoy es la propia Constitución la que sirve de trinchera, para seudojustificar el discurso político del Gobierno y el resto de partidos autollamados constitucionalistas, que interpretan la Carta Magna  como si hubiera sido grabada en piedra en el Sinaí. Pero esta concepción, ontológica, dogmática, unívoca, cerrada y restrictiva de la Constitución es la que actúa en contra del pluralismo y demás derechos fundamentales, regulados en su largo Título primero, y en los que, según su artº 10, reside el fundamento último del sistema político que aquélla instaura y regula. De ahí, como dice el constitucionalista G. Moreno Gonzáles (1), que esta forma de entender y defender la Constitución terminen chocando finalmente con los derechos fundamentales, sin los cuales el pluralismo no puede tener cabida ni expresar su potencialidad democrática… Lo estamos viendo claramente en estos días: la defensa de la Constitución (ontológica) sirve de coartada para limar derechos, para interpretar éstos restrictivamente, para azuzar a la Fiscalía o para mantener discursos públicos que sitúan a las garantías judiciales en segundo plano.
   Algo similar podríamos decir del resto de leyes que Rajoy y sus adláteres consideran como si fuesen “fetiches”. Eso sí, sólo las que a ellos les interesa. De las que no, simplemente las incumplen, sin el mínimo escrúpulo y utilizando para ello todos los instrumentos y vericuetos a su alcance. En este aspecto debemos destacar la llamada “ley mordaza”, que, junto con las reformas del Código Penal, y so pretexto del terrorismo, se están socavando la libertad de expresión y los derechos de manifestación y reunión. Como bien dice Rosa Mª Artal (2), es un hecho cierto que palpamos en el vivir cotidiano al ver denunciados y hasta condenados a tuiteros, raperos, humoristas y todo aquél  a quien le toque la diana. La daga de la censura y del castigo pesa ya a la hora de ejercer cualquier crítica al poder… Según Amnistía Internacional, ceca de 200.000 ciudadanos/as han sufrido ya los efectos de esa maldita ley, un tercio de ellos por delitos de manifestación, reunión y ofensas a la autoridad, sin haber pasado por un juzgado. Y, según datos del propio Ministerio de Interior, recogidos en su día por el mismo diario digital, son 1.200 ciudadanos al mes los multados por falta de respeto a los agentes policiales. En fin, que estamos retrocediendo a tiempos pasados, en los que, salvo a los “voceros cortesanos”, la censura exterior va creciendo, obligando a la “autocensura” a periodistas críticos, temerosos  de ser despedidos de sus periódicos u otros medios, cuya subsistencia depende de las subvenciones, con las que el poder retribuye su “lealtad”.
   Pues bien, este es el País avanzado y moderno que late en el fondo del discurso de Felipe VI “el más preparao”, y del que, según él, todos los españoles nos tenemos que sentir orgullosos. Al Jefe de Estado le importó un comino que tres días antes el “independentismo” ganara las elecciones a pesar de que sus líderes cesados estuviesen preso o exiliados, y que su militancia en el PP, manifestada en su discurso del 3 de octubre, le impidiera decir algo más que unas palabras sobre cómo solucionar el problema de Catalunya. Pero eso sí, aunque pocas, en esas palabras no dejaba de advertir al nuevo Govern y Parlament elegidos cuál debe ser nueva ruta; la de siempre: ley, ley y más ley.¡ Más de lo mismo! De cómo solucionar la intromisión en el poder judicial, para que un juez condenara a un supuesto promotor de la “pitada al himno” (denuncia dos veces archivadas), o que otro ciudadano fuera multado por gritar en un concierto de jóvenes ¡”mucha policía, poca diversión”!, nuevamente el silencio.
   En lo referente a economía, empleo, corrupción, desigualdad y diferencias sociales, son temas que se los deja a su “negro” escribano Rajoy. Sobre terrorismo yihadista, los manidos tópicos, sin considerar que sólo sirven para asustar a los ciudadanos y “enjaularlos” cada vez más en los limitados espacios públicos; de Trump y su apoyo a los judíos en aplastar a los palestinos, nada de nada. Idem sobre el medio ambiente y el cambio climático. Sobre la violencia de género, lo suficiente para que no le vuelvan a criticar por su silencio anterior.
   En fin, estas son algunas de las recetas con la que el Rey se siente seguro de que nadie desea una España paralizada o conformista, sino moderna y atractiva, que ilusione; una España serena, pero en movimiento y dispuesta a evolucionar y a adaptarse a los nuevos tiempos.
   En definitiva, que mejor sería, ya que no puede hablar como un Rey que gobierna, que no hablara o se limitara a felicitar protocolariamente la Nochebuena a los españoles…

   Manuel Vega Marín. Madrid, 30, Diciembre, 2017. www.solicitoopinar.blogspot.com.es


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