jueves, 21 de abril de 2016

LA LLAMAN CRISIS, PERO ES UNA ESTAFA



   ¿Dónde está el dinero?, me preguntaba un amigo a mediados de la crisis. Mi amigo no entendía mucho de economía, pero la pregunta tenía su lógica; pues el dinero, que es algo material, es de difícil evaporación. En todo caso, mi respuesta fue contundente: alguien se lo está llevando a otro lugar. La “moneda” se inventó para facilitar el intercambio de mercancías. El “mercado”, mejor, los productores que acudían a él, intercambiaban sus “excedentes”. Es lo que se llamaba trueque. Para facilitar esas permutas, convinieron en reconocer y aceptar un “medio de pago” común, cuyo valor equivaliera a los excedentes que se trocaban. Así nació el dinero, la moneda, que, en principio, hubo de tener un valor material que obedecía a la escasez o a la dificultad en obtener el metal en que se fundía; generalmente el oro u otros materiales preciosos. Pronto, precisamente por su valor material, se convirtió así mismo en una golosa y codiciada mercancía. Desde ahí, su valor material fue evolucionando hacia un valor convenido entre particulares en “pagarés”, antecesor del papel-moneda o “billetes”, emitidos por una institución bancaria, encargada de asignarle a cada trozo de papel un valor que ya no es material, sino virtual, fijado por aquella institución e impreso en una o ambas caras. Es lo que se conoce como “valor facial”. No obstante, este valor no era arbitrario, sino que respondía en una proporción a los lingotes de oro, depositados en el Banco Central. En la moderna economía, ni siquiera es preciso que la cantidad de dinero que se crea o circula, tenga un soporte equivalente al oro depositado en los sótanos bancarios. Es más, ni siquiera es necesario que esa equivalencia esté “acuñada” por valores presentes. El valor con el que hoy se estipulan muchos negocios viene determinado por el precio que la mercancía, objeto del negocio, pueda tener en el mercado en un tiempo futuro, fijado de antemano.

   En toda esa evolución la “especulación” ha estado presente. Los especuladores y las entidades financieras ya no se conforman con guardar en las cajas fuertes o en las dependencias bancarias, aquel material valioso, como hemos visto en las películas “del oeste”. Son capaces de crear dinero, cuyo valor deja de ser material, para convertirse en “virtual”, sin que por ello dejen de cumplir la misma función que tenía encomendada las antiguas monedas; desde el “crédito”, las “tarjetas de plástico”, hasta los “paquetes surprimes”. La creación de estos modernos “activos”, usados sin control oficial, da pie a confundir lo que tenía un valor material y “de uso”, por otro “virtual y de cambio”, haciendo creer al ciudadano medio e inexperto, que ambos valores son equivalentes. Y así, al “futuro” propietario de un piso, por ejemplo, que antes pagaba a plazos con justos intereses, hoy los desaprensivos especuladores y sus “amiguetes” banqueros, tenedores de capital, le hacen pagar anticipadamente los intereses hipotecarios de un préstamo de valor muy superior al que, realmente, tiene la suma de esfuerzos necesarios para producir una “estructura” de hormigón, hierro y ladrillos…
   Lo que pretendo explicar con la historieta precedente es que el dinero no está en donde tiene que estar: en la economía “productiva” generadora de aquél, esto es, en las fábricas (no debemos olvidar que la riqueza la genera la tierra y el trabajo), y no en los bolsillos de los especuladores o en los “paraísos fiscales”, cuyas ganancias las obtienen unos cuantos con menos “quebraderos de cabeza”…


   Para evitar lo que ni siquiera una economía capitalista puede evitar en el corto y medio plazo, sin causar infinidad de “daños colaterales”, se inventó el Estado democrático, haciéndose con el “monopolio” de la “acuñación” de la moneda y de la distribución de la riqueza generada por todos los ciudadanos. Pero la capacidad de presión, la usura y la codicia de los agentes especuladores, a los que eufemísticamente se les llama “los mercados”, han conseguido arrebatarle al Estado tal monopolio con un falso concepto de liberalismo, y con el pretexto de una “inventada” independencia de la Economía de la Política.
   Se comienza y se acaba echando la culpa de la crisis al Estado y a no sé qué intereses de “los políticos”, cuando tal crisis está inserta en la esencia del propio sistema capitalista, manifestándose de manera cíclica. Pero la prueba empírica dice que eso es falso. Al comienzo de la crisis las grandes empresas financieras y los grandes medios de comunicación en su poder, difundieron que la causa de la actual crisis que vamos soportando desde 2007, fue que tanto el Estado del bienestar, como los ciudadanos, “vivíamos por encima de nuestras posibilidades”. Hasta el actual Gobierno en funciones de la derecha se contaminó de dicho “oráculo”. Hay que evitar, pues, ese derroche en el gasto, que una mala administración por parte del Estado, ha producido. Nosotros, dirán los tenedores de dinero, haremos de él mejor uso. Y, para empezar, debemos dejar de darle dinero a ese derrochador, lo que significa bajar los impuestos. Es una de las tesis fundamentales del capitalismo ultraliberal. Pero, quiera que no, el Estado tiene que continuar haciendo gastos en servicios sociales e infraestructuras no rentables a corto plazo para los “capitalistas”, y como no ingresa suficiente para sufragar tales gastos, tendrá que pedir  prestado a los mercados, generándose así el “déficit público” y la “deuda pública”. Pero, como la experiencia viene demostrando, aunque los que hoy rigen la economía no lo quieran reconocer, el problema no sólo persiste, sino que se agrava. Los que más fomentaron que las familias “vivieran por encima de sus posibilidades”, fueron ellos, ofreciendo, entre otras cosas, créditos de todo tipo, sin preocuparse de la posibilidad de su “retorno”. Las entidades financieras no sólo fueron generosísimas en prestar el dinero en ellas depositados por los ahorradores, sino que, llevadas por su insaciable codicia, también pidieron a los mercados, “apalancándose” y endeudándose más de lo razonable. Cuando, debido precisamente a los “recortes” en el gasto, a la reducción de los salarios y de la inversión en la economía productiva, las pequeñas y medianas empresas, azuzadas por “las grandes” a vivir del crédito, comienzan a cerrar y a bajar salarios o despedir trabajadores, y las familias también dejan de consumir y de poder pagar los “generosos” créditos, el sistema “piramidal” se desploma cual castillo de naipes. Aquéllos, que tanto renegaban del Estado, acuden a él, cual padre generoso, con la “coartada” de que, si no se les “rescata”, el hundimiento del sistema acarreará mayores y peores consecuencias… No hace falta recordar aquí lo que supuso la caída de Lehman Brothers… Sus efectos “dominó” lo vemos claramente en las figuras gigantescas de bloque de viviendas vacías y toda clase de “estructuras” sin uso apropiado, que dejaron entre sus “amasijos” el dinero “virtual”, que la codicia de unos pocos cambió por el dinero y los ahorros reales de la gran mayoría de ciudadanos, y que, mientras tanto, aquellos se llevaron a sus arcas privadas o “paraísos fiscales”. En esos lugares están, fuera de control de los Estados, el dinero no “evaporado”, por el que me preguntaba mi amigo del comienzo de este artículo.


   Si la cantidad de billones de euros atesorados por el 1% de la población en esos paraísos “no tan perdidos”, no se pone a trabajar en la economía productiva, y se estimula lo que los “keynesianos” denominan “demanda agregada” (salarios y trabajo productivo, etc.), y el Estado no retoma su “poder político”, regulando y recaudando, vía “fiscalidad progresiva”, lo que necesita para mantener el progreso y el bienestar de todos, no sólo de una pocos, el déficit y la deuda públicos seguirá en aumento, y el propio sistema liberal-capitalista se volverá ineficiente, no sin antes ver a los codiciosos “comiendo papel como las cabras”…
   De estas aparentemente sencillas reflexiones extraeré para el lector algunas conclusiones. No fue un Estado “manirroto” el que generó la crisis y su consecuente déficit. Más bien sucedió al revés; fue la crisis la que produjo el déficit. Cuando ésta empezó en el 2007, el Estado español no tenía déficit, sino superávit. Las arcas públicas ingresaban más que gastaban. Sólo cuando el dinero de todos se ve obligado a socorrer los desequilibrios propios del sistema, que la deuda pública aumentó desde el 35% al 100%, el PIB bajó más del 7%, y apareció la crisis. Muchos economistas han sabido bautizarla como “crisis de deuda”.
   Si tal crisis hubiera sido real, y no una “estafa” ideada por unos cuantos beneficiados, todos debiéramos haber empobrecido, si no igual, al menos, en la proporción en la que hemos participado en la creación de riqueza (PIB). Pero no ha sido así; por lo menos, no en todos los países. Mientras las rentas del trabajo han aminorado su participación en el conjunto del PIB, las rentas del capital han aumentado en estos años de crisis, y yéndose a los sectores más rentables que son los especulativos. Esa minoría detentora de capital y los grandes bancos se enriquecía, mientras el grueso de las familias trabajadoras y de clase media se ha ido empobreciendo cada vez más. Como podemos constatar por los informes emitidos por instituciones, nada sospechosas de ser revolucionarias, como Cáritas, y economistas independientes, de reconocido prestigio internacional como P. Krugman, J. Stiglitz o nuestro V. Navarro. Éste en su último artículo en el diario Público afirma que hoy España es uno de los países con un sector bancario (en términos proporcionales) más elevados que hay entre los países desarrollados (tres veces mayor que en EE.UU).
   Es lógico, pues, que mientras esa política económica neoliberal impuesta por la UE y aceptada sumisamente por los países más ricos, entre ellos España, siga beneficiando al establishment económico-financiero, éstos seguirán culpabilizando al Estado del bienestar del incremento del déficit y de la deuda públicos. No es de extrañar que, aunque los datos empíricos muestran lo contrario, el acuerdo firmado por Psoe-C´s omita culpar a esas políticas neoliberales del crecimiento de tales deudas, conformándose sólo con prometer no seguir recortando más los gastos en los servicios públicos, sin que aparezcan medidas de estímulo para animar la demanda familiar, salvo el raquítico aumento del 1% en el salario mínimo y muy reducida renta garantizada.
   Por todo ello, hace falta un cambio progresista de gobierno, que no puede ser otro que el que propone PODEMOS.

 Manuel Vega Marín. Madrid, 20. Abril. 2016. www.solicitoopinar.blogspot.com.es

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