martes, 12 de enero de 2016

GRAN MENTIRA ES LA SUYA, SR. VARGAS-MACHUCA



   Este catedrático de Filosofía Política firma en El País (8-1-16) un artículo titulado La gran mentira. Según él el problema de Cataluña, resultante de las elecciones de Septiembre, es el  insólito apareamiento de una derecha local cleptómana, los independentistas de siempre y una extrema izquierda de sesgo neolibertario y follonera. Y esa extraña coyunda sólo podría producir colapso político e inestabilidad contaminante. Pero, contradictoriamente, dice el profesor, todo este disparate tiene dos causas remotas, sin cuyo concurso no se hubiera producido: Primera una conciencia nacional escindida y vergonzante que los españoles arrastramos desde el final de la experiencia imperial, y la segunda, que la política no sabe leer una nueva realidad desde que, tras la guerra fría, se desactivaron los idearios movilizadores del siglo XX, de los que quedan unos cuantos dogmas, agitados por una política (mejor debería decir políticos) ayuna de inteligencia, que cada bando utiliza de conformidad con el guión mediático imperante. Y esta labor es la que realizan los misioneros del credo nacionalista, dada su hegemonía, no sin contar con la anuencia ruin de unos pocos poderosos, el apocamiento de biempensantes puestos de perfil y la omisión irresponsable de los más. El sr. Vargas-Machuca tira la piedra, pero esconde la mano, pues no aclara quiénes son concretamente esos “misioneros”. Será porque pretende ocultar la larga connivencia que desde el Gobierno central, tanto los de Felipe Gonzáles, como los de Aznar, como así mismo, la “hegemonía” del PSC, incluyendo la frustrada y no investigada denuncia del Pascual Maragall sobre la problemática “mordida” del 3% de los “convergentes”. De todo ello algo sabría el sr. Vargas, ya que fue miembro del Comité Federal del PSOE entre 1976-1996. ¿No habría que contar al sr. Vargas-Machuca entre los biempensantes que se pusieron de perfil, ocultando a los ciudadanos, irresponsablemente, todo lo que sabían?

   Y es esta extraña lógica la que, en una primera conclusión, lleva a nuestro “metafísico” de la teoría política a afirmar que sólo la mezcla de hegemonía y miseria político-mediática explica el derecho a decidir, que no es más que un eufemismo simplón y un gran embuste, que independentistas irredentos y “progres” desorientados e interesados han convertido en su bandera de conveniencia, haciendo de ese gran embuste la quintaesencia de la democracia. Y, ¡cómo no!, la culpa la tiene PODEMOS, al que ahora toca cortejar,… tras un engañoso éxito en los comicios generales del 20-D. PODEMOS es, pues, rehén de aquellos a quienes debe parte de su botín electoral, debiendo pagar por tal botín la defensa que este nuevo partido hace del “referéndum”, que, maliciosamente, nuestro analista interpreta como secesionista, a sabiendas de que PODEMOS está harto de repetir que, de celebrarse éste, pedirá el voto a los catalanes para lo contrario. No me extraña que con tan “marrulleros” argumentos de estos asesores el PSOE haya llegado a donde está.
   No obstante, reconoce el profesor que la gobernabilidad de España ha estado con frecuencia condicionada por la cuestión catalana, pero no hasta el punto de poner en peligro la supervivencia del Estado democrático. Es una desgracia tener que recordar a todo un catedrático de Filosofía Política que acontecimientos como la llamada “cuestión catalana”, hasta el presente mal resuelto, fue uno de los revulsivos que terminó dando jaque mate a la democracia de la Segunda República por el “golpe franquista”, la Guerra civil y la Dictadura consecuente que llevó al paredón de fusilamiento, en Octubre de 1940, a Lluis Companys, presidente de la Genaralitat. Por otra parte, me gustaría preguntarle al Sr. Vargas-Machuca cuál es su solución y la del PSOE para esta incandescente cuestión, porque el llamado derecho de autodeterminación, proclamado hasta no hace mucho en los programas del Partido Socialista, y la muy “kakareada” solución federalista, se han quedado sólo en “proclamas”. Y, si no, habrá que preguntar a Susana Díaz y otras baronías del PSOE qué objetivo pretenden con el “sarampión unionista” de que son víctimas…
   Estos teóricos y analistas de la Política la siguen teorizando y analizándola con criterios dogmáticos e instrumentos anticuados. Siguen pensando que la Política es algo atemporal y ahistórico; que la Democracia se inventó con la “gloriosa” Transición, y se ha mantenido gracias al “bipartidismo turnante”, más allá de lo cual no hay vida. Y que todo lo que acontece en la sociedad y que afecta a la vida real de los ciudadanos son como “reminiscencias” platónicas, como reflejos de entes reales que habitan en los espacios siderales… No es raro, por tanto, que nuestro profesor considere el derecho a decidir como una afirmación genérica y equívoca que pretende alterar el sentido y el alcance del derecho de participación política. Y vuelvo a preguntar al profesor, ¿no es más genérico y abstracto este derecho, del que aquél no es más que una de sus posibles concreciones?... ¡Claro que, como todo derecho, éste de decidir, tiene que reglamentarse! Para eso están los políticos y el ejercicio de la Política; para concretar en leyes y normas QUÉ, CÓMO, CUÁNDO, QUIÉN O QUIÉNES, ese derecho. No vale escudarse, hipócritamente, en una interpretación inmovilista y dogmática de la Constitución y demás leyes. Tanto una como otras se “hacen para el hombre, y no al revés”. Ciertamente, las leyes están para cumplirlas, pero también para modificarlas o cambiarlas si han quedado obsoletas para solucionar los problemas de la convivencia ciudadana. Y más que hipócrita, es indecente utilizar argumentos falaces como “que España se rompe”…, que cualquiera del más recóndito pueblo podrá convocar un referéndum, etc., etc. Lo que realmente rompe, no sólo a España, sino a cualquier sociedad mínimamente justa, democrática y solidaria es la distribución injusta de la riqueza, que el 1% de ciudadanos acumule tanta o más riqueza que el 99% restante, que toda una generación de jóvenes preparados tengan que emigrar porque este País no le proporciona un futuro digno, que muchos jubilados arruinen sus ahorros por ayudar a sus hijos y nietos, que muchos trabajadores que perdieron su empleo hayan disminuido o perdido las prestaciones sociales, etc., etc… Para combatir todos esos desequilibrios e injusticias se fundaron los partidos socialistas y comunistas y otras instituciones laborales. Los ciudadanos que hemos militado, militan o votan a estos partidos se ven cada vez más frustrados, oyendo al PSOE repetir, como un mantra, que lo importante es la “unidad de España”, pasando a un segundo lugar la educación o la sanidad, que lo importante ante la oportunidad de un gobierno de izquierda es no aceptar el “derecho a decidir”, que sólo muchos barones del PSOE han denominado “línea roja”, imposible de traspasar. Acabar con la reforma laboral del PP, disminuir la desigualdad social, terminar con la corrupción, con el saqueo a la reserva de las pensiones, diseñar un sistema productivo moderno o un sistema fiscal e impositivo más justo, etc., etc., y, en fin, recuperar todos esos derechos perdidos, pasan a un segundo término ante el gran descubrimiento de “la unidad de España”. Si con este “mantra” el PSOE pretende recuperar militancia y ganar en una muy posible repetición de elecciones, que no se confunda; para esta tarea están mejor entrenados el PP y los chicos de Ciudadanos. Pensar, como dice Octavio Granado en mismo número de El País, que la unidad de España estaría más garantizada con Emiliano Gracia Page o Susana Díaz como líderes, que con Pedro Sánchez es discutible… Y sigue diciendo: los electores socialistas no merecemos que nos representen resentidos, ni ambiciosos obsesivos. Ni debemos acudir a unas elecciones anticipadas con el único reclamo ideológico de la unidad de España.
   Y según estoy escribiendo, con el acuerdo a que se ha llegado en Cataluña, aumentarán las presiones sobre el PSOE y Pedro Sánchez para la formación de la “gran coalición”, recreando otro antiguo mantra: “la estabilidad de un Gobierno central fuerte” frente a la reactivación del “proceso soberanista”. Lo cual no deja de ser otra gran mentira, fomentada por los mercados y los poderes que les representan. La fortaleza de un gobierno se basa en la estabilidad que da la coherencia de un Parlamento que dialoga y pacta entre los diferentes grupos, representantes de los intereses de los ciudadanos, y que es capaz de hacer cumplir al Gobierno esos pactos, transformados en Leyes. La mayoría absolutísima que gozó el PP en la anterior legislatura se ha convertido, en vez de en un Gobierno fuerte, en otro inmovilista, pétreo y solitario e incapaz de dar solución al mayor problema político que tiene el Estado, cual es la cuestión catalana, que nos ocupa, por no hablar de todos los problemas que el aislamiento y el alejamiento del gobierno de Rajoy ha creado a los españoles. Esa cerrazón y ese inmovilismo “legalista” de la Moncloa ha “fabricado” el mayor número de independentistas en toda la historia del soberanismo catalán. Y en este, como en otros temas, el PSOE ha sido un “fiel escudero” del PP. Por eso han sido los dos partidos que más apoyo ciudadano, tanto en Cataluña como en el resto de España, han perdido en las pasadas elecciones. Por eso me cuesta trabajo entender que el PSOE siga enrocado y aislándose, cada vez más, en Ferraz. E, incluso, ni siquiera ha esperado a que Rajoy se lo pidiera, para que el portavoz parlamentario, sr. Hernando, se pusiera a total disposición de la Moncloa. Y lo más exasperante ha sido oír hace un momento al Presidente del Gobierno, reaccionando a lo que está sucediendo en el Parlament, con el manido y archirrepetido discurso dogmático-legalista: bla…,bla…, bla…
   Es cierto, y con esto vuelvo al discurso del sr. Vargas-Machuca, que son las leyes emanadas de un Parlamento democrático las que deben conducir los hechos y actitudes de los ciudadanos, que configuran la convivencia de una sociedad. Pero no es menos cierto que, cuando la realidad social cambia, y este es un hecho atestiguado por la historia, las instituciones y las leyes emanadas de éllas, también deben cambiar y reajustarse a esos cambios. De no ser así, esas mismas leyes, además de obsoletas, pueden devenir en “tiránicas”.
   En el tema que nos ocupa, con los antecedentes de la sentencia de 1998 de la Corte Suprema de Canadá y la consecuente Ley de Claridad; con la experiencia del referéndum escocés, y de haberse interpretado el restrictivo artº. 92 de la Constitución, así como de la ley orgánica de 1980 que lo desarrolla, de una manera más flexible, como, en su momento, aconsejó el Tribunal Constitucional, las cosas no hubieran terminado en un posible “choque de trenes”. Y, para ello, sólo hubiera bastado inteligencia, voluntad y altas miras políticas. Porque no son los tribunales ordinarios de justicia, ni el Constitucional, los que deben solventarlo. En nuestro caso, es el Parlamento, en el que están representados todos los intereses de los españoles, incluidos los de los catalanes, a quien hubiera correspondido, como dicen los profesores Eduardo Manzano (CSIC) y Juan S. Pérez Garzón (UCLM) (El País 9-1-16) abordar esa posible Ley de Claridad y acordar la pregunta clara y precisa que debería hacerse a los catalanes, así como la mayoría necesaria para adquirir un nivel rotundamente legítimo de apoyo. En esto, el PSOE, como partido que se autoatribuye el liderazgo del “cambio”, debiera haber adoptado una actitud menos “seguidista” de la Moncloa y de Génova, y haber puesto sus oídos más atentos al “clamor de la calle”. Prefirió esa opción, contraria a la de PODEMOS y otros Grupos que apoyan “la Consulta”, y ahora se ve rehén del PP y de su “marca blanca”, Ciudadanos…  Sin atribuirme facultades de “pitoniso”, me atrevo a vaticinar que, si “fuerzas extrañas” no se interponen, el “referéndum” será el hábil “guardagujas” que evite el “descarrilamiento” fatal.
   El profesor Vargas en su discurrir, hace afirmaciones que, a mi entender, derivan de una idea “metafísica” de la Democracia, que la realidad las puede volver, si no contradictorias, poco “operantes”. Sin duda, dice, (el derecho) de participación política es básico e insustituible, pero está circunscrito, resumo, a un contenido doctrinal: Derechos humanos, y a un entramado procedimental (funcional) que son las leyes que lo desarrollan y lo aplican. Sin ese horizonte moral y asiento institucional ninguna comunidad política deviene comunidad de justicia… Y, en tanto que procedimiento, (el derecho de participación) opera sobre comunidades políticas como condición previa, que presupone un ámbito territorial. Desde un punto de vista teórico, se podría estar de acuerdo. Pero la práctica real desmiente que de esas premisas teóricas se pueda, si no es de manera interesada y partidista, deducir las conclusiones del sr. Vargas. Y, antes, debería hacerse varias preguntas: ¿Los Derechos humanos, tal como están recogidos en la Carta, han existido siempre? ¿Son todos los que son? ¿Qué ocurre cuando una comunidad no está constituida como tal, o su asentamiento en un territorio viene precedido por un acto de conquista o de colonización? ¿Deberán aguantar los “oriundos” cualquier sistema funcional (procedimental), que los conquistadores o colonizadores les impusieran? Y una última, para abreviar: ¿Los españoles que tuvimos que soportar el sistema franquista, también llamado “democracia orgánica”, apoyado por un Estado jerárquico (la Iglesia Católica), y reconocido o tolerado por otros Estados democráticos y por instituciones, firmantes de la Carta de los Derechos u otros documentos internacionales de similar contenido, hubiéramos tenido que aguantarnos con tal sistema? No dudo que muchos supervivientes o herederos de aquel régimen lo hubieran hecho muy a gusto. Y hasta se les permite el derecho de participación que ellos ni permitieron, ni permitirían, si ese mismo derecho no encajara en los esquemas teóricos o funcionales que ellos tienen de democracia.
   En coherencia con su “lógica-metafísica”, el profesor dice que la democracia no fue ideada para hacer o deshacer Estados, sino para dotarlos de instituciones moralmente valiosas y gobernarlos de manera justa. Pero, de nuevo la realidad histórica nos obliga a nuevas interrogaciones: ¿Quién dictamina que esas instituciones son moralmente valiosas y aptas, por tanto, para gobernar de manera justa? Y, si eso no es así, según ha demostrado una práctica secular y una teoría sobre la democracia, ¿qué tienen que hacer los ciudadanos afectados? ¿Rezar para que “el cielo”, donde habita la teoría política, les envíe un “demiurgo salvador”, que, “causa gratiae”, les libere de la ominosa situación? Y, como tal milagro no ocurrirá, ¿no será más humano que sean los propios ciudadanos, con su inteligencia y lucha política, traten de configurar un demos, pero no a medida, ni moldeado a conveniencia para convertir sus aspiraciones particulares en derechos y obligaciones universales, como usted, sr. Vargas, afirma gratuita y dogmáticamente. Ni, mucho menos, tales ciudadanos, independentistas y compañeros de viaje, son folloneros que aprovechan coyunturas críticas, que manipulan la democracia para su provecho e intereses egoístas. Esa conclusión, aparte de ser injusta y dogmática, es tremendamente ofensiva para tanta gente, incluyendo “camaradas” suyos, que no sólo ahora, sino desde mucho tiempo atrás, se han visto obligados y, seguramente, otros seguirán viéndose obligados a pasar “el testigo” a las generaciones futuras, para HACER REALIDAD ESE CÓDIGO MORAL QUE SON LOS DERECHOS HUMANOS…
   Y no quisiera terminar este trabajo con mi ánimo “agriado”. Pero, si como cree, que en esto consiste la almendra política del asunto (catalán): que, además de lo reseñado, tampoco hay choque de trenes, sino un asalto a la democracia, víctima en esta ocasión de una estrategia oportunista e irresponsable, improcedente legalmente y profundamente inmoral,… Usted, sr. Vargas-Machuca, no ha entendido nada de este crucial problema, y, por ende, no es el más adecuado consultor para asesorar a su partido en los “pactos” que su secretario general, Pedro Sánchez, tendrá que afrontar, si quiere formar gobierno… Y por lo que a mí respecta, tampoco me gustaría ser discípulo de su Cátedra…
   Pero lo más triste es constatar que la historia se repite, sin que sus renovados actores aprendan de los errores anteriores. Similar coyuntura a la actual ya se dio en el tercer mandato de Felipe González (1989-93). En ese período se produjeron más de 3.000.000 de parados; los casos de corrupción fueron frecuentes y escandalosos: caso Juan Guerra e Ibercorp, prototípicos de enriquecimiento personal y tráfico de influencia, Filesa, de financiación ilegal del PSOE, o el caso Gal, de terrorismo de estado. Sin embargo, Felipe renovó gobierno, aunque sin mayoría absoluta (de 175 escaños a 159), no obstante haber obtenido un millón de votos más que en 1989, gracias a su capacidad de movilización, que hizo aumentar la participación en siete puntos. Pero Felipe Gonzáles, que no era tonto, y sigue sin serlo, sólo que ahora le interesan más “otros negocios”, se dio cuenta de aquella “pírrica” victoria, haciéndole exclamar aquellas frases para los anales de nuestra historia: Quiero que todos los ciudadanos sepan que he entendido bien el mensaje. Que sé que el triunfo debe ser tomado exactamente como un mensaje de cambio sobre el cambio…
   ¡Ojalá que aquel Felipe de entonces y este PSOE de ahora, hubieran sido consecuentes con tal premonición! Si Felipe hubiera hecho efectivo aquel amago retórico de dimisión: “dos por el precio de uno”, ¿recuerdan?, Aznar hubiera tenido que esperar, para que su impaciente ¡váyase, sr González!, se cumpliera. Seguramente el PSOE no hubiera iniciado el gran declive que le ha traído al resultado del 20-D. ¡El peor de su historia!... Y, si Pedro Sánchez sigue sin entender el “mensaje del cambio”…. ¡Uf!...



    Manuel Vega Marín. Madrid, 10 de Enero de 2016. Solicitoopinar.blogspot.com.es
           
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario