jueves, 19 de marzo de 2015

REFLEXIONES SOBRE LAS PROCESIONES DE SEMANA SANTA



                        
   Antes de nada, aclarar, para no ser mal interpretado y evitar que alguien se escandalice, que quién esto escribe, como la mayoría de mis paisanos sevillanos, fue educado en ese “ambiente” desde pequeño y que, por tanto, todavía se le “pone la carne de gallina” al observar los desfiles procesionales, mucho más si se trata del Cristo de la Esperanza de mi pueblo, cuyo “paso” tantas veces ayudé a “montar”. No es extraño, pues, que en su salida, en Viernes Santo, de la Parroquia de la Magdalena, se me vengan a la memoria y al sentimiento todas aquellas vivencias de mi infancia y juventud, compartidas con amigos y familiares. Ya en la década de mis setenta, desde la madurez, se me antoja hacer estas reflexiones desde un punto de vista más racional e, incluso, agnóstico
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   Y, sinceramente, comenzaré diciendo que no considero, al menos en su aspecto externo-procesional, esta Fiesta como religiosa, ni mucho menos, cristiana. Y fundaré esta opinión en los siguientes textos bíblicos:
   ANTIGUO TESTAMENTO: “No tendrás otros dioses fuera de mí. No te harás escultura ni imagen de lo que hay arriba en los cielos, abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra” (Exodo, 20,3-5).
  “No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Deuteronomio, 4, 15-19). Aconsejo leer el capítulo.
   NUEVO TESTAMENTO: “Jactándose de sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria de Dios incorruptible por una representación en forma de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles” (S.Pablo a los Rnos., 1,22).
   El mismo S. Pablo en su discurso en el Areópago de Atenas: “El Dios desconocido al que adoráis sin conocer… es el que os vengo a anunciar… Él no habita en santuarios fabricados por mano de hombres, ni es servido por manos humanas…” (Hechos, 17, 22-25).
   “Llega la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén adorareis al Padre…, llega la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad…” (S. Juan, 4, 21-23).
   Por último, resaltar la actitud del Nazareno, que no necesitaba templos ni imágenes para orar. Igualmente, recordar su monumental cabreo con los mercaderes del Templo.
   Entonces, ¿cuál es el origen de las imágenes y de la iconografía religiosa? Responder a esta interrogante conlleva, aunque sea breve, una
   SÍNTESIS HISTÓRICA.
   El culto a las imágenes es de origen “pagano”, por mucho que el Cristianismo y la Iglesia Católica se haya empeñado en “sacralizarlas”. En esto, como en muchas otras cuestiones ideológicas-religiosas, las haya querido hacer suyas. Igualmente la mezcolanza de intereses de Emperadores con los de Patriarcas, Obispos y Papas, nos hacen deducir la existencia de intereses políticos y sociales. A medida que el Cristianismo deja de ser una secta de fanáticos, y se va extendiendo al resto del mundo que le circunda, no tiene más remedio que adaptarse a los gustos y costumbres de esas otras culturas. Ya en el A. Testamento Moisés tiene que romper las primeras Tablas de la Ley al ver que su pueblo, mientras él estuvo ausente, aprovechó por adorar a otros ídolos, propios de los pueblos circundantes. No obstante, ni el Judaísmo, de donde procede el Cristianismo, ni el Islam que surge de este último, toleran el culto de las imágenes. Cabe sugerir que la actitud de los cristianos protestantes en este tema, por lo menos, es mucho más contenida y austera. Cabría preguntarse por qué la Iglesia Católica no ha adoptado una actitud similar. Pero la respuesta a esa pregunta nos llevaría muy lejos de lo que este trabajo se ha propuesto… Baste señalar aquí que una de las más antiguas representaciones que se conocen data del siglo III, muy alejado ya del Cristianismo primitivo. Nos estamos refiriendo a un fresco representando a la Virgen con Niño y Profeta, descubierto en la catacumba romana de Sta. Priscilia. Igualmente señalar que en esa “guerra iconoclasta” las posturas de la iglesia oriental distan mucho de las de la occidental, al igual que entre los jerarcas de una y otra.
   En esta síntesis histórica se ha de destacar el Edicto del emperador León III, de 17-1-730, contra el culto a las imágenes. Al ocupar el trono su hijo Constantino V (741-775), éste convoca el Sínodo de Hieria (753), mostrándose más estricto, al destruir incluso las reliquias y prohibir la oración y el culto a los santos.
   Posteriormente (24-9-787), siendo Papa Adriano I, la emperatriz bizantina Irene convoca el II Concilio de Nicea (7º ecuménico), que anula lo acordado al respecto en el Sínodo citado anteriormente. No obstante, como las cosas no están tan claras, el Papa no acepta sus conclusiones hasta el año 794. En estas luchas “ideológicas” se ha de destacar la figura de S. Juan Damasceno. Este defiende la veneración (Dulía) de los santos, frente a la adoración (Latría) a Dios: “a las imágenes corresponde el honor del incienso y de las luces… el honor tributado a las imágenes se refiere al representado en ellas, y quien venera una imagen, venera a la persona representada en ella”. Pero en Oriente sigue la lucha iconoclasta, de manera que hasta 842 no son aceptadas definitivamente las decisiones del Nicea.
   Es en esa distinción damasciana en la que la Iglesia ha querido justificar su doctrina sobre este tema. Y así es recogida por Sto. Tomás de Aquino -¡cómo no!-, cuando dice: “El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imagen” (Sm. Th. II-II, 81,3, ad 3.). Y esta doctrina es la que, como doctrina, llega hasta nuestros días.
   Pero son otras las consideraciones que, metido en faena, quisiera expresar, fruto de lo vivido personalmente, y de lo observado socioculturalmente. Reconozco que es difícil comprender para una mente racionalista, no ya de otros países, sino de la misma España, lo que en estas fiestas de Semana Santa ocurre en Andalucía, y concretamente en Sevilla y su provincia. Tales Fiestas tal como la conocemos actualmente, naturalmente con muchas modificaciones y novedades, se remontan a Edad Media (siglos XII-XIII). Si no recuerdo mal, una de las más antiguas Hermandades sevillanas es la del “SILENCIO”. Nacen con un sentido “penitencial” en redención de culpas y pecados. Bastaría con cotejar sus Estatutos fundacionales. Esto es congruente, ya que lo que se representa y se exhibe en los cortejos procesionales es la Pasión y Muerte de Cristo en Redención de la Humanidad. Hasta ahí todo bien, si todos esos actos se quedaran en la intimidad personal o, como mucho, en la Liturgia y en el templo. Pero el caso es que no es así. Por ello este “fenómeno” tiene que tener otras y variadas connotaciones. Vamos a señalar algunas.
   Lógicamente, las que son más públicas son más conocidas. Todo el mundo puede constatar la fuente que, iniciándose en la propia Liturgia, ha supuesto de inspiración para las Artes en casi todas sus manifestaciones como las “escenográficas”. No hay que olvidar que, a medida que la liturgia se va retirando del altar, termina en los atrios de las iglesias  y en las plazas en forma de teatro o autos sacramentales. Tengo que recordar los llamados “Oficios de tinieblas”, olvidados por los clérigos más jóvenes que tenían lugar dentro de las propias iglesias, en Viernes Santo, cuyos ecos “tremebundos” todavía nos lo recuerdan las “tamborradas” de Cuenca o las películas de Buñuel, revivenciando su adolescencia en su pueblo de Calandra. Entre las artes “mayores” tenemos que destacar la escultura y la pintura, de gran riqueza en el Barroco. El mundo de la Música, desde la clásica, cuyo principal exponente, para mí, son las Pasiones de J.S. Bach y otros, hasta las más populares o “folklóricas”, por ejemplo, las “saetas”. Sin olvidar, por menores, la artesanía de los bordados y todo lo que respecta a la orfebrería; lo que tiene que ver con el mundo de la decoración y el adorno, etc, etc,. Y a todo este complejo festero, en cada ciudad o pueblo, se van añadiendo otras tradiciones más del terruño…
   Existen connotaciones étnicas. Son pocos los pueblos en los que no hay una Cofradía de “los gitanos”. Importante en Sevilla, la de Ntro. Padre Jesús de la Salud (el Manué); la Hermandad de los “negritos”, también en Sevilla. Connotaciones de clases; en Madrid y, creo recordar en Málaga, las Hermandades de Jesús “el rico” y “el pobre”. Existen también Cofradías que aluden a gremios profesionales, como la de “los Panaderos”, en Sevilla. Hasta la de “los borrachos”, en algunos pueblos.
   He de destacar aquí que, hasta hace muy poco, las estructuras jerárquicas –hermanos mayores, camareras de imágenes, etc.- estaba formada por los estamentos sociales más “ricos y caciquiles”. Estos eran los que “se lucían” y aún se lucen con sus “varas de mando”, mientras ellas adornan sus cabelleras con peinetas de carey, mantillas de finos bordados o rosarios de fina nácar y plata, para adornar sus suaves manos. Hay que reconocer que es esa clase burguesa la que aporta la mayor parte de joyas, alhajas, etc. con que engalanan a las Vírgenes, o bien, canalizan los pequeños óbolos del pueblo llano. Algunos/as, también llamados “capillitas”, tratan las imágenes como algo de su propiedad, o como un miembro más de la familia, por el hecho de haberlas salvado de la “quema de los rojos”. Tanto es así que muchos “capataces”, a indicación del “mayordomo”, hacen girar a aquéllas hacia reconocidos portales y celosías,, como si de un acto de agradecimiento se tratara. Y, mientras tal ceremonial tiene lugar, el pueblo, cual coro griego, aplaude y jalea el grito desgarrador del “saetero”, que, desde un balcón, traspasa el relente de la tarde-noche, hasta penetrar y suscitar las más recónditas emociones de la feligresía.
    Mientras tanto, y hasta que se extinguieron los “obreros, estibadores y cargadores del puerto” fluvial de Sevilla, o jornaleros sin trabajo fijo, llamados “ayuas” en mi pueblo, eran estos, los “costaleros”, los que realmente hacían penitencia, cargando en sus hombros o cervicales los pesados “pasos” o “tronos”, durante largos recorridos… En esto, como en otras cosas, hay que reconocer que algo de purificación y “catarsis” ha habido. Hoy son los propios cofrades los que aguantan el agrio olor a vinagre de “las trabajaderas” o “suaeras”, así llamados  los travesaños que pesan sobre los cuellos de los costaleros. Igualmente, tenemos que reconocer otros fines sociales que las Hermandades se han autopropuesto.
   Visibles, como las anteriores, hay connotaciones, si no “machistas”, si “varoniles”. No hay más que ver la atracción y el sentimiento especial que provocan las Procesiones en las que la figura del Cristo es más relevante; mucho más si estos “pasos” son acompañados por bandas de cornetas y tambores compuestas por militares. Me viene al recuerdo la Cofradía del Cristo de la buena muerte, acompañado y “jaleado” por la Legión en Málaga. Tenemos que recordar, a las jóvenes que hoy procesionan vestidas con túnica y capirote entre varones, que a sus madres o abuelas su presencia para cumplir su penitencia o “promesas” en las procesiones, se les reservaba la trasera de los “pasos”, casi al lado del “cantarillo”, donde, con velas encendidas, susurraban extraños rezos. (He de aclarar que “cantarillo” se denomina a aquel que porta el cántaro de agua con la que se refrescaban los costaleros)
   Por otra parte, más que connotaciones visibles, son más bien privadas, algunas incluso íntimas. Pero, antes de seguir, debo advertir al lector que los hechos que describiré, aparte de observados, han sido vividos por mí, incluso con testigos. Y que en su narración a título de anécdotas, me reservaré cualquier juicio valorativo de los mismos.
   Dentro del “capillismo” dirigente y ad latere se refugian muchos homosexuales o gais, entonces hipócritamente mal vistos por la opinión pública reinante, e, incluso perseguidos como “vagos y maleantes” por la ley, o tratados por la Iglesia como “enfermos apestados”, aunque con estos ciudadanos hacía la “vista gorda”. De mi experiencia de “monaguillo” recuerdo que cuando, antes de subir la Virgen a la peana de su paso, se le desnudaba de su ropa ordinaria para vestirla de gala, se transportaba a un lugar más reservado del templo, generalmente, el “coro”, y allí cumplían con este cometido sólo mujeres, las “camareras”, y algún hombre de, digamos, cierta “sensibilidad femenina”. El resto, incluido el monaguillo, que había ayudado en el traslado, era “echado fuera”, hasta que, una vez vestida la Virgen, había que trasladarla de nuevo a su paso procesional, en el que, tengo que reconocer que, con muy buen gusto, se completaban los últimos remates de “tocador”, a excepción del adorno de joyas, que, por seguridad, se dejaba para momentos antes de la primera “levantá” procesional. Tengo que hacer ver al que no lo sepa, que la mayoría de las Vírgenes, que no son de “talla entera”, no son siquiera comparables a los maniquíes que vemos en los escaparates actuales. Ni siquiera lo que dejan ver, como las cabezas, que no son más que mascarillas, o las manos, simples soportes de joyas, incrustadas en el armazón que hace las veces de antebrazo. El resto son almohadillas que rellenan el “armatoste” que, revestido por aquellas, configuran esas bellas imágenes de mujer. No me negarán que la cosa tiene morbo.
   En ese “tinglado” cofradiero también se refugian políticos, cuyas ideologías deberían obligarles, por lo menos, a tener una visión más racionalista y laica del fenómeno que comentamos. A este respecto, recuerdo que, yendo a la playa de “Matalascañas”, en cuya ruta está el Rocío, entré en el pueblo de Almonte, cuyos habitantes se consideran los “guardianes del Cortijo”. Allí, en un bar conocí al que me presentaron como el secretario local del Partido Comunista de España (PCE). Mientras la charla discurrió por los cauces de la política y otros temas de carácter social, todo sobre ruedas. Pero, cuando se me ocurrió, en un tono “camaredil”, gastarle alguna broma sobre el Rocío, fue suficiente para que,  como de las mismas vísceras de mi interlocutor, surgiera su fanatismo de cofrade rociero; y por lo que diré, de capitoste de la “Blanca Paloma”. Por aquellos días “pastoreaba” por Andalucía el Papa Juan Pablo II, el que, en su afán de multitudes, solicitó a la Hermandad que sacaran de la “ermita” a la explanada exterior a la Virgen, para facilitar mejor acceso a los fieles. ¿Adivinan cuál fue la respuesta de mi interlocutor? ¡Un rotundo NO! Pero, camarada, -dije yo- lo pide el Jefe de la Iglesia. Sí, es cierto, -dijo él-, el Papa mandará en el Vaticano, pero en el Rocío mandamos los “almonteños”…; y la Virgen sólo sale en los “días establecidos”… ¡y eso lo decidimos nosotros!... Tal es la mentalidad que algunos tienen de la religión, de lo eclesial y de la propiedad…
   El mundo intelectual tampoco escapa a este “fenómeno” de vivencias infantiles, emociones, sentimientos estéticos, etc. A este respecto, basta con hacer “plantón” para presenciar la procesión del Cristo de la Buena Muerte, de Sevilla, “el de los estudiantes”, que el miércoles santo sale de la Universidad (antigua fábrica de tabacos). Son innumerables los universitarios de todas las facultades, que forman las inacabables filas de penitentes con cruces a sus hombros y grilletes a rastras de sus tobillos. Unos expiando los pecados –adivinar cuáles- cometidos con sus novias; otros para pedir al Cristo o a la Virgen el aprobado del curso; y otros, en fin, hijos e hijas, para rogar por la convivencia problemática de sus padres… ¡Así está la ciencia en nuestro país!...
   Siempre dije en aquellos entonces de hace cincuenta y tantos años, y algo parecido podría decir ahora, que me hubiera gustado ser un observador nórdico (sueco o danés), para adivinar su pensamiento a la vista de tal espectáculo, en donde tantos elementos diferentes y contradictorios se entremezclan… ¡Ah, esa experiencia sólo está reservada para quienes la “han mamado” desde, inclusive, antes de nacer.
   Resulta vibrante, a veces, hasta la histeria, vivir más que ver, las “mecidas” y los “bailes” que le dan, por ejemplo, a la Macarena en el giro de la confluencia de la calle Feria con calle Doctor Letamendi. Más que un paso pesado, es como una fulgurante estrella, irradiando su luz entre sonidos de alegres marchas y entre olores a cera e incienso, y perfúmenes de azahar. Y todo con el transfondo del “tintineo” de los faldones del “palio” acariciando los “varales”… ¡Cuántos años me he encontrado y llevado a esa esquina a amigos que, desconfiados, no  daban crédito a lo que sentían en su interior!
   Pero también resulta sensual y, a veces, hasta erótico el “mete-saca”, al que someten en “las entrás” al “paso-palio” –así se llama al de la Virgen-, bajo los angostos arcos de muchos templos, y todo el ceremonial “retumbado” por himnos o marchas reales…
   Pero vamos terminando. Después del intento de aggiornamiento que inauguró el Concilio Vaticano II, pronto frustrado, se intentó, si no fuera posible la desaparición de tales “manifestaciones” religioso-paganas, si, al menos, purificarlas de extraños elementos. Pero, ni una ni otra cosa se consiguió. Tanto  supone para el negocio turístico-hotelero estas fiestas, que no sólo se mantienen, aunque algo purificadas, sino que el fenómeno se crea, recrea y se amplía a otras ciudades y pueblos, en los que esta “tradición” o no existía o  no trascendía allende sus arrabales. Hasta la propia Iglesia, que antes veía estas celebraciones como muy contrarias al sentido religioso y litúrgico de las mismas, se ha apuntado, sólo con tener que renovar el abono,  al FESTÍN… Et ita porro…


   Manuel Vega Marín. Madrid, 19 de Marzo de 2015  




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