domingo, 29 de marzo de 2020

SUPERADA LA PANDEMIA, ¿CAMBIAREMOS NUESTRA RELACIÓN CON LA NATURALEZA?


   Individualmente muchos ciudadanos del mundo, que ya vienen protestando contra el abuso de nuestro Planeta Azul, después del Covid-19, reforzarán sus protestas. Pero dudo mucho que el sistema socieconómico predominante vaya a tener la misma actitud. Y es que el modelo económico neoliberal ha engendrado también un modelo cultural, que llevará mucho tiempo y esfuerzo pedagógico en ser suplantado por otro en el que predominen los valores humanos.

   Hasta que el “homínido” adquirió la razón, nuestro antepasado se adaptaba pasivamente a la Naturaleza en lo que ésta le ofrecía para su vida y desarrollo. Adquirida aquella facultad tras una larguísima evolución, creyó contar con la herramienta idónea, que le libraba de tan pesada dependencia. El disponer de tan valiosa herramienta le habilitaba para no conformarse con lo que la Naturaleza le ofrecía, sino que, además, pudo fabricar y producir otros dones utilizando y transformando la “materia prima” que aquélla le proporcionaba. Hasta ahí, bien. Pero  el hombre, olvidando que la inteligencia también es fruto de la propia Naturaleza, se envaneció tanto, que creyó estar por encima de ella. Osó entonces comer el fruto del “árbol de la ciencia”, que, según la leyenda bíblica, era el límite impuesto para no creerse Dios; es decir, para  que su engreimiento no le llevara a pensar estar por encima de la Naturaleza. Con las Ciencias y, sobre todo, con el uso de las nuevas tecnologías, el hombre creyó que tanto los dones ofrecidos gratuitamente, como los que con su habilidad podía extraer de la Naturaleza eran infinitos, olvidando, despreciando e interfiriendo intempestivamente en  las exigencias que, para seguir subsistiendo, otros seres reclaman. Pero, si algo ha debido de aprender el hombre de la ciencia es que la Naturaleza no actúa con la misma lógica lineal, causa-efecto, con que muchos han venido procediendo. Para el hombre, según esa lógica, la Naturaleza actúa de una manera “predecible”, y en sus asuntos cuotidianos olvida que una de las misiones de la ciencia moderna consiste, precisamente, en eliminar las incertidumbres ante las que, desde siempre, nos expone la madre Natura. A este respecto, tentaciones me dan de seguir divagando sobre la famosa “teoría del caos”, lo que alargaría este artículo. Pero el combate contra el tedio del confinamiento forzoso, seguramente, nos obligará a “divagar”.
   En términos menos legendarios y más modernos, podríamos decir que el hombre, con su saber científico, ha cometido el tremendo error de utilizarlo para combatir a la Naturaleza, en vez de seguir los cauces que ella le indica. En vez de interpretar sabiamente las leyes naturales, parece haber caído en la equivocación de desobedecerlas. No basta con elevar los diques y cortaolas para combatir los tsunamis causados por el calentamiento global; es mucho más inteligente evitar el calentamiento. No es suficiente  con inventar artilugios para combatir la “capa de ozono”; es más sabio prohibir el uso de los elementos que la provocan. Sucesos como el coronavirus, que, a los humanos parece un enorme desastre, para la Naturaleza, tanto este que hoy padecemos, como otros acaecidos en su larguísima historia, son considerados siquiera  como accidentes. Es más inteligente preverlos y poder aminorar sus efectos, que intentar corregirlos a posteriori. La Naturaleza tiene su propia lógica, que, a veces, no concuerda con la nuestra. Lo que sí debemos de tener claro, pues, es que cada vez que aquella impone su propia lógica, que, para nosotros puede resultar un desastre, siempre sale fortalecida.
   Hubo un momento en la historia de la Humanidad en que no bastó el “valor de uso” de las materias con las que el hombre satisfacía sus necesidades más primarias, y desde el momento en que aquel no le fue suficiente, tuvo que atribuirles un “valor de cambio” que las convertía en “mercancías”. A partir de entonces, la anterior “lucha natural” por la supervivencia se convierte en una lucha por el poder; convirtiéndose éste, a su vez, en la herramienta “idónea”, no ya para conseguir abastecernos con lo producido con el trabajo de cada cual, o con el intercambio del excelente  de los demás, sino que para vencer la resistencia que éstos pudieran oponer a la enajenación de sus propios excedentes en un comercio injusto y desequilibrado o, simplemente, se lo expropien por la fuerza. El descubrimiento por el capitalismo de ese “valor de cambio” convierte a todo elemento de consumo en una fuente de riqueza, que, ayudado por las nuevas tecnologías, puede multiplicar ad infinitum. Todo, pues, para el capitalista se convierte en mercancía. Hasta la fuerza de trabajo que la produce se vuelve una mercancía más, de la que el capitalista quiere apropiarse, sabiendo que en su explotación está la fuente de riqueza.
   Se entabla, pues, una competencia atroz entre los estamentos dominantes, los llamados “poderes fácticos”, por conseguir una hipotética indisputable hegemonía. Y no tienen reparo en poner a su servicio a medios de comunicación, gobiernos, ejércitos, etc., etc. Desde esta perspectiva, incluso se puede considerar la historia y el avance de la humanidad como una evolución darwiniana, en la que sobrevive la especie que mejor se adapte al medio, y, dentro de la especie, el grupo que disponga de los más efectivos instrumentos de dominio. Destacan los ejércitos, el mejor invento de la inteligencia humana, para que unos pueblos se impongan a otros, o, dentro de un mismo pueblo, que unas élites se impongan al resto de los ciudadanos. La historia de las guerras podría reflejar, en cierto sentido, parte de la historia humana. Pero hoy, una de las enseñanzas de la pandemia  provocada por el Covid-19 es que las grandes inversiones en armamento nuclear mejor pudieran dedicarse a investigar en multitud de elementos que hagan más llevadera la vida humana. Bill GATES, uno de los hombres más ricos del mundo, lo advertía en 2015: la mayor amenaza no sería ni un misil, ni una bomba nuclear, sino un microbio provocador de una gran infección... Ni siquiera las guerras “locales”, hechas con armamento “convencional”, podrían justificarse por los avances que su investigación reportan a otros ámbitos. Tampoco los “golpistas” de toda la vida tendrían que recurrir a los tanques para imponer sus dogmas y condiciones. Pues hoy, más que nunca, estamos viendo que la anulación del enemigo o disidente puede conseguirse bien por una aplicación distorsionada de la ley, law fare, bien politizando la justicia o utilizando prevaricadoramente el sistema judicial.
   Otra reflexión que me provoca la pandemia y que quiero transmitir versa sobre los conflictos que, tanto al Planeta Azul, como a la propia Humanidad, causa la superpoblación humana. No es que los miles de millones de pobladores, en sí mismo, sean los causantes de esta pandemia vírica. A la postre, estamos rodeados de esos bichitos, y nuestra constitución biofísica está formada por bacterias y células. Pero los traslados y asentamientos que la “globalización” sin orden ni control, o, mejor; sólo guiados por un “egoísmo sistémico”, están produciendo una enorme serie de alteraciones en los ecosistemas naturales. La desforestación, p. ej., que se está haciendo de grandes “pulmones” del planeta por intereses económicos-especulativos acarrea después asentamientos humanos, que tendrán que convivir con la fauna que ha conseguido adaptarse al cambio provocado, trasmitiendo al hábitat humano microbios de otras especies animales que en el hombre pueden resultar patógenos. Dice el doctor biólogo Jordi Serra-Cobo que el cambio climático, la globalización de los patógenos y la situación demográfica son tres retos muy grandes, que se potencian el uno al otro y hacen un cóctel que tendremos que abordar durante este siglo y que es difícil, pero que hay que gestionarlo por la supervivencia de nuestra especie (Entrevistado en publico.es por Marc Font el 25-3-2020).
   Con la consideración precedente asocio la manera un tanto frívola con que la sociedad se está enfrentando al problema demográfico en España. Entre recortes económicos, el reducido espacio de las viviendas, etc., etc., el debate se está convirtiendo en una discusión moralista-religiosa entre grupos pro-abortistas y pro-vida. Debate insulso que ayuda a los responsables políticos, que, sabiendo que somos el país con más viejos después del Japón, obvian un problema, no muy lejano. Y, en vez de poner soluciones, incentivando, p.ej., la natalidad, promocionando medidas que compatibilicen trabajo y familia, o algo tan apremiante para la protección del medio rural, como sería proporcionar medios y servicios a cientos de pueblos, que eviten el éxodo de su juventud e incentive el retorno de los “repartíos”.
   Es mucho más cómodo seguir distrayendo con parches y ocultando tras cortinas de humo a la población trabajadora, que no tiene tiempo de pensar, los problemas de los que son, ahora y en el futuro, víctimas del sistema.
   Es tiempo, pues, de replantearnos seriamente nuestra relación con la Naturaleza, y que el virus que nos obliga a confinarnos en casa, nos haga ver también que no sólo es el causante de un problema sanitario, sino que tal guarda una íntima relación con la manera que el sistema económico vigente explota a la Naturaleza y organiza insolidariamente la globalización...


   Manuel Vega Marín. Madrid, 29, Marzo, 2020.   www.solicitoopinar.blogspot.com.es

P.D. Muchos en estos días estarán leyendo variedad de artículos, en los que se ponen infinidad de hechos causados por el virus. Igualmente, el lector de este trabajo podrá imaginar cientos de ejemplos.   


  

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