Y el rugido, en forma de
virus, con que lo hace, a nadie debería espantar. No es la primera vez, ni,
seguramente, será la última. Nuestros primitivos antepasados acudieron al mito
para interpretar sus “quejíos” y obedecer con paciencia sus anhelos de
progreso. Las religiones fueron una etapa avanzada en ese proceder. La razón
surgió mucho después de una larguísima evolución natural, y, casi, casi por
azar. Y ese novísimo instrumento ensoberbeció tanto a su poseedor, que creyó
encontrar la piedra filosofal que todo lo explica, o el bálsamo de Fierabrás
que todo lo cura. Una parte de la
Humanidad ha pasado del dogma mítico-religioso al “dogma científico” y
tecnológico. Otra mayor vive en un “interregno” en el que pugnan las dos
opciones anteriores. Y, para mí, que ese periodo va a ser indefinido. En todo
caso, me inclino, aún siendo ateo, por el triunfo de la religión. En ello estoy
de acuerdo con el psiquíatra francés J.
Lacan cuando dice, no sólo refiriéndose al Psicoanálisis, que la religión
no sólo triunfará sobre el psicoanálisis, también lo hará sobre un montón de
cosas. Ni siquiera se puede imaginar lo poderosa que es la religión. (“El
triunfo de la religión”. Ed. Paidós, 2006).
Pero la incertidumbre y el miedo que la propia naturaleza, de la que somos
parte, inocula en nuestro ADN, ocasionan las dos posturas anteriormente citadas,
en torno a las cuales rondan grandes y contrapuestos intereses de todo tipo,
sobre todo económicos, que nos hacen ver como normal y única cierta forma de
organizarnos socialmente. El proceso civilizatorio y cierta cultura se han
encargado de que así sea. Pero basta un “bichito” desconocido, para hacernos
pensar, aunque sea pasajeramente, que no tiene por qué ser siempre así, máxime
si dicha forma de organización sociedad es injusta y desigual. Los angustiosos
problemas que, temporalmente, nos sacan de nuestro letargo conformista e
insolidario, nos hacen ver, aunque no a todos, lo que repetía un profesor que
tuve: que el “hombre es una mieeerda pinshá en un palo”. Y lo preocupante no es
el bichito en sí, que, con razón, está provocando reflexiones y siendo
analizado desde muchos puntos de vista. Inclusive algunos líderes tomarán nota,
y harán propósito de enmienda para evitar que hechos semejantes vuelvan a
repetirse. Sin embargo, serán otros u otras estructuras más poderosos,
insolidarias y egoístas los/as que, cual tozudo burrito, hagan que, una y otra
vez, tropecemos en la misma piedra. Aún recuerdo a Zarkozy, todo un Presidente
de Francia, gritar que había que refundar el capitalismo, ante lo que no fue
más que una “falsa crisis” económica en
2007, de la que, como siempre, se enriquecieron los mismos que la provocaron.
Todo quedó en una hipócrita alarma que sólo intentaba consolar a los que aún
siguen sufriendo las consecuencias...
Estoy seguro que el coronavirus, como otros
microbios anteriores, será vencido por la Ciencia; pero éste, igual que sus
congéneres, seguirá conviviendo con nosotros. Pero los humanos no nos acostumbraremos a pensar que
sobre nuestro planeta, además de la nuestra, pululan otras formas de vida que
exigen su hábitat en el que poder desarrollarse, y que, cuando se lo hacemos
imposible, la ley evolutiva en la que el “pez grande se come al chico”, no
sabemos por qué, parece suspenderse, y la fábula de David venciendo a Goliat, intenta
animarnos a los hombres a cambiar y a dominar ciertos aspectos y tramos, que la
propia Naturaleza nos permite, a condición de respetar sus inexorables leyes.
Sólo respetando y conservando racionalmente toda la riqueza que nos ofrece la
Madre Naturaleza, y distribuyendo de manera justa y equitativa sus bienes, recobrará
todo su sentido el mito bíblico narrado en los primeros capítulos del Génesis.
Es cierto lo difícil que sería deconstruir de un plumazo todo lo que el
sistema capitalista ha venido construyendo desde sus comienzos. En su historia
ha hecho cosas positivas que debemos conservar; pero también es cierto que, en
su última etapa “salvaje”, es el culpable del deterioro galopante que viene
sufriendo la Naturaleza. El desprecio que su prepotencia viene haciendo de los
consejos proporcionados por el avance de la Ciencia, en nuestro País se
transforma en anécdota; desde el “Zumosol”, primo de Rajoy, hasta la última
muestra de ignorancia de su sucesor en el PP, Pablo Casado, criticando al
Gobierno de dejarse llevar en sus decisiones sobre la pandemia por los
criterios de los científicos y expertos...
La Ciencia, fruto de la razón, debería de ser neutra en todo lo que de
sus avances se deriva para beneficio de todos los seres humanos. Pero uno de
los principales defectos del sistema capitalista es haber pervertido la
neutralidad científica con su “ideología mercantil”. No es difícil que, para
ello, disponga de grupos de científicos que no dudan en poner al servicio de la
mencionada ideología sus nuevos descubrimientos. Por poner un ejemplo muy
general, citaré la trasnochada discusión entre los defensores de la teoría
“creacionista” y la “evolucionista”.
Es evidente, ni siquiera lo niegan sus creadores, la importancia que la
Economía tiene en la organización social y en las relaciones humanas. Pero no
es menos cierto que esta “ciencia” debe supeditarse a la Política. En esto
también coinciden aquellos autores, cuyos primeros e importantes tratados
fueron titulados “Ciencia de Política económica”...
Siempre que ha habido en la historia una crisis sanitaria de las
características de la que estamos padeciendo, aparte del daño producido en la
salud de los ciudadanos, se pone de manifiesto la enorme crisis económica a la
que nos puede derivar, si no se toman las medidas políticas adecuadas. Es
archisabido lo inestable e imprevisible en su evolución que son sistemas
complejos como el capitalismo; la crisis ínsita en su ADN le exponen
constantemente a un fallo sistémico. Quizá, por ello, hace que el propio
sistema cree sus “anticuerpos” que le puedan inmunizar, mientras algún factor
imprevisto no se añada a sus fallos latentes. Si tal conjunción ocurre, el
sistema puede saltar por los aires, y los costes para su reconstrucción pueden
ser muy superiores a los que hubiera supuesto una corrección a tiempo.
Ese factor añadido puede ser el intempestivo bichito. En un clarividente
artículo el profesor Juan Torres López, que recomiendo leer, afirma que la extraordinaria gravedad del coronavirus
no es el daño que produciría una epidemia si se pudiera contemplar
aisladamente, sino la aceleración del efecto degradante o destructor de los
demás fallos que estaban más o menos contenidos hasta ahora (en el sistema
capitalista). (El virus y la economía: mucho peor de lo que
parece. Publico.es 15-3-20).
Urge, pues, que las autoridades competentes tomen las medidas necesarias
para evitar la extensión del virus, antes que se pueda dar aquella fatídica
conjunción de elementos. El virus y la crisis ya la estamos padeciendo, y con
las medidas drásticas que se están tomando quizá se podrá evitar la parálisis
total de la actividad humana y económica. Ya no se podrá hacer otra cosa. Pero
el sentido común nos insta, una vez más, a no tropezar otra vez en la misma
piedra. Se trata de prevenir y no
conformarnos con tomar las medidas político-económicas convencionales. Sólo
serían “tiritas” en la piel de un elefante. Porque el problema no es el virus
en sí. La cuestión es corregir los fallos estructurales del sistema que lo
provoca. Hablando en plata; no se trata de poner parches que taponen los
múltiples agujeros por donde al sistema capitalista “hace aguas”. Se trata
simplemente, obviando toda falsa ideología, de poner en solfa el sistema
neoliberal que, cual dogma se nos viene imponiendo, y de seguir en lo posible
criterios científicos neutrales, ordenados y administrados por una política
justa y solidaria al menos en lo que atañe a “las cosas del comer” de los
ciudadanos.
Lo importante en estos tiempos, sin que ello evite otras cuestiones, es ¡escuchar el grito cada vez más desesperado
de la Naturaleza!, que también clama por la vida humana...
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