lunes, 10 de febrero de 2020

IMPOSIBLE LA NORMALIZACIÓN POLÍTICA CON ESTE SISTEMA JUDICIAL



   En mi anterior artículo intenté explicar las carencias de nuestro Estado Democrático que el  procès catalán está poniendo de manifiesto. Una inestimable oportunidad para subsanarlas. El nuevo Gobierno de coalición parece estar haciendo esfuerzos en ese objetivo. Pero, más bien parece que son las altas instancias judiciales las que aprovechan el problema de Cataluña, según dice Gonzalo Boye, para poner en valor su propia agenda política y, también, su visión de lo que ha de ser el estado español (sic), que, sin duda, dista mucho de ser el compartido por la mayoría de la sociedad (“Cataluña es una oportunidad”, el.nacional.cat de 7-2-20). Frente a la buena voluntad que se viene mostrando en los contactos políticos, fundamentalmente en la visita del Presidente del Gobierno a Cataluña y su encuentro con el President Torra, la actitud de las instituciones y jueces relacionados con el conflicto catalán no parece estar en la misma sintonía. Tanto al instructor Llarena, como a la JEC,  no parece haberles importado  mucho  lo dictaminado por el TJUE respecto de los europarlamentarios catalanes, por ejemplo.

   Si algo caracteriza a nuestros sistemas democráticos es la división de poderes –Legislativo, Ejecutivo y Judicial-, que lo configura y el equilibrio y respeto entre ellos. Sin embargo, hace tiempo que se viene advirtiendo, especialmente en todo lo relacionado con el procés y las instituciones catalanas, de la falta de contrapesos y control con que viene actuando nuestras más altas instancias jurisdiccionales. No es una novedad escuchar de los expertos que el esfuerzo que otros organismos y estamentos hacen por adaptarse al sistema democrático, en el mundo de la judicatura esa renovación brilla por su ausencia. Si a esa falta de contrapesos de que goza la estructura del poder judicial, le añadimos su enorme y crónico corporativismo, el Poder Judicial se convierte en un “poder fáctico” más del Estado al que nadie elige y ante nadie responde. Mientras que estos altos togados se sigan considerando ángeles intocables e impunes, lo peor no será que no paguen por sus “torpezas prevaricadoras” en temas de su competencia, sino que otro tipo de conflictos de naturaleza no jurídica, difícilmente encuentren solución satisfactoria. Y esto es lo que viene pasando con el conflicto catalán. Que de ser un problema esencialmente político, el “tancredismo” del Presidente Rajoy lo convirtió en un conflicto jurídico de muy difícil y compleja solución. Rajoy y su partido, desde que instalaron mesas petitorias de firmas, repartidas por todo el territorio nacional, en contra de los catalanes y de la reforma de su Estatuto (2005-2006, calcularon que les sería más fácil gobernar España teniendo a la mayor parte de la judicatura a su favor (por delante y por detrás), que obtener el apoyo de los ciudadanos. Así, en vez de afrontar un diálogo político serio con los catalanes, le encargó a un Tribunal Constitucional ad hoc que, despreciando al Parlamento español, al Parlament y a la voluntad de los catalanes expresada en referéndum, emitiera la sentencia 31/2010, rompiendo el pacto territorial de 1978, que en Cataluña venía funcionando normalmente desde la reforma del Estatuto en 2006. Con esa famosa sentencia y la mayoría absoluta (186 diputados) en las elecciones generales de 2011, obtiene lo buscado con tanto ahínco: tener “domeñada” y de su parte a la mayoría de la alta magistratura. Al PP ya no le importa la pérdida de electorado o casi desaparecer de las “nacionalidades” vasca o catalana. Le es suficiente su infiltración a largo plazo en las altas magistraturas, para seguir gobernando sin estar en la Moncloa. Tampoco le importa que el problema catalán siga distorsionando la política nacional, con tal de caer bien en las “nacionalidades o regiones” del ¡a por ellos!...
    Cualquier interpretación de la Constitución y de las leyes que hagan “sus” jueces y fiscales será acogida con aplausos patriotas, con tal de fastidiar a otro Gobierno alternativo, no teniendo en cuenta el bochornoso ridículo de nuestros tribunales ante instancias u organismos europeos e internacionales; en el fondo lo que parece interesar a  aquéllos es el progresivo ascenso en sus carreras profesionales.
   Naturalmente, una judicatura democrática e independiente no hubiera actuado en el tema catalán atribuyéndose competencias forzando la ley procesal. Al entonces Fiscal General y a nuestra Suprema Magistratura les faltó tiempo para, a la mínima señal, ponerse a disposición del Presidente Rajoy. Ellos son los culpables del tremendo galimatías jurídico, que tendrá muy difícil solución, si la judicatura no reconoce su error y abandona la idea de querer seguir “mandando”. Máxime si, además, nuestros Tribunales, por simple orgullo cañí, dan la espalda a los dictámenes de sus colegas europeos. Y todo ello, claro, causando perjuicio a nuestra democracia, y forzando a los agentes políticos a despreocuparse de los problemas, que, cada día, afectan a los ciudadanos. Pues, como afirma Gonzalo Boye, el poder, al menos el poder real, no está hoy en manos de aquellos a quienes la mayoría de los españoles confiaron los destinos de España, sino en las de otros a quienes nadie eligió, sin que, además, exista forma real de exigirles ni la más mínima responsabilidad... al menos no al sur de los Pirineos (ibídem).
   Pero ese griterío y el recurso permanente de la derecha a los tribunales de justicia no indican más que una falta de autoritas, porque, cuando ésta es reconocida por los ciudadanos, no es preciso acudir a los jueces para que la proporcionen. Los cálculos cortoplacistas y una insulsa pugna electoral entre las derechas por ganarse la confianza de los ciudadanos no harán sino terminar en una confrontación de mentiras y medias verdades, que harán que el noble ejercicio de la política se vea absolutamente desprestigiado. Algo así sintetizaba la frase franquista de ¡no te metas en política!... Dicho que a unos cuantos listillos les sirvió de pretexto para “forrarse”...
   Y lo más preocupante es que la sociedad acabe aceptando como normal lo que, en absoluto, lo es. El fácil acceso a las redes sociales, la manipulación de la información que los poderes fácticos hacen en sus medios, la facilidad con que se confunde lo virtual con lo real, y lo cómodo que, gracias a todo ello, viene siendo a muchos aceptar como dogmas las fake news, terminará por hacernos vivir en un mundo de zombis insolidarios e incultos, cuya única justificación de vida será el ¡sálvese quien pueda!... Y, mientras tanto otros listillos, quizá herederos de los anteriores, continúen llenándose los bolsillos con toda impunidad....



   Manuel Vega Marín. Madrid, 9, Febrero, 2020   www.solicitoopinar.blogspot.com.es
     

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