Entre el año que finaliza y el que comienza, los análisis de politólogos
y analistas sobre los hechos más
relevantes sucedidos abundan en tertulias y medios de comunicación. Unos y
otros, en función de sus intereses, intentan situar su origen y desarrollo en
el tiempo marcado por el calendario. La aparición de Vox en Andalucía proporcionará
mucho material a los que tienen especial interés en auparlo. Pienso, sin
embargo, que los hechos socioculturales o políticoeconómicos, aunque no son
autónomos, sí tienen sus propios ritmos de gestación, que, desde luego, son más
pausados y extensos que los medidos cada 31 de Diciembre por las campanadas del
reloj de la Puerta del Sol. Éstos, no obstante, son el terreno donde germinan y
mueren otros sucesos más puntuales y limitados.
Hace ya más de cuarenta años que España, con la muerte de su titular,
dejó atrás la dictadura y, con la Constitución de 1978, se inició la Democracia. Resalto lo de “se inició” por contradecir
a muchísimos ciudadanos y líderes políticos, que consideran que con aquel
llamado “régimen del 78”, se implantó definitiva y completamente la Democracia.
Las ansias que el pueblo español tenía de vivir en libertad, y la carencia de
cultura política propiciada por el franquismo, hizo que, incluso los ciudadanos
más politizados, despreciaran o dejaran para más adelante, la disolución de
ciertas condiciones impuestas por la “parte fuerte” del pacto que Vázquez
Montalban denominó correlación de
debilidades. Algunas de aquellas condiciones desaparecieron, pero otras muy
importantes, como el tema de la Monarquía, quedaron en el todo atado y bien atado. Al
pueblo soberano se le privó, por temor a perderlo, de un referéndum en el que
decidiera como cuestión previa si la Monarquía, restaurada por Franco, se
instituyera en la forma política del Estado español (Art. 1, 3 CE). En esta
institución y en la indisoluble unidad de la Nación española (Art. 2 CE) –entendida
de manera centrista y jacobina- se fundamenta la Constitución. Tan fuertemente,
que la convierten en “tablas de la Ley”, cuyos requisitos legales para reformarla
y adaptarla a nuevas circunstancias, la petrifican y, en la práctica, la
vuelven inmóvil.
De esa inamovilidad se han venido aprovechando en el reparto del poder
los dos grandes partidos, PP y Psoe, del “bipartidismo” durante su vigencia de
40 años que acaban de celebrar. Durante ese largo período, que aún pretenden prolongar,
se ha ido gestando la corrupción de ambos partidos, a la vez que su inexorable
decadencia, y resurgiendo “el problema territorial” de Cataluña, hasta su
eclosión en el 1-O de 2017. Pero, aunque el refrán concede al mal una duración
de cien años, en política esos años son más veloces. Lo cual explica, junto con
la seudocrisis económica, el cansancio y la rebeldía, que, de manera
transversal, puso de manifiesto el movimiento 15-M, reconducido, luego, por
PODEMOS.
Con el movimiento del 15-M se crean nuevas expectativas de ilusión y de cambio. Pero dichas expectativas de
cambio fueron frustradas brutalmente por las élites dominantes que permanecían
aletargadas detrás de los dos grandes partidos hegemónicos, de los que se
valieron los poderes financieros, así como de la influencia de éstos en los
grandes medios de comunicación en cualesquiera de sus formatos: papel, audio o
video, etc. Los ataques desde todas estas atalayas contra PODEMOS como nuevo
partido aglutinador y reconductor de esas nuevas energías, y contra sus líderes
como paradigmas de nuevas y juveniles formas de hacer y de estar en la
política, fueron tan descomunales, que muchos de ellos cayeron en el más torpe
de los ridículos. Basta recordar las
miradas y comentarios dirigidos por los políticos de chaqueta y corbata hacia
la bancada de los nuevos diputados en el Congreso. Hoy ese apéndice atado al
cuello ha caído en desuso. En los platós
de las televisiones, una vez pasada la novedad y el aumento de audiencia que la
ingenuidad y el desparpajo verbal les proporcionó, y que bajo la frescura del
nuevo discurso se ocultaba un proyecto serio, las simpatías se tornaron en
difamación y odio. Es la época en que la manipulación y tergiversación del
lenguaje por los medios comienza a no tener límites. Ni siquiera la verdad
manifestada en datos objetivos. Basta un anglicismo, fake news, para que la mentira repetida sustituya a la verdad. El
blanqueo y “afinamiento” que ciertos fiscales le hacían al anterior ministro
del Interior, Fernández Díaz, sobre ciertas ilegalidades, queda en un cuento de
hadas comparado con el descarado blanqueo y justificación, que los partidos
autodenominados “constitucionalistas” y los medios de comunicación afines están
llevando a cabo con el discurso fascista
explicitado por Vox en la campaña andaluza. La “santa alianza”, que los de
Casado y Riveras están intentando “de tapadillo” con el fascismo cañí de los de
Santiago Abascal, es el más claro ejemplo de cinismo hipócrita de justificar
medios inmorales y degradantes de la política, para conseguir determinados
fines. En este caso, el gobierno de la Junta. Cualquier ciudadano con sentido
común sabe perfectamente que, no ya el programa, sino la ideología de Vox es
una enmienda a la totalidad de la Carta Magna. Pero tan constitucionalistas y
españolistas cañí como se consideran, son incapaces de llamar al “pan…, pan, y
al…”, como dice el castizo dicho español.
Pero tanta artillería no fue suficiente para los “poderes fácticos”. Así
que, a la mínima indicación del presidente del banco Sabadell, se monta un
“podemos de derechas”, que también bajo las palabras mágicas de cambio y regeneración, le haga la guerra sin piedad al auténtico PODEMOS. Y
a semejante “zafarrancho” nadie falta a lista. Todas las “reservas” se
movilizan; desde líderes de PP-Psoe,
como Felipe Gonzales o Aznar, hasta intelectuales cuyas carreras profesionales
habían sido promocionadas en el largo atardecer del bipartidismo. Por supuesto,
los grandes grupos de comunicación, como PRISA;
su buque insignia, El País, se vuelve
tan de derechas como El Mundo o La Razón. Me gustaría saber qué
seguirían pensando y diciendo los mismos “gurús”, y cuáles serían las
escandalizadas portadas y titulares de tales
medios, así como el “griterío” de los Marhuendas e Indas, etc. en los
diferentes platós, si fuese PODEMOS quien propusiera algo parecido a lo propuesto
por los fascistas… ¡Todavía queda algún despistado que culpabiliza a PODEMOS de
impedir que fuese Pedro Sánchez y no Rajoy el Presidente de Gobierno en la
anterior legislatura…! ¡Aún queda quien cree que fue el ansia de poltrona
ministeriales de Iglesias, y no los “cordones rojos” y la obligación de firmar
el “trágalas” de pacto con los trileros de Riveras, que la caverna de su propio
partido impuso a P. Sánchez!... Precisamente, la no aceptación de aquel acuerdo-milonga
fue lo que, con toda posibilidad, privó a PODEMOS de su acceso a algún
ministerio; sin embargo, lo cierto y confirmado es que al Psoe, por fiarse de
Riveras, le costó el Gobierno, Sánchez tuvo que abandonar su escaño en el
Parlamento, y los “suyos” lo echaron de la Secretaria General. ¿Y todavía
Pedrito “aguanta” a “topos”, como Garcia-Page, Vara, Lambán o Susana, etc.? ¿No va siendo hora de que el Psoe olvide los
“gloriosos” 140 años de su siglas, y piense que, si quiere conservar lo mucho y
bueno que en tan larga historia aportaron sus militantes a la causa de la
igualdad y del socialismo, deberá dejar de considerarse la (única) izquierda y abandonar la lucha contra PODEMOS por
mantener el espejismo de su decadente hegemonía?
A estas alturas de la película Pedro Sánchez ha debido de aprender que no es mirando a la derecha, ni la de
dentro ni la de fuera de su partido, como ha podido acceder a la Moncloa; que
ha sido gracias al esfuerzo de Pablo Iglesias, atrayendo a otros grupos a
apoyar la moción de censura del Psoe, y no aduciendo que los números no daban, como hizo el grupo parlamentario socialista,
para no apoyar la anterior de PODEMOS. Pedro Sánchez y su Gobierno deben tener
muy claro, si pretenden agotar la legislatura, de prestar oídos sordos al
griterío histérico e histriónico de PP y C´s. Sabemos cómo las gasta la derecha
vengativa cuando cree que otros le han desalojado de su cortijo, aunque haya
sido de manera legítima y
constitucional. Ya es hora, por tanto, de dejarse de meros gestos simbólicos,
que, antes que apacentar a las fieras, las solivianta, y gobernar sin complejos
y seguir ampliando los apoyos que, primero, le hicieron recuperar la Secretaría
General, y, segundo, afianzar mediante la negociación y el diálogo con los
grupos que le apoyaron, su estancia en la Moncloa. La larga historia de la que
tanto presume el Psoe, le ha debido enseñar que pactar con cierta derecha no democrática,
es pactar con los “poderes fácticos”, y éstos mantendrán los acuerdos siempre
que les origine beneficios, lo que jugará en detrimento del propio socialismo y
en el aminoramiento de políticas progresistas en beneficio de las mayorías,
que, de verdad, desean una mejora y un cambio en sus vidas.
Porque, en efecto, el cambio se produce; pero en sentido contrario al
esperado: hacia la ultraderecha. La frustración consecuente vuelve a poner
sobre el candelero otro de los grandes problemas, nunca desaparecido del todo:
el de la integración de Nación catalana en el Estado español. Desde Madrid,
tanto gobernando el Psoe, como el PP, Aznar hablaba el catalán en la intimidad
con el honorable Pujol y Felipe González le diluía el caso “banca catalana”. Todo
sucedía en un dulce letargo hasta el descubrimiento de la enorme corrupción de
la familia del molto honorábile. El
centro-derecha catalán, representado por Convergencia y Unió (CiU), que se
había mantenido en un nacionalismo moderado, cambia de nombre, y, en busca de otra
legalidad que le absuelva de sus corruptelas, se torna en un soberanismo
radical que acaba derramando el agua sobre la mesa, en la que todos habían
tomado café. El aparente equilibrio sociopolítico no sólo se rompe en Cataluña,
sino que provoca también el desbocamiento del nacionalismo español hasta
entonces contenido. Y tanto desde una, como de la otra orilla del Ebro, todos
aprovechan las revueltas aguas de este río, para, con ellas, intentar lavar sus
vergüenzas. El nacionalismo cerril castellano de Rajoy y los suyos entonces, y
sus sucesores hoy, con C´s y apoyados por Psoe, cediendo la solución del
conflicto a la Justicia y aplicando el 155, no ha hecho más que enquistarlo.
Tal enquistamiento, aparte de dificultar su
(di)solución, ya de por sí muy difícil, la agrava aún más, ya que, mientras tanto no
se podrá siquiera lograr una “cogestión”,
que, al menos, consiga hacer más
“llevadero” el problema en el corto y medio plazo, para que la ciudadanía no se
vea afectada en su día a día, hasta encontrar una solución definitiva, si es
que, con los esquemas políticos actuales, tal solución existe. Y mucho me temo que la apertura y desarrollo
del juicio cercano del procés los
problemas no dejen de complicarse. Pero, ya tendremos ocasión de escribir sobre
ello.
Sí me gustaría destacar de la importancia del problema catalán el
trascendental efecto que ya ha
demostrado tener en las elecciones autonómicas andaluzas del 2 de Diciembre. Por
una parte, han evidenciado el hartazgo de los votantes andaluces no
“apsoebrados” del socialismo, devenido trianero-rociero-samanasantero,
representado por Susana Díaz, que no sólo no ha logrado revertir la corrupción
de lo “eres” de sus antecesores, sino que su falta de proyecto económico e
industrial, mantiene a la región más rica y poblada de España convertida en un
enorme chiringuito de sol y playa, donde los capitales extranjeros hacen sus
negocios inmobiliarios, mientras un numeroso ejército de parados y temporeros,
incluidos jóvenes, mantienen uno de los índices de paro más elevados del
Estado. Por no hablar de la decadencia que vienen sufriendo la sanidad u otros
servicios públicos… De lo que debiera haber sido, la puesta en práctica –tiempo
han tenido- de un programa socialista de mínimos, del que algo hemos dicho más
arriba, se ha acabado en lo que hace tiempo venía sucediendo, y que ahora ha
eclosionado. Lo difícil es la autocrítica. Es mucho más fácil es meterse en
miles de elucubraciones, para, al final, llegar a la misma (seudo)conclusión:
la culpa es de los otros. En este caso, de los que han votado a las derechas,
sobre todo, de los 400 mil que lo han
hecho por los fascistas de Vox. Pero, ¿éstos dónde y a quién votaban antes?
¿Han surgido de repente? ¿Todos son de ideología fascista? Y, si la respuesta
es que en anteriores elecciones repartían sus votos entre las dos derechas, PP
y C´s, ¿qué hacía Susana Díaz “apoyando” en Madrid un gobierno de Rajoy, y
prolongando su estancia en San Telmo dejándose apoyar por Ciudadanos con tal de
fastidiar Teresa Rodríguez y a Maíllo? Muchos habrá también que hayan votado
por el original, que por la copia…
Mucho más cómodo será para la izquierda pensar que la culpa es de los
700 mil que se han abstenido sin razón, en vez de autocriticarse aceptando que
muchos de los que se han quedado en casa, lo han hecho, no para favorecer a las
derechas, sino para evidenciarle a la Sultana el hartazgo de sus políticas
económicas de derechas, y decirle que se vaya, antes de caer en la tentación de
votar por el original.
En fin, Susana; que antes de recurrir al argumento del PP y C´s de la
lista más votada, para seguir viviendo de las “mamandurrias” de la política,
mejor sería, por el bien del Socialismo, que dimitieras y dieras paso a la
regeneración del Psoe-A, y en las próximas elecciones no tengamos que seguir
lamentando la decadencia de la izquierda y el auge de la derecha y el
afianzamiento del fascismo de ¡Santiago, y cierra España!...
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