No es extraño que “lo que tiene más desmoralizado (a Vargas Llosa) es
que la literatura pudiera desaparecer”. Él dice que porque es lo que mejor le ha defendido del pesimismo. No
voy a entrar en su psiquismo para ver de qué pesimismo se trata. Desde luego,
lo que sí podemos constatar, pues es público y notorio, es el alto standing social que le ha proporcionado
“vivir del cuento”. Hasta un Nobel le ha proporcionado su arte de juntar
palabras. No dudo de sus méritos. Pero eso no le da derecho ni título a ir por
el mundo pontificando de omnibus rebus, cual gran gurú, desde la política hasta el
psicoanálisis. Por esto me cae tan antipático el porcelanoso. Reconozco que su
pomposo nivel de vida y el optimismo que éste y la lectura de Popper le
proporcionan, hasta ahora, sólo se lo haya podido disminuir la amenaza de ser
envenenado en un restaurante ruso o el
“irresponsable y tercermundista Trump apretando el botón nuclear. Qué
ocurra en su patria, Perú, una vez instalado en Europa de “beautiful peuplel”, después de perder en el enfrentamiento
electoral con Fujimori.
Para nuestro escribidor, ni
siquiera son ya enemigos los que siempre lo han sido de la Literatura: la
religión y su moral “inquisitorial”, “los sistemas totalitarios, el comunismo y
el fascismo”, que, con su censura, prolongaron ciertos tabúes. Tampoco se
libraron de ese enemigo “las democracias, que por razones morales y legales
prohibían libros”. ¡NO! “Ahora el más
resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo,
prejuicios múltiples e inmoralidades, es el feminismo”. Claro que no todas
las feministas, admite, son tan radicales. Para su suerte y la de su mujer aún
quedan muchas mujeres lectoras de las revistas “del corazón”, tras las que se
encuentra un amplio grupo que no está “paralizado por el temor de ser
considerados reaccionarios, ultras y falócratas”. Antes bien, te los encuentras
en el kiosko comprándoles a sus esposas algunas de aquellas revistas, al mismo
tiempo que obtienen algún ejemplar de la prensa más reaccionaria. Es una de las
formas de proteger a sus compañeras de contaminarse de tan radical virus
feminista, al mismo tiempo que ellos nutren sus mentes con casposos argumentos
para no apoyar “esta ofensiva antiliteraria y anticultural”.
Como muestra de feministas radicales nuestro literato alude, sin
citarlas, a las sindicalistas de CC.OO Yera Moreno y Melani Penna, que
solicitaban “eliminar en las clases escolares a autores tan rabiosamente
machistas como Pablo Neruda, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte”. Una segunda
muestra es el comentario que Laura Freixas (Barcelona, 1958) hace en El País (2-2-18) de la novela de Vladimir Nabokov (S.
Petersburgo 1899-1977) Lolita (1955). No he leído la novela, pero si he leído
el artículo de Freixás, y no saco de él la misma conclusión que don Mario. La
feminista catalana no niega la calidad artística de la novela, pero critica que
esa calidad artística pueda hacer olvidar al lector “que está mal violar a las
niñas”. En su conclusión Freixas recomienda “leerla, sí, porque es una gran
novela. Pero también analizarla. Criticarla. Usarla para entender cómo el
patriarcado manipula en su beneficio, y para nuestra desgracia, la cultura.
Buscarle alternativas: leer y dar a leer otros textos, que en vez de reproducir
ad nauseam la visión patriarcal del
mundo, nos ofrezcan un nuevo punto de vista”. Sólo diré que el que un o una
lectora critique o manifieste su desacuerdo con las “historietas” de las
novelas, desde su moral o ideología, por muy bella que sea la forma de
contarlas, están en todo su derecho, máxime si esas “ficciones” son reflejo de
actuaciones “negativas” que, en la historia de la cultura, una parte de la
humanidad ha tenido sobre otra. Son precisamente estas críticas las que ponen
en guardia, para que esos “reflejos” no se conviertan en realidad debido a la
belleza de su narración o a la influencia social del narrador. Así que estoy de
acuerdo con la feminista Patricia Merino (publico.es de 20-3-18) al afirmar que
Vargas Llosa es falaz al sugerir que las
feministas demandemos una “quema de libros”,… y que analizar de manera subversiva las producciones culturales que
normalizan y banalizan el ejercicio de la violencia sobre las mujeres, no tiene
como meta prohibir nada, sino tan sólo desvelar el modo en que la es tan
frecuentemente una apología de ideologías y prácticas machistas.
Y de esa ascendencia socio-psicológica que un Nobel tiene sobre el resto
del común, no instruido, abusa nuestro literato echando mano de George Bataille,
para dar un toque de psicoanálisis freudiano, en que la literatura jugaría el
papel del super yo, o intermediario
que tamizaría, no reprimiendo, sino dejando salir a la superficie, sin traumas,
todos los instintos destructivos; de manera que, si no fuese así, la vida en
sociedad sería un “manicomio o una hecatombe permanente”. Gracias al papel
intermediador que la literatura desempeña, dice Vargas Llosa, “ella es el
vehículo mediante al cual todo aquel fondo torcido y retorcido de lo humano
vuelve a la vida y nos permite comprenderla de manera más profunda, y también,
en cierto modo, vivirla en su plenitud, recobrando todo aquello que hemos
tenido que eliminar para que la sociedad no sea un manicomio ni una hecatombe
permanente, como debió serlo en la prehistoria de los ancestros, cuando todavía
lo humano estaba en ciernes”. Hago notar cómo Vargas, al referirse a “los”
ancestros y a “lo” humano en cernes, da la sensación de ser una excepción en la
escala evolutiva. Su hierática y “acartonada” figura así lo exterioriza.
No corresponde aquí analizar lo que Freud pensaba sobre este asunto
concreto. Ya la feminista francesa Luce Irigaray en su libro Speculum, la imagen de la otra mujer,
hizo una demoledora revisión de los sistemas ideológicos, entre ellos el
Psicoanálisis, que han creado o sustentado el “machismo”. De cualquier manera,
y sin que sirva de justificación de los errores de Freud, sí tengo que destacar
el ambiente burgués y victoriano en el que surge el psicoanálisis. Todo lo
contrario de lo que le ha ocurrido a Vargas Llosa, que desde el “marxismo” ha
evolucionado hacia atrás. A ese andar como los cangrejos quizá haya podido
ayudarle su matrimonio con la Presley o su acercamiento al ultra liberal Albert
Rivera, de Ciudadanos.
Por cierto, ¿qué razón científica hace estar tan seguro a don Mario para
afirmar que la prehistoria o la sociedad sin escritura fuese una casa de locos?
¿No habría mejores razones para creer (esto también es freudiano) que ha sido
eso que llamamos cultura o civilización, con muchas de sus prohibiciones y
tabúes lo que ha ido “retorciendo” y mandando al inconsciente instintos
humanamente sanos? Hoy podemos constatar que nuestros ancestros más animales
sólo utilizan la violencia o la fuerza para sobrevivir, mientras los hombres
sabios del s. XXI la siguen utilizando para explotar a sus congéneres más débiles.
Una vez más tengo que estar de acuerdo con Patricia Merino, cuando
recuerda al Nobel que entre los primates
no existen los crímenes de género. Sólo los varones humanos asesinan a sus
hembras, por tanto, para nosotras no está nada claro que “esa prehistoria de
los ancestros… fuera un manicomio”, sino que quizá el manicomio sea lo que
hemos construido al fundar la civilización en la idea de que la mitad de la
humanidad deber ser ineludiblemente explotada por la otra mitad, y además, esa
explotación debe ser aceptada y reverenciada.
Para Vargas Llosa, en cambio, “gracias a las ferocidades de los libros
la vida es menos truculenta y terrible, más sosegada, y en ella conviven los
humanos con menos traumas y con más libertad”. Y, en parte, lleva razón ya que
una de las funciones desempeñadas por la literatura ha sido la de legitimar y
afianzar el poder establecido, y, aunque hayan surgido obras aparentemente
transgresoras de la moral burguesa imperante, éstas no han sido más que la
excepción que confirmaba la regla de la dominación de la cultura patriarcal;
dominación que, no solo en el sexo, se ha producido del varón sobre la mujer,
sin que ello signifique que aquél no haya sido también sutilmente dominado por
ciertas instituciones morales impuestas y dirigidas por determinadas élites.
Pero en la sociedad actual, en la que tanto hombres como mujeres han despertado
del “letargo” burgués, no es tan evidente, como dice Vargas, que los humanos
vivamos “con menos traumas y con más libertad”. Precisamente es la literatura,
amplificado su mensaje por los modernos medios y “redes” de comunicación, la
que facilitan a los ciudadanos comprometidos adquirir mayor conciencia de los
traumas que padecen los débiles. Y en lo que se refiere a la libertad, sólo los
que viven en determinado estatus social, que les refuerza en vivir lo humano
como masculino, pueden no ser conscientes de que los varones y las mujeres,
aunque con distinto ritmo y medios, han accedido a aquélla.
Freixas en su comentario, señala que “quienes defienden la legitimidad
de representar artísticamente el mal, nunca reparan en el detalle de que el mal
en cuestión suele ser el de los poderosos (varones, occidentales, blancos, de
clase media o alta) contra los subalternos (mujeres, colonizados, de otras
razas o pobres)”. Y es este párrafo me trae a la mente el poco interés de
Vargas Llosa y otros como él, han mostrado en criticar el brutal ataque a la
libertad artística de “otros” literatos, humoristas, titiriteros o actores que
este Gobierno “liberal”, del que es tan amigo y defensor nuestro nobel, viene
infringiendo. Y es que (voy a resumir con la siguiente transcripción): en general y salvo honrosas excepciones, los
defensores de la libertad de expresión –o la democracia, o la literatura o el
humor- que salen a denunciar la censura de las redes, de las feministas o de
los nuevos tiempos, se sienten muy atacados en su estatus de dominadores por
quienes desde abajo comienzan a reclamar dignidad, pero muy poco interesados
por apuntar sus dardos hacia arriba: hacia quienes mandan. Hacia quienes cortan
el bacalao. Hacia quienes crean leyes mordazas y dominan los medios. Hacia los
poderosos. (Nuevatribuna.es 18-3-18, Sobre
Vargas Llosa y cómo las feministas van a terminar con la Literatura. Del
profesos y periodista Alberto Gómez Vaquero).
Por otra parte, no sé de dónde, salvo de Bataille, se saca nuestro nobel
su afirmación de que “quienes se empeñan en que la literatura se vuelva
inofensiva, trabaja en verdad, para volver la vida invivible, un territorio
donde los demonios terminarían exterminando a los ángeles”. Y para terminar
combatiendo este último argumento, lo haré citando nuevamente a Patricia
Merino: ¿Significa eso que las mujeres
somos ángeles y los hombres demonios, y que en ausencia de válvulas de escape,
los hombres, rabiosos por no poder sublimar sus ansias de dominación y su
misoginia ancestral, nos exterminarían? No sé si, como dice Patricia, eso
suena a “desagradable amenaza”; pero lo que está claro es que nuestro ilustre
literato se “ha retratao” en este artículo como un auténtico “machirulo”.
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