En las últimas semanas se
viene hablando y escribiendo sobre los efectos que la instalación progresiva de
robots en la producción industrial tendrá en el incremento del desempleo, y en
la obligación que tendrán los Estados de pagar una “renta básica universal”,
como un subsidio a los trabajadores desalojados de sus puestos de trabajo por
este avance tecnológico. Por ello, hasta los economistas neoliberales que ayer
se oponían a esta propuesta de PODEMOS, hoy estarían dispuestos a aceptarla, al
menos para los trabajadores sin empleo o sin perspectivas de encontrarlo. Pero
tengo la sospecha que no la aceptan por eficiencia del sistema, mucho menos de
que estén preocupados por una justa distribución de la riqueza que ese avance
proporciona, sino por la bajada de beneficios de los empresarios ante el
descenso del consumo debido al gran desempleo y a los sueldos y trabajos de
miseria. Hasta el Foro de Davos que se celebra estos días en la ciudad Suiza se
hace eco de esta reivindicación (ver art. de Belén Carreño, http://www.eldiario.es/economia/Davoproblemaseconomicos_0_602990480.html)
o las declaraciones, en igual sentido, de la Presidenta del FMI, Christine
Lagarde en el diario publico.es http://www.publico.es/economia/directora-fmi-plantear-nuevas-politicas.html
En principio, podríamos considerar positiva la implantación, pero sólo
provisional, de tal prestación. Pero, desde luego, no aceptamos que tenga que
haber una relación de causalidad entre la robotización y el desempleo que
origina; ni mucho menos, que sea esa circunstancia el argumento que legitime la
instauración de la “renta básica universal”. Los argumentos aducidos por los
neoliberales no dejan de ser interesadamente falsos, e incluso ineficientes
para el mantenimiento de un equilibrio económico-financiero proyectado hacia el
mediano y largo plazo. Un sistema económico justo es aquél que tiene como
finalidad principal proporcionar a los ciudadanos todos los bienes y servicios
necesarios para su bienestar y normal desarrollo. Un sistema económico así,
nunca podrá convertirse en una gran institución benéfica. Consideramos que,
igual que los que aportan capital y sus herederos se benefician de los avances
de las nuevas tecnologías, en la misma proporción tendrán también derecho los
trabajadores y sus herederos en la “tarta” a repartir. No olvidemos que, aunque
lo resaltara C. Marx, el capital-maquinaria –y un robot no deja de ser una
máquina-, es trabajo acumulado. Razón suficiente para no considerar la
“renta básica” como un subsidio prestado por el Estado, como si éste fuera la
Beneficencia.
Sin embargo, los “profesionales” de la Economía, sobre todo, los fans
del capitalismo, no levantan los ojos del “mercado”, los beneficios egoístas, o
de los algoritmos matemáticos que aparecen en las pantallas de sus ordenadores.
Como en casi todos los órdenes de la vida social, la causa de las
desigualdades producidas por los desequilibrios financiero-económicos no
obedece a los errores cometidos en el ámbito de la Economía como tal, sino del buen o mal uso con que se tomen,
previamente, las decisiones políticas. No es cierto, -la experiencia de
países como Suecia, muy avanzado en la robotización- que la culpa de la cada
vez más elevada tasa de desempleo la tenga el contínuo incremento de los robots
en las grandes empresas. Pues, desde el descubrimiento de la rueda y los
motores de vapor se introdujeron en las cadenas productivas, el proceso de
modernización industrial no ha parado, ni siquiera en los intervalos de las dos
Grandes Guerras. Y que, desde la revolución industrial, la implantación de
artilugios mecánicos, si bien al principio absorbió gran cantidad de mano de
obra, proveniente de las inmigraciones del campo a las ciudades industriales,
aunque en pésimas condiciones, como nos recuerda Charles DICKENS en su
maravillosa y universal novela Oliver Twist. Luego, a medida que
la producción fue aumentando, la tasa de desempleo fue también en aumento. Pero
sería erróneo considerar una relación de causalidad entre una y otra
circunstancia. En el fondo hubo decisiones humanas y políticas, unas acertadas
que incitaron al “reciclaje” y recolocación en nuevos nichos productivos, y
otras erróneas y egoístas que esclavizaron al hombre a la máquina, como un
accesorio más de las mismas. Todos recordaremos también la magistral película
de Charles CHAPLIN (Charlot), Tiempos Modernos.
Es un hecho muy positivo la introducción de la máquina, por cuanto que
libera al hombre del esfuerzo físico, más bien propio de animales, dándole la
ocasión de reconvertir ese esfuerzo en ocio, en el que desarrollar otros
trabajos y otras tareas más apropiadas a su condición de homo sapiens. En meollo de la cuestión, como antes hemos señalado,
estuvo en la decisión política que atribuyó la propiedad de esos nuevos
artilugios a un grupo minoritario de ciudadanos, disponiendo también para su
beneficio del tiempo liberado al trabajo humano dependiente, que representa la
mayoría de la población. Como hemos señalado anteriormente, los “profesionales”
de la economía, por más que a muchos les pese que este aserto fuera resaltado
por el Marxismo, la máquina es trabajo
humano acumulado. Las máquinas no germinaron de la tierra como las plantas.
Y olvidan también esos defensores del “mercado” que, sin trabajo humano no se
crearía “valor”; ni siquiera en una sociedad mercantilizada, cuya base
fundamental es, precisamente, esa nueva creación. Bien lo dice Yanis.
Varoufakis en el libro aconsejado más adelante: el secreto del valor de cambio y aquello que lo convierte en un
concepto útil es el factor humano; la libre voluntad de los seres humanos que
tienen conciencia de sí mismos (pág.92)…
Si la producción se dejara en manos de los androides (robots muy
sofisticados), ninguno de los productos
fabricados por éstos tendría valor de cambio (pág.95). Y por mucho que se
“humanice” a estos muñecos robóticos, jamás podrían arrebatar al hombre su
condición de tal. Un reloj por muy perfeccionado que saliera de las manos de un
relojero suizo, no tendría razón de ser si no existieran hombres que le dieran
valor de uso o de cambio.
He ahí unas de las contradicciones del sistema capitalista, fruto de
haber pretendido convertir el trabajo humano en una mercancía más. Los
empresarios no se dan cuenta que cuanto más robots instalen en sustitución del
hombre, la producción aumentará, pero el valor de lo producido, y por tanto,
los beneficios tenderán a cero. Algo de eso expresaba Marx con su principio de acumulación infinita. Y es,
nuevamente, Varoufakis el que concluye: Cuanto
más éxito tienen las grandes empresas al sustituir a los trabajadores por
máquinas, y cuanto más mecánico sea el trabajo humano, menor el valor de los
productos fabricados por nuestra sociedad, y menores los beneficios de las
empresas (págs.. 92 y sgtes.). Si los empresarios, como pretenden,
consiguieran vencer la resistencia de los trabajadores a ser convertidos en
androides, desaparecería la sociedad de mercado. Pues los valores de cambio,
los precios y los beneficios se anularían, ya que se destruiría la base de este
tipo de sociedad: el beneficio.
No dejaré pasar la
ocasión, una vez más, para aconsejar leer las lecciones de Economía que
Varoufakis da a su hija en este librito, Economía
sin corbata, editado por Deusto, que debería servir de texto-manual en las
escuelas e institutos.
Y me alegra sobremanera que terminando mi discurrir intuitivo (en el
sentido kantiano), me lo venga a corroborar con su autoritas el profesor Vicenc Navarro en su artículo de 19-En.-2017,
La despolitización de lo político: la
frivolidad del supuesto futuro sin trabajo. http://blogs.publico.es/dominiopublico/19046/la-despolitizacion-de-lo-politico-la-frivolidad-del-supuesto-futuro-sin-trabajo/ El marco del que extraemos lo
que interesa al tema que tratamos, es su opinión de por qué el triunfo de
Donald Trump en las presidenciales de EE.UU. Y, en este sentido, su premisa de
partida es la de que los cambios tecnológicos no son responsables del descenso
de la ocupación laboral. Si así fuese, tal descenso tendría que haber ido
acompañado de un aumento de la productividad. El número de trabajadores en la
manufactura de EE.UU. ha ido disminuyendo mientras la productividad apenas ha
variado, como promedio. Admite que los Tratados de Libre Comercio han tenido un
impacto mucho mayor que el ocasionado por la deslocalización de las empresas en
los puestos de trabajo perdidos en los países originarios, para ser sustituidos
por la mano de obra más barata en otros países. Con todo, dice que el mayor impacto de ese traslado no es el
traslado en sí, sino el miedo y temor que se esparce entre todos los
trabajadores del sector manufacturero, pues la amenaza, por parte del
empresario, de irse a otros países y cerrar el lugar de trabajo es una amenaza
constante, amenaza que es cada vez más
real como consecuencia del enorme debilitamiento de los sindicatos,
consecuencia, de nuevo, de las leyes y normas antisindicales, aprobadas por los
gobiernos republicanos como demócratas, tanto a nivel federal, como a nivel
estatal (de cada Estado). En principio, es una buena razón para
explicar el voto favorable a Trump en las principales ciudades, cuya industria
se ha ido desmantelando.
El profesor Navarro nos viene en apoyo de cuanto anteriormente hemos
expresado, de que no es la revolución tecnológica, que, como tal, es positiva,
sino la decisión política que subyace en la orientación y la forma como se
aplica dicha revolución innovadora. Es decir, todo depende de las relaciones de
poder vigente en cada momento histórico. Hoy en esas relaciones predomina el
capital, siendo coherente que ese poder intente debilitar al mundo del trabajo,
utilizando ese desarrollo tecnológico en pro de su propio beneficio. Cosa que
no es la primera vez que ocurre en la historia. Si esas relaciones de poder
cambiaran en el sentido de un incremento del control y presencia de la clase
trabajadora en el desarrollo tecnológico, éste se podría orientar en otras
direcciones más favorables a las clases populares. Y, como también hemos venido
diciendo, esa nueva orientación de las decisiones políticas, como dice Navarro,
facilitaría la eliminación de trabajo
indeseado, la reducción del tiempo de trabajo (el crecimiento de la
productividad ocurrido en los últimos 50 años permitiría una reducción muy
notable del 30 % de su tiempo) y su mejor distribución, así como la notable
expansión de puestos de trabajo en las áreas sociales (como sanidad, educación,
cuidado a los mayores, etc.) y energéticas, estableciendo nuevas formas de
energía y cambios en el sistema productivo.
Así, que ya podemos concluir sumando nuestra opinión a la del profesor
Navarro y a las de otros analistas económicos, progresistas o marxistas. Mientras subsistan las relaciones de poder
capitalistas y neoliberales, las clases populares actuales seguirán sufriendo
las estrecheces impuestas por tal sistema. Y algo aún peor, si las decisiones
políticas se siguen tomando por los poderes económico-financieros,
independientes de los Gobiernos democráticos, y siguen utilizando los avances
tecnológicos en su favor, no sólo los humanos del presente, sino también los
del futuro, y no sólo de un país, sino de cualquier otro del planeta Tierra,
podrá hospedarlos. Ni a los androides de la película Matrix, referidos por Varoufakis, les apetecerá visitarnos. La
devastación y explotación salvaje de los recursos que de nuestro Planeta Azul
hace la creciente competitividad por el abastecimiento de las materias del
actual sistema capitalista, es un tema cada vez más preocupante, y del que nos
ocuparemos en otro artículo.
Pero, igual que el economista-humanista griego da optimismo a su hija,
yo también se lo infundiré a mis nietos. Pero tal optimismo será realidad, siempre
que no se dé por sentada la sociedad de mercado y la idea de que los esclavos
mecánicos tienen que pertenecer a algunos, en vez de ser propiedad de la
humanidad (ibd., pág.108).
Manuel Vega Marín. Madrid, 21, Enero, 1017. www.solicitoopinar.blogspot.com.es
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