jueves, 8 de octubre de 2015

EL GUARDIAN DE LA FE ENMIENDA AL PAPA POR SU GUIÑO A LOS DIVORCIADOS.-



  (Artículo de Pablo ORDAZ, publicado en EL PAÍS el 24 de Octubre de 2013).

   (Este artículo es al que me refiero en los dos anteriores, y, que, por error, no fué colgado en el blog)

   Cuando preparo un trabajo sobre el pensamiento de Ludwig FEUERBACH sobre la Religión, la existencia de Dios, y, en especial, sobre el Cristianismo, leo en el diario citado en la cabecera de esta reflexión la reseña que el periodista hace sobre lo publicado por el órgano oficial del Vaticano, L´osservatore romano, como comunicado oficial de Mons. Gerhard Ludwig MÚLLER, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición). El mencionado documento lleva por título “Testimonio de la fuerza de la gracia: sobre la indisolubilidad del matrimonio y el debate sobre los vueltos a casar civilmente y los Sacramentos”.

   Estoy con el periodista Ordaz en que dicho artículo es una desautorización en toda regla al Papa Francisco, cabeza de la misma Iglesia, de la que forma parte importante el citado monseñor, y a las declaraciones de aquél a los periodistas en el avión y que acompañaban al Papa en su vuelta desde Brasil a su sede en Roma. Si estuviésemos en los tiempos de Trento o del Concilio Vaticano I, sustituiríamos el vocablo desautorización por el de “anatema”.
   Pues bien, ¿por qué hago alusión a estas alturas del siglo XXI a L. Feuerbach y a su obra “La Esencia del Cristianismo”, de mediados del s. XIX (concretamente, de 1841)? Entre ambos escritos median casi dos siglos, 172 años. Pero Mons. Müller no se ha enterado de que, entre tanto, hubo un Vaticano II, conocido por el Concilio del “aggiornamiento”. Mejor dicho; sí se ha enterado, ya que cita, precisamente, la resolución más progresista de tan importante Sínodo, “GAUDIUM ET SPES”. Pero el Prefecto la interpreta con ojos tridentinos. 
   Su tocayo Feuerbach, en la obra citada tiene un capítulo titulado “La contradicción de la fe y del amor” (pgs. 290 y sigtes), que, aunque parezca mentira, es la mejor crítica que, con 172 años de anterioridad, se puede hacer al pensamiento del inquisidor, que, en el fondo, no es más que el mantenido por la propia Iglesia Católica, a la que tiene la misión de controlar en sus “desmanes doctrinales”. Como Ordaz y cualquier fiel creyente moderno, adivinamos lo difícil que lo va a tener el propio Pastor del rebaño para sus pretendidas reformas. Pero también, mucho tiempo antes, se lo advertía D. Quijote a su escudero con aquello de “con la Iglesia hemos topado…”
   Por supuesto que no trato hacer en este escrito una análisis teológico-dogmático sobre el Sacramento del Matrimonio y su indisolubilidad. Este estudio ya está hecho, y de recordárnoslo se encarga el Inquisidor en su comunicado. Sólo quiero destacar dos actitudes bien distintas en el abordaje del problema planteado a las personas que, por las razones que fueran, han roto de hecho con la indisolubilidad sacramental.  Tal problema consiste en la prohibición que esos fieles tienen para recibir la Eucaristía, y la orden de negársela que tienen los sacerdotes católicos.
   Una de esas actitudes viene representada por el Papa Francisco y, otra, por Mons. Müller. La actitud del primero representa el Amor (eso es la Eucaristía) y la Misericordia, que no es otra cosa que un ejercicio de amor. La actitud del segundo representa la Fe. Dos virtudes esenciales, según el Catecismo católico.
   Para Feuerbach, la unidad de la esencia humana con la divina que, de alguna manera se manifiesta en el amor, que es el que aúna a los hombres con Dios y a Dios con los hombres, es rota por la fe. Dice Feuerbach: “La fe aísla a Dios, lo convierte en un ser especial y distinto; el amor universaliza, convierte a Dios en un ser común… La fe convierte la fe en Dios en una ley; el amor es libertad, no condena ni siquiera al ateo, porque ella misma es atea…” (pgs.290-91).
   El Papa no deja de reconocer que, desde el punto de vista teórico-dogmático (desde la fe), existe un problema. Problema que, según él hay que “estudiarlo en el marco de una pastoral matrimonial”. El mismo problema es reconocido en el documento del Santo Oficio, y recogido por su antecesor, Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica “Sacramentum caritatis”, de 22 de Febrero de 2007, como “problema pastoral difícil y complejo”. No deja de ser curioso que el matrimonio sacramental está considerado por la Teología católica como una señal de la unión “matrimonial (amorosa) entre Cristo y la Iglesia (su esposa).”, “A través del sacramento de la indisolubilidad del matrimonio adquiere (éste) un sentido nuevo y más profundo; se convierte en la imagen del amor eterno de Dios por su pueblo y de la fidelidad irrevocable de Cristo a su Iglesia”. 
   Pero, qué pasa si, a pesar del aval que la gracia sacramental supone para dicha indisolubilidad, ésta, de facto, no garantiza esa unión permanente? En la fantasía y en el simbolismo del maritage de Cristo con la Iglesia caben todo tipo de elocubraciones. Pero, ¿qué respuesta y qué solución concretas da la Iglesia a los hombres y mujeres de carne y hueso, que, guiados por ese misticismo ilusorio, ven rota su vida sentimental y amorosa, es decir, la vida real en este mundo?. La unión libre y amorosa entre un hombre y una mujer no es un invento del Cristianismo. Este, en todo caso, se “apropia” de ese hecho natural y universal, y le da un carácter sacramental, esto es, lo eleva a un plano sobrehumano, que sólo puede ser objeto de una fe espacial. 
   Los textos bíblicos, especialmente los neotestamentarios (Mc. 10,5-9; Mat. 19, 4-9; Jn. 16, 18), en los que la Teología dogmática fundamenta la indisolubilidad sacramental, están traídos e interpretados de una manera interesada. Porque hay otros textos, igualmente avalados como doctrina revelada, que son interpretados de diferente manera, también sociológica y contextualmente interesada. ¿Qué es, si no, la “permisibilidad mosáica” a los “duros de corazón” (Dt. 24, 14), el “privilegio paulino” (S.Pablo, 1ª Corintios, 7, 10-11, 12-16), el pretexto de la llamada “oikonomía” en la Iglesia ortodoxa, o, más cercanamente, lo que el propio Sto. Oficio reconoce como el “cisma de la Iglesia de Inglaterra”, para favorecer el capricho de su rey Enrique VIII?.
   A mi manera de ver, los textos del Nuevo Testamento, en los que se fundamenta la dogmática sacramental de Trento, aún en supuesto de que fueran auténticos, no dejan de ser una interpretación histórico-sociológica, impregnada del misticismo que caracteriza a los primeras comunidades cristianas, y su conciencia del acabamiento de su tiempo histórico y de la creencia paulina de la instauración del Reino prometido, tan cercano que, incluso, muchos no tendrían que morir, para ser transformados por la Resurrección.
   El problema que tiene la iglesia jerárquica es la reinterpretación que tiene que hacer, una vez que se da cuenta de que esa inmediata instauración de la Jerusalén celestial prometida, no es más que fruto de una mística y ansiosa ilusión, teniendo que cambiar todos los “chips”, e inventarse, como un nuevo Moisés, la conducción de su pueblo hasta la tierra prometida, “sine die”.
   Pero ante la tesitura de la fe, defendida por quien es su máximo cancerbero, está la postura del amor, la del Papa Francisco: “La Iglesia es madre, debe ir a curar a los heridos con misericordia. Si el Señor no se cansa de perdonar, nosotros no tenemos otra elección que esa. Primero de todo, curar a los heridos. La Iglesia es mamá. Debe ir en este camino de la misericordia, encontrar una misericordia para todos”. Y en este contexto cita la parábola del hijo pródigo (otro gesto de ternura).
   Pero el Inquisidor, a la vez que endurece su corazón, hipócritamente asume las palabras de su Jefe; pero su oficio, como buen profesional, hace lo que ha sido muy propio de lo que Feuerbach llama la sofística teológica, esto es, jugar con las palabras (muy propio también de los políticos de hoy). Dice: “mediante una invocación objetivamente falsa de la misericordia divina, se corre el peligro de banalizar la imagen de Dios, según la cual Dios no podría hacer otra cosa que perdonar (lo cual es propio del sentimiento amoroso). Al misterio de Dios (se cree cualificado para desvelarlo) pertenece el hecho de que, junto a la misericordia, están también la santidad y la justicia”, Y corto aquí la cita textual, porque lo que sigue de la misma me revuelve las tripas. Viene a decir que para esos atributos, santidad y misericordia, se den, tiene que existir previamente el pecado. Y, lo más sangrante, pone como ejemplo uno de los pasajes más tiernos: el de Jesús con la pecadora (Jn. 8,11). Pero el Inquisidor, en vez de fijarse en las “divinas palabras”, que diría Valle-Inclán, quén esté libre de pecado, etc…, pone su turbio foco de la fe doctrinal en el “vete y no peques más”.
   Pero este teólogo tan afamado, ¿sólo lee al Dios (Jehová) del Antiguo Testamento? ¿No medita a S. Pablo, que, al fin y al cabo, es el creador de lo que llamamos cristianismo?. Para los interesados, recomiendo la lectura de la carta a los Romanos, cptlos. 5, 6, y 7.
   Solamente, por seguir con la línea argumental del Inquisidor, citaré las primeras palabras de Pablo en el cap. 6, hablando del bautismo, que es el sacramento de la fe. “¿Qué diremos, pues? ¿Seguiremos en el pecado, para que la gracia abunde? Nada de eso. Si hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir aún en él?” etc, etc. ¿Y aquello de si no tenemos caridad….vana es nuestra fe?. ¿No se la ablanda el corazón a este purpurado?.
   En el mismo viaje de vuelta a Roma el Papa también respondió a las preguntas sobre las personas homosexuales, siendo el tema diferente, mantuvo el mismo talante que el Nazareno con la pecadora adúltera; ¿quén soy yo para juzgar?.
   Dice Feuerbach que la fe está esencialmente determinada, es categórica e imperativa. Léanlo literalmente: “la fe es lo contrario del amor. El amor reconoce hasta en el pecado la virtud, y en el error, la verdad… El amor sólo es idéntico con la razón, pero no con la fe; pues el amor, lo mismo que la razón, es de naturaleza libre y universal; pero la fe es de naturaleza estrecha y limitada. Sólo donde existe la razón, domina el amor en general; la razón es el amor universal mismo. La fe ha descubierto el infierno, no el amor ni la razón. Para el amor el infierno es una crueldad; para la razón, un absurdo” (pg. 299).
   Aterrizando, ¿cuál es la solución que Mons. Müller da al problema? Una que, como siempre en la Iglesia, tiene un “tufillo” (que apesta) económico y crematístico: la NULIDAD del sacramento. Esto es, pasar por Vicaría, en este caso, por el tribunal de la Rota y, previo pago del servicio, y sin escrúpulos de aducir pretextos mentirosos las más de las veces, conseguir aquélla.
   Cito las palabras de Mons. Müller tal como lo hace Ordaz en su artículo: “La mentalidad actual contradice la comprensión cristiana del matrimonio , especialmente en lo relativo a la indisolubilidad y a la apertura a la vida. Puesto que muchos cristianos están influidos por este contexto cultural, en nuestros días, los matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado”. Cómo se le ve el plumero, monseñor…
   Bonita manera de sobrevivir e interesada manera de adaptarse al contexto histórico, hasta que llegue, según la fe, la “Parousía”.
   Está claro; sólo cuando las contradicciones de la fe con las culturas modernas. La Iglesia echa mano de la “sofística teológica”, en un intento de compaginar lo incompaginable. Y sólo por un oportunismo “político-ecuménico”, se tienen como actitudes cristianas, actitudes que, en otro tiempo, fueron condenadas, incluso, a la hoguera, por heréticas.
  
                                                                                  Manuel Vega Marín
                                                                                  Madrid, Noviembre de 2013






   “La Esencia del Cristianismo”. Ludwwig FEUERBACH. Edt. Trotta S.A. 1995.

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