(Artículo de Pablo ORDAZ, publicado en EL
PAÍS el 24 de Octubre de 2013).
(Este artículo es al que me refiero en los dos anteriores, y, que, por error, no fué colgado en el blog)
(Este artículo es al que me refiero en los dos anteriores, y, que, por error, no fué colgado en el blog)
Cuando preparo un trabajo sobre el pensamiento de Ludwig FEUERBACH sobre
la Religión, la existencia de Dios, y, en especial, sobre el Cristianismo, leo
en el diario citado en la cabecera de esta reflexión la reseña que el
periodista hace sobre lo publicado por el órgano oficial del Vaticano, L´osservatore romano, como comunicado
oficial de Mons. Gerhard Ludwig MÚLLER, Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe (antigua Inquisición). El mencionado documento lleva por
título “Testimonio de la fuerza de la gracia: sobre la indisolubilidad del
matrimonio y el debate sobre los vueltos a casar civilmente y los Sacramentos”.
Estoy con el periodista Ordaz en que dicho artículo es una
desautorización en toda regla al Papa Francisco, cabeza de la misma Iglesia, de
la que forma parte importante el citado monseñor, y a las declaraciones de
aquél a los periodistas en el avión y que acompañaban al Papa en su vuelta
desde Brasil a su sede en Roma. Si estuviésemos en los tiempos de Trento o del
Concilio Vaticano I, sustituiríamos el vocablo desautorización por el de
“anatema”.
Pues bien, ¿por qué hago alusión a estas alturas del siglo XXI a L.
Feuerbach y a su obra “La Esencia del
Cristianismo”, de mediados del s. XIX (concretamente, de 1841)? Entre ambos
escritos median casi dos siglos, 172 años. Pero Mons. Müller no se ha enterado
de que, entre tanto, hubo un Vaticano II, conocido por el Concilio del “aggiornamiento”. Mejor dicho; sí se ha
enterado, ya que cita, precisamente, la resolución más progresista de tan
importante Sínodo, “GAUDIUM ET SPES”. Pero el Prefecto la interpreta con ojos
tridentinos.
Su tocayo Feuerbach, en la obra citada tiene un capítulo titulado “La
contradicción de la fe y del amor” (pgs. 290 y sigtes), que, aunque parezca
mentira, es la mejor crítica que, con 172 años de anterioridad, se puede hacer
al pensamiento del inquisidor, que, en el fondo, no es más que el mantenido por
la propia Iglesia Católica, a la que tiene la misión de controlar en sus
“desmanes doctrinales”. Como Ordaz y cualquier fiel creyente moderno,
adivinamos lo difícil que lo va a tener el propio Pastor del rebaño para sus
pretendidas reformas. Pero también, mucho tiempo antes, se lo advertía D.
Quijote a su escudero con aquello de “con la Iglesia hemos topado…”
Por supuesto que no trato hacer en este escrito una análisis
teológico-dogmático sobre el Sacramento del Matrimonio y su indisolubilidad.
Este estudio ya está hecho, y de recordárnoslo se encarga el Inquisidor en su
comunicado. Sólo quiero destacar dos actitudes bien distintas en el abordaje
del problema planteado a las personas que, por las razones que fueran, han roto
de hecho con la indisolubilidad sacramental.
Tal problema consiste en la prohibición que esos fieles tienen para
recibir la Eucaristía, y la orden de negársela que tienen los sacerdotes
católicos.
Una de esas actitudes viene representada por el Papa Francisco y, otra,
por Mons. Müller. La actitud del primero representa el Amor (eso es la
Eucaristía) y la Misericordia, que no es otra cosa que un ejercicio de amor. La
actitud del segundo representa la Fe. Dos virtudes esenciales, según el
Catecismo católico.
Para Feuerbach, la unidad de la esencia humana con la divina que, de
alguna manera se manifiesta en el amor, que es el que aúna a los hombres con
Dios y a Dios con los hombres, es rota por la fe. Dice Feuerbach: “La fe aísla
a Dios, lo convierte en un ser especial y distinto; el amor universaliza,
convierte a Dios en un ser común… La fe convierte la fe en Dios en una ley; el
amor es libertad, no condena ni siquiera al ateo, porque ella misma es atea…”
(pgs.290-91).
El Papa no deja de reconocer que, desde el punto de vista
teórico-dogmático (desde la fe), existe un problema. Problema que, según él hay
que “estudiarlo en el marco de una pastoral matrimonial”. El mismo problema es
reconocido en el documento del Santo Oficio, y recogido por su antecesor,
Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica “Sacramentum caritatis”, de 22 de Febrero de 2007, como “problema
pastoral difícil y complejo”. No deja de ser curioso que el matrimonio
sacramental está considerado por la Teología católica como una señal de la
unión “matrimonial (amorosa) entre Cristo y la Iglesia (su esposa).”, “A través
del sacramento de la indisolubilidad del matrimonio adquiere (éste) un sentido
nuevo y más profundo; se convierte en la imagen del amor eterno de Dios por su
pueblo y de la fidelidad irrevocable de Cristo a su Iglesia”.
Pero, qué pasa si, a pesar del aval que la gracia sacramental supone
para dicha indisolubilidad, ésta, de facto, no garantiza esa unión permanente?
En la fantasía y en el simbolismo del maritage de Cristo con la Iglesia caben
todo tipo de elocubraciones. Pero, ¿qué respuesta y qué solución concretas da
la Iglesia a los hombres y mujeres de carne y hueso, que, guiados por ese
misticismo ilusorio, ven rota su vida sentimental y amorosa, es decir, la vida
real en este mundo?. La unión libre y amorosa entre un hombre y una mujer no es
un invento del Cristianismo. Este, en todo caso, se “apropia” de ese hecho
natural y universal, y le da un carácter sacramental, esto es, lo eleva a un
plano sobrehumano, que sólo puede ser objeto de una fe espacial.
Los textos bíblicos, especialmente los neotestamentarios (Mc. 10,5-9;
Mat. 19, 4-9; Jn. 16, 18), en los que la Teología dogmática fundamenta la
indisolubilidad sacramental, están traídos e interpretados de una manera
interesada. Porque hay otros textos, igualmente avalados como doctrina
revelada, que son interpretados de diferente manera, también sociológica y
contextualmente interesada. ¿Qué es, si no, la “permisibilidad mosáica” a los
“duros de corazón” (Dt. 24, 14), el “privilegio paulino” (S.Pablo, 1ª
Corintios, 7, 10-11, 12-16), el pretexto de la llamada “oikonomía” en la
Iglesia ortodoxa, o, más cercanamente, lo que el propio Sto. Oficio reconoce
como el “cisma de la Iglesia de Inglaterra”, para favorecer el capricho de su
rey Enrique VIII?.
A mi manera de ver, los textos del Nuevo Testamento, en los que se
fundamenta la dogmática sacramental de Trento, aún en supuesto de que fueran
auténticos, no dejan de ser una interpretación histórico-sociológica,
impregnada del misticismo que caracteriza a los primeras comunidades cristianas,
y su conciencia del acabamiento de su tiempo histórico y de la creencia paulina
de la instauración del Reino prometido, tan cercano que, incluso, muchos no
tendrían que morir, para ser transformados por la Resurrección.
El problema que tiene la iglesia jerárquica es la reinterpretación que
tiene que hacer, una vez que se da cuenta de que esa inmediata instauración de
la Jerusalén celestial prometida, no es más que fruto de una mística y ansiosa
ilusión, teniendo que cambiar todos los “chips”, e inventarse, como un nuevo
Moisés, la conducción de su pueblo hasta la tierra prometida, “sine die”.
Pero ante la tesitura de la fe, defendida por quien es su máximo
cancerbero, está la postura del amor, la del Papa Francisco: “La Iglesia es
madre, debe ir a curar a los heridos con misericordia. Si el Señor no se cansa
de perdonar, nosotros no tenemos otra elección que esa. Primero de todo, curar
a los heridos. La Iglesia es mamá. Debe ir en este camino de la misericordia,
encontrar una misericordia para todos”. Y en este contexto cita la parábola del
hijo pródigo (otro gesto de ternura).
Pero el Inquisidor, a la vez que endurece su corazón, hipócritamente
asume las palabras de su Jefe; pero su oficio, como buen profesional, hace lo
que ha sido muy propio de lo que Feuerbach llama la sofística teológica, esto
es, jugar con las palabras (muy propio también de los políticos de hoy). Dice:
“mediante una invocación objetivamente falsa de la misericordia divina, se
corre el peligro de banalizar la imagen de Dios, según la cual Dios no podría
hacer otra cosa que perdonar (lo cual es propio del sentimiento amoroso). Al
misterio de Dios (se cree cualificado para desvelarlo) pertenece el hecho de
que, junto a la misericordia, están también la santidad y la justicia”, Y corto
aquí la cita textual, porque lo que sigue de la misma me revuelve las tripas.
Viene a decir que para esos atributos, santidad y misericordia, se den, tiene
que existir previamente el pecado. Y, lo más sangrante, pone como ejemplo uno
de los pasajes más tiernos: el de Jesús con la pecadora (Jn. 8,11). Pero el
Inquisidor, en vez de fijarse en las “divinas palabras”, que diría
Valle-Inclán, quén esté libre de pecado, etc…, pone su turbio foco de la fe
doctrinal en el “vete y no peques más”.
Pero este teólogo tan afamado, ¿sólo lee al Dios (Jehová) del Antiguo
Testamento? ¿No medita a S. Pablo, que, al fin y al cabo, es el creador de lo
que llamamos cristianismo?. Para los interesados, recomiendo la lectura de la
carta a los Romanos, cptlos. 5, 6, y 7.
Solamente, por seguir con la línea argumental del Inquisidor, citaré las
primeras palabras de Pablo en el cap. 6, hablando del bautismo, que es el
sacramento de la fe. “¿Qué diremos, pues? ¿Seguiremos en el pecado, para que la
gracia abunde? Nada de eso. Si hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir aún en él?”
etc, etc. ¿Y aquello de si no tenemos caridad….vana es nuestra fe?. ¿No se la
ablanda el corazón a este purpurado?.
En el mismo viaje de vuelta a Roma el Papa también respondió a las
preguntas sobre las personas homosexuales, siendo el tema diferente, mantuvo el
mismo talante que el Nazareno con la pecadora adúltera; ¿quén soy yo para
juzgar?.
Dice Feuerbach que la fe está esencialmente determinada, es categórica e
imperativa. Léanlo literalmente: “la fe es lo contrario del amor. El amor
reconoce hasta en el pecado la virtud, y en el error, la verdad… El amor sólo
es idéntico con la razón, pero no con la fe; pues el amor, lo mismo que la
razón, es de naturaleza libre y universal; pero la fe es de naturaleza estrecha
y limitada. Sólo donde existe la razón, domina el amor en general; la razón es
el amor universal mismo. La fe ha descubierto el infierno, no el amor ni la
razón. Para el amor el infierno es una crueldad; para la razón, un absurdo”
(pg. 299).
Aterrizando, ¿cuál es la solución que Mons. Müller da al problema? Una
que, como siempre en la Iglesia, tiene un “tufillo” (que apesta) económico y
crematístico: la NULIDAD del sacramento. Esto es, pasar por Vicaría, en este
caso, por el tribunal de la Rota y, previo pago del servicio, y sin escrúpulos
de aducir pretextos mentirosos las más de las veces, conseguir aquélla.
Cito las palabras de Mons. Müller tal como lo hace Ordaz en su artículo:
“La mentalidad actual contradice la comprensión cristiana del matrimonio ,
especialmente en lo relativo a la indisolubilidad y a la apertura a la vida.
Puesto que muchos cristianos están influidos por este contexto cultural, en
nuestros días, los matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el
pasado”. Cómo se le ve el plumero, monseñor…
Bonita manera de sobrevivir e interesada manera de adaptarse al contexto
histórico, hasta que llegue, según la fe, la “Parousía”.
Está claro; sólo cuando las contradicciones de la fe con las culturas
modernas. La Iglesia echa mano de la “sofística teológica”, en un intento de
compaginar lo incompaginable. Y sólo por un oportunismo “político-ecuménico”,
se tienen como actitudes cristianas, actitudes que, en otro tiempo, fueron
condenadas, incluso, a la hoguera, por heréticas.
Manuel
Vega Marín
Madrid, Noviembre de 2013
“La Esencia del Cristianismo”.
Ludwwig FEUERBACH. Edt. Trotta
S.A. 1995.
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