domingo, 3 de febrero de 2019

DEMOCRACIA CONTRA CAPITALISMO


   En la sociedad en que actualmente vivimos, y a pesar de la enorme “seudo-crisis” económica sufrida desde 2007 en el “mundo desarrollado”, provocada por el Capitalismo y su brazo político, el neoliberalismo; gracias a los medios propagandísticos de que disponen, por no hablar su poder militar,  una gran masa de ciudadanos sigue creyendo que tal sistema político-económico es tan connatural a la sociabilidad humana, que no concibe otro. Los ciudadanos, aún sufriendo día a día en sus carnes los muchos y diferentes recortes en los derechos laborales y en los servicios públicos, y de lo evidente que ya es el desastre que para nuestro Planeta Azul supone el desarrollismo “loco” de tal sistema, en una mayoría siguen apostando y votando por los partidos de derecha de lo representan. Ese auge de las derechas extremas les anima a que sus discursos contra todos los movimientos democráticos-progresistas sean cada vez más aceptados (blanqueados). Volvemos, afirma Alberto Garzón, al siglo XIX en materia de relaciones laborales y derechos mientras producimos y consumimos por encima de la biocapacidad del planeta. (“Elegidlos y vigiladlos”, eldiario.es, 29-1-19). Justo es en el s. XIX, al socaire de la Revolución Industrial, cuando la sociedad se estratifica en torno a la propiedad de los grandes medios de producción en dos grandes grupos o clases; una de cuyas consecuencias es el surgimiento de los partidos modernos, que van a ser nuestra referencia. Éstos fueron los instrumentos que los propietarios de aquéllos (burgueses-capitalistas), por un lado, utilizaron para defender sus intereses (partidos conservadores o de derechas);y, por otro, los que sólo poseían su fuerza de trabajo, obligados a venderla para subsistir, se agruparon en los partidos obreros para defenderse del abuso de sus compradores. Es cierto que a medida que la sociedad se fue haciendo más compleja, los partidos clásicos también se van fraccionando y diversificando en base a otros factores que ya no son los estrictamente económicos-laborales. Sin embargo, por más que muchos interesados, basados en un crecimiento de los estratos sociales medios y en la facilidad con que algunos grupos de asalariados pueden acceder a los bienes materiales, pretendan hacer creer que las clases sociales han desaparecido, éstas siguen existiendo. Un indicador de ello es la gran sima que se ha producido en la sociedad entre un 1% que lo tienen todo, y un 99% que necesita. Es “El precio de la desigualdad”, según titula uno de sus libros J. E. STIGLITZ, premio Nobel de economía
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   Ciertamente, el aumento de los bienes materiales en algunas capas de asalariados, el miedo a perder el puesto de trabajo precario, y, sobre todo, la enorme presión del ultraliberalismo de D. Reagan en EE.UU y M. Thatcher en Inglaterra en el último tercio del siglo pasado, supusieron una merma en la “conciencia” de clase, aunque no en la existencia sociológica de éstas. Esas políticas de desregulación financiera, flexibilización del mercado laboral, privatizaciones, etc., conllevaron una atroz pérdida de derechos de las clases medias y trabajadoras, a las que, dada su debilidad, las organizaciones obreras, sindicatos y partidos de izquierda, fueron incapaces de hacer frente. Y lo peor no es que lo anterior haya sucedido, sino que sigue  sucediendo aún con más vigor y eficacia. Yo diría que con connivencia más o menos explícita de organizaciones “progresistas” y de “izquierda”, llamadas a luchar por lo contrario. El líder de IU en el artículo citado afirma que la izquierda en vez de fortalecer a las organizaciones políticas, se las está vaciando y dividiendo para favorecer procesos líquidos y desconectados de los principios democráticos más básicos. Y me atrevo a interpretar que lo que Garzón entiende por procesos líquidos desconectados de principios democráticos básicos, no es más que un intento de aminorar el rearme interno que el 15M, con su impulso de las elecciones primarias, supuso para acabar con el rígido control de los “aparatos” y con el poder que las “cúpulas” de los aletargados partidos, bien adaptados al marco y a las reglas de juego que dictaminan los clubes de los poderes fácticos.
   La animadversión de esos poderes que jamás compiten en elecciones libres, manifestada contra los partidos y sindicatos obreros bien organizados internamente, no es nueva. Los que vivimos el franquismo sabemos de esa fobia a los partidos en general, y, sobre todo, el precio que tuvo que pagar Suarez y las renuncias a que obligaron al PCE los poderes de la dictadura, para que con su legalización, al menos sobre el papel, nuestra naciente democracia se pareciera a las de nuestro entorno. La Constitución de 1978, en el artº 6 del Título preliminar reconoce a los partidos políticos y su papel en el sistema. Un cierto tufillo antipartido, no obstante, desprenden las sentencias que en 1983 el Tribunal Constitucional dictó a favor del concejal por Andújar (Jaén), M.A. Bellido, declarando inconstitucional el artº. 11,7 de la Ley de Elecciones locales (1978), que decía: Tratándose de listas que representan a partidos políticos, federaciones o coaliciones de partidos, si alguno de los candidatos electos dejare de pertenecer al partido que le presentó, cesará en su cargo… Poco tiempo después, y con parecida argumentación, el mismo Tribunal de dio la razón a la Concejala por Madrid, Cristina Alméida, a la que el PCE provincial le reclamaba su acta. Ya es casualidad que ambas sentencias recaigan sobre dos partidos de izquierda (Psoe, PCE). Sobre dicho tema tengo en mi blog, www.solicitoopinarblogspot.com.es, “colgados” varios artículos. En el primero de ellos, de 16-2-83, decía: considero inoportuna la Sentencia, porque, sin proponérselo, temo que contribuya al fomento de los prejuicios negativos respectos de los partidos políticos, obligados a la clandestinidad por el antiguo régimen, y, por lo mismo, sujetos a las naturales crisis de su incipiente rodaje. A pesar de todo, esa fobia a los partidos de izquierda siguió, aunque latente por la acomodación de éstos al marco impuesto; pero vuelve a resurgir descaradamente con el nacimiento de PODEMOS.
   No nos cabe la menor duda de la importancia que, frente a la cantidad de medios de que disponen los capitalistas para debilitar a las organizaciones populares y obreras, la única manera en que éstas puedan resistir es la debida a una férrea, aunque democrática, organización interna. Estoy de acuerdo con Alberto Garzón, en que, si importante es elegir a los dirigentes en primarias, mucho más lo son los mecanismos democráticos de elección y control de los elegidos. La tradición política republicana siempre dio más importancia a la capacidad de fiscalización y revocación de los cargos elegidos. Una de las medidas tomadas por la Comuna de París de 1871, machacada en una batalla desigual, fue la elegibilidad, revocabilidad y amovilidad de todos los funcionarios. Tal modelo,  elogiado por Marx y Lenin, autores que no están de moda citar, es el que nos recuerda Garzón con valentía. Sin fiscalización y revocación de los cargos electos, ocurre que, una vez elegidos éstos, incluso en primarias, sean desleales con los compañeros que los eligieron y desistan del compromiso con el programa elaborado por el colectivo del partido. Hoy es frecuente eludir ese compromiso de lealtad, justificando su “transfuguismo”, con la trampa retórica de que el cargo público que ostentan se lo deben a la gente que les ha votado y no al partido que le propuso como candidato. Este transfuguismo, que se ha intentado combatir hipócrita e ineficazmente en toda la historia de nuestra democracia, no es nuevo. Tiene su justificación jurídica e ideológica la sentencia del Constitucional, anteriormente aludida, y criticada en mis referidos escritos.
   Este modelo de elección y esta manera “a la americana” de hacer las campañas electorales es fácil en la sociedad espectáculo, a la que tanto colaboran los modernos medios de comunicación y las redes sociales. Y, sin duda, éstos pueden contribuir a un mejor conocimiento de programas y candidatos; pero en manos, como están, de los poderes financieros, es la manera más sibilina que éstos tienen para manipular las mentes de los incautos ciudadanos. En ese sentido, este capitalismo mercantilista, que convierte en fetiche de consumo cualquier alimento basura, que con su manipulación propagandística es capaz imponer fiestas y ritos foráneos contra las tradiciones más asentadas; este capitalismo que no tiene reparos en convertir lo más sagrado en profano; este capitalismo que todo lo convierte en mercancía, no tiene el menor escrúpulo en convertir la democracia y su fiesta, que son las elecciones, en una mercancía más. Con estas formas tan fáciles, cada vez más aceptadas de hacer política, los poderes económicos que nos gobiernan cada vez tendrán menos necesidad de “infiltrados” o de “policías políticas”, para vencer la resistencia organizativa tradicional en los partidos y organizaciones obreras y progresistas de izquierda, y cada vez más convencerán a éstas de la inutilidad de intentar un cambio de sociedad. A todo ello hay que añadir el uso del eufemismo en la tergiversación del lenguaje y la manipulación polisémica de las palabras. No diremos que esto sea nuevo; pero la facilidad con que los políticos de la derecha utilizan la mentira y el insulto en sus declaraciones histriónicas no conoce límites. La tolerancia que muchos medios audiovisuales y de prensa, en manos de poderes financieros, muestran editando rutilantes y rutinarios mensajes, difundidos por periódicos y  periodistas sin escrúpulos, hace imposible la participación en igualdad de condiciones de los auténticos partidos de izquierda en el bochornoso y carísimo espectáculo en que se convierten las campañas electorales. (A este respecto, remito al lector al artículo, De “la clase obrera” a “la gente”, de Rosa María Artal en eldiario.es, 1-2-19).   Un modelo de organizaciones bonapartista es el que, sin nombrarlo, representa la plataforma Más Madrid, y que Garzón denuncia, porque llevará a la izquierda española a una situación “a la italiana”, en la que las esperanzas de los sectores sociales progresistas –yo añadiría y obreros- quedan depositadas en un difuso mercado electoral sobre el que apenas hay capacidad de intervención. ¿Qué capacidad de intervención van a tener los partidos obreros en ese espectáculo mercadotécnico dominado por los poderes financieros, si además los bancos son los que prestan el dinero a algunos partidos o líderes individualistas “de izquierda” para poder competir? ¿Qué decir de la esperanza en las “puertas giratorias” que muchas empresas y oligopolios ofrecen?
   Decía el fundador del Psoe, P. Iglesias Posse (citado por Garzón), que para los cargos públicos, elegid a los mejores y más capacitados, y vigiladlos como si fueran canallas. Cuando un compañero se postula para un cargo sin que lo promuevan las bases, es motivo suficiente para no elegirlo. ¡Cuán extraño sonaría esto en los dirigentes actuales del Psoe!   Y como estoy de acuerdo con el líder de IU, terminaré mi artículo con las mismas palabras con las que él concluye el suyo: la mejor forma de fortalecer a las organizaciones populares y de izquierdas es a través de mecanismos democráticos. Ello implica aportar por amplios procesos de elección de cargos, debates públicos y sobre todo fiscalización de la actividad de los representantes elegidos. La fórmula del hiperliderazgo, aunque prometa buenos resultados electorales, socava la misma capacidad de pensar, decidir y actuar colectivamente.
    Manuel Vega Marín. Madrid, 3 Enero, 2019  www.solicitoopinar.blogspot.com.es

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