Preparando un trabajo sobre el concepto de “propiedad privada” y de la
negación de la misma como “derecho natural”, que, aunque a muchos les pueda
extrañar, es la línea que ha mantenido el Magisterio de la Iglesia desde los
textos neotestamentarios que sirvieron de norma de convivencia “comunista” a
los mismos Apóstoles y primeros cristianos, hasta los actuales que viven su fe
con el compromiso con los pobres, muy lejos de los “oropeles” con que la
jerarquía católica intenta “disimular” dicha doctrina.
Para ese ensayo me he ayudado releyendo dos antiguos libritos: De la
propiedad privada a la socialización, Cristianismo y propiedad privada,
que, en realidad son sólo uno, pues su propio autor en el prólogo al segundo
(1988) nos advierte que éste no es más que una puesta al día del primero
(1977). Me estoy refiriendo, ni más ni menos, que al gran teólogo y mejor
cristiano que fue José Mª DIEZ-ALEGRÍA. Profesor de la Universidad Gregoriana
de Roma, de cuya cátedra fue expulsado por escribir estas cosas, e igualmente
fue expulsado de la Compañía de Jesús a la que perteneció hasta su muerte (me siento un jesuita sin papeles, decía
con santa ironía). Pero su retiro no fue una canogía, una nunciatura o el paso
a un consejo de administración. Los últimos años de su vida los pasó junto a
otro gran jesuita, el Padre Llano en el vallecano Pozo del Tío Raimundo,
conviviendo en un “barracón” muy similar a los que ocupaban los inmigrantes que
huían en aquellos tiempos de la miseria rural. Allí estuvo ayudándoles hasta
que sus escasas fuerzas se los permitieron. Con ellos convivieron comunistas y
socialistas que luego fueron importantes personajes de la vida pública. Por
orden del entonces máximo dirigente de la Compañía, padre Arrupe, y hasta su
muerte a los 99 años, 25-VI-2010, residió en Seminario Residencia, que la
Compañía tiene en Alcalá de Henares (Madrid).
Tengo que reseñar para los que no habían nacido o eran muy jóvenes en
aquella época, que ambos personajes procedían de “buenas familias”. El padre de
Llano fue general, pero el cura, después de haber sido falangista, amigo y
director espiritual de Franco, militó en el PCE y en CC.OO, con cuyos carnets
estaba muy orgulloso. Díez-Alegría era hijo de un banquero de Gijón y hermano
de dos tenientes generales: Luís, Jefe de la Casa Militar de Franco y
exdirector de la Guardia Civil, y Manuel, ex Jefe del Alto Estado Mayor del
Ejército.
Pues bien, con ese mismo motivo he vuelto a leer de manera más
sistemática los textos del Nuevo Testamento, a los que alude continuamente
Díez-Alegría para fundamentar su tesis. Y, entre ellos, me he encontrado con la
“parábola” del “administrador infiel”, que el Evangelista San Lucas narra en el
capítulo 16,1-12.
El padre Díez-Alegría, por el tiempo en que escribe, lógicamente, no
hubiera aplicado la lección de las palabras del texto “lucasiano” al fenómeno
muy actual de lo que conocemos como “puertas giratorias”. Aunque hechos
similares ya debían ocurrir in illo
tempore. Pero, estoy seguro, que de vivir, a su manera irónica, hubiera
apoyado la lección que extraigo de mi actual lectura. ¿No es acaso una ironía
que un texto evangélico pueda servir de base para tranquilizar la conciencia de
los que hacen uso de esas “peligrosas” puertas?...
Dada la claridad expresiva del texto y la simpatía con la que pienso que
el lector pondrá en su comprensión, sustituiré mis comentarios por la
transcripción del mismo y de las conclusiones que el jesuita extrae.
“Jesús dijo también a sus
discípulos:
-Un hombre rico tenía un
administrador y le fueron con el cuento de que éste malbarataba su hacienda.
Entonces lo llamó y la dijo:
-¿Qué oigo decir de ti? Dame
cuenta de tu gestión, porque quedas despedido.
El administrador empezó a
pensar: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Cavar no puedo;
mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de
la administración, me reciba la gente en sus casas. Fue llamando uno por uno a
los deudores de su amo, y preguntó al primero:
-¿Cuánto debes a mi amo? Éste
respondió:
-Cien barriles de aceite.
Él le dijo: -Aquí está tu
recibo; date prisa, siéntate y escribe cincuenta.
Luego preguntó a otro: -Y tú
¿cuánto le debes? Éste contestó:
-Cien fanegas de trigo.
El administrador le dijo:
-Aquí está tu recibo; escribe ochenta.
El señor alabó al administrador
injusto, porque había obrado sagazmente, porque los hijos de este mundo son más
sagaces con su gente que los hijos de la luz.
(Siga leyendo el lector)
Jesús habla en sentido escatológico, ante la inminente llegada
del “reino prometido”. De manera que, cuando en el versículo siguiente dice: haceos amigos mediante el dinero injusto,
para que, cuando esto se acabe, os reciban en las moradas eternas, está
exhortando a los oyentes a tomar medidas radicales que estén en consonancia con
una coyuntura tan extrema y definitiva.
Pero, ¿en qué sentido el dinero es injusto? Según nuestro teólogo, el
texto de Lucas sólo tiene una interpretación: es injusto el dinero de los
ricos, esto es, el acumulado a base de la especulación y “triquiñuelas” como
las empleadas por el administrado de lo ajeno. No el ganado honestamente y con
el propio trabajo, añado yo. Todo hace
pensar, dice Díez-Alegría, que (Lucas) se refiere a lo que hoy llamaríamos una
injusticia estructural. No se trata
de riquezas robadas clara y
concretamente por sus actuales poseedores, pues en tal caso habría que
devolverlas sin más. Esto quedaría, añado yo, en la conciencia individual y
pacata que muchos creyentes y la propia Iglesia han venido manteniendo sobre el
concepto de pecado. Cuando se habla de pecado y de injusticia estructural, que
es el nuevo enfoque de los cristianos comprometidos con la “Teología de la
Liberación”, rápidamente “perseguida” después del Concilio Vaticano II, nos
estamos refiriendo a una situación objetiva de injusticia social. Se trata, pues, de que la existencia de
fortunas privadas es algo que deriva de un orden de injusticia (una
organización clasista de la
sociedad).Y este orden está en contra del mandato evangélico de que los que
más tienen pongan sus abundantes bienes al servicio de la comunidad,
especialmente, de los que menos tienen. Naturalmente, el Evangelio no es un
ensayo académico que pueda entrar a analizar desde un punto de vista
histórico-político una determinada situación injusta; pero sí pone las bases
éticas y morales para que los que en él creen tengan criterios para solucionar
el problema de las desigualdades de clase en una sociedad capitalista, y puedan
optar ante el dilema capitalismo-socialismo, etc.
Sin embargo, los altos responsables de las primeras comunidades
cristianas, constituidos en institución, las opciones que han facilitado a sus
fieles han sido, histórico-socialmente, diametralmente opuestas a las sugeridas
por el Evangelio. Y es que la fe en la proximidad de un reino venido de otro
mundo fue frustrada, obviamente, por su no cumplimiento. Frustración que
aprovecharon los más “avispados”, para fundar una Institución que, al mismo
tiempo que se declaraba “prenda” y comienzo de una promesa no cumplida en el
presente, se constituía en guía y único cauce para mantener la esperanza en un
futuro reino que ya no se daría en este mundo, sino que habría que esperar, sin
plazo de espera, la posibilidad de su realización en otro mundo (celestial). No
es de extrañar, pues, que tal institución tuviese que admitir el
aprovisionamiento de toda clase de riqueza, ante la incertidumbre de si ese
evento tardase en llegar o que no llegase nunca, lo que, seguramente, será los
más probable.
NOTA.- Facilito al lector las Editoriales de los libros citados. El
primero, en Mañana editorial, y el segundo, en Ed. EGA. No sé si aún existen.
También el libro Yo creo en la esperanza, que, según su autor, dio sentido a su
vida, editado por Desclée de Brouwer. En librerías “de viejo” es posible
encontrarlos.
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