viernes, 13 de noviembre de 2020

SIN RECICLAR RESIDUOS, LAS FUENTES DE LAS NUEVAS ENERGÍAS SE AGOTARÁN

   Las nuevas tecnologías serán “pan para hoy, hambre para mañana”, si los humanos seguimos administrando los recursos que la Naturaleza y nuestro Planeta nos proporcionan como si fuesen ilimitados. Y, por tanto, si no reciclamos suficientemente los residuos o no “ponemos en barbecho” sus veneros, sus generosos ciclos productivos, cada vez se irán acortando más.

   El animal humano, haciendo de su sustento vital un negocio de beneficio cortoplacista, y del consumo de bienes un lucro salvaje, se convierte en un carroñero mucho más compulsivo que otros animales depredadores, cuyo instinto no les impele a “almacenar” más de lo estrictamente necesario para su propia conservación y la de otros frutos de la Naturaleza.

   Hace tiempo que los científicos y el deterioro evidente del Planeta nos vienen advirtiendo del peligro que supone el sistema salvaje de explotación extractiva y abuso consumista, causante, por ejemplo, del cambio climático o del permanente lanzamiento a la atmósfera de gases contaminantes...

   Ese progresivo deterioro de nuestro entorno, observable a ojos vista, y, quizá, el COVID-19, han obligado a muchos ciudadanos, instituciones y gobiernos a reaccionar, aunque sólo sea para frenar y poder seguir con igual ritmo de vida. Lo antieconómico, por escasa y dañina, que ha devenido la extracción de materias primas como el carbón o el petróleo, así como su consumo, ha hecho saltar las alarmas de la contaminación atmosférica. Los ciudadanos que viven y trabajan en grandes aglomeraciones urbanas, aunque tarde, han caído en la cuenta de lo perjudicial que resulta el uso excesivo del automóvil privado. Ello les ha hecho clamar por un cambio de las tradicionales fuentes de energía, el carbón y el petróleo, que han alimentado su fabricación y funcionamiento. Se piensa, entonces, en las “energías alternativas”, pero no para abandonar el uso irracional del automóvil, p. ej., sino por ahorro económico.  Sin embargo, poco pensamos en la cantidad de “aparatitos”, cuyo uso se ha convertido en imprescindible en nuestra vida diaria y familiar.

   La gran mayoría de los ciudadanos piensa en las tecnologías eólicas o solares como si fuesen éstas las únicas existentes, porque piensan sólo en el automóvil y en el ahorro en la factura de la luz, como si la transformación y sustitución de ambas fuesen gratis y no generaran residuos. Pero basta reflexionar un poco para darse cuenta, no ya del coste de los aparatos de sustitución, sino de la enorme cantidad de metales “raros”, que, además de los “habituales”,  serán necesarios para el funcionamiento de estos nuevos “aparatos”: baterías, posters donde cargarlas, placas solares, etc...

   Muchos de los que podemos disfrutar de un simple teléfono móvil o un ordenador no somos conscientes de los inmensos daños que la extracción de los minerales “raros”, con los que funcionan, está causando en las personas que trabajan en las minas, la desforestación de terrenos y todas las consecuencias que ello tendrá en el futuro... La posesión, búsqueda o comercialización de este “nuevo oro”, ¿provocará guerras que hagan cambiar las relaciones globales actuales? Seguramente. ¿Se conformará EE.UU. con que la gran superficie de China contenga el 97% de minerales  raros del mundo? No obstante, China ya es una gran potencia; pero ¿qué volverá a suceder en Bolivia, pequeño país riquísimo en Lítio? ¿Volverá el gigante americano a intentar desestabilizarlo, como lo sigue haciendo con Venezuela para arrebatarle las últimas reservas petrolíferas?  ¿...?

   Cuando pensamos en las nuevas fuentes de energía, en contraposición a los combustibles fósiles, las que primero nos vienen a la cabeza son  las derivadas de la radiación solar y la eólica. Y es que cada vez más, cuando viajamos, vemos en el horizonte enormes molinos que harían enanos a aquellos otros que Don Quijote consideraba gigantes. Muchas veces la carretera atraviesa enormes superficies, antes extensos trigales, que nos parece navegar un océano, pues tal es la cantidad de placas solares, cuyo brillo llega a deslumbrarnos.

    Cualquier producto de la Naturaleza nos es ofrecido gratis independientemente de su abundancia o escasez en las zonas donde yacen. Su valor de uso  se lo confiere su propia utilidad  interna en la satisfacción de necesidades humanas. Pero, cuando la industria humana los convierte en mercancías idóneas para la especulación, no para el bienestar y progreso de todos, entonces, estamos hablando de otra cosa.  ¿...?

   Ciertamente, independiente de su abundancia o escasez y de su oportuna conversión  en un producto aprovechable, el solo hecho de adaptarlo a las necesidades humanas ya supone un coste. El calor solar, el agua o el aire, que parece dársenos gratis, supone un gasto mínimo de almacenaje. Y, en la medida que su abundancia disminuye o su extracción y reconversión en elementos necesarios aumenta en dificultad, también aumenta, casi nunca equilibrada y proporcionalmente, el “precio” en el mercado. Las guerras que ha provocado la posesión de los combustibles fósiles parecen hacernos olvidar su gratuidad original. Sin embargo, desde el descubrimiento del yacimiento del mineral, hasta su distribución en las gasolineras, va todo un largo proceso de inversión de recursos humanos y económicos casi infinito. Y no me refiero tanto a los costes monetarios, cuanto a las nefastas consecuencias que el uso abusivo de cualquier producto puede suponer para la Humanidad y el Planeta. Basta con poner como ejemplos la contaminación atmosférica o el calentamiento global...

       Lo mismo ocurre con las nuevas fuentes de energías más frecuentes. Desde que nos llega un rayo del sol o se mueve una “mijita” de viento, hasta que nos duchamos en destino después del viaje entre gigantes y mares, existe todo un enorme proceso de inversión. Ese ínterin es el que deseo hacer objeto de mi reflexión; porque todo en la vida tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Y elegir entre ambas opciones siempre supone renuncias. A veces, lo sensato consiste en quedarse con lo bueno renunciando a lo óptimo. Continuamente la industria nos tienta con  nuevos “aparatos” que a muchos aumentaría aún más su bienestar. Muchas veces nos quejamos de la llamada “obsolescencia programada”, pero, si el consumidor fuera menos ávido de cambiar elementos aún en buen uso, mirara sin envidia al vecino o fuera más solidario con los que carecen de los bienes más básicos, la propia industria dejaría de fabricar para el corto plazo.

   El ritmo de fabricación y consumo de los países más avanzados económicamente, y la atroz competencia que obliga al sistema capitalista a ampliar cotas de mercado, se convierte en una espiral sinfín, que, difícilmente, facilitará que la Naturaleza tenga tiempo de recuperarse de los desgastes que el hombre le ocasiona, o que la industria del reciclaje pueda transformar los desperdicios diarios, que, en grandes cantidades desechamos...

   Muchos bienpensantes, objetarán que, sin este ritmo de fabricación y consumo, no se crearían nuevos puestos de trabajo o se destruirían muchos de los ya existentes. Estas y otras ideas semejantes son empleadas demagógicamente para justificar un sistema, cuyo crecimiento salvaje en busca de los máximos beneficios, no tiene en cuenta la solidaridad, ni la desigualdad social, ni una justa distribución de la riqueza,  ni la explotación de menores, etc.., ni, mucho menos, el deterioro progresivo de nuestro Planeta Azul. Mucha tela que cortar que dejaremos para otro artículo... De momento, este lo doy por finalizado...

 

 

 

   Manuel Vega Marín. Madrid, 12, Nov. 2020    www.solicitoopinar.blogspot.com.es

 

       

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