Antes de nada, aclarar, para no ser mal interpretado y evitar que
alguien se escandalice, que quién esto escribe, como la mayoría de mis paisanos
sevillanos, fue educado en ese “ambiente” desde pequeño y que, por tanto,
todavía se le “pone la carne de gallina” al observar los desfiles
procesionales, mucho más si se trata del Cristo de la Esperanza de mi pueblo,
cuyo “paso” tantas veces ayudé a
“montar”. No es extraño, pues, que en su salida, en Viernes Santo, de la
Parroquia de la Magdalena, se me vengan a la memoria y al sentimiento todas
aquellas vivencias de mi infancia y juventud, compartidas con amigos y
familiares. Ya en la década de mis setenta, desde la madurez, se me antoja
hacer estas reflexiones desde un punto de vista más racional e, incluso, agnóstico
.
Y, sinceramente, comenzaré diciendo que no considero, al menos en su
aspecto externo-procesional, esta Fiesta como religiosa, ni mucho menos,
cristiana. Y fundaré esta opinión en los siguientes textos bíblicos:
ANTIGUO TESTAMENTO: “No tendrás otros dioses fuera de mí. No te
harás escultura ni imagen de lo que hay arriba en los cielos, abajo en la
tierra o en las aguas debajo de la tierra” (Exodo, 20,3-5).
“No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Deuteronomio,
4, 15-19). Aconsejo leer el capítulo.
NUEVO TESTAMENTO: “Jactándose de sabios, se volvieron necios y
cambiaron la gloria de Dios incorruptible por una representación en forma de
hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles” (S.Pablo a
los Rnos., 1,22).
El mismo S. Pablo en su discurso en el Areópago de Atenas: “El
Dios desconocido al que adoráis sin conocer… es el que os vengo a anunciar… Él
no habita en santuarios fabricados por mano de hombres, ni es servido por manos
humanas…” (Hechos, 17, 22-25).
“Llega la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén adorareis al
Padre…, llega la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en
espíritu y en verdad…” (S. Juan, 4, 21-23).
Por último, resaltar la actitud del Nazareno, que no necesitaba templos
ni imágenes para orar. Igualmente, recordar su monumental cabreo con los
mercaderes del Templo.
Entonces, ¿cuál es el origen de las imágenes y de la iconografía
religiosa? Responder a esta interrogante conlleva, aunque sea breve, una
SÍNTESIS HISTÓRICA.
El culto a las imágenes es de origen “pagano”, por mucho que el
Cristianismo y la Iglesia Católica se haya empeñado en “sacralizarlas”. En
esto, como en muchas otras cuestiones ideológicas-religiosas, las haya querido
hacer suyas. Igualmente la mezcolanza de intereses de Emperadores con los de
Patriarcas, Obispos y Papas, nos hacen deducir la existencia de intereses
políticos y sociales. A medida que el Cristianismo deja de ser una secta de
fanáticos, y se va extendiendo al resto del mundo que le circunda, no tiene más
remedio que adaptarse a los gustos y costumbres de esas otras culturas. Ya en
el A. Testamento Moisés tiene que romper las primeras Tablas de la Ley al ver
que su pueblo, mientras él estuvo ausente, aprovechó por adorar a otros ídolos,
propios de los pueblos circundantes. No obstante, ni el Judaísmo, de donde
procede el Cristianismo, ni el Islam que surge de este último, toleran el culto
de las imágenes. Cabe sugerir que la actitud de los cristianos protestantes en
este tema, por lo menos, es mucho más contenida y austera. Cabría preguntarse
por qué la Iglesia Católica no ha adoptado una actitud similar. Pero la
respuesta a esa pregunta nos llevaría muy lejos de lo que este trabajo se ha
propuesto… Baste señalar aquí que una de las más antiguas representaciones que
se conocen data del siglo III, muy alejado ya del Cristianismo primitivo. Nos
estamos refiriendo a un fresco representando a la Virgen con Niño y Profeta,
descubierto en la catacumba romana de Sta. Priscilia. Igualmente señalar que en
esa “guerra iconoclasta” las posturas de la iglesia oriental distan mucho de
las de la occidental, al igual que entre los jerarcas de una y otra.
En esta síntesis histórica se ha de destacar el Edicto del emperador
León III, de 17-1-730, contra el culto a las imágenes. Al ocupar el trono su
hijo Constantino V (741-775), éste convoca el Sínodo de Hieria (753),
mostrándose más estricto, al destruir incluso las reliquias y prohibir la
oración y el culto a los santos.
Posteriormente (24-9-787), siendo Papa Adriano I, la emperatriz
bizantina Irene convoca el II Concilio de Nicea (7º ecuménico), que anula lo
acordado al respecto en el Sínodo citado anteriormente. No obstante, como las
cosas no están tan claras, el Papa no acepta sus conclusiones hasta el año 794.
En estas luchas “ideológicas” se ha de destacar la figura de S. Juan Damasceno.
Este defiende la veneración (Dulía) de los santos, frente a la adoración
(Latría) a Dios: “a las imágenes
corresponde el honor del incienso y de las luces… el honor tributado a las
imágenes se refiere al representado en ellas, y quien venera una imagen, venera
a la persona representada en ella”. Pero en Oriente sigue la lucha
iconoclasta, de manera que hasta 842 no son aceptadas definitivamente las
decisiones del Nicea.
Es en esa distinción damasciana en la que la Iglesia ha querido
justificar su doctrina sobre este tema. Y así es recogida por Sto. Tomás de
Aquino -¡cómo no!-, cuando dice: “El
culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades,
sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios
encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal,
no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imagen”
(Sm. Th. II-II, 81,3, ad 3.). Y esta doctrina es la que, como doctrina, llega
hasta nuestros días.
Pero son otras las consideraciones que, metido en faena, quisiera
expresar, fruto de lo vivido personalmente, y de lo observado
socioculturalmente. Reconozco que es difícil comprender para una mente
racionalista, no ya de otros países, sino de la misma España, lo que en estas
fiestas de Semana Santa ocurre en Andalucía, y concretamente en Sevilla y su
provincia. Tales Fiestas tal como la conocemos actualmente, naturalmente con
muchas modificaciones y novedades, se remontan a Edad Media (siglos XII-XIII).
Si no recuerdo mal, una de las más antiguas Hermandades sevillanas es la del
“SILENCIO”. Nacen con un sentido “penitencial” en redención de culpas y
pecados. Bastaría con cotejar sus Estatutos fundacionales. Esto es congruente,
ya que lo que se representa y se exhibe en los cortejos procesionales es la
Pasión y Muerte de Cristo en Redención de la Humanidad. Hasta ahí todo bien, si
todos esos actos se quedaran en la intimidad personal o, como mucho, en la
Liturgia y en el templo. Pero el caso es que no es así. Por ello este
“fenómeno” tiene que tener otras y variadas connotaciones. Vamos a señalar
algunas.
Lógicamente, las que son más públicas son más conocidas. Todo el mundo
puede constatar la fuente que, iniciándose en la propia Liturgia, ha supuesto
de inspiración para las Artes en casi todas sus manifestaciones como las
“escenográficas”. No hay que olvidar que, a medida que la liturgia se va
retirando del altar, termina en los atrios de las iglesias y en las plazas en forma de teatro o autos
sacramentales. Tengo que recordar los llamados “Oficios de tinieblas”,
olvidados por los clérigos más jóvenes que tenían lugar dentro de las propias
iglesias, en Viernes Santo, cuyos ecos “tremebundos” todavía nos lo recuerdan
las “tamborradas” de Cuenca o las películas de Buñuel, revivenciando su
adolescencia en su pueblo de Calandra. Entre las artes “mayores” tenemos que
destacar la escultura y la pintura, de gran riqueza en el Barroco. El mundo de
la Música, desde la clásica, cuyo principal exponente, para mí, son las
Pasiones de J.S. Bach y otros, hasta las más populares o “folklóricas”, por
ejemplo, las “saetas”. Sin olvidar, por menores, la artesanía de los bordados y
todo lo que respecta a la orfebrería; lo que tiene que ver con el mundo de la
decoración y el adorno, etc, etc,. Y a todo este complejo festero, en cada
ciudad o pueblo, se van añadiendo otras tradiciones más del terruño…
Existen connotaciones étnicas. Son pocos los pueblos en los que no hay
una Cofradía de “los gitanos”. Importante en Sevilla, la de Ntro. Padre Jesús
de la Salud (el Manué); la Hermandad de los “negritos”, también en Sevilla.
Connotaciones de clases; en Madrid y, creo recordar en Málaga, las Hermandades
de Jesús “el rico” y “el pobre”. Existen también Cofradías que aluden a gremios
profesionales, como la de “los Panaderos”, en Sevilla. Hasta la de “los
borrachos”, en algunos pueblos.
He de destacar aquí que, hasta hace muy poco, las estructuras
jerárquicas –hermanos mayores, camareras de imágenes, etc.- estaba formada por
los estamentos sociales más “ricos y caciquiles”. Estos eran los que “se
lucían” y aún se lucen con sus “varas de mando”, mientras ellas adornan sus
cabelleras con peinetas de carey, mantillas de finos bordados o rosarios de
fina nácar y plata, para adornar sus suaves manos. Hay que reconocer que es esa
clase burguesa la que aporta la mayor parte de joyas, alhajas, etc. con que engalanan
a las Vírgenes, o bien, canalizan los pequeños óbolos del pueblo llano.
Algunos/as, también llamados “capillitas”, tratan las imágenes como algo de su
propiedad, o como un miembro más de la familia, por el hecho de haberlas
salvado de la “quema de los rojos”. Tanto es así que muchos “capataces”, a
indicación del “mayordomo”, hacen girar a aquéllas hacia reconocidos portales y
celosías,, como si de un acto de agradecimiento se tratara. Y, mientras tal
ceremonial tiene lugar, el pueblo, cual coro griego, aplaude y jalea el grito
desgarrador del “saetero”, que, desde un balcón, traspasa el relente de la
tarde-noche, hasta penetrar y suscitar las más recónditas emociones de la
feligresía.
Mientras tanto, y hasta que se extinguieron
los “obreros, estibadores y cargadores del puerto” fluvial de Sevilla, o
jornaleros sin trabajo fijo, llamados “ayuas” en mi pueblo, eran estos, los
“costaleros”, los que realmente hacían penitencia, cargando en sus hombros o cervicales
los pesados “pasos” o “tronos”, durante largos recorridos… En esto, como en
otras cosas, hay que reconocer que algo de purificación y “catarsis” ha habido.
Hoy son los propios cofrades los que aguantan el agrio olor a vinagre de “las
trabajaderas” o “suaeras”, así llamados los travesaños que pesan sobre los cuellos de
los costaleros. Igualmente, tenemos que reconocer otros fines sociales que las
Hermandades se han autopropuesto.
Visibles, como las anteriores, hay connotaciones, si no “machistas”, si
“varoniles”. No hay más que ver la atracción y el sentimiento especial que
provocan las Procesiones en las que la figura del Cristo es más relevante;
mucho más si estos “pasos” son acompañados por bandas de cornetas y tambores
compuestas por militares. Me viene al recuerdo la Cofradía del Cristo de la
buena muerte, acompañado y “jaleado” por la Legión en Málaga. Tenemos que
recordar, a las jóvenes que hoy procesionan vestidas con túnica y capirote
entre varones, que a sus madres o abuelas su presencia para cumplir su
penitencia o “promesas” en las procesiones, se les reservaba la trasera de los
“pasos”, casi al lado del “cantarillo”, donde, con velas encendidas, susurraban
extraños rezos. (He de aclarar que “cantarillo” se denomina a aquel que porta
el cántaro de agua con la que se refrescaban los costaleros)
Por otra parte, más que connotaciones visibles, son más bien privadas,
algunas incluso íntimas. Pero, antes de seguir, debo advertir al lector que los
hechos que describiré, aparte de observados, han sido vividos por mí, incluso
con testigos. Y que en su narración a título de anécdotas, me reservaré
cualquier juicio valorativo de los mismos.
Dentro del “capillismo” dirigente y ad
latere se refugian muchos homosexuales o gais, entonces hipócritamente mal
vistos por la opinión pública reinante, e, incluso perseguidos como “vagos y
maleantes” por la ley, o tratados por la Iglesia como “enfermos apestados”,
aunque con estos ciudadanos hacía la “vista gorda”. De mi experiencia de
“monaguillo” recuerdo que cuando, antes de subir la Virgen a la peana de su
paso, se le desnudaba de su ropa ordinaria para vestirla de gala, se
transportaba a un lugar más reservado del templo, generalmente, el “coro”, y
allí cumplían con este cometido sólo mujeres, las “camareras”, y algún hombre
de, digamos, cierta “sensibilidad femenina”. El resto, incluido el monaguillo, que
había ayudado en el traslado, era “echado fuera”, hasta que, una vez vestida la
Virgen, había que trasladarla de nuevo a su paso procesional, en el que, tengo
que reconocer que, con muy buen gusto, se completaban los últimos remates de
“tocador”, a excepción del adorno de joyas, que, por seguridad, se dejaba para
momentos antes de la primera “levantá” procesional. Tengo que hacer ver al que
no lo sepa, que la mayoría de las Vírgenes, que no son de “talla entera”, no
son siquiera comparables a los maniquíes que vemos en los escaparates actuales.
Ni siquiera lo que dejan ver, como las cabezas, que no son más que mascarillas,
o las manos, simples soportes de joyas, incrustadas en el armazón que hace las
veces de antebrazo. El resto son almohadillas que rellenan el “armatoste” que,
revestido por aquellas, configuran esas bellas imágenes de mujer. No me negarán
que la cosa tiene morbo.
En ese “tinglado” cofradiero también se refugian políticos, cuyas
ideologías deberían obligarles, por lo menos, a tener una visión más racionalista
y laica del fenómeno que comentamos. A este respecto, recuerdo que, yendo a la
playa de “Matalascañas”, en cuya ruta está el Rocío, entré en el pueblo de
Almonte, cuyos habitantes se consideran los “guardianes del Cortijo”. Allí, en
un bar conocí al que me presentaron como el secretario local del Partido
Comunista de España (PCE). Mientras la charla discurrió por los cauces de la
política y otros temas de carácter social, todo sobre ruedas. Pero, cuando se
me ocurrió, en un tono “camaredil”, gastarle alguna broma sobre el Rocío, fue
suficiente para que, como de las mismas
vísceras de mi interlocutor, surgiera su fanatismo de cofrade rociero; y por lo
que diré, de capitoste de la “Blanca Paloma”. Por aquellos días “pastoreaba”
por Andalucía el Papa Juan Pablo II, el que, en su afán de multitudes, solicitó
a la Hermandad que sacaran de la “ermita” a la explanada exterior a la Virgen,
para facilitar mejor acceso a los fieles. ¿Adivinan cuál fue la respuesta de mi
interlocutor? ¡Un rotundo NO! Pero, camarada, -dije yo- lo pide el Jefe de la
Iglesia. Sí, es cierto, -dijo él-, el Papa mandará en el Vaticano, pero en el
Rocío mandamos los “almonteños”…; y la Virgen sólo sale en los “días
establecidos”… ¡y eso lo decidimos nosotros!... Tal es la mentalidad que
algunos tienen de la religión, de lo eclesial y de la propiedad…
El mundo intelectual tampoco escapa a este “fenómeno” de vivencias
infantiles, emociones, sentimientos estéticos, etc. A este respecto, basta con
hacer “plantón” para presenciar la procesión del Cristo de la Buena Muerte, de
Sevilla, “el de los estudiantes”, que el miércoles santo sale de la Universidad
(antigua fábrica de tabacos). Son innumerables los universitarios de todas las
facultades, que forman las inacabables filas de penitentes con cruces a sus
hombros y grilletes a rastras de sus tobillos. Unos expiando los pecados
–adivinar cuáles- cometidos con sus novias; otros para pedir al Cristo o a la
Virgen el aprobado del curso; y otros, en fin, hijos e hijas, para rogar por la
convivencia problemática de sus padres… ¡Así está la ciencia en nuestro
país!...
Siempre dije en aquellos entonces de hace cincuenta y tantos años, y
algo parecido podría decir ahora, que me hubiera gustado ser un observador
nórdico (sueco o danés), para adivinar su pensamiento a la vista de tal
espectáculo, en donde tantos elementos diferentes y contradictorios se
entremezclan… ¡Ah, esa experiencia sólo está reservada para quienes la “han
mamado” desde, inclusive, antes de nacer.
Resulta vibrante, a veces, hasta la histeria, vivir más que ver, las
“mecidas” y los “bailes” que le dan, por ejemplo, a la Macarena en el giro de
la confluencia de la calle Feria con calle Doctor Letamendi. Más que un paso
pesado, es como una fulgurante estrella, irradiando su luz entre sonidos de
alegres marchas y entre olores a cera e incienso, y perfúmenes de azahar. Y
todo con el transfondo del “tintineo” de los faldones del “palio” acariciando
los “varales”… ¡Cuántos años me he encontrado y llevado a esa esquina a amigos
que, desconfiados, no daban crédito a lo
que sentían en su interior!
Pero también resulta sensual y, a veces, hasta erótico el “mete-saca”,
al que someten en “las entrás” al “paso-palio” –así se llama al de la Virgen-,
bajo los angostos arcos de muchos templos, y todo el ceremonial “retumbado” por
himnos o marchas reales…
Pero vamos terminando. Después del intento de aggiornamiento que inauguró el Concilio Vaticano II, pronto
frustrado, se intentó, si no fuera posible la desaparición de tales
“manifestaciones” religioso-paganas, si, al menos, purificarlas de extraños
elementos. Pero, ni una ni otra cosa se consiguió. Tanto supone para el negocio turístico-hotelero
estas fiestas, que no sólo se mantienen, aunque algo purificadas, sino que el
fenómeno se crea, recrea y se amplía a otras ciudades y pueblos, en los que
esta “tradición” o no existía o no
trascendía allende sus arrabales. Hasta la propia Iglesia, que antes veía estas
celebraciones como muy contrarias al sentido religioso y litúrgico de las
mismas, se ha apuntado, sólo con tener que renovar el abono, al FESTÍN… Et
ita porro…
Manuel Vega Marín. Madrid, 19 de Marzo de 2015
.
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