Individualmente muchos
ciudadanos del mundo, que ya vienen protestando contra el abuso de nuestro
Planeta Azul, después del Covid-19, reforzarán sus protestas. Pero dudo mucho
que el sistema socieconómico predominante vaya a tener la misma actitud. Y es
que el modelo económico neoliberal ha engendrado también un modelo cultural,
que llevará mucho tiempo y esfuerzo pedagógico en ser suplantado por otro en el
que predominen los valores humanos.
Hasta que el “homínido” adquirió la razón, nuestro antepasado se
adaptaba pasivamente a la Naturaleza en lo que ésta le ofrecía para su vida y
desarrollo. Adquirida aquella facultad tras una larguísima evolución, creyó contar
con la herramienta idónea, que le libraba de tan pesada dependencia. El
disponer de tan valiosa herramienta le habilitaba para no conformarse con lo
que la Naturaleza le ofrecía, sino que, además, pudo fabricar y producir otros
dones utilizando y transformando la “materia prima” que aquélla le
proporcionaba. Hasta ahí, bien. Pero el
hombre, olvidando que la inteligencia también es fruto de la propia Naturaleza,
se envaneció tanto, que creyó estar por encima de ella. Osó entonces comer el
fruto del “árbol de la ciencia”, que, según la leyenda bíblica, era el límite
impuesto para no creerse Dios; es decir, para
que su engreimiento no le llevara a pensar estar por encima de la
Naturaleza. Con las Ciencias y, sobre todo, con el uso de las nuevas tecnologías,
el hombre creyó que tanto los dones ofrecidos gratuitamente, como los que con
su habilidad podía extraer de la Naturaleza eran infinitos, olvidando,
despreciando e interfiriendo intempestivamente en las exigencias que, para seguir subsistiendo,
otros seres reclaman. Pero, si algo ha debido de aprender el hombre de la
ciencia es que la Naturaleza no actúa con la misma lógica lineal, causa-efecto,
con que muchos han venido procediendo. Para el hombre, según esa lógica, la
Naturaleza actúa de una manera “predecible”, y en sus asuntos cuotidianos
olvida que una de las misiones de la ciencia moderna consiste, precisamente, en
eliminar las incertidumbres ante las que, desde siempre, nos expone la madre
Natura. A este respecto, tentaciones me dan de seguir divagando sobre la famosa
“teoría del caos”, lo que alargaría este artículo. Pero el combate contra el
tedio del confinamiento forzoso, seguramente, nos obligará a “divagar”.
En términos menos legendarios y más modernos, podríamos decir que el
hombre, con su saber científico, ha cometido el tremendo error de utilizarlo
para combatir a la Naturaleza, en vez de seguir los cauces que ella le indica.
En vez de interpretar sabiamente las leyes naturales, parece haber caído en la
equivocación de desobedecerlas. No basta con elevar los diques y cortaolas para
combatir los tsunamis causados por el
calentamiento global; es mucho más inteligente evitar el calentamiento. No es
suficiente con inventar artilugios para
combatir la “capa de ozono”; es más sabio prohibir el uso de los elementos que
la provocan. Sucesos como el coronavirus, que, a los humanos parece un enorme
desastre, para la Naturaleza, tanto este que hoy padecemos, como otros
acaecidos en su larguísima historia, son considerados siquiera como accidentes. Es más inteligente preverlos
y poder aminorar sus efectos, que intentar corregirlos a posteriori. La
Naturaleza tiene su propia lógica, que, a veces, no concuerda con la nuestra.
Lo que sí debemos de tener claro, pues, es que cada vez que aquella impone su
propia lógica, que, para nosotros puede resultar un desastre, siempre sale
fortalecida.
Hubo un momento en la historia de la Humanidad en que no bastó el “valor
de uso” de las materias con las que el hombre satisfacía sus necesidades más
primarias, y desde el momento en que aquel no le fue suficiente, tuvo que
atribuirles un “valor de cambio” que las convertía en “mercancías”. A partir de
entonces, la anterior “lucha natural” por la supervivencia se convierte en una
lucha por el poder; convirtiéndose éste, a su vez, en la herramienta “idónea”,
no ya para conseguir abastecernos con lo producido con el trabajo de cada cual,
o con el intercambio del excelente de
los demás, sino que para vencer la resistencia que éstos pudieran oponer a la
enajenación de sus propios excedentes en un comercio injusto y desequilibrado
o, simplemente, se lo expropien por la fuerza. El descubrimiento por el
capitalismo de ese “valor de cambio” convierte a todo elemento de consumo en
una fuente de riqueza, que, ayudado por las nuevas tecnologías, puede
multiplicar ad infinitum. Todo, pues,
para el capitalista se convierte en mercancía. Hasta la fuerza de trabajo que
la produce se vuelve una mercancía más, de la que el capitalista quiere
apropiarse, sabiendo que en su explotación está la fuente de riqueza.
Se entabla, pues, una competencia atroz entre los estamentos dominantes,
los llamados “poderes fácticos”, por conseguir una hipotética indisputable
hegemonía. Y no tienen reparo en poner a su servicio a medios de comunicación,
gobiernos, ejércitos, etc., etc. Desde esta perspectiva, incluso se puede
considerar la historia y el avance de la humanidad como una evolución
darwiniana, en la que sobrevive la especie que mejor se adapte al medio, y,
dentro de la especie, el grupo que disponga de los más efectivos instrumentos
de dominio. Destacan los ejércitos, el mejor invento de la inteligencia humana,
para que unos pueblos se impongan a otros, o, dentro de un mismo pueblo, que
unas élites se impongan al resto de los ciudadanos. La historia de las guerras
podría reflejar, en cierto sentido, parte de la historia humana. Pero hoy, una
de las enseñanzas de la pandemia
provocada por el Covid-19 es que las grandes inversiones en armamento
nuclear mejor pudieran dedicarse a investigar en multitud de elementos que
hagan más llevadera la vida humana. Bill GATES, uno de los hombres más ricos
del mundo, lo advertía en 2015: la mayor amenaza no sería ni un misil, ni una
bomba nuclear, sino un microbio provocador de una gran infección... Ni siquiera
las guerras “locales”, hechas con armamento “convencional”, podrían
justificarse por los avances que su investigación reportan a otros ámbitos.
Tampoco los “golpistas” de toda la vida tendrían que recurrir a los tanques
para imponer sus dogmas y condiciones. Pues hoy, más que nunca, estamos viendo
que la anulación del enemigo o disidente puede conseguirse bien por una
aplicación distorsionada de la ley, law fare, bien politizando la
justicia o utilizando prevaricadoramente el sistema judicial.
Otra reflexión que me provoca la pandemia y que quiero transmitir versa
sobre los conflictos que, tanto al Planeta Azul, como a la propia Humanidad,
causa la superpoblación humana. No es que los miles de millones de pobladores,
en sí mismo, sean los causantes de esta pandemia vírica. A la postre, estamos
rodeados de esos bichitos, y nuestra constitución biofísica está formada por
bacterias y células. Pero los traslados y asentamientos que la “globalización”
sin orden ni control, o, mejor; sólo guiados por un “egoísmo sistémico”, están
produciendo una enorme serie de alteraciones en los ecosistemas naturales. La
desforestación, p. ej., que se está haciendo de grandes “pulmones” del planeta
por intereses económicos-especulativos acarrea después asentamientos humanos,
que tendrán que convivir con la fauna que ha conseguido adaptarse al cambio
provocado, trasmitiendo al hábitat humano microbios de otras especies animales
que en el hombre pueden resultar patógenos. Dice el doctor biólogo Jordi
Serra-Cobo que el cambio climático, la
globalización de los patógenos y la situación demográfica son tres retos muy
grandes, que se potencian el uno al otro y hacen un cóctel que tendremos que
abordar durante este siglo y que es difícil, pero que hay que gestionarlo por
la supervivencia de nuestra especie (Entrevistado en publico.es por Marc
Font el 25-3-2020).
Con la consideración precedente asocio la manera un tanto frívola con
que la sociedad se está enfrentando al problema demográfico en España. Entre
recortes económicos, el reducido espacio de las viviendas, etc., etc., el
debate se está convirtiendo en una discusión moralista-religiosa entre grupos
pro-abortistas y pro-vida. Debate insulso que ayuda a los responsables
políticos, que, sabiendo que somos el país con más viejos después del Japón,
obvian un problema, no muy lejano. Y, en vez de poner soluciones, incentivando,
p.ej., la natalidad, promocionando medidas que compatibilicen trabajo y
familia, o algo tan apremiante para la protección del medio rural, como sería
proporcionar medios y servicios a cientos de pueblos, que eviten el éxodo de su
juventud e incentive el retorno de los “repartíos”.
Es mucho más cómodo seguir distrayendo con parches y ocultando tras
cortinas de humo a la población trabajadora, que no tiene tiempo de pensar, los
problemas de los que son, ahora y en el futuro, víctimas del sistema.
Es tiempo, pues, de replantearnos seriamente nuestra relación con la
Naturaleza, y que el virus que nos obliga a confinarnos en casa, nos haga ver
también que no sólo es el causante de un problema sanitario, sino que tal
guarda una íntima relación con la manera que el sistema económico vigente
explota a la Naturaleza y organiza insolidariamente la globalización...
P.D. Muchos en estos días estarán
leyendo variedad de artículos, en los que se ponen infinidad de hechos causados
por el virus. Igualmente, el lector de este trabajo podrá imaginar cientos de
ejemplos.
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