Cuando Pablo Iglesias Posse fundó el PSOE en 1879, lo que pretendía era
proporcionar a los trabajadores, igual que lo tenían los propietarios
industriales, un instrumento que los agrupara, los representara y organizara en
pro de su emancipación con la implantación del Socialismo. De ahí que lo
adjetivara “socialista” y “obrero”. Así consta en el Manifiesto fundacional de
20-7-1879: el ideal del Partido Socialista es la completa emancipación de la clase
trabajadora. Es decir, la abolición de todas las clases sociales y su
conversión en una sola de trabajadores libres e iguales. Y en sus
palabras pronunciadas en el primer Congreso (Barcelona, 1888), a propósito del
debate sobre la estrategia a seguir en la cuestión de la lucha de clases, se
destacan las siguientes: La actitud del Partido Socialista Obrero con
los partidos burgueses, llámese como se llamen, no puede ni debe ser
conciliadora o benévola, sino de guerra constante y ruda. . ¿Participa Pedro Sánchez esta
opinión, cuando continuamente está suspirando a los partidos de la derecha su
apoyo en la investidura?
La evocación de tales textos no se hace con
intención dogmático-ortodoxa. Simplemente, porque es importante reflexionar y
no perder la referencia al origen.
Ciertamente, las circunstancias
sociolaborales y materiales de los trabajadores actuales no son las mismas de
entonces, al menos en los países más desarrollados. Pero un Partido que en sus
siglas sigue llamándose “socialista y obrero”, y que en “determinados actos”,
puño en alto, se cante La Internacional,
no sólo debe mirar por los trabajadores que pudieron mejorar sus condiciones
materiales de vida en determinados países, sino que, manteniendo la “utopía”, siga
luchando por todos los trabajadores del mundo que, material o espiritualmente, siguen
siendo víctimas del mismo capitalismo, más salvaje aún que el que originó la
fundación de los primeros partidos y sindicatos obreros. Como dice ese
emocionante canto, hasta que ¡atruene la
razón en marcha…, anunciando que es
el fin de la opresión!...
Lógicamente, los partidos son
libres y disponen de suficiente autonomía para ir cambiando y adaptando su
estructura y organización a las exigencias de los cambios sociales. Lo que no
se contradice con seguir manteniendo los principios básicos que iluminaron su
nacimiento. Y si, “legítimamente”, deciden cambiar o renunciar a ellos, están
en su perfectísimo derecho, con tal de no confundir a los ciudadanos,
conservando el mismo nombre y siglas. En la Conferencia de la Segunda
Internacional, celebrada en Berna en 1919, con asistencia de una delegación del
Psoe encabezada por Julián Besteiro, se ratificó la apuesta de la vía “reformista-revisionista”.
Los partidos que optaron por la vía “revolucionaria”, abandonaron y fundaron en
Moscú, con Lenin, la Tercera Internacional, la Internacional Comunista, a la
que se adhirieron un gran grupo de las JJ.SS, que, al unirse a otro grupo
liderado por Santiago Carrillo, fundaron el Partido Comunista de España (PCE)
en Abril de 1920. El Psoe jamás ha cambiado sus siglas a pesar de sus devaneos
políticos, sobre todo, desde la renuncia de Felipe González al Marxismo, aprobada
en el XXVIII Congreso extraordinario de 28-IX-1979. Aunque sus intenciones
políticas ya se distanciaban bastante de las que inspiraron a sus “históricos”
líderes, la acomodación a una sociedad despolitizada, inculta y harta de la
dictadura, no justifica, no debe justificar, la renuncia a ciertos principios
con tal de obtener el triunfo de Felipe en las generales de 1982. Esa victoria
también puede explicarse desde otros postulados no explicitados suficientemente:
golpe de ¿Tejero? de 1981, presión desde el interior y exterior por parte de
los poderes políticos-financieros para que el PCE, que se lo merecía por su
lucha contra la dictadura, no tocara gobierno, etc., etc., etc. No restamos, con ello, méritos a las políticas
de modernización en casi todos los ámbitos realizadas por el Psoe durante los
Gobiernos de González, si decimos que tales políticas de “puesta al día” bien
pudieran haber sido realizadas por otros partidos de corte democristianos, como
las ejecutadas en Alemania, Italia y otros países después de la 2ª Guerra…
Desde luego, el Psoe hubiera sido más coherente con los principios socialistas,
de haber tenido de cómplices a otros partidos “hermanos”, que haberse echado en
manos de un “bipartidismo” centralista, neoliberal y antirrepublicano. Pero debemos poner también de
manifiesto que la enorme concentración de poder que ello le supuso, favoreció
el surgimiento de clientelismo, amiguismo y corrupción, etc., hasta hacer
perder la confianza de los ciudadanos en el proyecto “felipista”. Igualmente,
sería mucho conceder afirmar que la política económica puesta en práctica por
el Psoe desde la Moncloa obedece al modelo de socialismo, en el que se
inspiraron sus fundadores. Obvio reproducir aquí, p.ej., las políticas de
privatizaciones o las desavenencias socilaborales con su sindicato hermano,
UGT. Ese afán de querer hegemonizar todo
el espacio político de izquierdas, no sólo lo ha tenido el Psoe con el PCE,
sino con otros partidos más pequeños de su propia “familia” (PSP de T.Galván,
PS Andaluz o Catalán, PSC).
De no haber existido esa repulsión
casi genética del Psoe a compartir el gobierno de la nación con otras fuerzas
políticas de izquierdas, como reconoce Coscubiela, la solución de problemas
actuales, como, p.ej.,la plasmación en un gobierno de coalición de fuerzas
homogéneas de la variopinta formación del Parlamento, o la solución del
“conflicto catalán”, reconociendo la pluralidad de naciones integradas
libremente en el Estado español, sería enormemente más fácil. No coincido con
Joan en su intento de justificar en base a las diferentes procedencias
programáticas, culturales y políticas entre UP y Psoe, o que, además, sean las
sempiternas razones de Estado, aducidas por el Psoe, o la atribución a UP de su
dificultad en asumir el compromiso con las contradicciones que conlleva
gobernar, las culpables del fracaso en la negociación, hasta ahora, del
gobierno de coalición. Alguna podrían ser ciertas referidas a Izquierda Unida,
pero no podría decirse lo mismo de Podemos, cuyo origen espontáneo le confiere
gran transversalidad a sus votantes, aunque muchos de sus militantes y líderes,
individualmente, procedan de la cultura comunista.
Estamos
convencidos de que el pragmatismo es un principio fundamental en el día a día
de la política. Y en cumplimiento de ese principio los gobernantes deben estar
atentos a solucionar los problemas diarios de los ciudadanos. Pero también deben
tener presente que existen otros valores, cuya puesta en práctica trasciende el
tiempo de tramitación de las necesidades materiales cotidianas, que son consideradas
primordiales por una gran parte de una ciudadanía amorfa e inculta, con cuya
satisfacción reparte mayorías electorales. Aquellos otros valores son los que,
a la larga, hacen a la personas y a las sociedades más justas y solidarias. Son
valores éticos a los que los políticos acuden, muchas veces hipócritamente,
para justificar ciertas renuncias a determinados principios que poco tienen que
ver con la moral.
Los partidos políticos, especialmente, los que
representan a las clases trabajadoras y a los estratos sociales que más dificultad tienen de acceder a la cultura
y a los ámbitos donde se “cocina” la política, además de representarlos
“pasivamente”, dejándose llevar por falsas inquietudes que muchas veces juegan
en su contra, deben de servirles de educadores y guías activos en todo lo que
se refiere a la cultura en general, y, particularmente, a la política tanto
teórica, como práctica. Los socialistas más viejos recordarán como en las Casas
del Pueblo se enseñaba desde a leer y escribir hasta las tácticas de guerrillas
urbanas…
La lucha por la
hegemonía en el espacio de la izquierda que inició el Psoe y el “felipismo” en
la Transición, como dice Coscubiela, dibujó
un escenario de guerra fría que ha dificultado cualquier estrategia unitaria de
cooperación entre las izquierdas. Mientras el Psoe se siga considerando un
partido de izquierda y persevere en mantener la hegemonía en ese espacio
político, persistirá el escenario de guerra fría, en el que no sólo será
imposible la negociación con otras izquierdas, sino que, a medida que “el pez
grande se vaya comiendo al chico”, los alevines que se salven sólo servirán de
comparsa de los adultos, por lo que la competitividad cooperadora no será
más que una bonita y romántica frase. Así lo reconoce el propio Coscubiela al
afirmar que hay que rechazar la idea de
que una fuerza política de izquierdas sólo puede avanzar a costa del retroceso
de las otras.
En cuanto a las
condiciones que el exsindicalista señala para que una negociación tenga éxito, es difícil no estar de acuerdo con
ellas en abstracto; pero cuando pormenoriza en lo que ha sido en la realidad la
negociación, creo que Joan incurre en el mismo error, quizá debido a su
ausencia del España, en que otros
tertulianos, a sabiendas, han incurrido: la
equidistancia. Si bien opina que para Unidas Podemos sería más útil
políticamente un acuerdo de legislatura, y considera absolutamente legitimas las razones de UP para pretender un gobierno de
coalición, no considero justo su comprensión de las prevenciones y reticencias de Pedro Sánchez y el Psoe a la entrada
de Unidas Podemos en el gobierno, porque al principio ambas fuerzas estaban
en ello, y así se lo exigieron los militantes, dado la matemática electoral, la
noche del 28-A. Unidas Podemos ha mantenido esa tesis aun aceptando P. Iglesias
su ausencia del Gobierno. No ha sido igual la actitud de Pedro Sánchez, que ya
el gesto de su cara ante los gritos de ¡con
Rivera, no! y ¡sí se puede!,
revelaba que alguien, por encima de él, le ordenaba un Gobierno monocolor.
Cantinela repetida desde la presidenta del banco de Santander, el presidente de
la Patronal, la Vicepresidenta Calvo o el Ministro Ábalos, y difundida por los
portavoces en los medios afines. Se estaba
anunciando “la farsa” que se iba a representar en el largo tiempo disponible
para una negociación seria. El Psoe, desde el inicio, no tenía intención de
negociar y sólo buscaba construir un relato verosímil, que culpabilizara a
Iglesias del fracaso, dada la esperada tozudez de éste en mantener su presencia
en el Consejo de ministros. Pero la inesperada y generosa renuncia de Iglesias,
dejó sin excusas al Psoe, de manera que, removido el obstáculo, tuvo que
recurrir a la estratagema de los minutos de prórroga, evitando así un debate a
fondo, que le obligara aceptar lo que nunca estuvo dispuesto a aceptar: un
Gobierno de coalición con UP, aunque fuera sin Iglesias.
Coscubiela
vuelve a caer en la equidistancia culpando por igual a UP Y Psoe de la estrategia ruinosa de romper el espinazo al socio con el
que hay que acordar. Todo ciudadano objetivo ha podido ser testigo de cómo el
Psoe ha utilizado los casi 80 días para humillar, desgastar y a descalificar
zafiamente al “socio preferente”, mientras éste estaba a la espera de una
llamada “preferente” del que exclusivamente tenía la responsabilidad de
hacerla: el candidato. Como dice
Pérez Royo, Pedro Sánchez necesita
(no sólo la investidura) una mayoría
“positiva”, que le permita gobernar, que le permita derogar la reforma laboral,
la ley mordaza y un larguísimo etcétera (todas medidas impuestas por Rajoy
con su mayoría absoluta de 2011). Y esa
mayoría positiva solamente la puede conseguir con el concurso activo de Unidas
Podemos. No sólo de Unidas Podemos, pero de Unidas Podemos de manera
imprescindible (“De punto de partida a punto de llegada”, eldiario.es de
12-8-19). En la consecución de ese concurso debería reunir todo sus esfuerzos,
no en reuniones con grupos afines de la sociedad civil en plan campaña
electoral; ésta ya se pronunció el 28-A. Mucho menos irse a Doñana de
vacaciones, como si en España no urgiera un Gobierno. Lo que no puede repetir,
salvo que quiera elecciones, la absurda estrategia anterior. Lo de culpar a los
de Podemos ya “no cuela”. Pedrito más bien se pueda encontrar en la tesitura de
ni siquiera poder repetir su “odisea” del no es no…
Algo parecido
habría que decir respecto al tema de la confianza o recelos entre los llamados
a ser socios, o de la “jerigonza” de dos
gobiernos en uno y tonterías por el estilo. Fue una excusa-trampa
ventajista las declaraciones de Sánchez, aprovechándose de la visita al Rey en
Marivent y de la multitud de cámaras que ella provoca. El Psoe debiera
asesorarse por sus colegas alemanes, quienes gracias a gobernar en coalición sobreviven,
y comprobar que no sería el primer gobierno de coalición de la UE. A la
política, ya lo dijo Iglesias, no se viene a hacer amistades o a emparejarse
sentimentalmente. Se viene a gestionar lo que la “voluntad popular” ha
manifestado eligiendo entre las diferentes propuestas de los agentes políticos.
Votando a un partido, y no a otro, los ciudadanos muestran sus preferencias y
sus desconfianzas. Estas distintas actitudes se reflejan en un Congreso
democrático variopinto, en donde la
cantidad de escaños obtenida por cada grupo “da la pista” para una correcta interpretación
de la voluntad general, que se tendrá que concretar en un programa de gobierno
a realizar por un solo partido, si es que ha logrado mayoría absoluta, o en la
puesta en práctica de otro negociado y pactado entre partidos, cuya posible
mayoría matemática no permita otra alternativa. Lógicamente, aquel programa
será más fácil sintetizarlo cuanto mayor sea la afinidad ideológica entre sus
negociadores. Afinidad que no debe ser una condición sine qua, non. Mucho menos buscar una coincidencia sentimental. Es
precisamente esa no-coincidencia o desconfianza
lo específico del Estado democrático… La desconfianza es, pues, el presupuesto
de la democracia… A partir de dicho presupuesto hay que construir una relación
de confianza entre quienes participan en la gestión del sistema político, sea
desde el gobierno sea desde la oposición (“Gestionar la desconfianza”,
Javier Pérez Royo, el diario.es, de 9-8-19)
Pedro Sánchez, reuniéndose con grupos
afines de la sociedad civil, aparte de simular un esfuerzo, merecedor de
vacaciones, está intentando lo que ya hizo para recuperar la Secretaría
General, y, desde ella, alcanzar la Moncloa. Entonces tenía sentido
“podemizarse”; pero volver a hacerlo suena a “paripé”, además de ser una manera
hipócrita de relegar o diferir la negociación con Podemos. No deja de ser una
forma mentirosa e hipócrita de perder el tiempo; porque con quienes tiene la
obligación constitucional de reunirse es con aquellas asociaciones que
representan las soberanía nacional, y quienes tienen la facultad de investirlo
o no Presidente, y, después, apoyarle en el Gobierno. Además, salvo UGT y
CC.OO, que se sepa, ninguna de las restantes asociaciones, fuera de “hacerse la
foto” y presentarle sus propuestas, ninguna se ha posicionado a favor de alguna
forma concreta de gobierno.
Para finalizar, el Psoe debiera aceptar la distribución del arco
parlamentario salida del 28-A. Y una vez más tenemos que expresarnos con las
acertadas palabras del profesor Pérez Royo: Por “activa” o por “pasiva”, no
hay posibilidad de formar gobierno sin el concurso de Unidad Podemos, que no es
“socio preferente”, sino “socio indispensable. Para el PSOE formar gobierno con
Unidas Podemos no es una opción, sino una necesidad. Se lo han dicho de todas las maneras
posibles tanto quienes pueden apoyarlo en la investidura, como quienes no están
dispuestos a hacerlo de ninguna de las maneras… Pedro Sánchez podrá
confiar más o menos en quien tiene que ser su socio, pero, como no tiene
alternativa, tiene que entenderse con él. (“Recapitulación provisional”.
Eldiario.es de 14-8-19).
Sería una tremenda irresponsabilidad por parte del Psoe, que, confiando mejorar
sus resultados en una nueva convocatoria electoral, arriesgara la posibilidad
de iniciar un tiempo de políticas progresistas, facilitándoles tal posibilidad
a las derechas. En la sociedad española se acumulan multitud de problemas de
urgente solución, a los que un gobierno provisional no tiene capacidad de
respuesta. Mucho menos, un electorado de izquierda toleraría prolongar tal
provisionalidad hasta el 23 de septiembre. Para esa fecha es posible que la
sociedad española no sólo se haya hartado del Psoe, sino que se cumpla el
vaticinio de Pablo Iglesias sobre el Candidato a la investidura: si
por la cerrazón de hacer un gobierno de coalición proporcional a los votos
obtenidos (y convoca elecciones), usted no será Presidente nunca…
Pues ya no será el electorado quien se lo impida, sino su propio partido…
(Nota.- El título alude al artículo, Izquierdas,
condenadas a cooperar, de Joan Coscubiela, y publicado por eldiario.es de
6-8-19).
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